lunes, 29 de junio de 2009

Música y naturaleza (6): La música y los ciclos


Las distintas épocas del año terrestre, con sus referentes de eclosión de vida, sol dominador, doradas hojas caídas y frío blanco, también se intentaron atrapar en las partituras. O al menos los momentos que despertaron una determinada emoción, expuestos al ardor astral o bajo la lluvia, a plena luz o en el misterio de la noche. Supone una forma más difusa de representar la Naturaleza y, sin embargo, más amplia, no limitada a espacios concretos o acotamientos geográficos.

Nos viene de súbito a la memoria Las cuatro estaciones, conciertos de violín de Antonio Vivaldi, pero las diferentes estaciones tomadas por separado son excusa para situar o rememorar un acontecimiento, especialmente amoroso. Tenemos buenas muestras en los lieder: La última primavera y Tormenta de otoño de Edvard Grieg, el ciclo de canciones Noches de verano (Nuits d’été) de Hector Berlioz y el ciclo Viaje de invierno (Winterreise) de Franz Shubert. Incluso la primera sinfonía de Robert Schumann es conocida como Sinfonía “Primavera”, por la explosiva energía y belleza que irradia desde su inicio.

La noche y la mañana, o el anochecer y el amanecer, están bien representados. Baste citar La mañana de la obra escénica Peer Gynt del mentado Grieg –que pinta el amanecer en el desierto del Sahara y no, como muchos podrían suponer, en los fiordos de Noruega–, la obertura Amanecer en la selva tropical (Alvorada na floresta tropical) de Heitor Villalobos, la canción Crepúsculo (Crépuscule) de Isaac Albéniz o Nocturnal de Edgar Varèse, su última obra, para voces y orquesta de cámara.

Asimismo son muchos las cantos populares que tienen como motivo las labores del hombre en su medio natural y en cada ciclo estacional: la siembra, la recogida de los frutos de la tierra (la siega, la vendimia) y de los frutos marinos; un patrimonio imperecedero que incluso a los moradores del asfixiante asfalto le transmiten un hálito vital. Sería absurdo extenderse tratando de abarcar el folklore musical y otras culturas, con su particular música imitativa o descriptiva, incluso en territorios aparentemente silenciosos. De lo propio, cada individuo guarda imborrables melodías en su memoria, como parte de la considerada colectiva.

Detrás de cada paisaje, de lo que los ojos alcanzan a ver, hay algo más que no todos saben desentrañar. Si para la mayoría un desierto sólo encierra arena que cambia de forma modulada por el viento, para algunos esconde historias, fábulas o leyendas, tanto como el bosque más umbrío o cualquier lugar henchido de su particular magia. Dijo Debussy que “hay que escuchar el viento, que narra la historia del mundo”, pero los hallazgos habrán de depender de la capacidad de escucha; con buena aptitud, entenderemos los paisajes sonoros. En cualquier caso, nada es inmutable. Todo cambia para volver al punto de partida. Todo es cíclico.
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«La música y los ciclos» forma parte de un ensayo publicado en Filomúsica (revista de música culta) sobre las obras musicales inspiradas en la naturaleza: 

Y como muestra musical de los ciclos de la naturaleza, valga «El verano» de Las cuatro estaciones de Vivaldi.

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