jueves, 19 de noviembre de 2009

La música del cuerpo


por José Garzón

I
Se llamaba Ramón Mendoza Llanes, pero nadie sabía su nombre. Todos le conocían por “Jerezano Malo”, el mejor cantaor flamenco desde la muerte de Camarón (…) Desde hacía tiempo sentía molestias digestivas (…) y decidió ir al médico en busca de soluciones. Así es que, con su mujer, sus ocho hijos artistas o toreros, y demás familia, como era costumbre en los de su raza, se presentó en mi consulta (…) comencé la exploración (…) Es una hernia inguinal y es la que provoca sus molestias digestivas porque impide el movimiento normal de su intestino, contesté, científicamente. No, doctor, eso no es una hernia. ¿Cómo? Contesté, perplejo. Es el duende. Mi duende, respondió orgulloso (…) El duende no se tocaba ni aunque le aseguraran que iba a morir nada más cerrar la puerta de la consulta (…)

Pasaron dos años desde aquella visita. Y una mañana, mientras me desayunaba, leí en el periódico que el “Jerezano Malo” había muerto en el hospital la noche anterior, horas después de realizar, en el Teatro Real de la ciudad, el mejor concierto que se recordaba de un cantaor en toda la historia del flamenco. Rápidamente llamé al compañero que había estado de guardia y supe que la causa de la muerte fue una peritonitis complicada. Cuentan que, mientras le trasladaban en la ambulancia al hospital, musitaba: hasta aquí me ha traído mi duende. Por favor, no me lo toquen.

II
Desde ese día cambió, en algún modo, mi forma de entender la ciencia médica. Gracias a las lecciones de Ramón, comprendí que cada parte del cuerpo se corresponde con un tipo de música. Y después de complicados razonamientos, actualizando mi acervo musical para ponerlo en relación con mis conocimientos de medicina he llegado a, cuando menos, curiosas conclusiones: cuando pienso en una úlcera de estómago, me vienen a la memoria los acordes del bandoneón de Piazzola o la singular voz del “Polaco” Goyeneche o de Adriana Varela, porque el tango se toca, se canta y se siente con el estómago. Si, por el contrario, hablamos del corazón, nada mejor que una buena selección de boleros que den sentido a los latidos del músculo. Y qué decir del hígado, cómo no pensar en Chavela Vargas, por aquello de que las rancheras están impregnadas de buen tequila mexicano. Cuando se me presenta un caso relacionado con el cerebro, necesito el pulso firme y el ánimo tranquilo y, entonces, nada mejor que Vivaldi o Mozart, Schubert o Chopin. Porque la ópera la reservo para que me inspire aire y potencia en las consultas de pulmón. Si estoy de guardia siempre tengo preparada una buena cinta de Led Zeppelin o la Creedence, porque su rock es el mejor en casos de urgencia, cuando hay que mantener alta la tensión del médico para actuar con determinación. He hablado con compañeros oftalmólogos y, después de superar su incredulidad y sorpresa ante mis preguntas, han reconocido que admiran la música y la voz de Dulce Pontes, Madredeus o Amalia Rodrigues. Porque el fado es, sin duda, la música que está más cerca de las lágrimas. Y por último, siempre que ante mí tengo una consulta digestiva, cuando con mis manos exploro el vientre del paciente, quiero tener al lado la voz rasgada y profunda de mi amigo “el malo”, porque decía que el flamenco se cantaba con las entrañas y porque yo, como él, creo firmemente en la música del cuerpo.

Camarón de la Isla por bulerías
***
Este artículo fue publicado, en dos partes, por José Garzón en el blog Saludyotrascosasdecomer, dentro de su serie “Historias del fonendoscopio”. Sorprendido ante esta original variante de la musicoterapia, me pareció interesante incluirla en mi serie de música y salud. Le pedí permiso a su autor para editar su artículo en esta bitácora y, amablemente, me lo concedió. De la primera parte publico aquí algunos extractos para dar sentido al inicio de la segunda, que he reproducido íntegra. Música anatómica urbana, tradicional y clásica que, verdaderamente, es cerebral o encefálica, porque en lo alto está la sensibilidad al ritmo (cerebro básico: tronco cerebral y sistema reticular), a la melodía (cerebro emocional: cuerpo calloso y sistema límbico) y a la armonía (cerebro cortical o racional: hemisferios cerebrales). Una música para cada momento y lugar, para cada órgano, para cada víscera. Una gozada musical.

3 comentarios:

  1. Me encanta este artículo. Con el he aprendido algo más. Siempre he creido en el poder sanador de la música y no porque "amanse las fieras" solamente. Ayuda a pensar,a canalizar sensaciones y sentimientos; mitiga el dolor, y acaricia y abriga cuando el alma busca refugio y abrigo.
    Aunque tengo mis músicas para cada momento y lugar,desde hoy tendré que explorar mis vísceras

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  2. Precioso post!!!
    Un abrazo... seguiré visitándolo....

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