sábado, 27 de marzo de 2010

Tríptico de Don Quijote

En marzo de 2005, al escribir un tríptico escénico basado en El Quijote (Honor, Aventura y Amor), la música que me sugería el texto era, por muy extraño que parezca, sibeliana. ¿Descabellado? Quizás no tanto, si pensamos que Miguel de Cervantes escribió Los trabajos de Persiles y Segismunda, una historia septentrional: el sur mirando al norte. Por una curiosa relación sinestésica, las escenas concebidas como drama radiofónico me evocaban pasajes de la primera y tercera sinfonías de Jean Sibelius. Es éste un preámbulo necesario para dar comienzo al Tríptico de Don Quijote, en el que los episodios inspirados en la humorística tragedia del Caballero de la Triste Figura, representan sus cualidades de hombre de honor, aventurero de acción y enamorado impenitente, son introducidos sonoramente con movimientos sinfónicos. (Aconsejo activar los pasajes musicales para acompañar la lectura)


I. HONOR 

Sinfonía nº 1: temas iniciales del segundo movimiento
(aprox. hasta 3:55)

Aguardando el regreso de DON QUIJOTE.

NARRADOR.- El bachiller Sansón Carrasco, recién llegado de vencer a don Quijote bajo la máscara de Caballero de la Blanca Luna, y el licenciado Pedro Pérez, el cura de su lugar, conversan en un verde prado. Aguardan al ausente, hombre de honor a quien el bachiller impuso, a cambio de la vida, el retorno como castigo. ¿Quién lo iba a decir?: dejará las armas y se hará pastor.

SANSÓN CARRASCO.- ¡Si vuesa merced pudiese ver sus ojos derrotados! Ahora comprendo la grandeza de ese buen hombre. Nos hemos reído de su locura sin saber que era nobleza, ansia de libertad, búsqueda de justicia y sueño de amor imposible. Créame, señor Pedro, que me arrepiento de mi indigno proceder.

EL CURA.- No Sansón, no debes hablar de esa guisa. Has obrado como lo hubiese hecho cualquier amigo verdadero. Como yo mismo si no vistiese esta sotana. Nuestro don Quijote era bien distinto del pacífico hidalgo Quijano que todos habíamos conocido; un batallador caballero de lastimera figura que mantenía su vida en jaque, y la de cuantos se cruzasen en su camino.

SANSÓN CARRASCO.- Aun así, me duelo de ser causa del fin del virtuoso caballero andante, valeroso y honesto, recto y generoso, conversador y comedido, candoroso y recio, de triste figura, sí, pero de alegre espíritu, orgullo de La Mancha y de la Humanidad entera. Mejor fuese emplear mi ignominioso brazo en vengar las afrentas que ha sufrido, junto con las de su fiel escudero.

EL CURA.- Hijo mío, a los ojos de Dios no sirve la venganza de los hombres; no es válida siquiera ante una cristiana conciencia.

(Un aire de tristeza los embarga... y los pájaros cantan alegres en derredor.)

II. AVENTURA (El sueño imposible)

Sinfonía nº 3: introducción y tema del primer movimiento
(aprox. hasta 3:00)

NARRADOR.- Dicho esto, Pedro Pérez, ceremonioso, enlaza las manos sobre el pecho y entorna los ojos, meditabundo. Y el bachiller, sumido en su hondo y afligido pensamiento, vislumbra la epopeya del Caballero de La Mancha y de Sancho Panza: cabalgando uno tras otro, por ese orden, como manda la caballería andante, asomándose a una loma desde la que se contempla la interminable llanura y el mundo, en pos de la aventura...

(Relincho de ROCINANTE.)

DON QUIJOTE.- Amigo Sancho, ¡abre bien los ojos! Observa el infinito y adivina los mil lances que nos aguardan. Gigantes y dragones, magos que obran encantamientos, malandrines y villanos se opondrán a nuestros nobles propósitos. Hombres sin libertad, niños y ancianos maltratados o menesterosos, damas ultrajadas y doncellas cautivas agradecerán la firmeza de mi brazo justiciero. No ha de ser fácil la tarea que los cielos me han encomendado. Pero el destino está escrito y no podemos, ni debemos, cambiarlo. Escudero mío, ¡observa el infinito!

(Pausa para la contemplación de la lejanía.)

SANCHO.- No las tengo todas conmigo, señor don Quijote. En mi casa comía caliente del puchero, no recibía palos, descansaba al abrigo de los vientos y dormía protegido de las fieras. En cambio, aquí… ¿Qué le voy a decir a vuesa merced?

DON QUIJOTE.- No te quejes, que los buenos escuderos siguen a sus amos sin rechistar, asumiendo los mayores riesgos, aun sin esperar favores ni riquezas. Además, tengo la inestimable protección de mi adorada dama, la sin par Dulcinea. Ella es la razón de mis desvelos, la guía de mi corazón y de mis pasos.

SANCHO.- Pues como no se guíe ahora por las estrellas, vamos a perder nuestra senda. La noche que amedrenta se nos echa encima.

DON QUIJOTE.- Este es un buen emplazamiento para el descanso, sereno y resguardado. Un lugar ideal para recomponer los doloridos huesos. Comamos nuestra pitanza y después encomendémonos a Morfeo hasta que Febo nos llame. En otras palabras, fiel Sancho, durmamos sin temor hasta que salga el astro Sol.

III. AMOR (Evocación de DULCINEA)

Sinfonía nº 1: allegro molto, tema principal (desde 3:19)
y coda del cuarto movimiento


Envuelto en sudor, DON QUIJOTE sufre la pesadilla de su última batalla… hasta sentir el alivio de la acariciante ilusión.

NARRADOR.- En un ensueño, el Caballero andante se deja arrobar por la etérea imagen de su amada: airoso porte, esbelto cuello, dorada cabellera, rostro dulce y mirada sonriente. Se le aproxima danzando grácil como una sílfide y, ya muy cerca, le ofrece sus pálidas manos y su jugosa boca insinuante. Ella se aleja pero vuelve, una y otra vez, como en un juego tentador y sin malicia. Y él, inflamado de amor caballeresco, henchido de ternura, intenta tocarla suavemente…

DON QUIJOTE.- (Con delicada entonación.) ¡Oh, bella Dulcinea! Soy vuestro, mi señora, esclavo de vuestra fermosura y siervo de vuestra voluntad. Por vos he luchado y por vos combato; el acero de mi espada lo soporta vuestra imagen. Por vos he renunciado a goces mundanos y a carnales ofrecimientos. Por vos vivo en esta austeridad y en tal penuria. Por vos he aguantado mil burlas y sufrido lo indecible. Por vos he de vivir y, ante Dios lo juro, moriré si es preciso; porque prendida a vuestra alma va la mía. Por ser digno de vos, por vuestro amor, he renacido. No le temo a la muerte: solo temo perderos, Dulcinea… ¡Oh, Dulcinea!

NARRADOR.- Mientras pronuncia en el mágico silencio, fatigado por las pasadas jornadas e imaginando venideras, la hermosa fantasía se aleja lenta. El enamorado caballero la contempla resignado. Con amante despedida, Dulcinea desaparece tras un peñasco oculto en la arboleda, del mismo modo que llegó, con armonioso movimiento. «¡Hasta siempre!», escucha don Quijote. Se aplaca su delirio, se serena su corazón… y se agiganta el inmortal sueño.

José M. Brea Feijoo
21 de marzo de 2005
***
Dedicatoria: A David Revilla Velasco, especialista en Jean Sibelius y creador del maravilloso blog Sibelius en castellano, con quien he mantenido sabrosas conversaciones en torno al gran músico finés.

Nota: los vídeos se han ido cambiando por eliminación de los iniciales de YouTube.

2 comentarios:

  1. Nunca hubiera asociado a Jean Sibelius con Don Quijote... Y, ahora, me parece absolutamente indicado. Ha sido una agradabilísima experiencia; aunque, al final he tenido que permanecer unos minutos escuchando el silencio para "relamerme" de gusto (espero que esta expresión no resulte grosera) saboreando la deliciosa satisfacción que me ha proporcionado ese cuarto movimiento de la sinfonía nº 1 de Sibelius.

    Ahora, un tiempo después, estoy escuchando a Gershwin, y se me va la cabeza intentando asociarle pasajes literarios...

    Eres lo contrario de aquel "yankee" en la Corte del Rey Arturo del que nos hablaba Mark Twain, José Manuel, eres un hombre del Renacimiento teletransportado a nuestra "Hispania" actual.

    Interesantísima la idea del "Tríptico de Don Quijote".

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  2. Querido Francisco, merced a tu comentario he realizado un pequeño añadido introductorio a la tercera escena, para que el "allegro molto" previo al gran tema melódico principal del cuarto movimiento de la primera sinfonía tenga sentido, dejando la coda final como acompañante al silencio reflexivo. Mil gracias por tus gratas palabras.

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