lunes, 24 de abril de 2017

Morir con los guantes puestos


Morir trabajando en lo que a uno le gusta, puede ser visto como una tragedia cuando se produce a edad temprana, pero también como un final glorioso.

Los curas pecan y los médicos enferman, es indudable. Y unos y otros, cuidadores de almas y de cuerpos, no pueden evitar su final existencial, como todos los mortales. Lo que no sucede siempre, o sucede raras veces, es que fallezcan durante el desempeño de su oficio. Que a un sacerdote se le pare el corazón oficiando misa no es habitual. Tampoco que un director de orquesta expire en un concierto mientras dirige, aunque aquí ya hemos traído el caso de Giuseppe Sinopoli. Ni que un cirujano emita su último aliento en el quirófano, durante una operación, tratando de mejorar la salud de un paciente o de salvar su vida. 

¡Qué ironía existencial! 

Pero hay casos que se han recogido en los medios, y uno no demasiado lejano en el tiempo -y cercano por la rama familiar paterna- es el del doctor Francisco Bouzón, que además tenía inclinaciones musicales. La vida es así de imprevisible. Si morir haciendo lo que a uno más le gusta es un legítimo deseo, como dicen a menudo los actores que sueñan con acabar sus días sobre un escenario a avanzada edad, el desenlace de este cirujano que murió joven y con los guantes puestos fue un hecho infortunado. Y, aun así, podemos considerarla una muerte gloriosa.

Nos sumamos al reconocimiento póstumo de este cirujano, que había formado su propio grupo musical, y valga también en su honor una canción de los Beatles, por quién el doctor Bouzón sentía verdadera debilidad.

While My Guitar Gently Weeps  –The Beatles
(Mientras mi guitarra llora suavemente)

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