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lunes, 19 de enero de 2009

Grandes compositores y desequilibrio emocional (1): Introducción


Muchos creadores de arte han dado muestras de poseer un talante no del todo equilibrado, quizás por imperativo genético, por las circunstancias ambientales o por ambos factores asociados. Rebasar el umbral de lo admisible, de lo establecido como norma, en fin, de la medianía, distingue en ocasiones al artesano del artista, la obra simplemente aceptable de la excelsa o sublime. Adversidades y contratiempos parecen significar más bien acicate que rémora; aunque el dolor o el sufrimiento –debido mayormente a carencias básicas– no es un caldo de cultivo favorable para el desarrollo de las artes, que florecen mejor en situaciones de paz y prosperidad, a menudo espolean la imaginación de los humanos. El escritor Sthendal definió la enfermedad como “inventora de sensaciones” y Baroja, escritor y médico, escribió que “sufrir es pensar”. Sin embargo todo es relativo, porque en los períodos de postración psíquica la inspiración de los artistas suele ahogarse en territorios de sequía.

Si escritores y poetas son bien conocidos en cuanto a sus desequilibrios no lo son menos los constructores de la magia sonora, del arte más excelso que nace y muere de continuo, y cada vez de modo diferente. Ciertamente hubo casos significativos de músicos aparentemente equilibrados que, a pesar de su juicio, alcanzaron gran altura creadora. Baste citar a Johann Sebastian Bach (1685-1750), que ha pasado a la historia como un extraordinario músico, de magna obra concebida durante una larga trayectoria vital –si la comparamos con otros grandes compositores que murieron a edad temprana– que no sufrió grandes desórdenes emocionales, considerando que quedó huérfano de padre a los diez años y que diversos avatares obstaculizaron su camino; pero se nos antoja paradigma del equilibrio formal y de la estabilidad emocional. O a Félix Mendelssohn (1809-1847), que tuvo todo a su disposición, en el seno de una familia adinerada e influyente, sin entregarse por ello a lo frívolo o intranscendente; en una corta vida, sin sobresaltos ni hundimientos significativos, logró una obra creadora digna de encomio. O a Johannes Brahms (1833-1896), enérgico, exigente consigo mismo, soltero vocacional, continuador de la tradición clásica en pleno romanticismo, con la suficiente frialdad para desechar sin reparo “las notas sobrantes”, controlador de su música y su espíritu, aun presenciando dolorosamente el deterioro y la muerte de su protector y amigo Robert Schumann, de cuya mujer, Clara, probablemente estaba enamorado, sin aspavientos discordantes con su natural discreción.

Pero aquí nos interesan aquellos compositores cuya vida está plagada de conflictos interiores, que rayaron la locura o se adentraron en su oscuro reino, que de algún modo salieron de la norma y reflejaron sus cuitas o su amargura en el pentagrama. Y aunque reza el dicho que “de poetas y de locos todos tenemos un poco”, admitiendo como normal cierta dosis de extravagancia, en la historia de la música hay casos dramáticos de personajes que rebasaron la admisible y benefactora “locura”; algunos intentaron el suicidio y fueron recluidos. Hemos de considerar también como representativos de la destemplanza a compositores en extremo preocupados por la existencia, obsesionados con la muerte o con el trasmundo. ¿Qué hay allende lo visible?, se preguntaban con abrumadora insistencia, angustiados en el filosófico cuestionamiento que limita al hombre pensante desde remotos tiempos.
Con alguna de las peculiaridades referidas podrían tener cabida muchísimos músicos, pero en una muestra representativa debemos ser selectivos.
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Hasta aquí una larga introducción a los grandes compositores de la música occidental que presentaron algún tipo de desequilibrio emocional, incluso trastornos psíquicos graves, en contraste con una labor creadora plena de equilibrio. Músicos que tuvieron relación con médicos y psiquiatras de su tiempo, que dejaron huella en su correspondiente época y cuyo interés todavía persiste, por sus vidas y por sus obras, perdurables como legado intemporal. Por si te interesa el tema, dejo el enlace al artículo completo publicado en Filomúsica (revista electrónica de música culta):  

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