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sábado, 16 de mayo de 2009

El son cubano: creatividad infinita


Detengámonos en algunas consideraciones de Alejo Carpentier respecto al son cubano y hagamos por nuestra parte alguna reflexión.

El son es uno de los más ricos frutos del folklore musical que puedan imaginarse, consistiendo el prodigio de esta música en ser esencialmente polirrítmica. Aun con un discurso melódico rudimentario, los múltiples acentos combinados lo convierten en una sinfonía elemental. La acariciadora guajira, el bolero o la clave pueden dar sensación de monotonía, por su uniformidad, pero los contenidos multirítmicos de las danzas populares, con el son a la cabeza, no fatigan, no aburren, sino que mantienen despierta la atención de quien los recibe.

Tiene el son los mismos elementos que el danzón o contradanza, pero mientras éste es baile de salón aquél es popular, y mientras la contradanza se ejecutaba con orquesta el son era canto ejecutado con percusión. Mediante la danza cubana por excelencia, la percusión afrocubana puso de manifiesto sus extraordinarios recursos expresivos, toda su fuerza arrolladora. Como dijo Émile Vuillermoz, la “batería” cubana está llena de matices, de zumbidos embrujadores y caricias de seda.

El son, así como la rumba (las diversas rumbas cubanas son danzas calientes cuyos ritmos acompañan coreografías que remozan viejos ritos sexuales) ofrecen un discurso que se presta a ser ampliamente desarrollado. No hay que olvidar que del son nace la rumba, como de la habanera el tango argentino. Podríamos entrar en la cuestión de si es mejor dejar la música en su pura desnudez inicial o llevarla a complejas estructuras armónicas y contrapuntísticas por musical mano cultivada, pero siendo condescendientes deberemos admitir que cada forma tiene su momento y su lugar. Verdaderamente el son deja libertar para la invención rítmica y, por tanto, para la fantasía, para la creatividad infinita.

Nacido en la región oriental (probablemente en Baracoa –Santiago de Cuba– y Guantánamo) a principios del siglo XIX, no tuvo sin embargo amplia difusión hasta que se dio a conocer en La Habana, por mediación del Sexteto Habanero, enfrentándose a la fuerte ofensiva del jazz. Y Carpentier, corriendo el año 1925, ya vislumbraba sinfonías, suites y poemas sinfónicos cubanos basados en las propias raíces. No olvidemos que el estadounidense George Gershwin creó en 1932 su Obertura cubana basándose en ritmos del país caribeño.


Consideraba el eminente musicólogo que Cuba le debía mucho a sus músicos populares, en cuanto a la afirmación de valores propios ante el mundo, y que la única fuerza sonora equiparable al jazz en el siglo XX era la música popular cubana, hecho que para él rebasaba el campo sonoro y alcanzaba el de la sociología (Bohemia, La Habana, 1º de octubre de l971). A su modo de ver, una música en constante transformación, por tanto viva y no muerta como otras. Esencialmente polirrítmica, como ya se apuntó, y con el son como elemento fundamental.

Sin embargo, para el autor de El siglo de las luces no se trata de folklore sino de música popular urbana en permanente evolución, hecho significativo teniendo en cuenta que el son proviene de áreas eminentemente campesinas, de montes, de ahí el primitivo son montuno; al pasar por la capital se haría urbano. Por otro lado, no parecen inquietarle las influencias foráneas, pues llegarían a cubanizarse; el mismo danzón, o contradanza clásica, dejaría su instrumentación de cuerda adoptando saxofones, trombones, trompetas –metal en suma- y percusión, adaptándose al sentir cubano.

Después de que el son llegara a La Habana, procedente de Oriente, y se popularizara en los años veinte, en los cuarenta surgiría el mambo, cobrando en manos de Pérez-Prado un valor extraordinario. Apunta nuestro musicólogo que, como novedad, trajo un factor percusivo llevado a los instrumentos de metal, así como una subdivisión de los compases. Indudablemente, significaba una nueva explosión evolutiva.
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Hasta aquí un escrito que forma parte del ensayo publicado en Filomúsica (revista de música culta) con el título de Alejo Carpentier, musicólogo. Para el ilustre escritor, la historia de la música cubana demuestra que impera en ella la fuerza de la “cubanía”, por la vitalidad del propio acento y de los intérpretes de la gran isla caribeña. La misma fuerza que impregna su obra literaria.

El son cubano es el género musical de Cuba por excelencia, reconocido en los aspectos de baile y de canto; la danza y la poesía se entrelazan en él de modo peculiar. De manera simplificada, podemos decir que es hijo del danzón y padre del mambo. Entrando en detalles, diríamos que es el fruto del encuentro musical de elementos hispanos, europeos, africanos y caribeños.

Además del referido Sexteto Habanero (clásico sexteto tradicional cubano: guitarra, tres, bongó, claves, maracas y contrabajo; + trompeta = septeto), no hay que olvidar a otros grandes intérpretes de son, a otros “soneros”, ya grupos instrumentales o individualidades, como los compositores Ignacio Piñeiro y Arsenio Rodríguez o el mítico cantante Benny Moré.

Y para profundizar en el conocimiento del arte musical de la gran isla caribeña, dejo los siguientes enlaces de interés sobre música cubana:
Sólo resta dejar aquí alguna interpretación sonera, por lo que traigo una pequeña muestra del inconfundible sabor del son a cargo del mítico Sexteto/Septeto Habanero.

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