No es signo de buena salud el estar bien adaptado a una sociedad
profundamente enferma. Krishnamurti
Veamos algunas de las demandas sanitarias originadas por problemas sociales, de diversa índole, en un día de consulta del médico de familia.
–Desde Consejería de Servicios Sociales solicitan informe, sin especificaciones, sobre adolescente. Trabajadora social no está al tanto. Y en historia clínica consta sólo declaración de la madre: «Se pone violenta si se la priva del teléfono móvil».
–Drogodepediente de unos cuarenta años a tratamiento con metilfednidato por Unidad de Dependencia a Sustancias Psicoactivas de Servicio de Psiquiatría: «Quiero que me hagas otra receta (a mayores), porque me robaron la caja que tenía en la mochila». [Mismo cuento relatado previamente a otro médico, que no creyó su narrativa, sospechando que estaba traficando con el fármaco.]
–Consulta telefónica: «Soy el tutor de XXX (adolescente de quince años), de Aldeas Infantiles. Necesito que le active el anticonceptivo... Ya lleva un año tomándolo».
–Usuario de treinta y tantos años entra sin saludar y dice con desenfado: «Hágame un informe para que el ayuntamiento me pague el dentista...». Mientras habla, le suena el móvil y... ¡exhibe un iPhone de última generación!
–Adolescente de quince años, diagnosticada y tratada de TDAH, y hasta la fecha atendida por pediatra, viene con la madre, que habla por ella: «Esta mañana me dijo mi hija que le dolía un poco la cabeza, y yo le respondí que teníamos que ir de urgencia al médico... ¡Hay que preocuparse por el mínimo síntoma!». La moza, encogida a la vera de su superprotectora madre, ni se mueve.
–Como una exhalación, entra por la puerta una mujer joven diciendo: «Necesito que me dé la baja... Estoy totalmente estresada... ¡Por el trabajo, por mis hijos, por la familia..., por la vida!». Un caso más, entre muchos, de trastorno adaptativo.
–...
Con una jornada así, en la que se suceden consultas como éstas, o causadas por otro tipo de problemas sociales, de jóvenes, adultos y ancianos (en éstos, la situaciones de soledad y desamparo son capítulo aparte), de mujeres y hombres, nos preguntamos hacia dónde vamos y qué es lo que queremos en esta mal llamada sociedad del bienestar (lastrada de pobreza, marginación y violencia), en la que todo es disconformidad, malestar e insatisfacción. Y aunque uno sea comprensivo, benevolente, en extremo tolerante, cabe cuestionarse la realidad social. Algo —o todo— está fallando en una sociedad desequilibrada, que protege o mima a unos y descuida o maltrata a otros. Los extremos no son buenos.
La sociedad está enferma, muy enferma. Y los gobernantes la idiotizan cada día más con la ponzoña de la estupidez. Permitidme un aullido: ¡Auuuh!
Lobo-hombre en París – La Unión
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