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miércoles, 3 de julio de 2024

Leyenda futura


[Relato]

Año 2101. Vigo es una ciudad autónoma. En los últimos treinta años ha alcanzado un desarrollo inimaginable. Es una gran urbe, próspera y hermosa, que atrae a gente de todos los rincones del planeta. Su población ya supera los cuatro millones de habitantes. Tiene una tasa de paro mínimo y la mayoría de sus ciudadanos se declaran felices. Siendo un logro colectivo, el mérito principal es de su último regidor, que en estas tres décadas ha puesto todo su empeño y su admirable talento. Un alcalde inteligente y entusiasta. Su nombre: Posibilitino Audaz. Un hombre de acción, no de falsas promesas, intrépido y complaciente con todo aquél que llama a su puerta.

—¡Adelante! —repite una y otra vez, después de escuchar atentamente.

Desde el monte de O Castro contempla la esplendorosa ría y el futuro, un futuro magnífico. En ese histórico enclave, donde ha establecido la Casa Consistorial (recuperando el viejo sueño del arquitecto Antonio Palacios), su optimismo crece día a día. No le falta presupuesto, lo cual ayuda mucho. La ciudad genera suficientes recursos económicos y, por si fuera poco, se acaba de descubrir petróleo a pocas millas de las Islas Cíes, con reservas estimadas para siglo y medio; un buen yacimiento de combustible fósil, todavía usado en época de electrificación y energías renovables. La industria es boyante; los astilleros no dejan de recibir pedidos, las dos fábricas de automóviles mantienen una producción continua, se han recuperado conserveras y la mayor parte de los negocios, grandes, medianos y pequeños, van viento en popa. En ello repara Posibilitino, que, solo o acompañado, mueve la cabeza de arriba abajo, afirmando sonriente, y exclamando cortés lo que todos esperan:

—¡Adelante!

La ciudad respira energía y salud desde Teis a Saiáns, desde Candeán a Valadares. Los barrios de Bouzas y Lavadores parecen miniciudades, y el centro es un emporio, por el florecimiento del comercio, de las finanzas y de las artes. Nada que envidiarles a míticas metrópolis, se llamen Nueva York, Londres o Tokio. Pero Posibilitino no se conforma, quiere superarlas a todas. Tiene motivos. Con tanta riqueza, y sin atisbo alguno de corrupción, el nivel de desarrollo es más que saludable. Vigo dispone de un sistema de transporte impresionante, con vehículos autoabastecidos energéticamente y polivalentes. Además de deslizarse a ras de tierra, son anfibios y voladores. El del máximo mandatario, lo recoge diariamente en su casa particular y lo lleva hasta la casa consistorial atravesando las calles, o la ría cuando tiene que desplazarse a los distritos del norte, y alza el vuelo si precisa ir al encuentro de alcaldes de otras ciudades. Consciente de lo que ha conseguido y de los planes, presentados por los entendidos, que están en sus manos, Posibilitino llora de alegría sin dejar de pronunciar lo acostumbrado.

—Juan, Perico, Andrés, Carmen, Teresa, Lola… ¡Adelante!


Mientras se desplaza, Posibilitino se congratula con lo logrado en su querida ciudad. Primer puerto del mundo en todas sus facetas. Dos estaciones de ferrocarril punteras, parejas a las de autobuses, que más bien parecen de aeronaves espaciales. Aeropuerto multiplicado por cuatro en su capacidad. Urbanismo revolucionado, ampliadas las calles otrora raquíticas, Avenida de Madrid con ocho carriles en cada sentido. Naturaleza preservada: espacios verdes por doquier (más allá de Castrelos o A Guía), playa de Samil en su estado original de inmensas dunas, espléndido jardín botánico, gigantesco acuario. Éxitos culturales y deportivos son señas de identidad: el Celta campeón de liga de fútbol de manera continuada desde hace quince temporadas, la ciudad de Vigo candidata a organizar los próximos Juegos Olímpicos, los tres grandes teatros siempre abarrotados, la Orquesta Sinfónica de Vigo amplificando su fama mundial… En fin, una localidad atractiva para deportistas, actores y músicos; también para científicos, inversores, pintores, escultores, arquitectos…; para todos aquellos que tengan algo que aportar a su grandeza y para los desamparados, pues por encima de todo es solidaria.

El triunfalista alcalde se siente el hombre más feliz del mundo; no cabe en sí de gozo, como se suele decir. La sonrisa no abandona nunca su cara. Está rodeado de buenos concejales y asesores. Mujeres y hombres en quienes confía ciegamente. Si le presentan una idea, un proyecto, un plan, él da por hecho que tiene que ser brillante. Y, sin variación, responde exclamativamente con la misma palabra de ánimo:

—¡Adelante! 

Un día entró en su despacho el concejal de Obras y le presentó un proyecto.

—Propongo dos nuevos puentes sobre la ría, unidos entre sí de forma circular. Este sistema garantizaría un tráfico más fluido y nos permitiría la ampliación provisional de cada uno de ellos si el otro estuviese inutilizado, por obras o desperfectos. Cohesionaría más las dos orillas. ¿Qué le parece, don Posibilitino?

—Por supuesto que sí… ¡Adelante! 

En otra ocasión, las concejalas de Cultura y del Mar le aportaron al unísono otra idea. Creían que sería bueno establecer un festival Martín Codax de manera permanente. 

—Reivindicando a nuestro trovador, atraeríamos a escritores y poetas nacionales e internacionales —dijo la de Cultura.

—Pondríamos en funcionamiento antiguos barcos de vela para hacer paseos instructivos sobre las aguas que loó el músico-poeta medieval —añadió la del Mar—. A bordo se recitarían sus versos y se cantarían sus canciones en este entorno marítimo inigualable. Vendrían miles de personas a este reclamo turístico. ¡Y sería tan enriquecedor…!

—¿Qué opina, don Posibilitino? —preguntó la de Cultura, asistida con un gesto condescendiente por la del Mar.

—¡Adelante! —sentenció el alcalde.


Cualquier concejal que expresaba su deseo y los asesores no rechazaban, recibía esa respuesta favorable. Pero, sorprendentemente, la última propuesta del concejal de Transportes lo ha dejado dubitativo: una red de metro a diferentes niveles y con trenes configurables. Algo único, tecnológicamente nunca visto. Ideados para no dañar a los pasajeros, en caso de accidente o de catástrofe, y para salir a la superficie por un mínimo espacio (dispondrían incluso de tuneladora de emergencia para abrirse paso). Esto ya le parece ciencia ficción, sueño de Julio Verne.

—¡Despacio! 

Sin embargo, acaba consintiendo con una condición.

—Yo haré el viaje inaugural conduciendo la primera máquina de tren configurable —dice mientras se le clavan muchos ojos pasmados. 

Tras un murmullo y un silencio, así se acuerda. Y pronuncia la palabra clave.

—¡Adelante!


Llegado el día, Posibilitino, junto a un maquinista instructor, se pone a los mandos del peculiar tren subterráneo; un tren que, aparte de automoldeable, alcanza altísimas velocidades, como un tren bala de superficie. Respira hondo, se concentra como nunca y escucha una voz profunda, que cree la del maquinista y es la suya propia: «¡Adelante!».

Y la máquina sale como una exhalación, embalada, misteriosamente sin su convoy y dejando atrás al experto acompañante, yendo sola con el señor alcalde como conductor. Un evento no previsto, inconcebible, casi sobrenatural.

Por fortuna, después de recorrer varios kilómetros, los técnicos consiguen detener la máquina, justo en la estación dedicada a Carlos Oroza (autor del poema «Prohibido el paso»; como si fue un chiste); y enseguida miembros de Salvamento Subterráneo rescatan a don Posibilitino, sano y salvo.

¿Lo imagináis ansioso, tembloroso, muerto de miedo?

Nada de eso.

El osado alcalde, para quien nada es imposible, se apea contento; saluda a los asombrados asistentes y responde campechano a las preguntas de los periodistas. Finalmente, cede el paso al verdadero maquinista, pálido del susto, casi cadavérico. Lo tranquiliza, le da una palmadita y le dice que ahora el tren es todo suyo. Y proclama como de costumbre:

—¡Adelante!

Posibilitino Audaz, genio y figura... El responsable de esta leyenda futura.

[2023, 6 abr.]

El mundo en 2050

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