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miércoles, 16 de febrero de 2011

A través de la historia de la música (3): El modernismo musical


Revisadas la música antigua (medieval y renacentista) y la de los tres grandes períodos musicales (barroca, clásica y romántica) de la cultura occidental, toca ahora referirnos a la última etapa, iniciada en el siglo XX con nuevos lenguajes armónicos. Desde entonces hasta nuestros días, podemos hablar en este ámbito de música moderna-contemporánea, si bien el término de música contemporánea se ciñe expresamente a los últimos cincuenta años. En definitiva, una música del siglo XX que se extiende hasta el XXI.

Antes de la época moderna, la música era tonal, fácilmente comprensible y predecible en su desarrollo, llevaba una evolución aparentemente natural, sin demasiadas convulsiones. Los compositores avanzaban en sus concepciones sin dejar de mirar atrás, aferrados a sus referentes del pasado, y respetando lo ajeno o criticándolo, en función de su generosidad o egocentrismo. Los excelsos genios románticos, generalmente con poca capacidad de transigencia, se vanagloriaban de su talento creativo y suscitaban aureolas de divismo. Sus sinfonías o sus óperas eran únicas, inalcanzables, irrepetibles. La modestia parecía reservada para los más humildes, que los hubo en el panteón de grandes compositores (en este sentido, Dvorak se me antoja paradigma), o para los menos dotados. Diferentes aspectos y personalidades quedan fuera de esta rauda travesía, necesariamente excluyente.

Alcanzado el siglo XX, aún prevalecía la individualidad propugnada en el Romanticismo, bien representada por colosos como Gustav Mahler (1860-1911) o Richard Strauss (1864-1949). Algunos compositores prefirieron permanecer al margen de rupturas y seguir la línea continuista, emulando a sus predecesores; otros llegaron hasta el borde del abismo innovador y allí se detuvieron. Valgan de ejemplo Sergei Rachmaninov (1873-1943) y Jean Sibelius (1865-1957) para esos respectivos posicionamientos. El segundo abandonó su labor compositiva mucho antes de su muerte, estimando que no tenía nada más que decir o consciente de que su voz ya estaba fuera de lugar. Pero la desaparición de la escena de grandes maestros no detuvo a la gran música en su imparable avance.

En la Época Moderna se produjeron grandes innovaciones. Surgió la corriente del impresionismo musical, encabezado por Claude Debussy (1862-1918) y Maurice Ravel (1875-1937) haciendo énfasis en los efectos tímbricos. Comenzó a imponerse la atonalidad y se creó el dodecafonismo, el sistema atonal desarrollado por Arnold Schöenberg (1874-1951) como técnica principal del serialismo (empleo de series de notas sin repeticiones), utilizando las doce notas de la escala cromática, inasimilable para oídos no acostumbrados a tan peculiar lenguaje. Asimismo, irrumpió la politonalidad, o uso en una obra de varias tonalidades simultáneas, y la modalidad, o empleo de modos y escalas de épocas pretéritas, bien aprovechada por Béla Bartók (1881-1945). Comparadas con lo anterior, estas corrientes experimentales eran difíciles, extrañas o desagradables, nada predecibles. No obstante, en medio de las turbulencias se produjo un retorno a lo clásico, un neoclasicismo, del que participaron Igor Stravinsky (1882-1971) y Sergei Prokofiev (1891-1953), sin impedirse una combinación de lenguajes que conllevó auténticas ensaladas estilísticas.

Como parte de la música experimental* desarrollada, a fines de la década de 1940 comenzaron a grabarse sonidos y ruidos de la calle o de la naturaleza y a combinarlos con sonidos instrumentales, surgiendo así la llamada música concreta, que marcó el comienzo de la música electrónica al comprobarse que el sonido gravado era susceptible de manipulaciones electroacústicas ilimitadas. Otra corriente innovadora fue la música aleatoria, que daba gran valor a la improvisación.

*El estilo más popular de la música experimental es la música minimalista, también denominada música posmoderna o música repetitiva.

La posterior evolución de la música de vanguardia, las diferentes escuelas y la intensa experimentación producida –hasta la extravagancia– salen de esta síntesis histórica. Con intención generalizadora, basten dos ideas: la de elitismo intelectual, por estar reservada a minorías (siendo poco aceptada por el público y escasamente programada en conciertos), y otra de mezcla, derivada del uso combinado de instrumentos clásicos, aparatos electrónicos y cintas grabadas.

¿Y otros lenguajes musicales? Ni que decir tiene que el jazz, surgido como forma musical en ese siglo, supuso una revolución, en cuanto a la penetración de las raíces africanas en una sociedad norteamericana heredera de la tradición europea y a la ruptura de moldes, donde la música clásica estaba aprisionada. Se trataba de un lenguaje diferente y emocionante, expresión de una tradición negra a través de los medios que el blanco le proporcionaba, que daba gran valor a la improvisación y al desarrollo de variaciones melódicas, y que habría de influir en músicos de la esfera clásica. Una forma de liberación que alcanzó un extremo que, tal vez, pudiera parangonarse con la música experimental. Y fuera también del mundo clásico, algunos han proclamado la existencia de una música progresiva, con la teórica introducción de elementos sinfónicos en el ligero género rock, para irritación de puristas y regocijo de los más eclécticos.

El Mar de Claude Debussy
De esta obra maestra, estrenada en 1905, disfrutemos del tercer esbozo, “Diálogo del viento y el mar”, en una vibrante interpretación de la Orquesta Nacional de la Juventud de Venezuela dirigida por Gustavo Dudamel


La consagración de la primavera, de Igor Stravinsky
De esta composición innovadora (armonía, ritmo y timbre), una obra de ballet que supuso un escándalo el día de su estreno en París, en 1913, pero que cambió la música del siglo XX, propongo una recreación de la bailarina Pina Bausch y el ballet de Wuppertal, en la parte final, “Acción ritual de los antepasados” y “Danza sagrada” (La elegida), con la interpretación musical de la Cleveland Orchestra & Pierre Boulez


¿Qué dirían los clásicos reverentes ante la descomposición de la perfecta armonía y del calculado contrapunto, al comprobar el abandono de ciertas leyes matemáticas? Acaso se susciten dudas, porque en la propia evolución de la música llamada culta ha habido continuamente músicos irreverentes, rebeldes o malditos que la han llevado por otros derroteros a través de nuevos lenguajes. Está justificado, es legítimo cuando la creación artística busca persuadir, deleitar, atraer el interés cuando más de lo mismo no estimula los deseos ya saciados. Monteverdi rompió moldes, y Bach, y Mozart, y Beethoven, y Berlioz, y Liszt, y Debussy, y Stravinsky, y Schoenberg... De alguna manera, todos ellos han sido revolucionarios. Sin embargo, la comprensión de los compositores "clásicos" suele dilatarse en el tiempo; han de pasar muchos años antes de que sean valorados en su justa medida.

Al cabo, la música sólo debiera valorarse en función del resultado sonoro: será buena o mala, por encima de los demás apelativos. Cuando uno escucha obras tan sublimes como La Pasión según San Mateo de Bach o El Mesías de Händel, descubre el barroco más escolástico, pero igualmente el fruto del legado de generaciones anteriores, de búsquedas y avances hacia la perfección codiciada. Son obras colosales que conmueven, pero no necesariamente más que un lied de Schubert, un nocturno de Chopin o un tango de Piazzolla. Los medios de expresión aun siendo diferentes persiguen un mismo fin: lograr el pálpito, el estremecimiento o la alegría del frágil corazón humano, en lo divino o en lo terreno. Eterna indagación que mucho y nada encuentra, aunque baste la caricia de consuelo que las notas pueden deparar a los mortales.

Claves de acceso a la música del siglo XX
1ª parte

2ª parte
***

2 comentarios:

  1. Interesante, complejo y amplísimo tema el que tocas hoy, José Manuel: música experimental, música intelectual, música sensorial...estética y evolución...en fin....da para muchas horas de conversación ¿verdad?
    Bicos

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  2. Lo de música intelectual, querida Lola, siempre me ha dado que pensar. Si el arte sonoro se redujera a lo racional, yo no sería melómano. Esta idea da para para otra entrada.
    Biquiños tradicionales.

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