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domingo, 27 de enero de 2013

El drama hispano del paro laboral

6.000.000 de parados

Desde que entramos en un proceso de recesión económica singular y, particularmente, con nuestra creciente tasa de desempleo como indicador económico negativo, han comenzado a emerger todas nuestras miserias en torno al trabajo y las relaciones laborales: precariedad, conflictividad, picaresca... Si bien es cierto que también han salido a relucir nuestros mejores valores como sociedad: solidaridad, colaboración, sacrificio…

Y es nuestra particularidad como sociedad, la idiosincrasia hispana, lo que me hace reflexionar en torno a este asunto. Siendo un país de extremos, o se nos tilda de esforzados trabajadores o de vagos recalcitrantes. España es así, sin punto medio (salvando las diferencias entre comunidades autónomas). Para los empleadores, otro tanto, implacable o confiado; tal vez escasee el modelo de empresario exigente y flexible a un tiempo, que busca la rentabilidad, lógicamente, sin deteriorar las relaciones humanas con sus productores.

Sobre empleo de calidad, y aunque las comparaciones sean odiosas, haré un comentario sobre un paciente joven, de treinta y pocos años, que tenía síntomas de estrés por pérdida de empleo. Vino recientemente a consulta para despedirse, porque tras una entrevista en otro país europeo le había dado un puesto con contrato indefinido. Y lo que más le sorprendía, le habían entregado un librito en el que constaban sus condiciones laborales, sus derechos y obligaciones y la cuota que tenía que pagar al sindicato correspondiente. Nada que ver, me dijo, con los diferentes trabajos que había realizado aquí. Estaba seguro de que su estado de ánimo iba a cambiar. Esto también da que pensar.

Por supuesto que también se han de promover las condiciones para crear empleo, permitiendo que los emprendedores saquen sus empresas adelante. Y aquí entran las políticas de fiscalidad impuestas por los mandatarios de turno, que actualmente ahogan a pequeños empresarios y ciudadanos, llevando a una disminución del consumo y al cierre de las factorías que producen determinados productos que no se consumen, en una espiral de hundimiento económico imparable. En un clima de desconfianza carga impositiva despiadada, llega a comprenderse una parte de la economía sumergida.

Los médicos de familia asistimos a diario a situaciones estresantes derivadas de  la inseguridad en el empleo y el drama del paro, manifestadas como trastornos adaptativos de la víctimas directas y de carga emocional de las indirectas (familiares y allegados), lo que supone un deterioro de la salud poblacional, que suele acarrear consumo de fármacos psicótropos (ansiolíticos y antidepresivos), con su riesgo consecuente, demanda de servicios especializados y de pruebas complementarias, todo incidiendo negativamente en el gasto sanitario. Los dramas personales y familiares conducen al consumo de recursos económicos que habría que emplear en evitarlos.

Con una tasa de desempleo  que ya supera el 26 % de la población activa (la mayor de Europa), lo que significa unos seis millones de parados, es para cuestionarse todas las medias puestas en práctica hasta ahora. Una barbaridad que se acrecienta con una superior tasa de paro juvenil. Miles de jóvenes que no encuentran su primer empleo miran al exterior y se marchan, la mayoría con cualificación profesional e intelectual. Se van los que tendrían que sostener a una población no productiva y cada vez más envejecida. La situación es más que preocupante. Hay que analizar todo lo que está fallando. Y si las medidas de estímulo de la creación de empleo y reactivación económica no son acertadas, como parece, cambiarlas cuanto antes.

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