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lunes, 25 de enero de 2016

Capacidad de resistencia del médico de familia

Sísifo (1920), de Franz von Stuck

Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez. Principio de Hanlon

La bella profesión del médico de familia, del médico general, del médico de cabecera, del “todólogo” de la salud, del ensalzado como pilar fundamental del sistema sanitario, se ve lastrada desde hace muchos años por obstáculos difíciles de salvar, que obstruyen su labor clínica y desgastan su ánimo. Leemos otras reflexiones y corroboramos nuestra legítima preocupación. No es sólo la innegable realidad de las policonsultas. No es sólo la peculiar sanidad estival y el suplicio postvacacional en cualquier momento del año, porque sus pacientes no hayan podido ser atendidos plenamente durante su legítima ausencia. No es sólo que no pueda resentirse su salud, porque salvo accidente laboral o ingreso hospitalario se le aplica una penalización por enfermar (los descuentos son de órdago, sobreañadidos a los recortes salariales ya decretados). No es sólo que esté sometido a la imposición de objetivos economicistas (mal llamados “acuerdos de gestión”, pues se aplican sin acuerdo alguno), que luego tienen un efecto boomerang, y a objetivos que no alcanza a comprender ni quien los diseñó. No es sólo el cambio continuo de la gestión de la incapacidad laboral, para tener que clicar cada vez más veces con el fin de emitir un parte de baja o de confirmación. No es sólo que se encuentre bloqueado profesionalmente, impedido para alcanzar mejoras en su carrera. 

No, no es sólo esto.  Son múltiples facetas de su actividad diaria las que le impiden al médico de familia aplicar plenamente sus conocimientos y que, de tan absurdas y repetitivas, acaban frenando su intelecto. Son cuestiones repetidamente debatidas, planteadas hasta la saciedad como problemas que hay que eliminar pero que seguirán ahí, si nadie lo remedia, in saecula saeculorum, para la eternidad sanitaria hispana. Son obstáculos que ponen a prueba la capacidad de resistencia del médico de atención primaria en la sin par Hispania, la misma que ha alardeado tantas veces, y sin pudor, de poseer uno-de-los-mejores-sistemas-sanitarios-del-mundo. Son rémoras engendradas por la pésima organización asistencial y por una imprecisa delimitación de funciones. Son “necesidades” que no debieran ser tales, y entre ellas las que siguen, de modo que han de entenderse como “necesidad de”:

Justificantes y bajas por enfermedades de corta duración. Un problema enquistado que la Administración debe solucionar negociándolo con las empresas.

Visados de medicamentos por inspección de farmacia. Tener que dar el "visto bueno" a ciertas decisiones de los prescriptores (médicos) es indicativo del nivel de confianza en que nos movemos. Cesar con esta absurda actividad supone casi un cambio drástico de conciencias.

Rehacer medicamentos que se decodifican (cambio de código). Repetir el proceso de emisión de recetas de fármacos ya prescritos, inactivando previamente los decodificados, lleva más tiempo del que desde afuera se puede pensar. Solución: cambio automático del código de los fármacos en cuestión.

Hacer recetas en papel para adquirir “medicamentos extranjeros”. Necesidades como ésta van más allá de la estupidez: suponen un insulto a la inteligencia. Sólo es cuestión de intercomunicar departamentos sanitarios.

Rehacer peticiones analíticas de otras áreas sanitarias (y lo mismo para otras exploraciones complementarias). En el mismo servicio de salud, en la misma comunidad autónoma, hay que cubrir otro formulario cuando el hospital que las ha indicado está ubicado en un área diferente. ¡Increíble pero cierto! Solución: integrar red hospitalaria autonómica, y yendo más allá la red nacional; por supuesto, con la implantación de una historia clínica electrónica única para todo el sistema nacional de salud (¿una quimera?).

Pasar recetas de hospitales privados concertados (una necesidad generadora a menudo de “citas urgentes”). Significa oficializar en recetas del sistema público medicamentos (y también accesorios) que han considerado en otro ámbito. Obliga al médico de familia a asumir una responsabilidad que no le corresponde y, además, parece un contrasentido, pues el tratamiento del paciente (generalmente una intervención quirúrgica) en un hospital privado concertado tiene financiación pública. Solución: posibilitar intercambio de información con hospitales concertados y a éstos la ejecución oficial de sus decisiones terapéuticas.

Gestionar todo lo imaginable y hacer mil y un informes. Son tantas las gestiones que se le delegan (anticoagulación, partes de confirmación, ambulancias, citas y re-citas...) e informes que le piden desde todos los estamentos y organismos públicos y privados (consejerías, ministerios, ayuntamientos, centros psicotécnicos, clínicas odontológicas...), que su tiempo útil se ve reducido al mínimo.


Ante tanto despropósito, los médicos de familia demuestran su capacidad de resistencia, o de resiliencia. Pero la queja general se deja oír con mayor o menor fuerza: “A veces se me quitan las ganas, sintiéndome copista o pasador de recetas y enmendador de entuertos sanitarios… Estoy desmoralizado por tanto tiempo consumido en estupideces… Acabo agotado mentalmente con tanta repetición de los procedimientos… Estoy harto de esta asquerosa buRRocracia… Me dan ganas de cargarme a algún gestor... ¿Quién diseñó este sistema informático?… ¡Cómo es posible que haya tanto inútil dirigiéndonos!...”. Las comparaciones con otros países podrán ser odiosas, pero nos dejan en muy mal lugar. Y a pesar de que los gritos se dejan en el cielo día a día, mes a mes, año a año, lustro a lustro… la misma falta de respuesta por los dirigentes sanitarios, por una Administración Sanitaria sorda, ciega y muda. ¿Habrá que esperar un milagro redentor?

La carga mental puede hacer tanto daño, o más, que la carga física...

Sixteen Tons - José Guardiola

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