La madre, llorosa, trataba de entender rebuscando en la memoria. Su único hijo parecía feliz, hasta aquel día del eclipse lunar que borró su sonrisa. Militar de carrera, regresara de Afganistán. Pensaba renunciar al ejército y adoptar una nueva vida. Deseaba continuar los estudios de Derecho abandonados. Vislumbraba una panorámica de paz ejerciendo de abogado. E inesperadamente, en la oscuridad sonó un disparo que mató su sueño. Hombre legal, había usado el arma reglamentaria.
¿Por qué?, se preguntaba la madre. ¿Su separación? ¿Sus crisis migrañosas? ¿Sus depresiones? ¿Su ansia de cambio?... Lo único objetivo era un gráfico reciente que comparaba suicidios consumados y muertes por accidentes de tráfico: la línea ascendente de aquéllos ya superaba a la de éstos (*). La madre, viuda y sin hijo, especulaba. Trataba de entender el tema mayor de la psiquiatría. ¿Por qué el adiós del soldado? ¿Por qué la violenta despedida del futuro letrado?
Trabajar constituye un deber indispensable para el hombre social. Rico o pobre, poderoso o débil, todo ciudadano ocioso es un ladrón.
Jean Jacques Rousseau
–Dígame, ¿cual es su problema? –le dice el doctor Paratodo a la paciente.
–Quiero que dé un volante para el cardiólogo, y otro para el neumólogo, y otro para el urólogo, y otro para el ginecólogo, y otro para el alergólogo...
–Ninguno... Es por si me encuentran algo y puedo cobrar un subsidio.
Esta entrevista clínica verídica, en periodo de crisis económica, muestra el extremo al que hemos llegado. Una mujer de 50 años y sin trabajo en busca de percibir una renta por minusvalía/discapacidad. Al parecer le habían denegado la renta de inserción social, que por cierto exige, en teoría, estrictos requisitos que, en la práctica, no siempre se cumplen; concedida por seis meses prorrogables, por hipotéticas dificultades de control a menudo se convierte en vitalicia.
Es la muestra de un drama social. O de que vivimos en Gandulandia.
Desde el comienzo de las crisis económica en 2008 ha aumentado el número de solicitudes de rentas de inserción social y de reconocimiento de minusvalía/discapacidad. Las consecuencias son malas para la mayoría de cotizantes. Más subsidios supone más impuestos, aumento de retenciones en nóminas y mayor desmotivación de los trabajadores.
Peor aún es el conocimiento de situaciones que hacen hervir la sangre. Mientras muchos aguardan el derecho legítimo a percibir un mínimo de subsistencia, algunos aprovechados compaginan una renta de inserción social o de discapacidad con trabajos en negro (¿Picarescalandia?). En un foro sobre pensiones no contributivas se recogen algunas revelaciones que claman por medidas de control.
Todos estamos obligados a contribuir socialmente en cierta medida. Si percibimos una ayuda pública hemos de agradecerlo, dando algo a cambio, esforzándonos en contribuir de algún modo al bienestar general. La mayoría de las veces es posible. No es de recibo que unos vivan de la sopa boba mientras otros se consumen y empobrecen por tener que mantenerlos. Como podemos leer arriba, “lo que una persona recibe sin haber trabajado para obtenerlo, otra persona deberá haber trabajado para ello. Cuando la mitad de la gente llega a la conclusión de que no tiene que trabajar porque la otra mitad está obligada a cuidar de ella, y cuando la otra mitad se convence de que no vale la pena trabajar porque alguien obtendrá lo que ha logrado con su esfuerzo, eso es el fin de cualquier nación. No se puede multiplicar la riqueza dividiéndola”. Y queda lejos la utopía de vivir sin trabajar.
Deficiencia: toda pérdida o anormalidad de una estructura o función psicológica, fisiológica o anatómica; temporal o permanente y en principio afecta sólo al órgano.
Discapacidad: toda restricción o ausencia (debido a una deficiencia) de la capacidad de realizar una actividad en la forma o dentro del margen que se considera normal para el ser humano. Concierne a habilidades, en forma de actividades y comportamientos que son aceptados en general como elementos esenciales en la vida diaria.
La discapacidad puede surgir como consecuencia directa de la deficiencia o como consecuencia indirecta por la respuesta del propio individuo.
Las discapacidades se clasifican en 9 grupos: de la conducta, de la comunicación, del cuidado personal, de la locomoción, de la disposición del cuerpo, de la destreza, de situación, de una determinada aptitud y otras restricciones de la actividad.
Minusvalía: toda situación desventajosa para un individuo determinado, producto de una deficiencia o una discapacidad, que limita o impide el desempeño que es normal en su caso en función de la edad, sexo y factores sociales y culturales.
Asombra el esfuerzo ejemplar de personas con importantes limitaciones físicas por amputaciones. Es bien conocido el del escalador Ronnie Dickson, con una pierna amputada. Pero otros también demuestra que no hay límites al esfuerzo.
Sonatina nº 1 "Del taller de un inválido" (Final)– Richard Strauss
Las demencias se imponen en nuestro tiempo como uno de los principales problemas del envejecimiento, y suponen un reto para la ciencia médica.
UNA REALIDAD DIFUNDIDA
Al plantearnos la realidad de las demencias pensamos inmediatamente en la enfermedad de Alzheimer. Pero, aunque se considere esta demencia como la más prevalente, no hemos de obviar la existencia de otros tipos demencias, como la demencia vascular y la demencia por cuerpos de Lewy. Por eso no todos los enfermos etiquetados de "Alzheimer" sufren esta demencia concreta.
La demencia (antiguamente «demencia senil», hoy «trastorno cognitivo mayor») supone un grave trastorno cognitivo –del conocimiento– que acarrea pérdida de la memoria objetivable y afecta el pensamiento –incapacidad para procesarlo–, el razonamiento y el lenguaje. Dificulta la comunicación y provoca una discapacidad para realizar las actividades de la vida diaria, como asearse, vestirse o comer.
En la demencia de tipo Alzheimer hay un deterioro cortical, de la corteza cerebral; no se conoce exactamente la causa, pero se sabe de ciertos factores de riesgo. La demencia vascular se produce por la repetición de accidentes isquémicos transitorios: disminuye el riego o flujo sanguíneo y se daña el tejido cerebral.
Pienso en mi admirado Bebo Valdés, el gran pianista cubano, y me aventuro a decir que no habrá sido la enfermedad de Alzheimer la que le apartó del piano y los conciertos, sino una demencia vascular establecida en base a la aterosclerosis comprensible por su muy avanzada edad (94 años).
Bien es cierto que el diagnóstico diferencial no siempre es fácil, aunque hay algunas «señales» relacionadas con la memoria, el razonamiento, el lenguaje, la autonomía personal y el humor que nos orientan hacia la enfermedad de Alzheimer. Además, hay test diagnósticos o pruebas de memoria que nos sirven de ayuda.
La demencia es una prioridad de salud pública y de ella se habla repetidamente, a menudo de manera trivial. Ahora que se trata de imponer el lenguaje no sexista, es extraño que se hable a menudo en los medios del Alzheimer y no de la (enfermedad de) Alzheimer. Y en ocasiones se ve escrito en la prensa este apellido con minúscula; una vulgarización que parece un menosprecio al médico que describió por primera vez los síntomas de la enfermedad: Alois Alzheimer (1864-1915).
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Señales de alerta de demencia
Diez señales que alertan sobre la enfermedad de Alzheimer
Se habla de envejecimiento poblacional progresivo por el aumento de la expectativa de vida. La consecuencia es el aumento de enfermedades degenerativas y por supuesto de demencias. Se plantea por ello la dificultad de dar respuesta a un número creciente de enfermos. Y se imponen entonces las medidas preventivas.
Los hábitos saludables son fundamentales para la prevención de las demencias y de otras enfermedades degenerativas. El ejercicio físico y la alimentación adecuada se hacen determinantes; el sedentarismo y los desequilibrios alimenticios favorecen los trastornos cardiovasculares y la demencia. La relajación o reducción del estrés es útil para controlar la presión arterial, uno de los factores de riesgo controlables. También se recomiendan el entrenamiento mental y las relaciones sociales, por ser actividades estimulantes de la actividad cerebral.
La enfermedad de Alzheimer es un problema presente que se acrecentará en el futuro si no se actúa cuanto antes. Las medidas preventivas son prioritarias, a la espera de terapias eficaces y, sobre todo, de un tratamiento curativo.
UN RETO PARA EL MÉDICO
Ya establecida la enfermedad de Alzheimer procede tratarla o, al menos, aliviarla. Es responsabilidad del médico. Tratarla significa enlentecer en lo posible su progresión de la dolencia o, en todo caso, aliviar sus síntomas. Hasta ahora solo se dispone de tratamiento sintomático.
Pero tratar esta dolencia no obliga a atiborrar de medicamentos. Yendo más lejos, polimedicar no significa calidad de vida, sino a veces todo lo contrario.
Son muchos los enfermos con demencia tipo Alzheimer que están medicados en exceso (polimedicados),
a veces por múltiples prescriptores, lo que complica su situación y la de las personas de su entorno. ¡Urge la coordinación médica!
Dos tipos de fármacos: 1) inhibidores de la enzima acetilcolinesterasa (IACE): donepezilo, rivastigmina y galantamina en la EA de leve a moderada; y 2) antagonista no competitivo de los receptores de N-metil D-Aspartato (NMDA) [glutamato]: memantina en la EA moderada o grave o como opción a IACE, si intolerancia o contraindicación.
Parece ser que los IACE mejoran el deterioro cognitivo, el estado clínico global y la funcionalidad, pero no se ha demostrado que mejoren la calidad de vida de los pacientes.
UNA CARGA PARA TODOS, Y SOBRE TODO PARA EL CUIDADOR
El médico es necesario como terapeuta, pero los familiares, y en especial quien asume el papel de cuidador, son muy importantes. El cuidador es fundamental. Es el que presta al dependiente la ayuda necesaria para sus necesidades básicas y las derivadas de su situación de dependencia. Admirable tarea la suya.
Idealmente, el cuidador principal debería ser alguien con una personalidad determinada, resistente al desaliento, no propicia a la desmoralización. Pero no siempre es así. Puedo constatar además lo que le escuché decir recientemente en la radio a un colega: el cuidador
se ha vuelvo muy exigente, muy demandante. No hemos de reprochárselo, pues esa exigencia proviene de su inseguridad.
Hemos de reconocer que es muy difícil
no perder la paciencia, no desfallecer al estar al cuidado de una persona totalmente dependiente, que precisa ayuda para todas las actividades de la vida diaria. La labor del cuidador es heroica.
¿Y quién cuida al cuidador?, suele dejarse en el aire esta cuestión. Aparte del autocuidado del cuidador, no profesional, las instituciones sociosanitarias juegan su papel: han de proporcionar el apoyo de profesionales especializados. Los servicios sociosanitarios dependen de la política sanitaria que se aplique en cada momento.
La sociedad en su conjunto ha de aportar su solidaridad para mantener y preservar unos servicios que suponen un coste indudable. Los tiempos han cambiado y las mentalidades deben adaptarse. La población envejece y las cargas son mayores. "Hay enfermos incurables, pero ninguno incuidable", leemos AQUÍ, así como otras frases interesantes en torno al mal de Alzheimer.
Esa grave falta de memoria que aisla nos suscita una emoción de ausencia...
***
Senilidad. Proceso patológico de deterioro y pérdida progresiva de las funciones orgánicas y de las capacidades psíquicas, propio de la vejez.
Demencia. Síndrome caracterizado por el deterioro de la función cognitiva (la capacidad para procesar el pensamiento) más allá de lo que podría considerarse una consecuencia del envejecimiento normal.
El compositor Claude Debussy (1862-1918) dijo del pintor Joseph M.W. Turner (1775-1851) que era el mayor creador del misterio que nunca hubo en el arte. De este talentoso artista inglés, solitario y tal vez depresivo, autor de sublimes paisajes y poéticos ambientes urbanos, y que plasma magníficamente las inquietantes fuerzas de la Naturaleza, hay un cuadro especialmente famoso: El Temerario remolcado a dique seco, que se muestra a la cabecera de esta entrada. Un viejo barco de vela que es llevado al desguace por otro de vapor que simboliza la modernidad; los tiempos mudan y las cosas cambian, al igual que las personas. Pues nada mejor que un vídeo que muestra la obra pictórica de Turner (un pintor romántico que abrió las puertas al impresionismo) realzada por las sonoridades de Debussy (un músico calificado de impresionista que se negaba a serlo). Impresiones en pintura y en música llenas de encanto y de misterio...
Como paciente es curioso observar la cantidad de pantallas de ordenador que hay en Urgencias, y resulta paradójico ver a los profesionales, que se esfuerzan en hacer bien su trabajo, pasar mucho más tiempo frente a la pantalla que frente al paciente. De hecho Urgencias más parece una cadena de producción por donde van circulando ‘vehículos averiados' que un Hospital, en el amplio sentido de la palabra Hospital. (...) El médico en ese contexto es cada vez más gestor y menos médico. No se espera que cure, sino que gestione, y en esa labor las pantallas le marcan los tempos. El médico, y la enfermera, son esclavos de la pantalla. Ella marca prioridades y controla la actividad de los profesionales: en el fondo manda.
Es un fragmento del artículo de opinión "¿Médicos o gestores?", en Diario Médico, de un médico limitado a una específica parcela asistencial. Ninguna queja de la atención sanitaria, al contrario, todo son alabanzas; el descontento es por el sometimiento a una pantalla. El comentario de una médica de familia le recuerda que el sometimiento informático también existe en la Atención Primaria, por cierto en mayor grado y con programas cada vez más complicados, alejados de la clínica y centrados en la gestión. Es parte de un sanitario sometimiento malsano ante el cual nos parece legítimo rebelarse. Si falla la pantalla, si se avería el ordenador, el médico se queda desamparado, como un huérfano del sistema informático totalmente desprotegido. Quizá se inquiete o sude por la angustia; a lo mejor se le queda una mueca entre la risa y el llanto. No sé si es triste o desopilante; tal vez haya que verlo como algo tragicómico.Pero lo que no deja de sorprender es que los propios profesionales caigan de la burra cuando prueban el sistema. Entonces, solo entonces, abren los ojos y se cercioran de que la HCE se diseñó sin pensar ni en el médico ni en el paciente.
La Dra. Ofri hace dos propuestas: 1) elaborar un indicador de tiempo de médico destinado al ordenador, marcar límites y penalizar excesos, y 2) tratar a fabricantes de HCE como proveedores de material sanitario, de manera que puedan ser multados cuando se demuestre que sus productos, por carencias o inadecuaciones en el diseño funcional, hagan que los médicos se alejen del trabajo clínico..
La consulta médica es el mejor observatorio social y psicológico;
en ella sale a relucir lo mejor y lo peor de la condición humana.
Desde mi particular observatorio sanitario, desde mi puesto de atención primaria del sistema público de salud, desde mi personal óptica de médico general o de familia, advierto situaciones o realidades que, como otras ya referidas, no puedo entender o no soy capaz de asimilar. Entre ellas las siguientes:
1
Desinformación de los usuarios respecto a la adecuada utilización de lo servicios sanitarios y a la disponibilidad de prestaciones socio-sanitarias.
2 Número creciente de solicitudes de reconocimiento de minusvalía/ discapacidad desde el comienzo de la crisis económica en 2008, y por problemas mínimos. 3 Solicitudes de bajas laborales por cuestiones insólitas o más que dudosas y con los modos típicos de la ordinariez hispana: "Vengo a que me de la baja".
4
Trabajadores accidentados durante su actividad laboral no derivados a mutua de accidentes (¿de SS?), que paradójicamente controla IT por enfermedades comunes.
5
Incremento de conflictos laborales que acaban causando incapacidades transitorias y, no en pocas ocasiones, incapacidades permanentes.
6
Aumento progresivo de trastornos de ansiedad y del estado de ánimo, circunstancia no contemplada por gestores sanitarios (¡no objetivos de salud mental!).
Utilización abusiva del personal sanitario de centros de salud por el 061 (Servicio de Urgencias y Emergencias Sanitarias) cuando no dispone de personal propio. 10 Un exceso de medicina, que conlleva sobrediagnóstico y sobretratamiento, que es preciso controlar, en aras de la salud física y mental de los ciudadanos.
Y es que el observatorio sanitario da mucha información socio-laboral-sanitaria...
QUERIDA EXPLOTACIÓN LABORAL: TE DEJO, NO CUENTES YA CONMIGO. Estoy en la calle. He renunciado a mi contrato de guardias. He renunciado a la explotación laboral sangrante y despiadada. He renunciado a la esclavitud de un sistema sanitario absurdo que trata a sus profesionales como basura. He renunciado al pisoteo de un jefe que, como tantos otros en la medicina española, maneja su servicio […]
Ese es el precio que tienen que pagar los médicos españoles por vivir de “lo público”. Le recuerdo a usted, señora, que su gremio es de los más activos en la lucha por dar poder a esas cadenas que a usted le han atado.
También le recuerdo que los ciudadanos estamos obligados a pagar, a punta de pistola, las cadenas que a usted le oprimían y que a los ciudadanos nos quitan la libertad de pagar sólo a quienes sean buenos médicos.
Admiro su valentía personal por negarse a vivir esclavizada, pero la solución al problema no es aflojar las cadenas que a usted le oprimían, la solución al problema es dejar de robar a los ciudadanos y permitir que paguen con su dinero al médico que quieran y no a quien un burócrata diga.
Una respuesta que cuestiona la sanidad pública, a la que se obliga a contribuir por supuesta solidaridad, y con la que no todos están de acuerdo. Es una opinión respetable, adoptada por quienes abogan por la libertad de elección. Tampoco olvidemos que perviven los Regímenes especiales de funcionarios (MUFACE, MUGEJU, ISFAS), con opción de provisión sanitaria, pública o privada, y prestaciones complementarias (odontológicas, oftalmológicas y otras), junto al Régimen General de la Seguridad Social, sin opción de elegir atención privada ni prestaciones complementarias. Es decir, hay una gran desigualdad prestacional. Se puede coincidir, con o sin matices, o se puede discrepar, pero lo cierto es que no todo es blanco ni negro. La duda circunda nuestra mente cuando comprobamos la desconcertante situación, creo que generalizada, de convenios y conciertoscon la sanidad privada, muestra de que no existe una sanidad pública ‘‘pura’’, sino contaminada por intereses espurios, una ‘‘sanidad concertada’’ (como sucede con la enseñanza, pero que no todos pueden elegir), bajo el envoltorio de una gestión sanitaria flexible impulsada por los responsables de la política sanitaria hispana. Y la duda se acrecienta al constatar que personas con una profesión científico-humanista, entregadas plenamente a lo público pero subordinadas a la sanidad privada, trabajan -por imperativo organizativo- como si fuesen máquinas.
Hace bastantes años conseguí una edición española de A companion to medical studies ("Un compañero de estudios médicos"), dirigida por R. Passmore y J. S. Robson, traducida aquí como Tratado de enseñanza integrada de la Medicina. Hallé este tratado casualmente en una librería médica especializada (creo que ya no las hay) y me arrepentí de no haberla tenido durante la carrera, pues la había visto en el escaparate de otra librería, a mucho menos precio que los libros que recomendaban en la facultad, y reconozco que en su momento la observé con desdén, por sospechar de que se pudiesen condensar los estudios de Medicina en tres volúmenes (el tercero de ellos doble) y dudar de su contenido científico a tan bajo precio. Después, ya tarde, pude comprobar que no era así, ni mucho menos, y que además la edición era muy buena en la calidad de su presentación. Creo que este "compañero de estudios médicos" no se ha vuelto a editar, y es una lástima, por la practicidad que suponía esta obra para los estudiantes de medicina (tanto que, junto a un buen diccionario médico, pienso que sería más que suficiente).
Este era el contenido del Companion en su edición original:
En el prólogo del primer volumen de la edición española, J. A. Salvá, entonces decano de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Barcelona, habla del aspecto de un grueso anuario telefónico que en principio asusta pero luego, al abrirlo, el lector constata que esta obra es "la primera tentativa racional de ofrecer al estudiante de Medicina los conocimientos que necesita de una forma interrelacionada". La primera tentativa..., y yo sospecho que la última, viendo que esta obra no ha sido reeditada y que tampoco ha habido otras obras que hayan seguido este ejemplo de integración de conocimientos. Se admira Salvá de que el Companion sea una obra tan bien ligada, escrita por 55 autores, bajo la dirección del fisiólogo Passmore y del clínico Robson, donde se encuentra todo lo que el estudiante necesita, que sirve además al médico licenciado para renovar sus conocimientos y al docente para la preparación de sus clases. En el prólogo del segundo volumen, A. Balcells Gorina, catedrático de Patología General y Propedéutica Clínica de la Universidad de Barcelona, reconoce que el desiderátum de una enseñanza integrada es de difícil empeño y que la mayoría de los intentos distan mucho de haber conseguido los objetivos propuestos, pero que el libro de Passmore-Robson y colaboradores viene a romper moldes convencionales, deshaciendo compartimentos estancos y creando una nueva mentalidad, abierta y dinámica. Coincido con estas apreciaciones de una obra total que, desgraciadamente, parece haber perdido su continuidad en el tiempo.
He
pedido prestado el título del libro a don Santiago Ramón y Cajal por no haber
encontrado otro mejor […]
Hay tres cumpleaños claves en la vida
humana: los veinte, los cuarenta y los ochenta. Podría intercalar los
sesenta, pero el rapidísimo aumento de las expectativas de vida los ha
relativizado, excepto a efectos de jubilación, posponiendo la ancianidad hasta
los ochenta años. […]
Cumplir
veinte años significa convertirse en adulto, dejar atrás la adolescencia con
sus sueños, anhelos y frustraciones, e iniciar la ardua, compleja, fascinante
tarea de convertirnos en nosotros mismos. […]
Los
cuarenta significan el vuelco. «La mitad de la vida», según Dante. Se deja
atrás la aventura de crear nuestra personalidad y de comernos el mundo, para
llegar a un compromiso con él. […]
Saltándonos,
como queda dicho, los sesenta, que hasta hace no mucho era el comienzo de la
vejez y hoy es el comienzo de la jubilación con sus infinitas variedades, desde
la mejora de la calidad de vida a su empeoramiento según la salud, economía y
carácter de cada uno, la ancianidad
comienza a los ochenta años y se caracteriza por dos rasgos principales: la
desconexión con la sociedad circundante —«Este ya no es mi mundo» es la frase
más común entre los octogenarios— y la dependencia cada vez mayor del estado de
salud, pues pese a todos los avances de la medicina, el organismo humano
llega «gastado» a esa edad, como un coche con más de doscientos mil kilómetros
en el tacómetro. Claro que, como en un coche, dependerá de la marca y de cómo
se le ha cuidado. Pero los doscientos mil kilómetros no se los quita nadie de
encima.
Es
también el momento en que comenzamos lo que los norteamericanos llaman our way out, nuestro camino de salida. Tenemos infinitamente más pasado que
futuro. En realidad, nuestro futuro es no tenerlo, ya que la única cosa cierta
e inexcusable es la muerte, que se aproxima. En cada aniversario, no
cumplimos un año más. Cumplimos un año menos.
Eso, que de entrada es amenazador, tiene,
como todo, un lado bueno siempre que sepamos aprovecharlo, lo que dependerá de
la actitud que se adopte. Si se goza de cada día, de cada hora, de cada
minuto con un deleite desconocido en la juventud e incluso madurez, en las que
se malgasta lo más precioso que tenemos, el tiempo, o si nos quejamos de todo,
unas veces con razón, otras, sin ella. En cualquier caso, a partir de los
ochenta somos mucho más conscientes de que el día, la hora, el minuto que se va
no volverá, lo que impone y en cierto modo asusta, aunque también anima a
sacarle el máximo provecho posible.
Varía no solo nuestra posición en el mundo
—ya no somos protagonistas, sino más bien espectadores—, como nuestra
perspectiva del mismo. ¿Y qué perspectiva es esa? Depende, como queda
dicho, del temperamento de cada uno. No reacciona lo mismo el optimista que el
pesimista, el reflexivo que el impulsivo, el creyente que el agnóstico, el
avaro que el generoso. Pero hay unos
rasgos comunes en esa edad, que empiezan por dos contrapuestos, aunque solo en
apariencia: el primero es el escepticismo. Se ha visto tanto, se han vivido
tamaños desengaños, cambios, sorpresas, que ya pocas cosas nos asombran.
Empezando por seguir cometiendo los mismos errores y tropezando en la misma
piedra. Esa actitud del deja-vu es
característica de esa edad y sirve de colchón ante las malas noticias, que no
cesan de venir.
Pero al mismo tiempo, crece la indignación
ante el hecho de no poder hacer nada contra ello. Se habla mucho de la
rebeldía de los jóvenes, pero la de los ancianos es tanta o mayor, aunque mucho
más sorda. De ahí les viene, nos viene, a los viejos, la fama de regruñones y,
curiosamente, una cierta afinidad con los jóvenes, contestatarios por
naturaleza, al querer abrirse paso en la vida, tropezando con sus padres.
Contra esa generación intermedia arremeten el hijo y el abuelo, y no es
casualidad que el líder del movimiento de «indignados» haya sido un escritor de
más de noventa años. El que viejos y jóvenes tengan muy poco poder en la
sociedad, regida por personas en la edad intermedia, provoca tan dispar
connivencia. Es, en fin, la frustración la que los mueve. Lo que no impide que
uno de los deportes favoritos de los viejos sea echar pestes de los jóvenes, y
el de los jóvenes, hablar mal de los viejos. […]
Es éste el comienzo de la mirada retrospectiva que el conocido periodista y
escritor José María Carrascal hace
desde el sereno equilibrio. Una contemplación del mundo desde ese tercer
cumpleaños clave, según él, de los ochenta, desde el que se vislumbra un futuro
que, a decir del poeta, se va adelgazando, pero que puede ser intensamente
aprovechado. Una mirada personal, dolorida y esperanzada. Una mirada como la de Cicerón, superadora de la despreciada vejez. Una mirada serena que, desde nuestra óptica médico-humanista, nos conduce hacia la antropología del envejecimiento.
Leemos una frase rotunda, con su análisis, sobre la vida: La vida no se mide por las veces que respiras,sino por los momentos que te dejan sin aliento.
Y finalizamos con música adecuada, en forma de canciones otoñales...