Nicolás acaba de nacer y ya tiene el nombre que le eligieron, quizás al gusto de su madre, de su abuela o de su tía. Y llora con los párpados cerrados con firmeza, ignorante de su desnudez.
Nicolás es un niño que contempla el mundo sin malicia, con ojos de besugo, entusiasmado y ávido de conocer, absorto y boquiabierto ante lo desconocido, al ver cada fenómeno por primera vez.
Nicolás es un chaval que juega en la calle y en el patio del colegio, incansable con los amigos y los compañeros, sin dejar por ello de aprender –con mayor o menor dificultad– en cada momento.
Nicolás es un adolescente prendido a la pantalla que navega sin moverse de su asiento, que duda de continuo, que se enoja con facilidad y que, con todo, se estremece al sentir la nueva emoción.
Nicolás es un joven que se divierte, que aparenta indiferencia al no atisbar un futuro desde su revuelto presente, que disimuladamente sueña y que oculta tras la risa las amorosas cuitas de su pensamiento.
Nicolás es un adulto que aún estudia, que trabaja en precario, que va y viene sin destino, que aspira a la estabilidad de su padre, que solo o en pareja se sigue insatisfecho, que sufre los puyazos de la frustración.
Nicolás es un jubilado que no se ha dado cuenta del gran cambio, que ha dejado atrás sus ideales, que ha visto incumplidas mil promesas, que bien comprende la verdad de la mentira, que advierte por fin la realidad.
Nicolás es un anciano que camina sin apuro, que en las charlas se repite día a día, que a menudo gruñe, que arrastra su sombra por el parque, que solo vive en su memoria, que ya no hace sino ver pasar el tiempo.
Nicolás es un muerto que no sabe si ha vivido, que se ha ido en cierto modo indiferente, que ha marchado con dudosa mueca, que tampoco ha comprendido el misterio existencial.
Nicolás es y no es, es hombre y es mujer. Nicolás es paradigma de lo efímero y humano. Nicolás es del presente, del mañana y del ayer.
La vida es un suspiro...
Un sospiro, Franz Liszt
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