Páginas

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Un sanitario clamor

El grito, de Edvard Munch

Pensamiento médico en voz alta:
—Esto es lo que hay. Pero esto no es medicina.

Pegado a la pantalla del ordenador, el médico general (de familia, si lo preferís), que en otro tiempo lo fue de cabecera, harto de que su consulta siga siendo una carrera de obstáculos, repite una y otra vez una plegaria, deseoso de cambiar una actividad que más y más lo martiriza, no como lamento, sino como protesta bien fundada, esperanzado en lograr una respuesta sensata a su continua súplica…

Por qué he de perder todo este tiempo en estúpidas tareas de oficina. Por qué ningún dirigente sanitario se da cuenta de que es absurdo tenerme atado a una silla, escribiendo y tecleando como una máquina sin cerebro. Informes, formularios, certificados, partes desquiciantes (los judiciales actuales no hay por dónde cogerlos). Un día tras otro, un año tras otro, la misma rigidez carcelaria. ¡Pudiendo comunicar de la mejor manera, realizar exploraciones físicas correctas, practicar exploraciones complementarias, aplicar técnicas quirúrgicas ambulatorias! Esto es repugnante, desmoralizador y deprimente.

Por qué todas las cuestiones no médicas me llegan a mí, como si fuese mi misión resolver los problemas sociales, laborales, familiares, municipales, de tránsito, de inmigración, estéticos, religiosos, morales… hasta el infinito. Por qué se mantiene un sistema tan poco eficaz, consumido en actuaciones repetidas y generador de conflictos. Hay que estar ciego para no advertir sus rémoras; o quizás los responsables no las quieran ver por mantenerse en la cómoda indiferencia. A mí me duele el inmovilismo sanitario, la inoperancia política y el desinterés por la mejora organizativa.

Por qué he de seguir sufriendo este castigo neuronal, flagelado por la estulticia y herido por la incompetencia. A menudo siento sudores, contracciones musculares, punzadas en las sienes… y el pensamiento se me acaba yendo. Me olvido hasta de los rudimentos de la medicina, confuso en este burocrático, desordenado e hiperfrecuentado manigual; cada vez son más frecuentes mis bloqueos y tengo la seguridad de que esta tortura institucionalizada favorece la demencia precoz. Alguien tiene que poner orden aquí; no se puede perpetuar esta situación disparatada.

Por qué recibo órdenes de todas partes, cuando no admoniciones. Me dicen que debo hacer esto, y lo otro, y lo de más allá, sin contar nunca con mi opinión. Soy un licenciado, tengo la suficiente inteligencia y capacidad crítica para rechazar lo improcedente, pero me tratan como un idiota. Y lo peor es que llego a creer que lo soy, cuando los compañeros me espetan miradas de reprobación. “Estás equivocado, la organización es perfecta, los mandos son ideales...”, parecen escuchar mis asombrados oídos. Ya no sé qué pensar; supongo que soy un inadaptado, incapaz de ir con los tiempos de la prisa, de la ansiedad y del desconcierto (bueno, siempre se ha premiado al obediente y castigado al disidente).

Por qué no cesan las malas nuevas. Ahora me penalizan económicamente por prescribir fármacos autorizados y financiados. Es absurdo. Me recortarán los ingresos aunque no sea yo quien prescriba, por el mero hecho de introducir en el programa informático lo que decide cualquier especialista. Bueno, yo también lo soy; de atención primaria, claro. O quiero creer que lo soy, porque dudo tanto, tanto, que me veo degradado a lo más ínfimo en un medio donde se propugna la igualdad. ¿Igualdad? Me da la risa. Si soy un soldado raso, mandado por cabos administrativos, por sargentos auxiliares, por la capitanía informática, por la comandancia gerencial y por el generalato central.

¡Oh!, pero esto es sólo una confesión íntima, no debe ir más allá, no debe ser escuchada por oídos censores; podría ser víctima de represalias… ¿Qué estoy diciendo? Si poseo un espíritu valiente. ¡Alguien tiene que poner orden! Lo vuelvo a decir… y, a mi pesar, acabo resignado, dolorosamente resignado.

Y a pesar de todo, el galeno desencantado reconoce que hay otras cosas que compensan, que la vida es bella y que para alegrarse nada mejor que el son…

*** 
Otras clamorosas entradas relacionadas:

4 comentarios:

  1. Jose Manuel entiendo y comparto tu sana indignacion y tu sentimiento que a veces se hace desesperante ,
    La realidad es que algunos pensamos que estamos inmersos dentro de una enfermedad social de raiz politica, una especie de tsunami, y tal vez hay que asumirlo pero sin dejar de luchar por cambiar esta realidad y parando solo en el punto en que nos produzca deterioro personal, cosa que no es facil.

    Por lo demas es seguro que con tu preparacion, sensibilidad y pasion por la Verdad haces mucho bien y fecundo tu trabajo.
    Gracias por tu lucha por la Dignidad de nuestra profesion.

    ResponderEliminar
  2. No puedo dejar de manifestar, amigo mío, mi pena por cuanto expresas en este escrito, que comprendo y hago mío. Durante varios años, hace tiempo, sufrí esa situación y tengo que reconocer que fue el motivo fundamental para dedicarme a otra cosa (aunque no creas que la situación es muy distinta, al contrario). Yo adoro la medicina, pero eso no es medicina. Y soy consciente de que, si lo que conocí era malo, ahora es mucho peor... Mi hija está en sexto, su mente en el MIR. Hemos hablado mucho de esto...
    Un solidario abrazo, José Manuel.

    ResponderEliminar
  3. ¡Ay Dios mío, cómo está el patio! ¡A ver si va a ser cierto eso de que el otoño nos deprime! Si nosotros no somos capaces de cambiar esta situación tan deplorable, tendremos que convencer a los que vienen detrás de que es una tarea imprescindible, mostrándoles el camino y dándoles ejemplo (aunque haya quien diga que eso es "lavar el cerebro"; ¡cuánta estolidez!)

    Miles de bicos y ¡¡ánimo!!



    ¡¡maravillosa música!!

    ResponderEliminar
  4. Gracias, queridos amigos Juan, Francisco y Lola. No hablo sólo con mi voz, recojo también otras voces, alzadas y calladas. En verdad la actividad burocrático-informático-porteril del día a día llega a ser desquiciante. Puede que el obstinarse en el fomento del trabajo improductivo sea una de la idiosincrasia hispana, pero yo reniego de esa doctrina y abrazo la de un pragmatismo humanista. El sistema en el que estamos inmersos desmotiva, anquilosa y crispa. Es por lo tanto una obligación moral rebelarse contra lo inconvenientemente establecido. Por la dignificación profesional y por la salvaguarda de los valores eternos de la medicina, aquellos que nos motivaron a elegirla como dedicación. El otoño, ¡ay!, enternece el alma, pero a la vez propulsa los mejores propósitos.
    Un otoñal y sonriente abrazo.

    ResponderEliminar