La medicina es una ciencia que necesita reflexión y un arte que precisa detenimiento. Si no hay tiempo para escuchar al paciente y considerar lo que dice, no hay forma de aplicar los principios que la rigen. Es una contradicción que surge cuando se trata de dar respuestas médicas cuanto antes a los problemas de salud, en una sociedad cada vez más demandante de atención sanitaria. En la atención primaria se consulta a la carrera y en el hospital no se atiende de forma sosegada. De esta forma se rebaja la calidad asistencial y se pone en riesgo la seguridad del paciente. Es de algún modo un drama de nuestro tiempo, en el que la realidad parece rebelarse contra el estado del bienestar, donde la sanidad pública es uno de sus pilares. Y para acortar los tiempos, en los dos niveles asistenciales, y como estrategia para lidiar con las listas de espera hospitalarias, se ha ido expandiendo la medicina a distancia, la telemedicina, más allá del fin para el que había sido creada. Medios tecnológicos e informáticos han sustituido en gran medida las visitas presenciales (quizá algún día haya que dar el adiós definitivo a la silla marañoniana). Así, las consultas telefónicas, útiles para aclarar una duda o renovar un tratamiento farmacológico, han aumentado de manera desproporcionada. Así, los especialistas de la piel apenas inspeccionan lesiones directamente, sino las imágenes que los médicos de familia les envían, las fotos que ellos mismos han tomado, a pesar de su aptitud para hacer descripciones dermatológicas de lesiones cutáneas y estructuras dermatoscópicas (*); un procedimiento casi ofensivo. De modo que, cada vez más distanciados del paciente, en lo personal (física y psíquicamente) y en lo temporal, el futuro sanitario se reducirá a fríos diagnósticos y crudos tratamientos. El doctor Robot y la inteligencia artificial se harán cargo por completo de la atención médica a las personas, que ya no podrán hallar el calor humano de una buena relación médico-paciente. El devenir de los tiempos...
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(*) Muchos médicos de familia han hecho cursos de dermatoscopia; pero lejos de aprovechar su conocimiento adquirido, los utilizan como fotógrafos.
Y como contraste, una música cálida...
Samba de uma nota só – Caterina Valente
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