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miércoles, 13 de febrero de 2013

Alborada de Veiga

Amanecer en Monte Santa Tegra

Pascual Veiga (1842-1906), compositor y director de orfeones, es una de las figuras más representativas del Nacionalismo Musical Gallego (junto a Juan Montes, José Castro “Chané” y José Baldomir). Fue niño de coro en Mondoñedo, su ciudad natal, donde tuvo como primer profesor al maestro de capilla José Pacheco. Estudio órgano con Rafael Tafall, organista da catedral mindoniense, y en 1864 logró semejante puesto de instrumentista de la parroquia de Santa María, en A Coruña, ciudad en la que se dedicó a la enseñanza musical y, sobre todo, a la dirección y fundación de orfeones, actividad por la que alcanzaría a su mayor fama en vida. En el Liceo Brigantino, que dirigió conjuntamente con Canuto Berea, fundó el Orfeón Brigantino; posteriormente organizó el Orfeón Coruñés, El Nuevo Orfeón (que cambiaría el nombre por el de El Eco) y finalmente el Orfeón Coruñés Número 4. En su producción, además de música religiosa y villancicos, merecen mencionarse algunas obras profanas: Gallegos á nosa terra, Os ártabros, A fiada y las Rapsodias galegas, estrictamente instrumentales, con las que inicia en Galicia el género del poema sinfónico, que tendrá continuidad con los músicos del siglo XX. Pero Veiga es sobre todo el autor da popularísima Alborada gallega, que fue estrenada en Pontevedra en 1880, y por la que ha pasado a la posteridad, y también de la música del Himno galego, sobre texto de Eduardo Pondal. Murió siendo profesor del Conservatorio de Madrid, ciudad a la que se trasladó en 1896. Fueron muchos los homenajes a su memoria, siendo significativa la lectura del poema A Alborada de Veiga en el Centro Gallego de La Habana por su autor: Manuel Curros Enríquez (1851-1908). Tuvo que ser emocionante la conjunción de música y poesía.

La famosa Alborada de Pascual Veiga es unas piezas más evocadoras de una tierra singular y de lo que simboliza de manera colectiva el alma gallega. Ojalá  anunciase un nuevo amanecer galaico, e hispano. Disfrutemos con la escucha de esta alborada, en una interpretación de la Orquesta Sinfónica de Galicia.

***
Se despierta cantando la mañana
la venida feliz del nuevo día,
cúbrese el cielo de color de grana.
V. RUIZ LLAMAS, Al amanecer

ANEXO: POEMAS SOBRE EL AMANECER ---CICLOS NATURALES
[Alba, Albor, Alborada, Aurora] /Poemas al alba/
Al amanecer, Vicente Ruiz Llamas [y AQUÍ]
Al amanecer, Pedro Antonio de Alarcón
Alba, Federico García Lorca –Lectura AQUÍ
Alborada, Rosalía de Castro* –símbolo, renacer (del pueblo galaico)
Amanecer, Josefina Pla
Amanecer cordial, Medardo Ángel Silva
Amanecer de otoño, Antonio Machado
Amanecer en Valencia, Antonio Machado
Casi alba, Julia de Burgos
Desde que viene la rosada aurora (Soneto 113), Lope de Vega

*«Alborada», penúltimo poema de Cantares gallegos (el último es un epílogo al poemario), resulta de la adaptación del texto a una música que tocaba un gaitero. La poeta tenía gran oído, como buena poeta lírica, y sobre la música que escuchara, con ritmo de muiñeira, construyó un poema singular en la forma y fuertemente simbólico, alegórico: la alborada como renacer de un pueblo ensombrecido; en el fondo, una llamada al despertar de Galicia.
Vaite, noi- 
te,—vai fuxin- 
do.—Vente auro- 
ra,—vente abrin- 
do,—co teu ros- 
tro,—que, sorrin- 
do,—¡¡¡a sombra espanta!!! 

¡Canta, paxariño, can-
ta—de ponliña en pon-
la,—que o sol se levan- 
ta—polo monte ver- 
de,—polo verde mon- 
te,—alegrando as her- 
bas,—alegrando as fon- 
tes!...
(...)
¡Arriba 
todas, rapaciñas do lugar, 
que o sol 
i a aurora xa vos vén a dispertar!
¡Arriba!
¡Arriba, toleirona mocidad, 
que atru-
xaremos—cantaremos o ala... lá...!!!

Una larga carretera
entre grises peñascales,
y alguna humilde pradera
donde pacen negros toros. Zarzas, malezas, jarales.
A. MACHADO, Amanecer de otoño

Amanecer de otoño, Antonio Machado

4 comentarios:

  1. Siempre me resulta estremecedor ese comienzo, mi querido José Manuel. ¡Es preciosa!
    Vengo de leer tu entrada anterior, sobrecogedora y terrible. Ojalá sean ciertas tus palabras y pronto podamos asistir a una alborada, renovada y limpia. Es todo tan deprimente...
    Te mando un abrazo enorme, mi querido médico tenor.

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    1. Sí, querida Lola, necesitamos un nuevo, otra aurora, una nueva alborada que despeje tantas nubes para clarear el futuro.
      Un besos en un enamorado día.

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  2. ¡Ay, Pepe! ¡Aquellas tardes de abril y mayo que salía uno de la covacha del Honorífico después de haber escapado vivo un día más del otro sitio y entraba en la plaza de la Herrería mientras acaso tocaba que de las campanas de la Peregrina le llegase la alborada de Veiga para resucitarle! ¡Si sabremos tú y yo lo que la música puede llegar al alma! Cuéntalo un día, cuenta (oh, musa) lo que era eso y el repertorio de aquellas increíbles campanas.

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    1. En efecto, Pablo, compañero y amigo de andanzas, salir de la covacha y entrar al luminoso espacio popular era como la liberación del prisionero. Es que de lo malo a lo bueno se va bien. Y con el carillón del campanario de la Peregrina ni te digo. Hemos dado la campanada...

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