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viernes, 1 de abril de 2011

¿Es posible mejorar la Atención Primaria?


Lo que no se define no se puede medir. Lo que no se mide , no se puede mejorar. Lo que no se mejora, se degrada siempre. William Thomson

Cada vez más, uno se va convenciendo de que nuestra Atención Primaria de Salud no tiene posibilidad de enmienda, sobre todo al ver la indiferencia de los políticos de quienes depende. Porque lejos de buscarse una progresiva mejora de la calidad de los servicios, que sería lo lógico en un país desarrollado, se evidencia una extrema dejadez. Hay trabas burocráticas hasta para reponer material básico (p.ej. un fonendo) o de mobiliario (p.ej. una silla de trabajo).

Ya no es sólo que se carezca de las inversiones precisas para el desenvolvimiento del primer nivel asistencial, que es básico como puerta de entrada de los pacientes y al que cualquiera accede sin cortapisas, sino que se merma la autonomía de los profesionales de la medicina. La autogestión es una utopía, porque el médico no puede ni gestionar su propia actividad asistencial.

Yo que siempre he soñado con una agenda racional (en el sentido de programar el trabajo diario conforme a la razón, con la finalidad de dar respuesta satisfactoria a cada paciente o usuario), me veo en demasiadas ocasiones impotente ante una demanda excesiva, condicionada por una organización extremadamente rígida, planteada para acciones mecánicas o automáticas, no para el trato con personas. Son frecuentes las tensiones en los momentos de mayor agobio.

Las condiciones en los centros de salud no son las deseables, en cuanto obligan a trabajar a destajo, y más en los últimos años por la obligatoriedad de atender las consultas de compañeros ausentes. Para quien no conozca la realidad de nuestra Atención Primaria he de decir que hoy en día muy raramente se suple la falta de un médico (por vacaciones, baja por enfermedad u otros motivos), de modo que ha de hacerse cargo de su cupo de pacientes otro que ya tiene el propio.

Cierto es que la filosofía primera de los centros de salud implicaba el trabajo en equipo, independientemente de que constase de dos, diez o veinte miembros, pero esta consideración formal se ha ido reduciendo a la idea de “asumir las tareas de los que faltan”. Se podrá alegar que en determinados centros existe una perfecta comunión y un reparto de funciones, pero en general cada uno va a lo suyo, absorto en su particular carrera de obstáculos.

No hablemos ya del papeleo creciente, con tropecientos formularios que llegan sin previo aviso, cada cual más disparatado y casi siempre reiterativos ad nauseam. El médico de familia como oficinista muy cualificado, plantado ante la pantalla de ordenador y siguiendo las directrices de un programa informático que lo lleva como un idiota hasta el borde del descerebramiento o del desquiciamiento. A menudo dan ganas de largarse por piernas.

Y por si fuera poco, abarcando más campos de acción de lo razonable, ya por imposición, ya por prurito profesional (léase ansia de convencerse de su capacidad y valía), lo que dignificaría su labor si no fuera porque tarde o temprano estalla la burbuja del autoengaño. Se asumen programas que sólo pretenden descargar la atención especializada (*) y se abusa de las actividades preventivas, con lo que aumenta el número de citaciones e intervenciones y se genera más gasto inútil.

Por todo lo anterior, propondría la reconsideración de la labor sanitaria en el primer nivel asistencial, en pos de la excelencia y la humanización de la puerta de entrada del sistema sanitario. Y para eso me remito a los puntos clave de la Atención Primaria de Salud –tal vez con matizaciones–, incidiendo en la planificación y gestión adecuadas, la racionalización de los procedimientos, la delimitación de las funciones y, por supuesto, la desburocratización efectiva.

Manifestaba al comienzo mi escepticismo en las posibilidades de mejora. Y sin embargo aún veo un resquicio por donde quizás puedan entrar aires de sensatez; será porque amo mi profesión aunque odie el aberrante quehacer profesional. Puede que sea un ingenuo, pero a pesar de todo confío en la humana inteligencia y en la fuerza moral de los profesionales de la medicina, presas de un progresivo y comprensible desencanto. Es cuestión de vencer el cansancio emocional y rebelarse contra la indiferencia... Pero ¿qué digo? Para mejorar, primero hay definir y medir; si no es así, la degradación será imparable y progresiva.

(*) Nota.- Es importante hacer aquí una puntualización. Con la teórica intención de que el médico general/de cabecera/de familia (extrahospitalario o no hospitalario) mejore la derivación de pacientes al especialista (hospitalario), es decir que lo haga de manera justificada, se han establecido los denominados protocolos consensuados. Pero en realidad son protocolos hospitalarios, no por mutuo acuerdo entre las dos partes, sino impuestos a la atención no hospitalaria. 

2 comentarios:

  1. Un paso fundamental está en promover la unión de los profesionales médicos, no solo a través de sindicatos o federaciones, si no el compartir directamente estas experiencias, y posibles soluciones, para que en nuestros órganos representativos haya un consenso y fuerza común.
    Pero que difícil es, tantas veces, lograr que dos colegas hablen el mismo idioma.

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  2. Creo poco ya en la fuerza sindical (la he vivido/sufrido) y la unión profesional en Hispania es un reto hercúleo (otros poderes se encargan de impedirla). Y tú ya lo expresas; si dos ya no hablan el mismo idioma, menos una familia y un colectivo numeroso es una auténtica torre de Babel.
    Saludos cordiales.

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