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«La peste escarlata» plantea una situación creíble: en 2013 aparece una enfermedad rápidamente contagiosa que acaba con la mayor parte de la población del mundo. La sociedad occidental se desmorona, por culpa de la muerte, la sospecha y el miedo. Los medios de comunicación y de transporte desaparecen, y la única manera de sobrevivir es el aislamiento más extremo. Aquellos que logran protegerse de la enfermedad se convierten en los únicos supervivientes, reducidos a la barbarie. Solo los más fuertes pueden aprovechar los escasos recursos que quedan, y la mayoría se dedica a la guerra y la destrucción gratuita. Un antiguo profesor universitario, que una vez se llamó James Howard Smith, les cuenta a sus nietos cómo apareció la peste escarlata, mientras ellos buscan algo que comer en la playa de San Francisco por la que vagan. Aunque la explicación le resulta difícil, ya que han desaparecido conceptos como el dinero, la numeración, la ciencia e incluso el propio lenguaje, del que no quedan más que unas pocas palabras útiles. No existen la religiosidad, la abstracción teórica o el legado de futuro. La Humanidad de ese mundo futuro existe tan solo para el ahora: la comida, las pieles de animales con las que abrigarse y la manera de defenderse de las bestias, que se han vuelto muy abundantes y peligrosas. Y a pesar de todo, el profesor Smith sueña con un nuevo progreso, que él ya no verá.
«La peste escarlata», la obra terriblemente visionaria de Jack London
Este párrafo es parte de la reseña crítica de Gabriel Romero de Ávila, joven escritor y amigo, del relato apocalíptico de Jack London, escritor aventurero, cuya vida se proyecta en sus relatos y novelas de aventuras. En La peste escarlata (The Scarlet Plague, 1912), London sale de su línea habitual e imagina la posibilidad de una epidemia incontrolable y devastadora. Una epidemia de peste que hace que las víctimas adquieran un color rojo escarlata. ¡Que esta peste no se haga realidad!, como lo fue la peste negra (calificativo debido al color negro de manchas, bubones y gangrena en dedos de manos y pies).
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Médico de la peste
Un médico de la peste negra era aquel que trataba a quienes padecían de la peste negra. Los médicos de la peste eran elegidos por votación popular y pagados por los ciudadanos, en tiempos de epidemias. Eran médicos municipales o comunitarios. En los siglos XVII y XVIII, los médicos de la peste utilizaban máscaras que parecían picos de aves, que llenaban de productos aromáticos, diseñadas para protegerlos del aire pútrido, visto como la causa de la infección (según la teoría miasmática de Thomas Sydenham, los miasmas, conjunto de emanaciones fétidas de suelos y aguas impuras, eran la causa de enfermedad). Se atribuye a Charles Delorme (1584-1678), médico francés, la invención del «traje de la peste»: túnica larga hasta los tobillos, capucha, máscara con forma de pico que recuerda a un pájaro, guantes, botas y calzas, sombrero negro de ala ancha y capa larga también negra.
Médico de la peste durante epidemia en Roma |
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A destacar: Diario del año de la peste (1722) de Daniel Defoe, La peste (1947) de Albert Camus, El amor en los tiempos del cólera (1986) de Gabriel García Márquez, Ensayo sobre la ceguera (1995) de José Saramago.
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