domingo, 25 de agosto de 2024

Entre dos lirios (comedia sanitaria): Acto III, 10-12

 

ACTO III

ESCENA DÉCIMA
Dr. RILKE, Dr. GAMIR, CRISTINA
El Dr. RILKE, antes del comienzo de la jornada habitual, entra en la consulta del Dr. GAMIR, que sigue en compañía de CRISTINA, y lo hace con andar mayestático, llevando un periódico bajo el brazo. 

Dr. RILKE. Fíjate, Gustavo, lo que viene en El Candelero.

Dr. GAMIR. (Leyendo la noticia en el principal periódico de Vizana.) «Próxima jubilación del doctor Rilke. El pueblo de Balobia le va a organizar la despedida que se merece.» ¡Guau! Qué menos para quien ha dedicado su vida al servicio de este pueblo. Deberían levantarte un monumento. ¡Te voy a echar de menos, compañero!

Dr. RILKE. ¡Calma! Todavía me quedan dos meses hasta el retiro.

CRISTINA. A mí me sorprende mucho esta noticia, Fernando. No sabía que te ibas a jubilar tan pronto. Te veo joven, y en muy buena forma.

Dr. RILKE. Me faltan un par de años para los sesenta y cinco, pero he decidido jubilarme anticipadamente. Sobre todo por Colibia, mi mujer, que ha empeorado de su artritis reumatoide y quiero dedicarle más tiempo. Además, las cosas no pintan bien actualmente para la medicina general, o de familia como se dice desde los últimos treinta años. Los vuelcos que ha dado el sistema de salud y, sobre todo, la atención primaria, primero para bien y después para mal… (Mirando a los ojos a CRISTINA.) En confianza: si puedes, elige una especialidad hospitalaria. Me duele decirlo, y a lo mejor Gustavo me reprende, pero hoy en día es lo más sensato.

CRISTINA. (Mirando al Dr. GARMIR, con quien ya tiene suficiente confianza.) ¿Tú qué dices, Gustavo? ¿No opinas igual?

Dr. GAMIR. No tengo argumentos para contradecir a Fernando. La medicina de familia es apasionante, se centra en la persona, no en la enfermedad; y el médico que la ejerce es un «decatleta» sanitario: sabe un poco de todo. Sería ideal ejercer como médico de cabecera en buenas condiciones, que por desgracia no se nos brindan en la actualidad.

Dr. RILKE. Desde luego las condiciones no son las deseables, ni siquiera en el medio rural, que es donde mejor se puede ejercer una medicina total y trabajar en favor de la comunidad, con más proximidad a las personas… Pero dejémonos ahora de pensamientos negativos. Tú, Cristina, elige libremente lo que mejor te parezca. ¡Ah!, y me encantaría que vinieses a mi despedida.

CRISTINA. Al acabar el mes regreso a Vizana, pero si no me surge ningún contratiempo estaré aquí para la ocasión. Me hace ilusión asistir a tu homenaje.

Sale FERNANDO en dirección a su consultorio. Todavía faltan quince minutos para el comienzo de la consulta programada.


ESCENA UNDÉCIMA
GUSTAVO, CRISTINA
GUSTAVO habla en la intimidad con CRISTINA. Ya se han comunicado previamente sus sentimientos y vuelven sobre ello.

Dr. GAMIR. Te voy a ser sincero, Cristina: me gustas mucho y he sentido una fuerte atracción hacia ti. Por tu causa he llegado a pensar en... Sí, en dejar mi relación con Sonia. Pero creo que sigo enamorado de ella, a pesar de sus defectos.

CRISTINA. Nunca se sabe qué nos deparará el futuro. (Desviando la mirada hacia la ventana que está a su lado derecho.) Te diré que he comenzado a salir con Julio, el maestro. Me parece buen chico, aunque todavía no me siento enamorada.

Dr. GAMIR. Es un gran amigo. Compartimos el gusto por la música. Es algo tímido, mientras no coge confianza, pero es un buen tipo. Os deseo mucha suerte.

CRISTINA. No sabemos qué nos deparará el futuro. Tal vez…

CRISTINA se calla, después de repetir su pensamiento, para que el elocuente silencio hable por ella, y GUSTAVO, buen entendedor, parece responderle con la mirada.


ESCENA DUODÉCIMA
DON RAIMUNDO, Dr. RILKE Y EL RESTO DE PERSONAJES
En el homenaje de despedida al Dr. RILKE. Un ambiente festivo. Después de una comida multitudinaria, a la que asisten familiares, amigos, conocidos y pacientes, el alcalde, que preside la mesa ceremonial comienza con el obligado discurso.

DON RAIMUNDO. Señoras y señores, es para mí un honor presidir este homenaje a un gran galeno que, por imperativos de la vida, más que por sus deseos, llega al fin de su vida profesional, alcanzando así un merecido retiro. El doctor Fernando Rilke es un médico humanista, admirado por sus colegas y querido por sus pacientes, que... (Sigue leyendo el discurso protocolario con voz enfática.) 

A continuación, tras el largo panegírico del alcalde –que incluye un poema ripioso de su autoría–, responde el homenajeado con voz más natural y emocionada. 

Dr. RILKE. Todo tiene su fin, como dice la canción; el tiempo pasa haciendo sus estragos. Uno va perdiendo agilidad y teniendo cada vez más riesgo de errores; y aunque todos los cometemos, en el caso de los médicos las consecuencias suelen ser de mayor gravedad. Entre una mayoría de momentos buenos, he vivido algunos malos, no voy a negarlo. Pero no puedo tener más que palabras de agradecimiento para este pueblo de acogida. Aquí he desarrollado casi toda mi labor y aquí he sido feliz durante más de treinta años. (Le hace un guiño a su mujer, COLIBIA, y a sus dos hijos, COPRINO y LACARIA, treintañeros y haciendo vida de solteros, que están a su lado.) Dejo mis obligaciones sin abandonar mi eterna vocación. Los tiempos cambian, pero no los sentimientos. De modo que, en lo que pueda, trataré de seguir ayudando y orientando a la gente.

Dr. GAMIR. (Aplaudiendo el primero.) ¡Bravo! ¡Bravo!

CRISTINA, JULIO, SONIA y FELICIA. (Uniéndose a los aplausos.) ¡Bravo! ¡Bravo!

GUSTAVO y SONIA se besan. JULIO y CRISTINA hacen lo propio. Sin que se detengan los vítores, parece que al fin cada oveja está a gusto con su pareja.

LOLA y DORINDO. (Al unísono, como si lo hubiesen ensayado.) ¡Viva el doctor Rilke! (Y lo mismo corean todos los presentes.)

COLIBIA. ¡Bien por mi esposo! (Para sí.) ¡Qué feliz soy!

COPRINO y LACARIA. ¡Eres el mejor, papá!

Se oyen sonidos de acordeón y rasgueos de guitarra. Los músicos son JULIO y GUSTAVO, que han ensayado previamente y han venido preparados con sus instrumentos musicales para una ocasión tan propicia. 

EMILIA y OTROS SANITARIOS. (Entonando sus voces.) «Es un muchacho excelente, es un muchacho excelente…». (Un grupo de pacientes, OBDULIA entre ellos, los secundan. Algunos se esfuerzan en sonreír mientras se enjugan las lágrimas que no pueden contener.)

MARCIAL. (Dirigiéndose a GUSTAVO.) No podía perderme este acto. Uno es hombre de orden, pero por encima de todo es un ser humano que tiene su corazoncito.

Dr. GAMIR. Los médicos de cabecera tenemos un dicho: nuestro deber es curar o aliviar la enfermedad, pero por encima de todo consolar al doliente.

MARCIAL. Me gusta, me gusta. Sí señor, una frase definitiva que voy a apuntar.

GUSTAVO, dejando su guitarra en manos de SONIA, se dirige al centro de la sala, y como inesperado maestro de ceremonias comienza a hablar.

Dr. GAMIR. Se dice que tres cosas hay en la vida, pero una no es lo que la mayoría piensa. (DON RAIMUNDO, sintiéndose parte de los que piensan en el dinero, carraspea ligeramente.) En definitiva, esto es lo que importa: salud, paz y amor. Nada más..., ni nada menos. Por favor, llenen sus copas y, con permiso del señor alcalde, propongo un brindis: ¡Por don Fernando, vuestro querido doctor Rilke, por Balobia y por todos nosotros!... ¡Salud!

Todos levantan sus copas, las chocan y repiten la fórmula tradicional de saludo. Se mezclan en el cálido ambiente risas y sollozos. El joven médico y el médico veterano se funden en un emocionante abrazo. FERNANDO no puede evitar el húmedo testimonio de la agridulce emoción. La felicidad envuelve hoy las almas de GUSTAVO, SONIA, JULIO, CRISTINA y demás asistentes a la celebración. Rompen a cantar un jubiloso himno de hermanamiento… El mañana es un incierto cantar. Como dijo la alumna de medicina de esta comedia, nunca se sabe qué nos deparará el futuro. Y aunque habrá de tener su inevitable final, para todos y cada uno, de momento la vida continúa.
___
(Fin de la comedia)

sábado, 24 de agosto de 2024

Entre dos lirios (comedia sanitaria): Acto III, 6-9

 

ACTO III

ESCENA SEXTA
MARCIAL, SONIA, CRISTINA, Dr. GAMIR
En el cuartelillo de la Guardia Civil, donde los tres jóvenes prestan declaración.

MARCIAL. En Balobia siempre ha habido paz y en los años que llevo aquí, que ya son muchos, nunca ha corrido la sangre. Salvo la de un cazador, herido accidentalmente por un compañero de batida. Éste es un lugar muy tranquilo, poblado por gente trabajadora, pacífica, nada camorrista. Y ahora, dos jovencitas alborotadoras casi quiebran la tranquilidad de tan pacífico remanso.

SONIA. (Señalando a CRISTINA.) La culpa de todo la tiene esta repulsiva pécora, que me quiere robar el novio.

CRISTINA. (Con bravura.) ¿Yo? De eso nada.

SONIA. Sí, ¡confiésalo! Has tratado de engatusar a Gustavo.

CRISTINA. (Con frialdad.) El doctor Gamir es mayor de edad, tiene capacidad para decidir y sabe lo que le conviene. Es libre de elegir lo que quiera.

SONIA. Lo ve usted, capitán. Ya le dije que es una despreciable buscona.

CRISTINA. De buscona nada.

MARCIAL. Señoritas, no vuelvan a las andadas…

Dr. GAMIR. (Explotando.) ¡Sonia! ¡Cristina! ¡Dejadlo ya!

Por fin, SONIA y CRISTINA dejan de discutir y de mirarse.

MARCIAL. Bueno, por esta vez dejaré que se vayan a casa. Soy hombre conciliador; prefiero malos entendimientos a buenos pleitos. Trataré de hacer un informe suave y todo quedará en nada. No quiero líos, y menos con el señor alcalde. Si viera que detenemos a su hija… No quiero ni pensarlo. Pero si esto se repite, me veré obligado…

Las dos chicas acaban aceptando la sugerencia del capitán. GUSTAVO se empeña en acompañar a CRISTINA de regreso al hostal de LOLA, sin atender a los bufidos de SONIA. El galeno le dice que al día siguiente hablará con ella, cuando ya esté más calmada. SONIA se marcha y CRISTINA manifiesta la necesidad imperiosa de ir un momento al baño.


ESCENA SÉPTIMA
MARCIAL, Dr. GAMIR

MARCIAL. (En la momentánea ausencia de CRISTINA, habla a solas con GUSTAVO.) Es usted un hombre afortunado. Ya quisiera yo que las mujeres se peleasen por mí.

Dr. GAMIR. Las cosas no siempre son lo que parecen, capitán. Y usted, por experiencia, lo sabe. Cristina es una alumna de medicina que hace prácticas en mi consulta.

MARCIAL. Prácticas, dice… (Con pícara sonrisa.) Bien que practicaría yo con esa hermosa joven. ¡Vaya si lo haría! Lo digo ahora que no puede oírme mi esposa.

Dr. GAMIR. No sea usted machista ni malpensado, Marcial. La hija de don Raimundo es mi novia. Y lo va a seguir siendo. Además, Cristina tiene otro enamorado… (Se detiene y MARCIAL eleva las cejas, expectante.) Aunque hay veces que uno llega tener dudas. Humanas dudas, entre esos dos lirios, entre esas dos hermosas azucenas.

MARCIAL. Yo ni entro ni salgo. La decisión de elegir una flor u otra está en sus manos, doctor Gamir. Pero se ve que la estudiante está loca por usted. El brillo de sus ojos la delata. ¿Y si se queda con las dos flores? Cuando yo era joven…

Dr. GAMIR. ¿Qué?

MARCIAL. Mejor no digo nada.

Dr. GAMIR. Diga lo que está deseando decir. (Se lleva la mano al dolorido pómulo derecho, lívido por el hematoma que presenta a causa del codazo de SONIA.)

MARCIAL. (Apoyando suavemente su mano en la espalda del médico.) Querido amigo, me gustaría estar en su lugar. Aun con la cara hinchada. En verdad le envidio… (En voz baja.) ¡Disimulemos! Ahí viene su alumna. Le diré a dos de mis hombres que los acompañen hasta el hostal de Lola. Pero no me lo agradezca. ¡No! Solamente cumplo con mi deber.


ESCENA OCTAVA
DON RAIMUNDO, SONIA, FELICIA, LOLA
Como los secretos raramente se guardan, y menos en un pueblo, la noticia del altercado llegó a oídos de DON RAIMUNDO y de FELICIA. A la hora de comer, sale a relucir lo que inevitablemente está en boca de toda Balobia.

DON RAIMUNDO. Lo que has hecho es una vergüenza, niña. ¡Una indignidad! Irrumpir en una casa ajena y montar un jaleo del que todo el mundo habla.

SONIA. No es para tanto papá. Como mujer no me voy a dejar humillar por otra, así sin más. Una tiene su orgullo... (Con ánimo abatido y voz temblorosa.) He ido a la casa de doña Lola para comprobar si Gustavo me seguía queriendo. No me gusta que me engañen.

DON RAIMUNDO. Por supuesto, a mí tampoco. No soporto las mentiras.

FELICIA. (Entre dientes.) Quién lo diría tratándose de un político...

DON RAIMUNDO. No me piques, Felicia. Ya sabemos lo que se dice: que la política es el arte del engaño. Y tengo que reconocer que es así. Pero lo que vale en política no sirve para las relaciones humanas.

FELICIA. Cuando te pones profundo, eres de lo más cómico, Raimundo… (A SONIA) ¡Escúchame, niña! Gustavo te quiere, de eso no hay duda.

SONIA. ¿Tú cómo lo sabes?

FELICIA. Porque me lo ha dicho. Me ha confesado su pasajera atracción por es alumna, que al parecer es muy guapa, pero que no te va a dejar. En definitiva, te quiere de veras, a pesar de tus caprichos.

SONIA. De mis caprichos. ¡Vaya con el hombretón! Él se puede encaprichar de otra más joven y yo en cambio no puedo tener ninguna pequeña debilidad.

DON RAIMUNDO. Hija, los hombres somos más débiles que vosotras las mujeres. Lo reconozco a pesar de mi hombría, o de la chulería que algunos me atribuyen, sobre todo mis enemigos políticos. Aunque de esto no quiero hablar ahora. ¡No! Lo importante en este momento es que haya armonía entre vosotros dos, y que lo que estiméis más conveniente lo hagáis con discreción. Nunca me han gustado los escándalos, siempre los he rehuido. Un político tiene que aparentar...; en fin, no quiero hablar de política.

Llaman a la puerta y sale FELICIA, como de costumbre, a abrir.


ESCENA NOVENA
FELICIA, LOLA

FELICIA. (En el recibidor.) Hola Lola, que te trae por aquí. Pasa, mujer.

LOLA. No, no puedo pararme demasiado. Sólo venía a hablar con Sonia. Quería decirle que no se preocupe por lo del otro día. No sé si estás enterada, Felicia.

FELICIA. En Balobia todo se sabe. Te diré que Sonia está muy disgustada y arrepentida por su actitud. No la había visto nunca tan compungida. No quiere hablar con nadie y sólo desea que la perdonen.

LOLA. Ya. Pues nada, dile que no se preocupe, que son cosas que pasan. Que Dorindo y yo ya nos hemos olvidado del asunto; y que Cristina también la ha perdonado. Cuando quiera, que pase por nuestra casa. A ser posible con Gustavo…, digo, con el doctor Gamir.

SONIA. (Llegando apresurada.) Lo he escuchado todo, Lola. Gracias por tu comprensión. (Se acerca a la hostelera y, llorosa, se abraza a ella.)

LOLA. Chiquilla… (Se enternece haciéndole una caricia de consuelo.)
___
(Continuará)

Erotik (de Piezas líricas), Edvard Grieg

viernes, 23 de agosto de 2024

Entre dos lirios (comedia sanitaria): Acto III, 4-5

 

ACTO III

ESCENA CUARTA
SONIA, Dr. GAMIR, DORINDO, CRISTINA, LOLA
En una casa que conoce bien, SONIA alcanza enseguida el comedor.

SONIA. ¡Buenas tardes! (Observa a los presentes, sentados a la mesa y sorprendidos, y detiene su mirada en la estudiante.) Supongo que ésta es Cristina.

Dr. GAMIR. ¿Cómo se te ocurre venir sin avisar? Y después de haberte rechazado la invitación de Lola y Dorindo, porque te dolía tanto la cabeza.

SONIA. La cabeza me duele, pero no por lo que piensas.

Dr. GAMIR. Tengamos la fiesta en paz.

DORINDO. (Sin escuchar plenamente.) Eso, eso.

CRISTINA. Creo que mi presencia está de más.

SONIA. (Con el rostro iracundo.) Para nada. Es más, debes quedarte porque tenemos cosas de qué hablar. De salir, saldremos las dos juntas.

LOLA. (Tratando de arreglar la situación.) Siéntate Sonia. ¿Has comido?

SONIA. Sí, doña Lola, no se preocupe. He comido lo suficiente.

LOLA. Entonces tomarás el postre con nosotros. Y una copita de licor.

SONIA. La copa la acepto. No suelo hacer excesos, pero un día es un día.

Dr. GAMIR. Pero si no bebes. El alcohol te despierta la jaqueca.

SONIA. Hoy creo que me va a sentar maravillosamente. (Dirigiéndose a CRISTINA y subiendo la voz.) ¡Vaya, vaya! Así que tú eres la que me quiere quitar el novio.

Dr. GAMIR. ¿Qué dices, Sonia? Ni que ya estuvieras bebida.

CRISTINA. Yo me marcho…

SONIA. Tú no te vas sola.

LOLA. Por favor, Sonia. Que hoy es mi cumpleaños. Tranquilízate.

Dr. GAMIR. Eso, ten calma y guarda las formas. Estamos aquí invitados y hemos de agradecer la hospitalidad de nuestros anfitriones.

SONIA. Estoy muy tranquila. Demasiado tranquila. Y no voy a amargarles el día ni a Lola ni a Dorindo. Sólo quiero que esta intrusa salga a la calle conmigo.

DORINDO. (Por lo bajo.) Voy a buscar el inhalador, que no respiro bien.

LOLA. (Viendo la mala cara de su marido.) Hasta Dorindo se nos está poniendo malo. 

Marcha DORINDO, hacia el fondo del escenario, sin mirar atrás, como si pretendiese ponerse a salvo antes de la explosión en una de las viejas canteras donde había trabajado, tapándose los oídos como si de pronto hubiese recobrado la audición y no quisiese oír aquellas voces discutidoras, en busca del broncodilatador que está necesitando. Hay unos momentos de silencio, de tensa calma, que GUSTAVO acaba rompiendo cuando DORINDO ya está de vuelta, mostrándose aliviado al comprobar que no ha pasado nada malo.

Dr. GAMIR. Cristina se marchará conmigo, Sonia.

SONIA. (Más acalorada.) Ahora lo veo todo completamente claro. Me estás engañando con esa avispilla. Pues entonces no me queda más remedio que tomar venganza.

En un impulso animal y emitiendo un grito gutural, SONIA arremete contra CRISTINA y la agarra por los pelos, sin que GUSTAVO, pese a sus esfuerzos, consiga desprenderla. Es más, SONIA, enfurecida, le da un codazo en la cara al galeno y éste cae al suelo seminconsciente. Un hombre fuerte en decúbito supino, derribado bruscamente por una fémina que hasta entonces lo había llenado de caricias, parece una escena cómica. Las dos jóvenes se enzarzan en una pelea descomunal, rodando por el suelo y golpeándose contra las patas de la mesa y las sillas del comedor. DORINDO, que no sabe bien de qué va la cosa, muestra una cara de preocupación que produce risa y a la vez lástima, mientras LOLA, viendo que aquello puede acabar mal, decide llamar a las fuerzas del orden y sale.

LOLA. (Desde el recibidor, donde tiene el teléfono fijo.) Soy la señora Lola, del hostal. Hay una pelea en mi casa entre dos mujeres, y un hombre se encuentra mal herido. Es preciso que vengan cuanto antes.

DORINDO. (Fatigado por la afectación de sus debilitados bronquios, no deja de pedir sosiego en una especie letanía.) Halla paz, Señor, halla paz…

SONIA. (En plena lucha.) ¡Ay! Esto lo tienes que pagar, mala pécora.

CRISTINA. (Atenazando a SONIA por el cuello.) Yo no soy culpable de nada, no he hecho ningún mal. Y tengo derecho a defenderme.

Continúa la contienda, mientras perciben del exterior un ruido motorizado que sólo LOLA interpreta. Acaba de llegar un coche patrulla de la Guardia Civil.


ESCENA QUINTA
MARCIAL, TRES GUARDIACIVILES, SONIA, CRISTINA, LOLA, Dr. GAMIR
Irrumpe en la casa el CAPITÁN MARCIAL junto a otros tres miembros del referido cuerpo de seguridad, a las órdenes del primero.

MARCIAL. (Dando las correspondientes órdenes a los otros guardiaciviles y reparando en la hija del alcalde.) ¡Atención a la autoridad, muchachas! ¡Sepárense! Sean sensatas y dejen de pelearse. (Ellas a lo suyo, como si no escuchasen.)

Los guardiaciviles logran separarlas. La furia de SONIA contrasta con la relativa serenidad de CRISTINA. Son dos temperamentos muy diferentes. CRISTINA se dirige hacia GUSTAVO, que con una tremenda hinchazón del pómulo derecho consigue levantarse a duras penas. Se encuentra bastante grogui.

LOLA. Gracias a Dios que han llegado a tiempo.

MARCIAL. Es nuestra obligación acudir cuánto antes allá donde se nos llama. (Dirigiéndose a las chicas.) Ustedes dos tienen que venir conmigo al cuartelillo para prestar declaración. Y usted también, doctor Gamir, si no le importa.

Dr. GAMIR. (Que conoce bien a MARCIAL.) Desde luego, capitán.

El capitán MARCIAL avisa al cuartelillo para que envíen otro coche a recogerlos.
___
(Continuará)

Cumpleaños feliz

jueves, 22 de agosto de 2024

Entre dos lirios (comedia sanitaria): Acto III, 1-3

 

ACTO III

ESCENA PRIMERA
LOLA, Dr. GAMIR
Último domingo de mes. El Dr. GAMIR llega a la casa del matrimonio que forman LOLA y DORINDO, anexa al hostal que la señora regenta. Por la mañana han asistido a misa, como todos los domingos, aunque él no se entera de lo que dice el cura. El galeno es recibido por la agradable anfitriona, que le da una calurosa bienvenida. Están en el recibidor, que dispone de un sofá y una mesita con un teléfono, separado del comedor por un tabique; ambos espacios están comunicados en el escenario por una puerta central (de modo similar a la escena octava del acto primero).

LOLA. ¡Hola, don Gustavo! Pase y siéntase como en su casa.

Dr. GAMIR. ¡Felicidades, señora Dolores! (Le da dos besos, uno en cada mejilla.)

LOLA. Muchas gracias. Y llámeme Lola… Es una pena que no pueda venir Sonia.

Dr. GAMIR. Esperé hasta el último momento. Dijo que, tal como se sentía, mareada y aturdida, prefería quedarse en casa. Ya no le insistí.

LOLA. ¡Qué lástima!…

Dr. GAMIR. Más lo lamento yo, que deseaba tanto su presencia.

LOLA. No se preocupe. Si Dios quiere, habrá más ocasiones.

Dr. GAMIR. Agradezco su comprensión, señora Dolores…, digo Lola. ¿Dónde pongo esto? (Muestra una botella de vino y una bandeja de pasteles.)

LOLA. (Tomando esos detalles de cortesía.) No tenía que molestarse, don Gustavo.

Dr. GAMIR. (Insistiendo en disculpar a SONIA.) Como le dije por teléfono, ella quería venir, pero le surgió de repente esa condenada migraña que le da tan a menudo.

LOLA. Yo también tengo migrañas y con un simple analgésico se me van.

Dr. GAMIR. Las de Sonia son muy fuertes y demasiado rebeldes... (Intentando hallar más argumentos.) Le provocan mareos y vómitos, y hasta pierde el apetito. Se le pasan con la medicación, pero acaba muy cansada y necesitando reposo.

LOLA. Pues nada, otro día será… Por cierto, hemos invitado también a Cristina, la estudiante. Es tan buena chica… No le importa, ¿verdad?

Dr. GAMIR. En absoluto. Es más, me agrada.

LOLA. ¡Dorindo! ¡Dorindo! Este hombre está como una tapia. Como no oye casi nada, esta mañana se quedó dormido en la iglesia y creí que no despertaba.


ESCENA SEGUNDA
DORINDO, Dr. GAMIR, LOLA

DORINDO. (Accediendo por la puerta del comedor.) Me alegro de que haya venido, don Gustavo. Con su presencia, hasta respiro mejor. Mucho mejor.

Dr. GAMIR. Le di mi palabra y aquí estoy. Y me alegro de que sus pulmones se llenen de aire al verme. ¡Vaya si me alegro! Para un médico es una satisfacción que su persona tenga un efecto beneficioso en su paciente.

DORINDO. Yo soy de los que digo que hay doctores que curan con una palabra o con un gesto. Y usted es uno de ellos. Pero… (Desconcertado.) ¿Viene usted solo?

LOLA. Ya te lo dije, Dorindo. Me avisó antes de venir de que Sonia estaba indispuesta. ¡Ay!, no te enteras ni gritándote al oído. ¡Estás más sordo que Goya!

Por indicación de LOLA, caminan hacia el comedor.


ESCENA TERCERA
LOLA, CRISTINA, Dr. GAMIR, DORINDO
Ya están los cuatro dentro del comedor. DORINDO, LOLA y GUSTAVO de pie, CRISTINA sentada. Todo el servicio de mesa está dispuesto y el pan cortado. 

Dr. GAMIR. (Dirigiéndose a su alumna.) ¿Qué tal, Cristina?

CRISTINA. (Levantándose y haciendo una reverencia.) Hola, doctor Gamir.

Dr. GAMIR. Insisto en que me llames Gustavo. Recuerda que somos colegas.

CRISTINA. Como usted quiera…, digo, como quieras.

Dr. GAMIR. Es curioso, lo mismo me pasa a mí con la señora Dolores. Que no acabo de acostumbrarme a tutearla. ¿Verdad, Lola? 

La aludida asiente con la cabeza y toma la palabra.

LOLA. Cristina no deja de hablarme maravillas de usted, doctor Gamir. Y también del doctor Rilke. Bueno, de ti Gustavo, y de don Fernando...; con él no tengo tanta confianza. Dice que está aprendiendo mucho, que ve cosas que nunca había imaginado al estar estudiando en la universidad, y que se siente feliz de haber venido. ¿No es así, Cristina?

CRISTINA. Así es, señora Lola.

Dr. GAMIR. Eso me alegra mucho. A veces uno no tiene el tiempo suficiente para enseñar, pero se hace lo que se puede. Y, evidentemente, la práctica diaria nos hace ver la gran distancia existente con la pura teoría que nos enseñan en la facultad.

CRISTINA. Seguir el ritmo de una consulta es el mejor modo de aprender. Hace que los alumnos nos demos cuenta de que la medicina real no es la que viene en los libros, o no exactamente la que se describe en ellos. La práctica desmiente parte de la teoría.

LOLA. (Que todavía permanece de pie junto al galeno.) Vamos a sentarnos y a disfrutar de los platos que he preparado para la ocasión. Usted, don Gustavo, siéntese ahí, al lado de Cristina. Y tú Dorindo, frente a don Gustavo. Yo voy a la cocina y vuelvo enseguida.

DORINDO. Lola ha preparado unos entrantes y un arroz estupendo. Tiene muy buena mano y es raro que algo le salga mal. ¿Verdad, Cristina?

CRISTINA. (Dirigiéndose al galeno.) Puedo asegurarlo, Gustavo. Yo ya he comido varias veces con ellos y siempre estupendamente. Ya me gustaría a mí cocinar la décima parte de lo que cocina Lola. ¡Qué envidia! Reconozco que el arte culinario no es lo mío.

Dr. GAMIR. Bueno, la gastronomía necesita tiempo y dedicación.

CRISTINA. Y también buena mano.

Dr. GAMIR. Cada uno tienes sus habilidades.

DORINDO. Lola siempre ha sido una buena ama de casa. (Tose un poco para aclarar la voz.) Cuando yo volvía de trabajar de la cantera, el rico sabor de sus platos me reconfortaba; me olvidaba del polvillo y de los sudores.

LOLA. El secreto está en el empeño de hacer las cosas bien y poner los ingredientes justos.

Dr. GAMIR. Más o menos lo que suele decir el doctor Rilke para lo nuestro: el entusiasmo, como elemento fundamental, y las intervenciones precisas. Análisis los necesarios y tratamientos los imprescindibles. Todo sin excesos, en su justa medida.

De repente llaman a la puerta. Sale LOLA a abrir y no da crédito a sus ojos: comprueba con sorpresa la presencia de SONIA. LOLA la invita a entrar y, sin decir palabra, CRISTINA irrumpe en la casa como una exhalación.
___
(Continuará)

Gran marcha (Entrada de los invitados) de Tannhäuser – Richard Wagner

miércoles, 21 de agosto de 2024

Entre dos lirios (comedia sanitaria): Acto II, 7-8

 

ACTO II

ESCENA SÉPTIMA
SONIA, FELICIA, Dr. GAMIR
En casa de DON RAIMUNDO, que se encuentra de viaje por un asunto político. GUSTAVO ha sido invitado por FELICIA, con el propósito de que SONIA haga las paces con él. FELICIA sabe bien de los celos de su sobrina y no puede negar los encantos del galeno vizanés.

SONIA. (Con retintín.) Dime, Gustavo, ¿cómo te está yendo con la alumna?

FELICIA. Niña, no seas tan incisiva. Ni que llevases cuernos.

Dr. GAMIR. (Aprovechando el quite de FELICIA, tratando de cambiar de tema.) Siempre me ha gustado ir por el monte saltando de piedra en piedra. No sé por qué, hay algo montaraz en mí, habiendo nacido junto al mar. Algo que va más allá de la pasión del montañero. Es curioso. No puedo explicarlo… Creo que tengo instinto de cabra.

SONIA. (Conteniendo la risa.) O de cabr… 

FELICIA. ¡Calla, niña! No seas desvergonzada. Que la discreción sigue siendo una virtud. Y más en una mujer. Y aún en la era digital de Internet y teléfonos móviles. 

SONIA. ¡Bah! Eres una retrógrada, tía Felicia; te vas pareciendo a tu hermano.

FELICIA. Seré lo que sea, pero nadie podrá decir que no sea discreta.

SONIA. Sigo pensando que eres una anticuada.

FELICIA. Y tú una descarada. Y en eso eres digna hija de tu padre.

SONIA. No continuemos por ahí, que si me buscas me encuentras.

Dr. GAMIR. Dejad de discutir. No creo, Felicia, que su sobrina sea indiscreta... (Llevando su mirada al encuentro de la recelosa de SONIA.) Es bastante guasona, eso sí, pero también sabe ser dulce y delicada. Cuando quiere, claro.

FELICIA. Lo que no me gusta es que sea maleducada. Eso no se lo tolero. Y como le falta su madre, que en gloria esté, estoy yo aquí para corregirla.

SONIA. Soy mayor de edad, tía Felicia.

FELICIA. Eres mayor de edad para lo que te conviene. ¡Si embridaras la lengua!

SONIA. ¡Vale! Como tú quieras... (Se calla a regañadientes.)

Dr. GAMIR. (Que ya no puede mantener su paciencia.) ¡Halla paz! Vamos a tomar el café tranquilamente, que enseguida entro de guardia.

FELICIA. Por cierto, pasado mañana regresa Raimundo.

SONIA. (Con el malhumorado rostro entre las manos.) Vuelve mi padre y, ¡hala!, otra vez serán dos a sermonearme. ¡Vaya cruz! Ya lo estoy viendo.

FELICIA. Testaruda niña…

Dr. GAMIR. Pues nada, ¡gracias por la invitación, Felicia! Me marcho, Sonia. 

El Dr. GAMIR se despide afectuosamente de FELICIA y fríamente de SONIA, que se mantiene distante, esquivándole un intento de beso, sin que el amor por su enamorado se haya apagado. Al contrario, atraída por él, su corazón le late con fuerza, pero el temor a perderlo por culpa de la otra la devora por dentro. En el fondo planea tener unas palabras con CRISTINA.


ESCENA OCTAVA
DON RAIMUNDO, Dr. GAMIR, CRISTINA
DON RAIMUNDO acaba de llegar de su viaje y no en buenas condiciones. Se ve aquejado de un fuerte dolor en el dedo gordo de un pie y acude cojeando al centro de salud. Su médico es el Dr. RILKE, pero en la recepción le dicen que está ausente y le dan la opción de ser atendido por el Dr. GAMIR. Accede, a su pesar, y entra en la consulta del enamorado de su hija.

DON RAIMUNDO. (Preguntando lo que ya sabe.) ¿No está don Fernando?

Dr. GAMIR. Ha salido a una urgencia domiciliaria. En este oficio, ya se sabe, pasamos enseguida de la rutina al drama. Pero yo lo puedo atender.

DON RAIMUNDO. (Comprobando la presencia de CRISTINA.) Si no tienes inconveniente, Gustavo. Es que tengo el dedo gordo del pie izquierdo hinchado como una salchicha, y me duele a rabiar. ¡Ay, ay, ay...! 

Dr. GAMIR. Faltaría más... Esta chica es Cristina, estudiante de Medicina en prácticas… Vamos a ver ese dedo. ¡Siéntese en la camilla!

DON RAIMUNDO. (Sentando su voluminosa anatomía.) El izquierdo... Fíjate que paradoja, yo que soy de derechas. Tiene gracia.

CRISTINA. (Aventurándose como una médica avezada.) Parece un ataque de gota, ¿no? 

Dr. GAMIR. En principio sí... ¿Le ha pasado más veces, don Raimundo?

DON RAIMUNDO. Hace unos años tuve algo parecido. Tenía el ácido úrico alto. La verdad es que no me cuido mucho; como demasiada carne. También bastante marisco. Y buenos vinos… ¡Ah!, son demasiadas comilonas institucionales, con políticos y hombres de empresa. Todo es comer y beber... Me digo que tengo que hacer dieta y cuando veo esos suculentos platos en la mesa me pierdo. He engordado varios quilos últimamente... ¡Cómo duele el puñetero dedo! ¡Maldita gota! Casi es mejor que me inyectes algo.

Dr. GAMIR. ¿Y no discuten de…? (Calla para centrarse en lo suyo.) Bien, le vamos a administrar un antiinflamatorio intramuscular, y también se lo voy a prescribir en comprimidos para continuar por vía oral. Además, le voy a solicitar un análisis para comprobar el nivel de ácido úrico.

El Dr. GAMIR le indica a EMILIA que le ponga un diclofenaco y va cubriendo un impreso de petición de analítica. DON RAIMUNDO recibe la correspondiente inyección, aguarda unos minutos y después de atarse el zapato se dispone a salir, en mejores condiciones que cuando llegó. El Dr. GAMIR lo acompaña hasta la puerta y, alejados de la alumna, el alcalde le habla con suficiente discreción al médico.

DON RAIMUNDO. (Tomando la pregunta dejada en el aire por GUSTAVO.) Después de comer y beber bien, discutimos de política y de otras cosas, ¡cómo no! Yo suelo soltarme sobre el mundo actual, que parece haberse vuelto del revés. No sé si me entiendes. Nos quiere dominar la gente rara. Feministas, salidos del armario, perroflautas, populistas, salvapatrias… No sé a dónde vamos a llegar con tantos chalados y pervertidos. Yendo a lo técnico, yo comulgo con el radicalismo, no con el posibilismo. Mis interlocutores suelen ser gente honrada, de mi cuerda, políticos serios –no sólo del Partido Inmovilista– y empresarios formales que comprenden mi malestar. Pero siempre hay algunos que me insultan. Yo creo que son progresistas infiltrados. Uno de ellos, hace poco, me llamó machista retrógrado. ¿Qué te parece? Se trata de un hombre, en apariencia, pero apuesto a que es maric… ¡Ay!, cómo me late el dedo gordo... Un gay, dicho en fino. Seguro.

Dr. GAMIR. (Sin inmutarse por el quejido de su posible suegro.) Ya.

GUSTAVO no dijo nada más para no herir la sensibilidad del recalcitrante ultraconservador, tosco y superficial. Y su potencial padre político, aguardó unos instantes en espera de una respuesta que rebatir y que, para desgracia de su espíritu polemista, no tuvo el gusto de recibir.

DON RAIMUNDO. Por cierto, ¿cómo va tu relación con mi hija, Gustavo?

Dr. GAMIR. Igual que siempre. Bien, bien, sin problemas.

DON RAIMUNDO. Es que veo a Sonia un tanto rara. (Comprobando que CRISTINA no puede oírle.) Creo que está celosa de esa chica.

Dr. GAMIR. Pues dígale que no hay motivos.

DON RAIMUNDO. (Con voz profunda y susurrante.) Espero que así sea; no tolero la informalidad. De lo contrario, no respondo de mis actos.

Estas últimas palabras, pronunciadas con grave intensidad eran para infundirle temor a cualquiera. Se marcha DON RAIMUNDO, no sin mostrar su agradecimiento como paciente, y GUSTAVO se queda con una agria sensación, en unas circunstancias de duda que lo atenazan, comenzando a brotarle un sentimiento por CRISTINA que va más allá del cariño profesional o del afecto que entraña la amistad. Es como si tuviese un batiburrillo en la cabeza. Y en su confusión, siente la necesidad de aclararse. 
___
(Fin del acto II. Continuará con el inicio del acto III y último)

Una broma musical (Divertimento para dos trompas y cuerdas): Presto – Mozart

martes, 20 de agosto de 2024

Entre dos lirios (comedia sanitaria): Acto II, 5-6

 

ACTO II

ESCENA QUINTA
JULIO, Dr. GAMIR
Una tarde en la Cervecería Abrente, dos semanas después de la llegada de CRISTINA RÍOS. JULIO y GUSTAVO están sentados en una mesa.

JULIO. (Después de un sorbo de su cerveza.) Esa estudiante de medicina en prácticas, no es de por aquí, ¿verdad? Se hospeda en el hostal de Lola.

Dr. GAMIR. Es de Vizana. ¿Por qué lo dices?

JULIO. Es una chica maja. La he visto salir de tu consulta, con un pequeño maletín. Y alguna vez más paseando por la calle. Me agrada; debe de ser encantadora.

Dr. GAMIR. Sí que es maja y, además, le veo vocación. Tiene mucho interés en aprender. Me pregunta por todo. Al parecer le interesa la medicina general, aunque yo la he puesto al tanto sobre pros y contras, para que no se lleve a engaño.

JULIO. La veo sola.

Dr. GAMIR. ¡Anda! Te gusta Cristina.

JULIO. ¡Cristina se llama! Como la reina de Suecia…

Dr. GAMIR. Veo en esos ojos el brillo del enamoramiento. ¿O me equivoco?

JULIO. ¿Enamorado yo? Bueno, a decir verdad, he de confesar que esa chica me atrae.

Dr. GAMIR. Por su físico.

JULIO. Supongo que por algo más.

Dr. GAMIR. Si no has hablado nunca con ella…

JULIO. ¡Está bien! Es un bombón, salta a la vista, pero además le veo unos ademanes dulces y una expresión inteligente. Me gustaría tratarla.

Dr. GAMIR. Te diré algo. Se me ha insinuado.

JULIO. (Sorprendido y repentinamente celoso.) ¿Eh?

Dr. GAMIR. Lo que oyes. Y te diré más. Sonia ha sospechado, supongo que por su instinto femenino, y se ha puesto como una furia. Incluso ha mostrado intención de agredir a Cristina. Se lo tuve que reprochar con algo más que palabras. (La mirada de Julio era indagadora.) No, no le he levantado la mano, líbreme Dios. Sólo la he zarandeado, para que se tranquilizase y me creyera. «Nada hay entre esa chica y yo», le dejé claro. Pero me parece que no se ha quedado muy convencida… Yo sé que se ha despertado en Cristina esa atracción del alumno por el profesor, que no deja de ser admiración. Tú, como maestro, lo debes saber mejor que yo.

JULIO. Nunca me ha pasado, que yo sepa. En mi caso con niñas pequeñas sería ridículo.

Dr. GAMIR. Hasta cierto punto, porque ahora ya extrañan pocas cosas.

JULIO. Eso es cierto. Pero la atracción de Cristina hacia ti puede ser algo serio.

Dr. GAMIR. No lo creo. La chica está bien, pero estoy comprometido y así se lo hice saber a ella. Le dije que no tenía ninguna posibilidad. O casi ninguna.

JULIO. Casi, dices. O sea que hay una puerta abierta.

Dr. GAMIR. Julio, no me fastidies… (Al camarero.) ¡Eulogio, cóbrame esto! (Tocando el hombro del amigo.) Te la voy a presentar para que os conozcáis.

Y así fue. El galeno le presentó a CRISTINA y JULIO tuvo oportunidad de hablar con ella. Al maestro le gustó tanto la compañía de la estudiante de medicina que hizo lo posible para tener una cita que no le resultó fácil. A la chica no le disgustaba JULIO, pero su atracción por GUSTAVO era mucho mayor. El maestro, ajeno a este relativo desprecio, no dejó de merodear por el local de LOLA hasta forzar un reencuentro con CRISTINA, tratando de darle una apariencia casual. Consiguió su propósito al tropezarse con la joven una tarde a la puerta del hostal; a pesar de su timidez, logró que aceptara una inocente invitación: a pasear por el Parque de Balobia el día siguiente. Fueron unas horas de conversación variada y desapasionada, lo suficiente para que JULIO se sintiese desde ese día perdidamente enamorado.


ESCENA SEXTA
JULIO, Dr. GAMIR, CRISTINA
Han pasado dos semanas, y tras ese poco tiempo CRISTINA se da cuenta de que ha aprendido mucho en el día a día de la consulta del Dr. GAMIR. Y al comienzo de la mañana del primer día de la tercera semana se presenta JULIO en calidad de paciente.

Dr. GAMIR. Hola, Julio. ¡Qué sorpresa! ¿Qué te trae por aquí?

JULIO. (Correspondiendo al saludo y mostrando cortesía con SONIA.) Pues vengo por una molestia que tengo en el pecho desde hace tres días. Es un dolor extraño, difícil de definir, pero que no acaba de irse y se hace bastante molesto.

Dr. GAMIR. ¿Y te apareció de repente, sin haber hecho ningún esfuerzo?

JULIO. No hice ningún esfuerzo, especial. He estado tocando el acordeón más de lo habitual, pero no creo que sea por eso. ¿O puede que sí? Tú me dirás.

Dr. GAMIR. (Negando con la cabeza.) Tiene que haber otro motivo. (A CRISTINA.) Julio toca bastante bien el acordeón. Yo la guitarra, y mal… (A JULIO.) Pero dime, ¿el dolor es intenso?, ¿es continuo?, ¿está localizado en algún punto?...

JULIO. No es muy fuerte, pero sí molesto; más que los alumnos de mi clase. (Este toque de humor hace sonreír a CRISTINA y GUSTAVO.) Va y viene. Es como si me pincharan, sí, como pinchazos en toda la parte izquierda… ¿No será del corazón?

Dr. GAMIR. Los pinchazos son una forma de parestesias. (Viendo el ceño fruncido de JULIO.) Me refiero a una sensación desagradable que suele ser fisiológica, o sea, sin una base patológica. De cualquier manera, vamos a hacer una exploración física. Échate en la camilla y descúbrete de cintura para arriba. (Mirando a la alumna.) ¿Quieres explorarlo tú, Cristina?

CRISTINA. ¡Vale!

CRISTINA se levanta y comienza la valoración del paciente –que tiene la piel de gallina y no puede disimular su ansiedad por la proximidad de la hermosa–, inspeccionando el esmirriado tórax, auscultándolo y percutiéndolo, siguiendo los pasos de la que indica la ortodoxia de la exploración física, para llegar a una aproximación diagnóstica que permita emitir un juicio clínico.

Dr. GAMIR. ¿Encuentras algo anormal, Cristina?

CRISTINA. Sólo me llama la atención una ligera taquicardia y la presión arterial algo elevada.

JULIO. (Tembloroso.) Siempre fui algo hipertenso. Y un poco aprensivo.

Dr. GAMIR. Vamos a ver…

GUSTAVO comprueba el pulso acelerado de JULIO.

JULIO. (Con semblante enfermizo.) ¿Es grave?

Dr. GAMIR. ¡Hum! La frecuencia cardiaca pasa de ochenta latidos por minuto, sin arritmia. A lo mejor es por la presencia de Cristina. Es broma... De todos modos, vamos a hacer un electrocardiograma y a solicitar un análisis, sobre todo para descartar un hipertiroidismo.

JULIO. Me siento un poco nervioso, pero no sé cuál es la razón. (Lo sabía perfectamente, aunque trataba de simular su hondo sentimiento.)

CRISTINA. Si mi presencia te perturba, es mejor que salga.

JULIO. No, no, de ninguna manera.

Dr. GAMIR. Yo creo que es del estrés. Los docentes cada vez lo tenéis peor. Pero para asegurarnos vamos a hacer ahora el electro. (Comienza a tararear una rítmica pieza musical muy conocida, y JULIO le sigue tímidamente.)

JULIO. Es la samba de Orfeo. ¡Qué bonita pieza! 

Dr. GAMIR. ¿Sabéis que he pensado en poner aquí música de ambiente relajante? (A CRISTINA.) Julio y un servidor, aparte de buenos amigos, somos grandes melómanos. Y yo además soy un firme defensor de la musicoterapia.

El Dr. GAMIR le encarga a EMILIA la realización del electrocardiograma, que resulta normal, y le prescribe a JULIO un tranquilizante, para que lo tome durante unos días, sin dejar de solicitarle los análisis de laboratorio que estima oportunos. JULIO se despide de los sanitarios, acordando con GUSTAVO un día para escuchar música en su casa, sin poder evitar que sus ojos golosos se detengan con ansia en la atrayente anatomía de la hermosa CRISTINA

lunes, 19 de agosto de 2024

Entre dos lirios (comedia sanitaria): Acto II, 3-4


ACTO II

ESCENA TERCERA
Dr. GAMIR, CRISTINA
Comienza la consulta del Dr. GAMIR, con su alumna CRISTINA sentada a su derecha. Los pacientes van entrando por turno, después de ser llamados por su nombre. Unos vienen con un problema, otros con varios problemas. Algunos llegan con asuntos burocráticos, incluyendo partes de confirmación de bajas laborales y recetas para renovar, aunque desde que se ha establecido la consulta médica telefónica a muchos se les satisface esta necesidad sin venir a consulta. Los formularios que se solicitan para diversos organismos, directamente o a través de la trabajadora social, sorprenden a la joven aspirante a médico, que comprueba que no todos son pacientes, pues hay quienes acuden mostrando la simple condición de usuarios.

Dr. GAMIR. (Después de haber atendido a veinte pacientes.) Como puedes comprobar, Cristina, son frecuentes las policonsultas.

CRISTINA. Ya lo veo.

Dr. GAMIR. El doctor Rilke dice que antes la gente venía con un problema concreto. Pero de un tiempo a esta parte suelen acudir con dos, tres, cuatro o más problemas. De modo que si tienes treinta y cinco pacientes con dos problemas de media por cada uno de ellos, es como si tuvieses setenta. Las consultas se multiplican y es difícil, o imposible, dar respuesta a todos los asuntos en una sesión. 

CRISTINA. Con tantos usuarios y el poco tiempo disponible para cada uno, ¿no es aconsejable que en cada consulta se trate un solo problema de salud?

Dr. GAMIR. No es fácil. Muchos te dicen que no tienen tiempo y que quieren aprovechar una sola consulta para resolverlo todo. Esto a Fernando, salvo excepciones, no le parece adecuado. Y a mí tampoco. Los dos somos partidarios de frenar esta deriva. Nos hemos planteado poner un tope de dos motivos de consulta por sesión, los dos más importantes si hay más, ateniéndonos a la ética profesional. Porque después de que se impone un nuevo hábito, cuesta mucho volver atrás.

CRISTINA. Me parece una buena idea.

Dr. GAMIR. Tampoco hay que olvidar a los hiperfrecuentadores, los que realizan visitas con mucha frecuencia. Ya verás como algunas personas vienen muy a menudo a consulta, sin una necesidad que lo justifique.

CRISTINA. ¿Y a qué es debido?

Dr. GAMIR. A diferentes factores. El principal es la presión que se ejerce para que la gente utilice los servicios sanitarios de un modo excesivo.

CRISTINA. No comprendo.

Dr. GAMIR. A ver si me explico. Se está produciendo un consumo abusivo y adictivo de los servicios sanitarios. En este sentido, se habla de una enfermedad social. Pero lo cierto es que está inducida por proveedores interesados. Y no sólo farmacéuticos, también de la medicina privada.

CRISTINA. ¡Vaya! Yo pensaba que la ética estaba por encima de todo.

Dr. GAMIR. Así debería ser. Pero, desgraciadamente, por encima de todo está el dinero. Son muchos los que ven la salud como un puro negocio.

CRISTINA. No soy tan ingenua para no saber que nadie hace nada por amor al arte. O casi nadie. Sin embargo, me resisto a admitir que sólo se persigan ganancias.

Dr. GAMIR. Pues, querida Cristina, me temo que así es. Y el medio más eficaz para conseguir ganancias es infundir temor. ¡Mete miedo y ganarás!

CRISTINA. ¡Uf! Es repugnante.

Dr. GAMIR. A los sanitarios que trabajamos de buena fe nos produce náuseas. Por eso debemos informar a los pacientes con claridad, liberarlos de inconvenientes temores y convencerlos de que deben evitar las informaciones tóxicas.

CRISTINA. He oído hablar de la infoxicación.

Dr. GAMIR. Pues la infoxicación en salud es la peor de todas. La que más daña.


ESCENA CUARTA
Dr. RILKE, Dr. GAMIR, CRISTINA
A punto de finalizar la jornada matutina, entra el Dr. RILKE en el consultorio del Dr. GAMIR, que se halla junto a CRISTINA.

Dr. RILKE. ¿Ha ido todo bien?

Dr. GAMIR. En general sí. Hemos atendido un par de urgencias, una crisis asmática y un cólico nefrítico. Y hemos tenido un conflicto con una paciente que quería que le diese un narcótico para su dolor de rodilla. Pero la mujer, que sufre de artrosis, no tiene la culpa; es una moda que se está extendiendo desde las unidades de dolor.

Dr. RILKE. Están matando moscas a cañonazos. Después de todo, son anestesistas. Tienen la mano demasiado suelta para prescribir opiáceos.

CRISTINA. Durante la rotación hospitalaria nos han dicho que los mórficos deben reservarse para el dolor grave. Creo que es lo que recomiendan las guías de práctica clínica. Yo he metido baza con buena intención, tratando de apoyar esta postura, pero esa señora me miró con hostilidad. Hizo que me sintiera mal.

Dr. GAMIR. Cristina ha intervenido de buena fe y muy educadamente, pero la irritable mujer, Flora Gripa, que tú bien conoces, Fernando, acabó insultándola. Le dijo que se callase y, viéndola tan joven y discreta, la llamó mosquita muerta.

Dr. RILKE. ¿La que fue paciente mía y se cambió para ti?

Dr. GAMIR. La misma.

Dr. RILKE. (Encolerizado.) No tolero la falta de respeto. Y no soporto que algunos no aprecien lo que tienen. Puedo imaginarme un día en que no haya médicos, porque las circunstancias han llevado a que nadie tenga vocación para entregarse a la ciencia, arte y oficio de la medicina. Un día en que ya nadie quiera seguir los pasos de Hipócrates, porque no merezca la pena dedicarse a una labor que no es reconocida ni valorada. Entonces, aquellos que vociferaban sus derechos se darán cuenta de lo que han perdido.

Dr. GAMIR. No creo que lleguemos a tal extremo, Fernando.

Dr. RILKE. Pues en mi opinión, Gustavo, no es descabellado imaginarlo. (Dirigiéndose hacia la alumna en prácticas.) No pretendo asustarte, Cristina, pero la práctica de la medicina tiene sus sinsabores. Sin duda, tiene muchas compensaciones, siempre que la ames y te dediques con convicción y en plenitud a ella. ¡No hay nada más digno que aliviar el sufrimiento! Pero no tenemos por qué tragar sapos ni dejarnos estresar continuamente, a riesgo de tener una úlcera de estómago o, peor aún, un infarto. Como le escuché decir a un compañero: «Primero piensa en tus coronarias». ¡Toma nota, querida! Con el tiempo entenderás que hay que poner ciertos límites, por el bien de todos y sobre todo de los pacientes.

Dr. GAMIR. Hazle caso, Cristina. Tiene experiencia, conocimiento y sensatez. (Haciéndole un guiño al Dr. RILKE.) Fernando es un sabio.

CRISTINA. Tomaré nota.

Dr. RILKE. No soy sabio, soy viejo. (Tras unos segundos de reflexión.) Hay que ser optimista, desde luego, pero moderadamente. Y hemos de asumir que el mundo no se acaba entre las cuatro paredes de un consultorio. Ni mucho menos. 

Día a día, jornada a jornada, CRISTINA va adquiriendo experiencia al lado del joven galeno, que se muestra cada vez más cómodo al lado de su alumna, y también más atraído por sus encantos personales. No es de extrañar. Es una chica con buenas cualidades humanas, inteligente y, por encima, tiene una hermosura incontestable. GUSTAVO cree estar enamorado de SONIA, pero su nueva atracción llega a hacerle dudar. Hasta el momento guarda para sí su sentimiento y no lo exterioriza, por discreción y también por conveniencia. 
___
(Continuará)

‘‘Lever du jour’’ de Daphnis et Chloe, Maurice Ravel

domingo, 18 de agosto de 2024

Entre dos lirios (comedia sanitaria): Acto II, 1-2


ACTO II

ESCENA PRIMERA
Dr. GAMIR, Dr. RILKE
GUSTAVO entra en la Cervecería Abrente, uno de los establecimientos donde habitualmente suele parar. Y al llegar se encuentra con FERNANDO RILKE.

Dr. GAMIR. ¡Hola, Fernando! Me alegro de encontrarte. 

Dr. RILKE. ¿Qué tal Gustavo? ¡Siéntate!

Dr. GAMIR. (Después de hacer señal al camarero de que le sirva lo de costumbre.) Mañana viene mi alumna para comenzar sus prácticas.

Dr. RILKE. Eso está bien. A mi consulta también va a acudir un rapaz que vino a presentarse el otro día. Es raro, porque ahora son mayoría las mujeres que estudian medicina. En el pasado predominaban los hombres; lo habitual era que las féminas estudiasen para ser enfermeras. Hemos ido de un extremo a otro.

El camarero le sirve a GUSTAVO la cerveza que acostumbra a tomar. 

Dr. GAMIR. ¡Gracias, Eulogio!... Respecto a eso, dice Julio, el maestro, que nuestra sociedad se mueve hacia los extremos. Antiguamente era aquello de «la letra con sangre entra», y ahora no le roces un pelo a un chiquillo que te llevan detenido.

Dr. RILKE. Cierto. Tampoco el paciente te discutía un tratamiento y en la actualidad está tan empoderado, e «informado» por el Dr. Google, que tienes que darle mil explicaciones e insistir para que se convenza de que las recomendaciones que le das son las más adecuadas. Tú eres muy joven y no tienes mi perspectiva temporal. No puedes notar este contraste que se ha producido en treinta años.

Dr. GAMIR. Llevo cuatro años aquí, alejado del mar, y año a año noto cambios.

Dr. RILKE. A peor, ¡a que sí! (GUSTAVO asiente.) Es reflejo de los cambios sociales, siguiendo un movimiento pendular. Ahora a todo el mundo le asisten los derechos y son cada vez menos los que sienten la obligación de acatar los deberes. Yo antes tenía la mentalidad abierta hacia la libertad absoluta, creyendo que todo quisque era bueno. A estas alturas estoy desengañado, y aunque no renuncio a mis antiguas ideas, que distan un mundo de las del señor alcalde, por poner un ejemplo, lo veo todo muy diferente. Los jóvenes ya no te muestran respeto y los viejos parecen haberse contagiado de ese desprecio que muestran aquellos a quienes desde la cuna les han dado todo hecho. Que son mayoría. Muchos no dan palo al agua y se creen los reyes del mambo. ¡Apropiados tópicos! Y si por casualidad trabajan, ya están cansados al tercer día. Te vienen a por una baja alegando una lumbalgia o simulando una depresión. Hay demasiados vagos. ¡Qué te voy a contar! Tú lo estarás viviendo en tu corta carrera profesional. A mí ya poco me queda.

Dr. GAMIR. Por mi parte, noto cada vez más personas que te vienen a pedir justificantes para excusarse de cualquier obligación. Es algo que cuesta entender.

Dr. RILKE. Y eso que estamos en un pueblo. ¡Imagínate en la ciudad! A mí me ha venido ayer uno, que llevará un año viviendo aquí, para que le diese un justificante que confirmase que el día anterior se encontraba mal y no pudo ir a trabajar. Ya era la tercera vez en poco tiempo que venía con algo parecido y corté por lo sano. Soy tolerante, pero la comprensión tiene sus límites. Le propuse que hiciese una declaración jurada o acudiese al notario, a ver si, pagando el servicio, le daba fe de que en efecto estaba mal. Ése ya no vuelve con cuentos semejantes, me dije.

Dr. GAMIR. Seguro que no.

Dr. RILKE. Te diré algo en confianza. Este no es lugar ni estamos en un tiempo para hacer dinero. Lo que ha sido una profesión liberal ha pasado a ser un desempeño funcionarial. Ahora estamos supeditados a gestores que siguen dictámenes políticos. Tratan de aparentar nobles deseos de mejorar el sistema público de salud y lo que persiguen es buscar su ruina, para favorecer los intereses de consorcios y entidades privadas, de las que ellos mismos habrán de obtener compensaciones. No nos engañemos, los tiempos en los que el médico tenía un elevado estatus, poder e influencia, han pasado. Tampoco defiendo a los colegas de antaño que engañaban a su clientela para sacarles los cuartos. Aún quedan algunos al estilo de los de la vieja guardia; incluso de los que usan con habilidad la mejor arma del negocio de la salud: el charlatanismo. Me asquean esos galenos engañadores, los charlatanes, los vendedores de humo. Son indignos quienes apelan engañosamente al interés de la medicina, por encima del bien del paciente y en interés propio. Hacer dinero no es mi principal cometido. No. Sin embargo, no puedo callar ante la evidente proletarización a la que nos han condenado. Creo que me queda un poco de dignidad. Y no soy un soñador… Pero a pesar de inconvenientes y sinsabores, aún sigo disfrutando de esta digna profesión. Mantengo el entusiasmo necesario para resistir sin quemarme, como tantos compañeros incapaces de soportar la actual carga de trabajo, sin sustitutos, con recortes, sin derechos, con demasiados ninguneos. No veo un futuro alentador en el campo de la medicina de familia y de la atención primaria en general. (Advierte los ojos entornados de su compañero.) Y no quiero desalentarte, Gustavo. Tienes muchos años por delante, y gente como tú es la que tiene que impulsar una refundación del sistema, para que esto vuelva a encontrar el norte que ha perdido hace mucho tiempo.

Dr. GAMIR. (Con gesto más alegre.) Yo confío en lo que dices, Fernando. También entiendo tu desencanto. Y admiro tu pundonor y tu entrega profesional.

Dr. RILKE. Por cierto, quería proponerte un cambio de guardia para el próximo mes. (Le hace la propuesta concreta y GUSTAVO acepta sin ver inconveniente.) 

FERNANDO le hace saber a GUSTAVO que, pudiendo librar las guardias, por rebasar la edad de cincuenta y cinco años, continúa haciéndolas por solidaridad con los compañeros, para que no se vean sobrecargados, al haber llegado a una situación de escasez de galenos en Hispania. Situación debida a la emigración médica de los últimos años en busca de mejores horizontes profesionales, a otros países europeos e incluso a las antípodas. Después de tomarse otras cervezas y derivar la conversación hacia asuntos no profesionales, tan relajantes como los baños termales, la pesca fluvial o el senderismo, se despiden cordialmente. La admiración que siente el Dr. GAMIR por su veterano colega es reverencial. Cuando llegó a Balobia, el Dr. RILKE le prestó una gran ayuda. Se siente muy agradecido de su generosa actitud y tiene por impagable el conocimiento que le transmitió del medio y de la gente. Y además está fascinado por su inmenso saber médico y su extraordinaria capacidad de comunicación. 


ESCENA SEGUNDA
Dr. GAMIR, Dr. RILKE, CRISTINA
A primera hora, GUSTAVO acompaña a CRISTINA hasta la consulta de FERNANDO, con el propósito de que se conozcan.

Dr. GAMIR. ¡Buenos días, Fernando! Te presento a mi alumna, Cristina Ríos. 

Dr. RILKE. ¡Bienvenida, Cristina! (Le da un beso en cada mejilla.) Estás en buenas manos. Gustavo es un tutor paciente, yo no tanto. (El Dr. GAMIR lo niega con un gesto de desaprobación por su modestia.) Vas a comprobar que aquí hacemos medicina total. Más que médicos generales o de familia, somos «todólogos», especialistas en todo el individuo. Lejos del hospital, estamos preparados para actuar en cualquier circunstancia. Así es la medicina rural, opuesta a la hospitalaria de los «cachitólogos», especializados en un pedacito del saber médico. Quizás ayer ya lo hayas constatado. 

CRISTINA. (Sonriendo por la curiosa descripción que RILKE acaba de hacer.) Sí, ayer he visto que se hace un poco de todo. Y Gustavo me ha puesto al tanto de las actividades que desarrolláis en el pueblo. Muy interesante vuestro trabajo.

Dr. RILKE. Verás con qué facilidad se pasa de la rutina al drama, del cargante papeleo a la emergencia inesperada, de los procesos banales a pacientes con cáncer o enfermedades raras. Te encontrarás con individuos quejicas y con admirables pacientes que llevan una grave enfermedad crónica con dignidad. Bueno, lo irás advirtiendo poco a poco… No sé si Gustavo te ha hablado de las charlas educativas que solemos dar.

Dr. GAMIR. (Adelantándose.) Cristina tiene conocimiento de nuestra labor de educación sanitaria y de todo lo demás. Hasta del cuestionamiento de algunas medidas preventivas de las que tanto hemos debatido. Le he hablado de ello.

Dr. RILKE. ¿Sí? ¿Y qué opinas, Cristina?, en breve doctora Ríos.

CRISTINA. Durante la carrera todo es pura teoría y dogmatismo. Te inculcan eso de que es mejor prevenir que curar, y Gustavo me ha convencido de que no siempre es así. Creo que las prácticas deberían comenzar antes de la licenciatura. Nos abriría los ojos cuanto antes y no nos sorprenderíamos de lo que nos espera al acabar.

Dr. RILKE. Totalmente de acuerdo. En eso coincidimos la mayoría. Sí. Llevamos años instando a cambios en los programas educativos, pero por desgracia no hemos logrado que cambie nada. Todo continúa igual que estaba. La gente sigue saliendo de la facultad sin haber visto un paciente. Desconociendo la realidad social, los problemas de alcoholismo y drogadicción, la soledad de los ancianos, la pobreza... Y cuando un médico joven, recién licenciado o acabada su especialidad de medicina de familia, llega a un pueblo y comprueba que ha de atender sobre la marcha un traumatismo grave, un infarto de miocardio, un ahogamiento o un brote psicótico, navegando en un mar de continua incertidumbre y sin dejar de soportar la carga de un ingente papeleo, puede acabar agobiado y lamentando haber elegido este oficio o satisfecho de su labor y confiando en futuras mejoras asistenciales. Espero que tú, Cristina, sientas satisfacción y confianza.

Dr. GAMIR. (Mirando su reloj.) Va a ser mejor que dejemos de teorizar. Es hora de comenzar la consulta… Pero no veo a tu alumno, Fernando.

Dr. RILKE. Vendrá mañana. Hoy tenía que resolver un papeleo en la Gerencia de Atención Primaria. Aquí los trámites no se simplifican ni con la informatización; no hay manera de que seamos prácticos. En fin… ¡Pongámonos a trabajar!

Dr. GAMIR. ¡Comencemos que ya es hora!

GUSTAVO y CRISTINA salen de la consulta de FERNANDO.
___ 
(Continuará)

Un sospiro, Franz Liszt