ACTO II
ESCENA TERCERA
Dr. GAMIR, CRISTINA
Comienza la consulta del Dr. GAMIR, con su alumna CRISTINA sentada a su derecha. Los pacientes van entrando por turno, después de ser llamados por su nombre. Unos vienen con un problema, otros con varios problemas. Algunos llegan con asuntos burocráticos, incluyendo partes de confirmación de bajas laborales y recetas para renovar, aunque desde que se ha establecido la consulta médica telefónica a muchos se les satisface esta necesidad sin venir a consulta. Los formularios que se solicitan para diversos organismos, directamente o a través de la trabajadora social, sorprenden a la joven aspirante a médico, que comprueba que no todos son pacientes, pues hay quienes acuden mostrando la simple condición de usuarios.
Dr. GAMIR. (Después de haber atendido a veinte pacientes.) Como puedes comprobar, Cristina, son frecuentes las policonsultas.
CRISTINA. Ya lo veo.
Dr. GAMIR. El doctor Rilke dice que antes la gente venía con un problema concreto. Pero de un tiempo a esta parte suelen acudir con dos, tres, cuatro o más problemas. De modo que si tienes treinta y cinco pacientes con dos problemas de media por cada uno de ellos, es como si tuvieses setenta. Las consultas se multiplican y es difícil, o imposible, dar respuesta a todos los asuntos en una sesión.
CRISTINA. Con tantos usuarios y el poco tiempo disponible para cada uno, ¿no es aconsejable que en cada consulta se trate un solo problema de salud?
Dr. GAMIR. No es fácil. Muchos te dicen que no tienen tiempo y que quieren aprovechar una sola consulta para resolverlo todo. Esto a Fernando, salvo excepciones, no le parece adecuado. Y a mí tampoco. Los dos somos partidarios de frenar esta deriva. Nos hemos planteado poner un tope de dos motivos de consulta por sesión, los dos más importantes si hay más, ateniéndonos a la ética profesional. Porque después de que se impone un nuevo hábito, cuesta mucho volver atrás.
CRISTINA. Me parece una buena idea.
Dr. GAMIR. Tampoco hay que olvidar a los hiperfrecuentadores, los que realizan visitas con mucha frecuencia. Ya verás como algunas personas vienen muy a menudo a consulta, sin una necesidad que lo justifique.
CRISTINA. ¿Y a qué es debido?
Dr. GAMIR. A diferentes factores. El principal es la presión que se ejerce para que la gente utilice los servicios sanitarios de un modo excesivo.
CRISTINA. No comprendo.
Dr. GAMIR. A ver si me explico. Se está produciendo un consumo abusivo y adictivo de los servicios sanitarios. En este sentido, se habla de una enfermedad social. Pero lo cierto es que está inducida por proveedores interesados. Y no sólo farmacéuticos, también de la medicina privada.
CRISTINA. ¡Vaya! Yo pensaba que la ética estaba por encima de todo.
Dr. GAMIR. Así debería ser. Pero, desgraciadamente, por encima de todo está el dinero. Son muchos los que ven la salud como un puro negocio.
CRISTINA. No soy tan ingenua para no saber que nadie hace nada por amor al arte. O casi nadie. Sin embargo, me resisto a admitir que sólo se persigan ganancias.
Dr. GAMIR. Pues, querida Cristina, me temo que así es. Y el medio más eficaz para conseguir ganancias es infundir temor. ¡Mete miedo y ganarás!
CRISTINA. ¡Uf! Es repugnante.
Dr. GAMIR. A los sanitarios que trabajamos de buena fe nos produce náuseas. Por eso debemos informar a los pacientes con claridad, liberarlos de inconvenientes temores y convencerlos de que deben evitar las informaciones tóxicas.
CRISTINA. He oído hablar de la infoxicación.
Dr. GAMIR. Pues la infoxicación en salud es la peor de todas. La que más daña.
ESCENA CUARTA
Dr. RILKE, Dr. GAMIR, CRISTINA
A punto de finalizar la jornada matutina, entra el Dr. RILKE en el consultorio del Dr. GAMIR, que se halla junto a CRISTINA.
Dr. RILKE. ¿Ha ido todo bien?
Dr. GAMIR. En general sí. Hemos atendido un par de urgencias, una crisis asmática y un cólico nefrítico. Y hemos tenido un conflicto con una paciente que quería que le diese un narcótico para su dolor de rodilla. Pero la mujer, que sufre de artrosis, no tiene la culpa; es una moda que se está extendiendo desde las unidades de dolor.
Dr. RILKE. Están matando moscas a cañonazos. Después de todo, son anestesistas. Tienen la mano demasiado suelta para prescribir opiáceos.
CRISTINA. Durante la rotación hospitalaria nos han dicho que los mórficos deben reservarse para el dolor grave. Creo que es lo que recomiendan las guías de práctica clínica. Yo he metido baza con buena intención, tratando de apoyar esta postura, pero esa señora me miró con hostilidad. Hizo que me sintiera mal.
Dr. GAMIR. Cristina ha intervenido de buena fe y muy educadamente, pero la irritable mujer, Flora Gripa, que tú bien conoces, Fernando, acabó insultándola. Le dijo que se callase y, viéndola tan joven y discreta, la llamó mosquita muerta.
Dr. RILKE. ¿La que fue paciente mía y se cambió para ti?
Dr. GAMIR. La misma.
Dr. RILKE. (Encolerizado.) No tolero la falta de respeto. Y no soporto que algunos no aprecien lo que tienen. Puedo imaginarme un día en que no haya médicos, porque las circunstancias han llevado a que nadie tenga vocación para entregarse a la ciencia, arte y oficio de la medicina. Un día en que ya nadie quiera seguir los pasos de Hipócrates, porque no merezca la pena dedicarse a una labor que no es reconocida ni valorada. Entonces, aquellos que vociferaban sus derechos se darán cuenta de lo que han perdido.
Dr. GAMIR. No creo que lleguemos a tal extremo, Fernando.
Dr. RILKE. Pues en mi opinión, Gustavo, no es descabellado imaginarlo. (Dirigiéndose hacia la alumna en prácticas.) No pretendo asustarte, Cristina, pero la práctica de la medicina tiene sus sinsabores. Sin duda, tiene muchas compensaciones, siempre que la ames y te dediques con convicción y en plenitud a ella. ¡No hay nada más digno que aliviar el sufrimiento! Pero no tenemos por qué tragar sapos ni dejarnos estresar continuamente, a riesgo de tener una úlcera de estómago o, peor aún, un infarto. Como le escuché decir a un compañero: «Primero piensa en tus coronarias». ¡Toma nota, querida! Con el tiempo entenderás que hay que poner ciertos límites, por el bien de todos y sobre todo de los pacientes.
Dr. GAMIR. Hazle caso, Cristina. Tiene experiencia, conocimiento y sensatez. (Haciéndole un guiño al Dr. RILKE.) Fernando es un sabio.
CRISTINA. Tomaré nota.
Dr. RILKE. No soy sabio, soy viejo. (Tras unos segundos de reflexión.) Hay que ser optimista, desde luego, pero moderadamente. Y hemos de asumir que el mundo no se acaba entre las cuatro paredes de un consultorio. Ni mucho menos.
Día a día, jornada a jornada, CRISTINA va adquiriendo experiencia al lado del joven galeno, que se muestra cada vez más cómodo al lado de su alumna, y también más atraído por sus encantos personales. No es de extrañar. Es una chica con buenas cualidades humanas, inteligente y, por encima, tiene una hermosura incontestable. GUSTAVO cree estar enamorado de SONIA, pero su nueva atracción llega a hacerle dudar. Hasta el momento guarda para sí su sentimiento y no lo exterioriza, por discreción y también por conveniencia.
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(Continuará)
‘‘Lever du jour’’ de Daphnis et Chloe, Maurice Ravel
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