Propuestas de mejora de la atención médica en Atención Primaria
1. Agenda médica racional: flexible y con distribución práctica de pacientes (p. ej. 3 pacientes a la misma hora en cada sector horario). [v. La agenda racional]
2. Eliminar toda burocracia inútil o contraproducente.
3. Gestión racional de la demanda asistencial:
–Regular la atención urgente, procurando que la asistencia ordinaria no se vea interferida por las citas forzadas.
–La demanda sin cita demorable se asignará en tramo final de agenda, disponible para eventualidades, después de pacientes con cita asignada.
Por supuesto, se puede discrepar de estas propuestas, dudar de su posible aplicación o considerar otra mejoras. Nosotros las consideramos necesarias, ante la presión asistencial creciente en una sociedad cada vez más exigente, y la dificultad –o imposibilidad– de que los médicos de familia puedan prestar una atención adecuada a sus pacientes. Para ello, lo crucial es liberar al médico de familia de toda la burocracia inútil o contraproducente y regular de una vez la atención urgente. Y aunque esto nos parezca lo mejor, dejamos esta entrada abierta a sugerencias.
Se dejó caer en el sofá como una marioneta. Alberto Laíño, que soñaba con ser médico (y ahora desearía ser todopoderoso cirujano), estaba flácido, exánime, sin aliento. Había apurado la marcha afanándose en huir del mundo y quedarse a solas con sus miserias. No podía creer que fuese cierto y sentía gravemente herido su corazón romántico. Su tiempo no era éste, de apertura e indiferencia, sino el de una época más cerrada y más galante. Recibida la puñalada cruel del desengaño, clavadas las lanzas de la desdicha, el pecho se le desgarraba y, jadeante, deglutía raudales de amargor. Se quejaba del entorno ruin que lo agobiaba, mientras trataba de liberar su garganta del opresivo cuello de la camisa. Consiguió la necesaria bocanada entre gemidos y, sin tregua, sufrió la vacuidad con el melodioso fluir de Rachmaninov...
Cuatro meses antes, aquel día inolvidable, la vio por vez primera. Finalizada la jornada en el instituto, caminaba junto a su amigo Guillermo Braña, en dirección a la librería más cercana. Debían adquirir un libro de lectura y habían acordado comprarlo a medias, por mor de las limitaciones financieras. El profesor de literatura exigía un mínimo de seis lecturas para el curso; cuatro optativas ya eran para nota.
—¿Te parece bien, Guillermo?
—A mí me parece perfecto, Alberto. Creo que es una idea muy acertada. Y si nos da un buen resultado, en el futuro podríamos seguir con esta estrategia. Es una forma inteligente de conseguir el doble de libros por el mismo dinero.
—O el mismo número a mitad de precio. Y después de leídos, tampoco sería descabellado repartirlos, según el interés de cada cual. Ahorramos y sacamos provecho.
—O si no, de no haber avenencia, echarlos a suertes de alguna manera; de uno en uno, de dos en dos, de tres en tres… Pueden ser diez. ¿Qué opinas?
—Dicho así parece una vulgaridad, casi un sacrilegio, pero ¡estoy de acuerdo, Guillermo! Presiento que mi fortuna vaticina el mejor lote. Es broma… De todos modos, ya veremos si podemos con la media docena obligada antes de aventurarnos con las lecturas optativas. ¡Mira que algunos libros tienen un buen calibre!
Después de convenido el peculiar procedimiento, los dos compañeros y amigos se dirigieron hacia la librería Rosicler. Y ya iban a adentrar en ella cuando, impresionados de repente, detuvieron su arrogante paso juvenil para cedérselo gentilmente a la persona que en ese preciso instante salía. «¡Qué bella criatura!», pensaron ambos sin decir palabra, enmudecidos por su impactante resplandor. Si aquel establecimiento llevaba el nombre del luminoso amanecer, la belleza que de allí parecía nacer era digna de la aurora más suprema. Los entusiasmados estudiantes, embobados, siguieron con ojos golosos a la muchacha que se alejaba.
—¡Caramba! —exclamó Laíño—. No he visto rostro más lindo en mi vida.
—¡Pues anda que su cuerpo no desmerece! —añadió Braña—. Y esa negra cabellera que le sobrepasa la cintura, ¿no te parece hermosísima?
—¡Toda ella lo es, Guillermo! ¡Deliciosa!
—Está para...
—¡Uf! Creí que me moría de emoción.
—Bueno, mirándolo fríamente, ¡tampoco es para tanto!
Hipócrita sentencia. Guillermo Braña también reconocía en sus adentros que aquella mujer podría enloquecer a cualquiera; era una de esas muñecas que no parecen reales, que hacen presuponer al común de mortales, mayormente masculinos, que son como una cumbre inalcanzable. Volvieron a respirar de lo terrenal y, ya asentados los pies en el suelo, procuraron alejar de sus mentes a la Venus. Ahora importaba el libro que precisaban; había que centrarse y sumergirse en su contenido.
—¿Quién comienza la lectura, Alberto?
—¡Hazlo tú, Guillermo! Puedes leer la mitad de los capítulos y resumirlos; después leo yo el resto y hago una síntesis de mi parte. A conciencia. De este modo podemos avanzar más y afrontar muchas lecturas. ¿Lo ves razonable?
—Tampoco es mala idea. ¡Conforme!
Así que acordaron adoptar este discutible método, poco ortodoxo –o adscrito a la heterodoxia antiliteraria–. Ya que habían ido a partes iguales en el desembolso pecuniario, parecía lógico que también lo fuesen en el intelectual. Dejando críticas al margen, la cosa funcionó, porque del esfuerzo compartido vinieron consecuencias académicas favorables para la pareja estudiantil. Y las notables calificaciones en literatura animaron a los dos muchachos a seguir con esa práctica hasta fin de curso.
***
Otra soleada tarde en que se disponían a mercar un nuevo libro, una selección de los insuperables cuentos de Antón Chéjov, el azar dispuso el reencuentro con la preciosa ninfa. En esta ocasión ellos salían y ella entraba.
—¡Te has fijado, Alberto!
—¡Sí, Guillermo! Es ella... la misma.
—Una sugerencia: ¿por qué no esperamos a que salga y le hablamos? ¿Eh? Quisiera comprobar si la voz de esa chica está en concordancia con lo que ostenta.
—Yo siento la misma curiosidad.
Concertaron la excusa que pondrían para iniciar la conversación con la muchacha, y cuando ésta atravesó el umbral de la librería, Laíño, que debía romper el hielo, se atragantó. Entonces, Braña tomó la iniciativa cortésmente.
—¡Perdón, señorita! Permítame que le haga una pregunta. Por casualidad, ¿no habrá comprado usted los cuentos de Chéjov? Es para comprobar si la edición es la misma, ya que a otros alumnos le han vendido versiones diferentes y... De todas formas, usted no estudia en el Instituto Adolfo Bécquer, ¿no es cierto?
—No, no estudio en ese instituto. Y tampoco he venido por ningún libro de lectura, sino por un simple portafolios. Siento no poder serle de ayuda.
—Pues... ¡disculpe por la molestia! —manifestó Braña, visiblemente azorado.
—No fue ninguna molestia. ¡Adiós!
A Laíño se le aflojó de pronto el nudo de la glotis. Al constatar que su voz era tan dulce y cálida como su encanto exterior, se liberó con ímpetu.
—¡Un momento!
—¿Sí?
—Debo hablarle con sinceridad. Mi amigo Guillermo y yo, que, dicho sea de paso, me llamo Alberto, reparamos en usted en otra ocasión. Nos dijimos: «¡Qué hermosa es esa chica!»; pero quedamos petrificados, sin atrevernos a pronunciar una palabra. Al verla de nuevo, decidimos la forma de entablar conversación, por eso de no dejar escapar la ocasión de conocer a alguien interesante, y no arrepentirse más tarde de lo que pudo ser y no fue. ¿Entiende usted a lo que me refiero?
—¡Rediez! —impuso ella esta interjección tras la cursi parrafada—. ¿Y qué han visto en mí de interesante, si se puede saber? Soy una chica normal.
—Ya se lo he dicho, lo guapísima que es usted.
—¿Nada más? ¿Así de simple?
—¿No es suficiente? —interpeló Laíño sorprendido.
—¡Vaya! Entonces, ustedes no ven en una mujer más que su aspecto, su apariencia externa. ¿Acaso no les importa su forma de pensar, sus conocimientos, sus aspiraciones, sus ideas más profundas? ¡Ah, ya! Se trata de unos vulgares ligones que planean el acoso de una chica que sucumba a artificiosas adulaciones y se entregue a sus más bajos propósitos, a inconfesables deseos y lúbricos antojos. Si es así, y ya veo que sí, se han equivocado conmigo. ¡Búsquense otra presa más fácil!... Pero creo que estoy hablando demasiado. Ha sido un placer haberles conocido. ¡Adiós!
Esta fue su despedida, sin más. Y al constatar ellos que además de bella era inteligente, exclamaron al unísono: «¡Guau!» A continuación, Guillermo Braña, menos pasional que su amigo, concluyó que no era más que una creída. Pero Alberto Laíño se dejó envolver por un tornado de enamoramiento, y aquella misma noche soñó que vivía con la bella un tierno y apasionado romance. De mañana, ¡cómo no imaginarlo respirando feliz por la placentera ensoñación! Sentía a flor de piel su aroma, los besos y caricias que su magín febril recreaba, desaforadamente deseoso de amar y ser amado.
***
Los dos amigos volvieron a la librería con el escolar propósito y, más que nada, con el afán de tropezarse otra vez con la hermosísima muchacha. Acudieron muchas tardes de vana ilusión, de sensual anhelo, de palpitante deseo, con la esperanza de contemplarla nuevamente. Pero pasaban los meses y ella no reaparecía. Llegaron las vacaciones menos esperadas, y se fueron olvidando de aquel extraordinario rostro femenil, de sus grandes ojos negros, de su larga cabellera azabache, de su dulce y bien impostada voz, del fascinante ser correspondiente al mal llamado sexo débil.
Casi la había olvidado cuando, una luminosa mañana de finales de julio, al desplegar las páginas del diario local, Guillermo Braña reparó en un suceso:
Margarita Cienfuegos, joven de buena familia, fue hallada muerta en el local de alterne donde ejercía la profesión más antigua del mundo.
—¿Te has fijado en la foto, Alberto? No tengo la menor duda. ¡Es ella! ¡Ella! La chica que casi nos hace perder la cabeza.
—¡Déjame ver! Sí, no cabe duda. La misma.
—¡Bah! No era más que una cualquiera. ¡Cómo engañan las apariencias!
—No lo puedo creer... —pronunció Laíño, con voz queda y deshilachada.
Quisieron cerciorarse y se acercaron a la librería Rosicler para hablar con Elías. El propietario les confirmó que la joven era cliente habitual hasta hacía unos meses, coincidiendo justo con el inicio de la primavera. El librero lo recordaba bien, porque no se trataba de una mujer vulgar; muy al contrario, tan excepcional a sus ojos como a los de los sorprendidos muchachos. Elías tampoco salía de su asombro. «¡Era una chica muy educada, guapa e instruida!», dijo pesaroso. Jamás hubiera imaginado la negra suerte de aquella adolescente que evidenciaba inteligencia y aparentaba virtuosa.
Guillermo no parecía afectado. En cambio, su compañero Alberto no disimulaba su aflicción por la fatídica noticia. Nunca había tenido novia ni se había obsesionado su pensamiento con ninguna mujer, a excepción de Margarita (¡en que mal momento conocía su nombre!), que hizo aflorar en él un irrefrenable deseo de amor desinteresado y puro. No podía olvidar a la que encendiera su instinto varonil, una de esas maravillosas princesas que irrumpen con fuerza inusitada para permanecer nebulosamente en la memoria de quienes despiertan a la sexualidad. Y no quería admitir el trágico fin de aquella diosa a la que, al parecer, habían asesinado. «¿Quién pudo matar tanta belleza?» No podía creer que fuese una pelandusca entregada a bajos placeres por dinero. Pensaba que quizás la hubiese maltratado el caprichoso destino. Juraría que era una buena mujer, y la tenía en su mente como una flor inmarchitable.
***
Alberto Laíño se planteaba interrogantes que en su inexperiencia se ahogaban, y, sin entender la razón de las desgracias, acababa sollozando bajo los compases del segundo concierto de Rachmaninov. La misma música de aquel Breve encuentro, la película de David Lean que trata de una hermosa historia de amor, de un amor imposible, pero realzando una brevedad extrema. Echado en el sofá del salón familiar, aquella noche mustia de primavera lamía el amargo sabor de una desilusión, de un singular desengaño, siendo espectador y no participe. Ansiaba el dulzor de un beso. Si pudiese devolverla a la vida con manos de omnipotente cirujano… Deseaba con todas las fuerzas de su joven corazón otro imposible. Y sensiblemente dolido, sucumbió al necesario sueño reparador, con el libro de Chéjov (médico y escritor) entre sus manos; lo había tomado del estante movido por un inexplicable impulso, quizás para sentir la proximidad de un alma ya lejana y extrañamente próxima.
La madre advirtió la presencia del hijo dormido, de su único hijo, de su única compañía, con el libro asido con fuerza contra su pecho. Suponiendo que había estado leyendo hasta altas horas, meneó la cabeza y murmuró: «¿Por qué le obligarán a leer tantas historias a mi Alberto? Deben de ser muy aburridas».
Permanecía el aire enternecido. El piano, nostálgico y doliente, aún llenaba la estancia con los románticos compases del adagio del famoso concierto.
[1996, 12 ene.]
Rachmaninov: «Adagio sostenuto» (fragm.) del Concierto para piano n.º 2
Hemos tratado de sintetizar lo básico sobre la novela, partiendo de su definición y siguiendo por su origen y desarrollo histórico, sus elementos, sus posibilidades y los propósitos del escritor de novelas, para finalizar con los diferentes tipos de novelas.
1. Concepto de novela
Entendemos por novela una obra literaria en prosa, generalmente de larga extensión, que narra sucesos total o parcialmente ficticios. Es un subgénero narrativo extenso que relata hechos, reales o imaginarios, a través de una estructura compleja en la que intervienen personajes, espacios y tiempos diversos. Pertenece, pues, al del género narrativo, junto con el cuento, el mito, la leyenda y la fábula.
Con precedente en Grecia y Roma (entre siglo II a. C. y siglo III d. C.), desde este origen en la Antigüedad Grecolatina, se desarrolla a partir de la Edad Moderna.
3. Elementos de la novela
Los elementos de la novela son los siguientes: el tema, el narrador, los personajes, el espacio, el tiempo, la trama y el conflicto.
4. El narrador
La novela puede estar narrada en primera persona o tercera persona –formas más habituales–, incluso combinar ambas o tener múltiples narradores.
5. Posibilidades de la novela
La novela es una de las formas más flexibles de la literatura, propicia para explorar múltiples dimensiones de la experiencia humana. Además, posibilita un desarrollo complejo de tramas y profundo personajes. También permite digresiones que en el cuento o relato corto no tienen cabida.
6. Propósitos de la novela
Los propósitos de la novela pueden ser diferentes: entretener, enseñar, explorar ideas, criticar, hacer reflexionar o conmover.
7. Tipos de novela
Hay diferentes tipos de novela: de caballerías, picaresca, de aventuras, histórica, filosófica, epistolar, realista, de ciencia ficción, policíaca, romántica, de terror… En la novelística moderna también hay novelas experimentales, novelas prospectivas y otras que se alejan de los modelos tradicionales.
____
Ahora queda elegir, decidir qué novelas leer, teniendo en cuenta nuestras preferencias, la información recibida o los conocimientos literarios que tengamos y nos permitan discernir en el mar literario para seleccionar las mejores.
El ejercicio de la medicina de familia no debe ser una continua lucha contra el tiempo (plagado de conflictos burocráticos y problemas organizativos), sino un gozoso desempeño en la calma. Es un bello deseo, una hermosa aspiración...
A este desiderátum, responde la IA:
La cita refleja el ideal de la atención primaria, un objetivo que a menudo se ve obstaculizado por la carga administrativa y la falta de recursos.
La lucha contra el tiempo y la burocracia
Aumento de la carga administrativa: Los médicos de familia dedican una cantidad significativa de su tiempo a tareas administrativas. Esto contribuye al agotamiento.
Consultas más cortas: La presión por atender a más pacientes en menos tiempo reduce la duración de las consultas. Esto puede dar lugar a evaluaciones incompletas y a una peor experiencia para el paciente.
Impacto en la atención: La constante presión de tiempo impide que los médicos de familia construyan relaciones sólidas con sus pacientes.
El ideal: el gozoso desempeño en la calma
Mejor calidad asistencial: Una atención no marcada por la prisa permite a los médicos examinar el historial del paciente con detenimiento, comunicarse eficazmente, documentar con precisión y ofrecer educación sanitaria.
Mayor satisfacción y menor agotamiento: Cuando se libera a los médicos de la carga administrativa, pueden centrarse en el cuidado del paciente. Mejora la calidad de la atención, aumenta la satisfacción profesional y reduce el agotamiento.
Relación médico-paciente: Un entorno calmado y con tiempo suficiente fomenta una relación de confianza. Permite un enfoque más integral y centrado en la persona.
Estrategias para lograr la calma
Implementación de tecnología: El uso de la inteligencia artificial (IA) y otras herramientas tecnológicas puede automatizar tareas administrativas, liberando tiempo.
Delegación de tareas: Una distribución más equitativa de las responsabilidades administrativas al resto del equipo puede aliviar la carga de los médicos.
Modernización de la organización: Mejorar los flujos de trabajo, optimizar los sistemas de comunicación y emplear la telemedicina para ciertas consultas.
Cambios de políticas: Simplificar la burocracia y financiar la innovación que ayude a reducir la carga administrativa.
Ampliación del tiempo de consulta: Abogar por un mayor tiempo por consulta* es una medida clave para mejorar la calidad asistencial y la satisfacción de médicos y pacientes.
Valgan estas estrategias, o al menos algunas de ellas, para pasar de la «lucha contra el tiempo» al «gozoso desempeño». Dicen que no lo verán nuestros ojos...
____
*Esto implica atender a menos pacientes por jornada.
Hay algo en esas lápidas y retratos que detiene el tiempo. Son rostros que sonríen congelados en un instante que ya no existe. Algunos me miraban desde el mármol como si aún esperaran mi última visita como médico; otros parecían descansar al fin, en una paz deseada.
(…)
Mientras caminaba entre aquellas tumbas, comprendí que el cementerio, para mí, es un lugar de memoria. Es casi un mapa de mi propia historia médica y humana. Allí están los que me enseñaron a escuchar, los que me dieron las gracias con una sonrisa, los que me hicieron dudar, mis errores, los que me mostraron que curar no siempre es salvar… y que acompañar también es una forma de medicina.
(…)
Pensé que quienes descansan allí siguen, de alguna manera, acompañándome. Y que, tal vez, cada vez que los recuerdo, los resucito un poco. Los que yacen en el camposanto no se han ido del todo. Recuerdo sus nombres, siguen conmigo en mi memoria, en mis manos, y me ayudan como médico en cada decisión que tomo.
...en el que refleja su sentir en una visita al cementerio de su localidad.
Un texto revelador y conmovedor. Apropiado para el día de homenaje a los difuntos, que despierta profundos sentimientos en los vivos. A fin de cuentas, los muertos nos hacen sentir lo que seremos.
Ávila, ciudad amurallada (de muralla medieval bien conservada), cuna de Santa Teresa de Jesús, capital de provincia más alta de España, elevada a la orilla del río Adaja, gran conjunto histórico-artístico medieval. PH.
Burgos, histórica capital de Castilla, junto al río Arlanzón, cruce de caminos en el Camino de Santiago, ciudad de impresionante Catedral (PH), con un extraordinario legado medieval, moderna y cosmopolita.
Barcelona, capital de Cataluña, ciudad global por su importancia cultural, financiera y turística, de rica historia, de arquitectura modernista –¡el gran Gaudí! (PH)–, vibrante cultura y estratégica ubicación a orillas del Mediterráneo.
Madrid, capital de España y su mayor ciudad, centro económico, político y cultural de Europa, con ‘‘Paisaje de la Luz’’* (PH); metrópolis moderna y cosmopolita, de rica oferta cultural y atrayente vida nocturna («De Madrid al cielo», reza el dicho).
Córdoba, ‘‘la Docta’’ (centro cultural e intelectual: Averroes, Maimónides...), ciudad de la Mezquita-Catedral, capital del Califato, conocida por su legado multicultural y los esplendorosos patios cordobeses. PH.
Toledo, ‘‘ciudad Imperial’’ (sede de la corte de Carlos I), elevada a orillas del río Tajo, de gran riqueza histórica y artística, crisol de culturas (cristiana, judía y musulmana), de variada arquitectura**. PH.
Segovia, ciudad de tres monumentos icónicos (Acueducto romano, Alcázar y Catedral gótica), rica en historia y cultura, con espléndido entorno paisajístico a los pies de la Sierra de Guadarrama. PH.
____
*Paseo del Prado y Buen Retiro, Paisaje de las Artes y las Ciencias.
El estrés es una sensación de tensión física o emocional, por una situación o un pensamiento; mantenido, puede ser dañino.
Comentaba un filólogo y escritor cómo el estrés extremo puede hacer sudar sangre o dejar paralítico a uno, como era su caso. Había sido diagnosticado de ictus y de síndrome de Guillain-Barré, pero lo suyo era otra enfermedad neurológica muy grave a la que nadie había sabido poner nombre. De ahí que la recuperación de la parálisis de sus piernas fuera sorprendente y asombrosa. Al fin podía mover las extremidades inferiores. Después de todo, estaba contento y feliz.
Hay fenómenos que a la ciencia médica le cuesta desentrañar y que los profesionales de la medicina menos humildes –quizá también negadores del 'arte médico'– rechazan de plano. Sin embargo, ahí están los trastornos psicosomáticos, en los que la mente (el cerebro superior o córtex cerebral) actúa sobre el organismo a través del sistema nervioso autónomo o vegetativo, desencadenando una sintomatología sin base orgánica. O el trastorno neurológico funcional, de causa incierta, que puede producir debilidad o parálisis de extremidades. Y el estrés extremo puede ser causa de formas raras de sangrado (*) como la exudación de sangre (hematohidrosis). Es que mente y cuerpo están íntimamente relacionados.
La hemorragia, o sangrado, es la pérdida de sangre de los vasos sanguíneos (capilares, venas, arterias), debida a diferentes causas: traumatismos, enfermedades médicas (úlcera péptica, trastornos de coagulación...), cirugías o medicamentos; la arterial es la más grave. La hemorragia puede ser externa, interna o exteriorizada (interna que sale al exterior por un orificio natural: boca, nariz, oído, ano, uretra, vagina). Las hemorragias externas más frecuentes ocurren en las extremidades, debido a traumatismos (heridas, fracturas). Las hemorragias internas más frecuentes son: gastrointestinales, intracraneales, de órganos abdominales –hígado, bazo– y musculares. Las hemorragiasexteriorizadas, hemorragias internas que la sangre sale al exterior, se presentan en diferentes formas: hemorragia nasal (epistaxis); vómito de sangre (hematemesis); sangre por la boca al toser (hemoptisis); sangrado por el oído (otorragia), sangrado por el ano (rectorragia); sangre por la uretra, ya en la orina (hematuria) o en el esperma (hemospermia); sangrado por la vagina (metrorragia), diferente al sangrado menstrual. Pero también hay formas raras de sangrado, como la exudación de sangre (hematohidrosis), 'sudar sangre', debido a estrés extremo, o sangre en las lágrimas (hemolacria), 'llorar sangre', debido a diferentes causas oculares; dos formas de hemorragia realmente sorprendentes, que han llevado a interpretaciones supersticiosas y se han interpretado como fenómenos milagrosos o divinos.
Como síntesis de la dirección musical, llevada a cabo por un director que dirige un grupo instrumental o vocal –siguiendo lo que el compositor ha dejado escrito en la partitura–, traemos unas palabras y un interesantísimo vídeo del maestro Enrique García Asensio, que fue discípulo de Sergiu Celibidache.
El día que me sacó a dirigir por primera vez en 1960, yo estaba asustadísimo y temblaba mucho, tanto que mi batuta no paraba de moverse. Eran todo anacrusas. Me temblaba todo y yo debía dirigir la Cuarta sinfonía de Beethoven. Cuando me coloco en posición para empezar, me dice, «Erique (Nunca conseguí que me llamara Enrique), cómo pretende usted controlar a 80 músicos si no es usted capaz de controlarse a sí mismo». Me sentó y no dirigí. En ese momento yo lo habría matado, pero tenía razón. Desde aquel día no me ha vuelto a temblar la batuta. Hay ejercicios para auto controlarse. ¿Qué sensación da a los músicos ver a alguien temblando dirigir una orquesta?
De niño me llamó poderosamente la atención un rótulo del hospital de mi ciudad en el que que ponía «Otorrinolaringología» (ORL). Un nombre difícil de pronunciar, con una sílaba más que la de aquel músculo enrevesado que había leído en un libro: esternocleidomastoideo. La especialidad del otorrinolaringólogo (ahora reducida a ‘otorrino’ y humorísticamente a ‘doctor Rino’) quedó resonando en mi cabeza durante mucho tiempo. Creo incluso que me atrajo por un tiempo esa especialidad médica de larguísimo nombre, pero se quedó en recuerdo de infancia.