martes, 7 de octubre de 2025

Francisco Díaz, padre de la Urología

Fuente

En su primera obra importante, La Galatea (1585), novela pastoril, Miguel de Cervantes elogia a cien poetas de su tiempo. En ella, alaba a Góngora, Lope de Vega, Alonso de Ercilla, Fray Luis de León... y a un autor que es menos conocido por su faceta de poeta: Francisco Díaz (1527-1590), famoso cirujano en su tiempo y autor del primer tratado de Urología (considerado por ello “padre de la Urología”), que era amigo de su padre, de profesión cirujano-sangrador. Lo hace en el «Canto de Calíope», en la decimonovena octava, como uno de los médicos-poetas.

De ti, el doctor FRANCISCO DÍAZ, puedo
asegurar a estos mis pastores
que con seguro corazón y ledo,
pueden aventajarse en tus loores.
Y si en ellos yo agora corta quedo,
debiéndose a tu ingenio los mayores,
es porque el tiempo es breve y no me atrevo
a poderte pagar lo que te debo. (*)

Y en el soneto «Al doctor Francisco Díaz», escrito posteriormente, Cervantes vuelve a encomiar al ilustre médico-poeta por la publicación de su Tratado nuevamente impresso de todas las enfermedades de los riñones, vexiga, y las carnosidades de la verga y urina (1588). [v. también AQUÍ] La obra está encabezada por dos sonetos laudatorios de Lope de Vega al autor, llamado a la inmortalidad.

Tú, que con nuevo y sin igual decoro
tantos remedios para un mal ordenas,
bien puedes esperar d'estas arenas,
del sacro Tajo, las que son de oro,

y el lauro que se debe al que un tesoro
halla de ciencia, con tan ricas venas
de raro advertimiento y salud llenas,
contento y risa del enfermo lloro;

que por tu industria una deshecha piedra
mil mármoles, mil bronces a tu fama
dará sin invidiosas competencias;

daráte el cielo palma, el suelo yedra,
pues que el uno y el otro ya te llama
espíritu de Apolo en ambas ciencias.

Antes de su tratado de Urología, Francisco Díaz había escrito otro tratado médico: Compendio de chirurgia: en el qual se trata de todas las cosas tocantes a la theorica y pratica della, y de la anotomia del cuerpo humano, con otro breue tratado de las quatro enfermedades (1575). Este libro está encabezado por dos sonetos laudatorios del poeta y cirujano Juan de Vergara, amigo de Cervantes.

Valga este breve apunte histórico-poético para ahondar en las biografías enlazadas.
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(*) Al parecer, el doctor Díaz había contribuido a pagar su rescate de Argel, ciudad donde estuvo cautivo durante cinco años (1575-1580).
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Francisco Díaz, por Emilio Maganto Pavón –AEU

Alonso Mudarra: Fantasía X

viernes, 3 de octubre de 2025

Mis poetas


Entre los poetas míos
tiene Manrique un altar.
ANTONIO MACHADO, Glosa

De los poetas hispanos, debo nombrar al pionero Berceo y al deslenguado Arcipreste. No puedo prescindir de Manrique, tan humano y tan sublime en sus elegíacas coplas. Ni de Garcilaso, poeta musical, maestro del soneto y excelso cantor de lo amoroso. No me olvido de las miradas de Cetina. Tampoco de Fray Luis, de elevadas odas a la serenidad y a la vida retirada; ni de san Juan de la Cruz, celestial en lo místico. De Góngora, que pese a su actitud anti galaica no desdeño, me quedo con sus letrillas y canciones; de Quevedo, con sus versos satíricos y algunos amorosos; y el conceptismo inteligente y emotivo de sor Juana Inés no puedo eludir. Lope de Vega, gran cantor del amor siguiendo a Garcilaso, pecador y creyente, fluye por mis venas con su voz emocionada y sincera. El aroma romántico de Bécquer me embriaga con sus rimas; y a su contemporánea Rosalía le tengo puesto un altar, por su fuerza interior, melancólica belleza y dolorosa búsqueda existencial. Darío marca un antes y un después, siendo maestro de la belleza lírica, observador de la condición humana, relator de su tiempo y a la vez voz profunda que me fascina. Valle-Inclán me gusta por sus poéticas rosas, que simbolizan la belleza efímera, pretenden la condensación del tiempo y ansían la perfección formal. Un Machado vibra en mí con toda su humanidad y el otro, por su diferente melancolía; de distinto modo, se aposenta la prosa poética de Juan Ramón. Me asombra la apasionada originalidad de Lorca, y Hernández me subyuga con su autenticidad, precisión estética y fuerza del canto. CernudaValente me interesan por su reflexión existencial e independencia poética; y Girondo, por su irreverencia y pulsión erótica. No deja de envolverme Juarroz con su arquitectónica construcción vertical de poemas numerados cuyo primer verso es título; y Pizarnik, con su insatisfacción y dolorosa búsqueda, llena de inseguridad, miedo, sufrimiento, locura... Y aquí me detengo, sin olvidar muchos otros nombres cuyos poemas también me han atrapado.

¿Y de diferentes países?

Primero evoco a clásicos de Grecia y Roma (Homero, Safo, Lucrecio, Virgilio, Horacio, Ovidio), de los que tantos bebieron. De poetas franceses, Baudelaire es santo de mi devoción, contrariamente a la opinión de Borges, quien pese a todo consigue ser poeta cuando se despoja de ornamentos lingüísticos y se sincera consigo mismo; y la melodiosidad de Verlaine es digna de tenerse en cuenta. De los poetas de habla inglesa británicos, comienzo con el renacentista Dyer por considerar la mente como un reino y proclamarlo con generosidad y hondura, pero debo señalar a Shakespeare por algún soneto; también me impresiona Donne, poeta metafísico que nos dice que ningún hombre es una isla, y no menos Pope, por su maravillosa oda a la soledad, y junto a ellos Blake, artista total que supo como nadie retratar al tigre; se me hacen necesarios los románticos: Wordsworth con sus narcisos, Coleridge con sus alucinaciones, Byron con su malditismo, Shelley con su amor a la libertad, Keats con su ideal de belleza; después algo de los Browning, los sonetos de ella, el nocturno encuentro de él, Brontë –Emily–, Siddal, Hardy y el invicto Henley. De los estadounidenses, Poe, creador de atmósferas inquietantes, Whitman, padre del verso libre e inacabable en sus hojas de hierba, y –sin estar seguro de Dickinson– el moderno Frost, que nos hace reflexionar en el camino que se bifurca, y Teasdale, poeta de los vaivenes del amor, dejando la puerta abierta a Pound, Eliot, Cummings... De Irlanda, el moderno Yeats, cuya isla nos envuelve. De los poetas portugueses, Camões brilla con su epopeya lusitana y Pessoa me asombra con toda su confusión. Y llevo en mente a italianos (Dante, Petrarca, Leopardi), alemanes (Goethe, Hölderlin, Novalis, Heine, Rilke), rusos (Pushkin, Maiakovski) y a poetas de otras culturas o lenguas, occidentales (el griego Kavafis, el rumano Celan...) u orientales, que harían mi relación interminable.

Y si el pasado poético tiene representantes gloriosos, no hemos de olvidarnos de los poetas contemporáneos, de aquellos cuya originalidad o experimentación formal, sin dejar de decir o hacer sentir con hondura, se desmarcan de la multitud. Aunque el vanguardismo de algunos, al igual que mucha música experimental, pueda caer en el olvido por ser incomprensible o difícil de digerir.

Los poetas saben que la poesía todo lo envuelve; y yendo más lejos, Marin Sorescu dijo que «podemos vivir sin pan, pero no sin poesía».

Nusia's Poem​ – Gary Bartz