La primera medida antiburocrática en un
Sistema Nacional de Salud es eliminar todo obstáculo entre sus diferentes espacios territoriales (en nuestro caso comunidades autónomas),
establecer un sistema operativo común que permita compartir la información y
facilitar la continuidad del tratamiento, independientemente del lugar don de
se viva, al menos dentro del territorio nacional. Lo contrario es establecer
barreras que provocan perjuicios a los ciudadanos, directa o indirectamente,
entorpecimiento de la labor asistencial de los profesionales sanitarios y, por
encima, aumento del gasto sanitario por
duplicidades y/o complicaciones derivadas de la carencia de información
oportuna.
Es triste leer: “El llamado Grupo Antiburocracia de Madrid (GAB) desapareció de la faz de la tierra hace varios años, harto ya de estar
harto de darse (darnos) cabezazos contra la pared y del escasísimo seguimiento
que tuvimos entre nuestros propios colegas, los -teóricamente- más interesados
en que nuestras propuestas se convirtieran en normas de obligado
cumplimiento”. Despareció el GAB como antes lo hizo la “Plataforma 10 minutos” (PT10), que pretendía un legítimo tiempo mínimo por paciente, como mandan las normas
más elementales del ejercicio de la medicina y el mismo sentido común. Respecto a la PT10, en una entrevista a su coordinador, en 2011, éste manifestaba la reticencia de las administraciones sanitarias, o su indiferencia ante los problemas de la atención primaria.
La lucha en el nivel primario de salud es ardua y estéril, a menudo desmoralizadora.
En este espacio cainita en el que (¿por desgracia?) nos ha tocado vivir, cada uno va a lo suyo, sin un
proyecto común, sin un mínimo de interés colectivo, sin una intención de mejora
real, únicamente preocupado cada cual del bienestar personal y de su particular parcela de
poder. Salvo gloriosas excepciones, claro. Por eso no preocupa ni interesa desburocratizar la Atención Primaria de Salud para hacerla más ágil, resolutiva y satisfactoria. Y puestos a elegir, prefiero una invasión racional (por cualquier colectividad ilustrada) que una chapucera soberanía de la estupidez, anuladora de la voluntad librepensadora y continuamente concretada en desgobiernos de hipócritas-dominadores-estultos-descerebradores. Prefiero inteligentes gobernantes extraños a autóctonos ineptos.
Basta ya de tanta estulticia. Sobran las palabras vacías. Hagan o dejen hacer quienes mandan, sin autoridad moral, a quienes saben emplear el sentido común. Todo es posible; hasta sobrevolar la estupidez, en sus diferentes variantes, y cambiar para bien. ¡Todo es posible! Existen los peces voladores...
Burocracia