Acueducto romano sobre el río Gard (o Gardon), en la región de Gard, prefectura de Nimes, región de Occitania, Francia.
Sobre el legado técnico del Imperio Romano, queremos señalar la serie documental Ingeniería romana (2015), en ocho capítulos, presentada por el ingeniero de Obras Públicas, geógrafo e historiador Isaac Moreno, cuenta con guión y dirección de José Antonio Muñiz. En ella se trata de ciudades, acueductos (y puentes), carreteras (calzadas) y minas. En la distancia, las técnicas de los romanos para la construcción y explotación de recursos nos parecen asombrosas por su precisión.
Valga como muestra la técnica constructiva de una calzada romana, en la que se tiene en cuenta la practicidad y la seguridad.
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Ingeniería. Conjunto de conocimientos y técnicas científicas y empíricas aplicadas a la invención, el diseño, el desarrollo, la construcción, el mantenimiento y el perfeccionamiento de tecnologías, estructuras, máquinas, herramientas, sistemas, materiales y procesos para la resolución de problemas prácticos.
El último post publicado por el doctor Lizardo Cruzado en su blog «Desde el manicomio» lleva por título La salud mental es más importante que la psiquiatría.
Desde luego, no existe definición completamente satisfactoria de lo que es "salud mental", y no la hay siquiera de lo que es simplemente "salud". Pero intuitivamente uno puede asumir que salud mental tiene que ver con la forma en que vivimos, nuestro estilo de vida y la escala de valores respecto a lo que consideramos prioritario o de segundo orden en nuestra conducta y nuestro diario quehacer.
Cada vez son más frecuentes las consultas cuyo motivo no es una enfermedad psiquiátrica en el sentido clásico del término (esto es, por melancolía, esquizofrenia, psicosis maniaco-depresiva o trastorno obsesivo-compulsivo) sino por vicisitudes de la vida humana cotidiana o por los golpes del destino ("los heraldos negros que nos manda la muerte", al decir vallejiano) y que no pueden capearse.
Pero hablar de salud mental y estilo de vida no necesariamente es asunto que los médicos saben y dominan por el solo hecho de ser médicos. Muy por el contrario, muchas veces los médicos tienen un estilo de vida insano y penoso: consumista, crematístico, acumulatorio, trabajólico. Y si, en el caso de los psiquiatras, han cedido a la psiquiatrización y psicofarmacologización galopante de la existencia humana, muy probablemente quien acude a la consulta podría salir con una receta de psicofármacos endilgada...
Es una reflexión sobre un cambio social en la manera de interpretar la salud mental, o salud psíquica, por una población seguramente condicionada por factores externos de índole negativa, y a la vez una autocrítica, porque los profesionales de la medicina no suelen predicar con el ejemplo, haciendo una vida sana.
Y me llama la atención un comentario en inglés a esa entrada (del que queremos creer que no tiene ninguna intención interesada), que señala el motivo de la preocupación por la salud mental, de la importancia de los estilos de vida y del riesgo de uso de psicofármacos. Del mismo, extracto lo principal traducido.
En el acelerado mundo actual, la salud mental se ha convertido en una preocupación apremiante. Es fundamental priorizar el bienestar mental en lugar de depender únicamente de la psiquiatría para fomentar un ambiente positivo y restaurar los sistemas homeostáticos. Los estilos de vida poco saludables y el uso excesivo de psicofármacos a menudo pueden conducir al desarrollo de diversos trastornos mentales.
En lugar de depender únicamente de intervenciones psiquiátricas, es importante abordar las causas subyacentes de los problemas de salud mental. Y promover opciones de estilos de vida saludables, como ejercicio regular, nutrición equilibrada y sueño adecuado.
Además, es esencial reducir la dependencia de las drogas psicotrópicas como solución rápida. Si bien estos medicamentos pueden brindar un alivio temporal, a menudo tienen efectos secundarios y pueden enmascarar problemas subyacentes. Fomentar un entorno positivo no sólo beneficiará a las personas sino que también contribuirá a comunidades más saludables en general.
Interesantes reflexiones sobre la salud mental y la psiquiatría que de modo parecido ya habíamos hecho en este blog (v. entradas relacionadas abajo). Vivimos en un tiempo en el que todo se medica, hasta la más mínima perturbación psíquica, como si no interesase actuar sobre las causas, porque priman intereses económicos sobre el bienestar humano. Tal vez ahora nos haría bien una antipsiquiatría.
Finalmente, un vídeo para la polémica...
El negocio de la salud mental
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La atención a la salud psíquica de la población no es cuestión de más especialistas en salud mental, sino de abordar las causas de los trastornos mentales.
La psiquiatría (del griego psyché, alma, y iatréia, curación) es una especialidad de la medicina dedicada al estudio, prevención y tratamiento de las enfermedades mentales y los trastornos del comportamiento. La psicología (de psyché, alma, y logía, estudio) es la disciplina que estudia la mente. La psiquiatría tiene un historia más larga que la psicología. En la actualidad ambas disciplinas se complementan (la primera aplica tratamientos farmacológicos y la segunda psicoterapia), a pesar de la rivalidad profesional entre psiquiatras y psicólogos. Sin embargo, la mayor parte de la población desconoce este hecho, así como su diferenciación.
Espoleados por una entrada ajena –de igual título– referiremos algunos síndromes que llevan nombres de personajes literarios o de literatos, con sus definiciones sintéticas. Como complemento, dejamos enlaces para contextualizar estos síndromes y conocer otros que pueden ser de interés para el lector.
Una tarde cualquiera de 1988, estando yo [como médico residente] en el Área de Observación con cuatro camas a mi cargo (supervisado siempre por médicos mayores), aterrizó por allí una paciente de 82 años a la que llamaremos Aurelia. Aurelia, procedente de un pueblo cuyo nombre omitiré, vino a parar a mi esquina; y, una vez aposentada en mi terreno, durante doce horas completas la atendí lo mejor que supe.
Venía Aurelia con un grave problema de anuria. Esto es: no orinaba en absoluto. Aurelia tenía una diabetes tan avanzada que sus riñones estaban hechos trizas. No filtraban la sangre. No orinaba desde hacía varios días. Era una sentencia de muerte. Una anciana desahuciada por la ciencia.
Bajaron a verla los internistas, los nefrólogos y los urólogos de guardia. Todos coincidieron en lo mismo: la diálisis no era posible por su mal estado de salud y por la avanzada edad; los medicamentos ya no servían para tratar el problema de Aurelia; y un ingreso hospitalario, para morir en pocos días, no era del todo preciso.
Hablamos con sus hijos para que eligieran entre las dos opciones posibles: quedarse, o irse. Fueron unánimes: llevársela de vuelta al pueblo. Fue una decisión sensata: para morir, si el caso es manejable, nada mejor que tu habitación, tu casa, tus hijos, tus nietos, tus amigos de siempre.
Mientras Aurelia estuvo en el Área de Observación (mientras le hacíamos todas las pruebas que necesitaba y los especialistas iban dando el veredicto), yo charlé mucho con ella. Aurelia estaba en sus perfectas cabales, y era una mujer simpática. Me explicó las faenas agrícolas que había hecho de pequeña; y yo, que también soy muy cateto, le daba palique hablándole de olivos, de espuertas, de morcillas y de albercas. Aurelia y yo, por qué no decirlo, nos cogimos afecto.
Pero llegó el momento de irse y, ¡ay horror de los horrores!, la enferma nada sabía. Sus hijos no se habían atrevido a decirle que se iba. Los especialistas que bajaron a tratarla, tampoco. Y a mí, su médico en ese momento, se me había pasado por alto el pequeño detalle de comunicar a Aurelia que lo suyo no tenía solución, que iba a morirse de todas-todas, que ya no orinaría nunca jamás y que, por decisión de todos menos de ella, se iba a marchar a su pueblo en pocos minutos.
Casi con la ambulancia en la puerta, hube de dar la mala noticia a la dueña de su vida. Era lo justo. Durante las doce horas que allí estuvo, aunque tratada y remirada por medio hospital, yo había sido el médico de Aurelia. Su referencia.
Dar malas noticias es algo para lo que no te preparan en la Facultad de Medicina. Al menos así ocurría antes, en mis tiempos. Ahora, no lo sé. Digamos que dar malas noticias era (o sigue siendo) una ingrata tarea que aprendíamos los médicos a base de ensayo y error. Esto es: a base de meter la pata muchas veces. Y yo, con Aurelia, la metí hasta las honduras. Porque, aunque había docenas de maneras de abordar correctamente el asunto, yo, inadvertidamente, por precipitación o inexperiencia, escogí la única que no se debe escoger: la de tratar a un paciente como si fuera un tonto. Y un paciente, aunque esté senil o terminal, no es ningún tonto. Es un paciente. Una persona con derechos. Y, entre ellos, el derecho de recibir información veraz.
Me acerqué a la cama de Aurelia y le cogí las manos. Luego, con aire falsamente desenvuelto, con mi mejor sonrisa postiza, le espeté:
—Muy bien, Aurelia. Traigo muy buenas noticias. Te vamos a dar el alta y te vas a marchar a casa. Te hemos puesto unos medicamentos nuevos que harán efecto en unos días. El médico de tu pueblo, con el informe que llevan tus hijos, ya se encargará de hacerte orinar.
Aurelia me miró, burlona. Aún recuerdo la negrura de sus ojos, el tacto de sus dedos y las arrugas de su cara; el pelo, limpio; blanquísimo; su mano, asida a la mía.
—Sí hijo, sí. Desde luego –Aurelia no me había llamado “doctor”, sino “hijo”. Y una sonrisilla traviesa dejó entrever su dentadura. Luego, amable y mordaz al mismo tiempo, prosiguió–: Si no he orinado en el Hospital Carlos Haya... ¡voy a orinar en mi pueblo!
Y a mí, en aquel preciso instante, se me cayó la cara de vergüenza.
Hay tantas cosas que no puedo entender en esta sociedad contradictoria, que mi lista sería inacabable. Una sociedad donde se discrimina en nombre de la igualdad y se miente con el mayor cinismo. En la que uno intenta no agriarse y disfrutar de lo bueno que la vida ofrece. Y sin embargo no me resisto a emitir algunos amargos pensamientos concretados en estrofas poéticas. Vayan, pues, rodando libres...
AGRIAS REFLEXIONES
No puedo entender
que la información —fluyendo a raudales—
sea rayo tóxico o luz venenosa
de mentes vulgares.
No puedo entender
que, en diversos ámbitos, hoy tanto se expandan
nubes de violencia y no se protejan
pacíficas almas.
No puedo entender
que trabajadores con esfuerzo cumplan
su labor social, mientras vividores
el néctar disfrutan.
No puedo entender
que el mar progresista haga con sus olas
más ricos a ricos, cuando a hombres medios
con miseria asola.
No puedo entender
que a unos productores pronto se libere
y a otros se les pida rendimiento pleno
bordeando la muerte.
No puedo entender
que improvisación y chapuza sean
los males eternos
que dañan el ruedo
de la convivencia.
No puedo entender
que el sol democrático con prebendas bañe
a privilegiados, y que a desdichados
con deudas abrase.
No puedo entender
que de una creencia el fuego del odio
se avive en los pechos
capaces de amar
sin mediar patrono.
No puedo entender
que este mundo sea río turbulento
de irracional curso
y arbitrario cauce
que casi aborrezco.
[2020, 2 nov., sobre reflex. de 2010]
CRAZY RHYTHM by Coleman Hawkins & Django Reinhardt