viernes, 26 de julio de 2024

La medicina bajo sospecha


La mala medicina, de los charlartanes, de los engañadores, de las pseudociencias... La medicina lucrativa, que busca aumentar la clientela, que corre tras el dinero... La medicina que inventa enfermedades, que convierte sanos en enfermos, que produce víctimas de salud... La medicina que no cura, que no alivia ni consuela, que continuamente daña... La medicina que por falsa no es tal. Esa es la medicina bajo sospecha, la que desacredita a la profesión médica. Por fortuna hay otra medicina verdadera, que es honesta, que es humilde..., que es humana.

Podríamos extendernos más, en uno u otro sentido, yendo a los extremos de lo consideramos bueno y malo, pero nos quedamos con el equilibrio de la música.

Canon de Pachelbel

miércoles, 24 de julio de 2024

Lejos del desaliento


La implicación activa en una buena causa nos realiza y nos destruye.

[Relato]

El día que cambió su vida no llovía. Bueno, ya había cambiado hacía tiempo, desde el momento en que Aurora se marchó de casa. Alumbraba el sol con benevolencia y un rayo de felicidad se le coló por los poros. Sentía a flor de piel una calma infinita; ese placentero estado que uno no puede describir, esa embriagadora paz que se experimenta en contadas ocasiones. Algo semejante a lo que, sin duda alguna vez, habréis sentido cualquiera de vosotros al entornar los ojos mientras la brisa os acariciaba, al escuchar una melodía celestial o al contemplar un arrebolado horizonte o una verde y serena lejanía. Así se hallaba él, dichoso en la desgracia, sosegado tras los inquietantes avatares, luminoso como el aire tras un chaparrón cinéreo. Vizana hermoseaba como pocas veces, y por su sensibilidad de artista no consumado sabía complacerse con la naturaleza rebosante (no con la artificialidad de las edificaciones monstruosas que ajaban el rostro de la insulsa ciudad). En Vizana, el mar y las colinas circundantes se empeñaban en contrarrestar cualquier aberración. Por eso las comisuras de sus labios se elevaban gozosas y su mente flotaba, libre ya de preocupaciones, pensando en el tiempo que tendría para tocar la guitarra y entonar sus canciones predilectas. Dolorosamente, David Quiroga se quedaba sin empleo, sin perspectivas, sin futuro. El hombre anónimo que acaso pudo ser ilustre, cautivo al no dejarse doblegar, por mor de su innata tozudez. Y, sin embargo, paradójicamente, quedaba desde entonces liberado. Para siempre liberado...

El juez dejó sentir, con voz grave y rotunda, su sentencia inapelable:

—Demostrado el incumplimiento de la normativa, deberá ser apartado del ejercicio de sus funciones. La legislación es clara: ¡la falta muy grave! Ya no podrá ejercer su digno oficio. Nunca más... ¡Nunca!

Lo normal hubiese sido el hundimiento anímico; o adoptar una actitud violenta, hacia los demás o hacia sí mismo. La figura del togado era un buen objetivo; su boca exhalaba otros improcedentes venablos que zaherían al probo vizanés, que se preguntaba si el sañudo representante de la ley estaría descargando un rencor inconfesable. Por un instante la idea de matar golpeó las sienes de Quiroga (primitivo impulso de quien se siente agraviado), pero enseguida asomó la conciencia moralizadora. Nadie se dio cuenta de su malsana intención; ni siquiera su hija Paula, que sin pestañear clavaba sus grandes ojos verdes sobre el rostro del galeno provinciano (acaso para el juez un simple matasanos), atenta a cualquier emergencia emocional, dispuesta a socorrer a quien había dedicado su existencia a auxiliar a los demás, casi olvidado de vivir. Veintidós años de femenina hermosura, en la esencia bien igual a su padre, voluble y pasional como él, pero alejada de su senda profesional; las letras llamaran a su puerta con más intensidad y su reciente licenciatura no merecía tan desalentador acontecimiento. ¡Qué diferente carácter al de su madre, tan segura y decidida! Ausente, separada de David desde hacía un lustro, a poco de cumplir los cuarenta, pensó que seguía estando de buen ver y que merecía más alicientes que los que su sufrido esposo le podía proporcionar. Podría esperarse cualquier reacción de aquel hombre todavía enamorado de una mujer posiblemente no merecedora de su cariño, excepto la serena indiferencia que no sólo aparentaba, sino que por dentro lo llenaba. Hombre expresivo, apasionado, se mantenía firme; se diría incluso que acrecentado, victorioso ante las ingratas circunstancias. Cruzó una fugaz mirada con Paula y su pensamiento voló a un pretérito imborrable: cogido de la mano de Aurora y enternecido con el fondo rumoroso de las olas. Se desvaneció la dulce visión y regresó al presente. ¡Y de qué forma! Nadie en sus cabales sonreiría por recibir tan fuerte varapalo ni se frotaría las manos por sufrir esa inequívoca derrota. Quizás condescendía con su irregular y deslustrado sino. Sin Aurora, sin destino, seguro que muy pronto distanciado de su Paula del alma, un fuego alegre chispeaba en sus pupilas. Otro en su lugar lloraría, enrabietado e impotente. Pero él no comulgaba con la vulgaridad. No es que se desternillase o aplaudiese, su orgullo y su entereza le permitían mantener una compostura digna del mayor respeto. Hacía suyo un dicho paradigmático de la flema: si tus problemas tienen solución, ¿para qué preocuparse?, y si no la tienen, ¿para qué preocuparse igualmente?

«¡Ya no podrá ejercer su digno oficio

El ingrato eco seguía martilleando sus oídos. ¿Por qué?, se preguntaba con serenidad. En su madurez no llegaba a entender lo que en el fondo esperaba; peor aún, comprendía menos que cuando era un joven estudiante. Pero el conflicto azuzaba la clarividencia, y asumió por fin, con rapidez de hombre avezado, la inteligente respuesta: la estupidez es inseparable de la condición humana. Reina en cualquier ámbito, sin importar cultura, sociedad, nación, raza, espacio o tiempo. Con variantes y proporciones diferentes, permanece por doquier, circunda el planeta por todo paralelo y meridiano definiendo un mundo necio. 

Sin más que aguardar, se disponía a abandonar la sala con el rostro altivo, el orgullo intacto y el innecesario consuelo de unas palmaditas en el dorso de un abogado cabizbajo. Cogido del brazo por su adorada hija, aspiraba una fragancia paradójicamente victoriosa. Ni siquiera se alteró un ápice al constatar que no se presentaran los esperados amigos. Restó importancia al hecho: tendrían sus obligaciones... En verdad la comprensión se había encarnado en el doctor Quiroga. ¿O ex doctor? No, no suena bien ni es justo. Era merecedor de honra, aun habiendo sido privado de la legitimidad para ejercer su digno oficio. Su pasado justificaba la perpetuación del respeto. Además, la injusta justicia cometía otra barbaridad. Otro dislate –consideraba él– para emporcarla más y seguir desnivelando la balanza. Su raudo pensamiento no armonizaba con su paso lento; Paula, a su vera, se dejaba llevar por el digno representante de Esculapio. Justo al salir, creyó reconocer el dorso de una mujer que se alejaba haciendo oscilar su hermosa melena roja. Y pasó veloz, ante sus ojos abismados, un hermoso recuerdo. 

Su señoría, concentrada e impertérrita, daba paso a la siguiente causa, rienda suelta a una perfecta y bien engrasada máquina judicial.
***

Todo había sido fruto de recientes acontecimientos. Cuatro años atrás, más o menos al año de que Aurora abandonara el hogar, comenzó a entregarse a una actividad novedosa para él, reconocida y denostada, eficaz e inoperante, variable y no por ello innecesaria. Y desde entonces se había dado por entero a ella; en la acción sindical ocupaba buena parte de su tiempo, tal vez para no obsesionarse con malos pensamientos, quizás para resolver cuestiones perpetuadas, o puede que por ambas razones. Decidió implicarse y complicarse con asuntos que le parecía necesario afrontar. Debían ser extirpados los males endémicos que atenazaban a una sanidad pública lastrada por la incompetencia. De ello había hablado largo y tendido con Saladino Barreiros, un viejo enfermero retirado, que fuera gran amigo de su abuelo Emilio y que tenía un enorme bagaje a sus espaldas. Se había forjado en refulgentes quirófanos y en oscuros pabellones psiquiátricos. Para sus jóvenes convecinos era don Saladino, o don Dino, y para los de su quinta simplemente Dino. Múltiples consejos útiles y orientaciones impagables le había proporcionado en sus frecuentes e intensivos encuentros. Incluso lo adiestró para afrontar la muerte ineludible sin temor, con una última demostración práctica al llegar su noche decisiva, plácida y calladamente. Un ejemplo a imitar. Aunque Barreiros no le incitó expresamente al activismo, siempre le desaconsejó la estólida indiferencia, la pusilánime postura de permanecer cruzado de brazos ante escarnios y atropellos. Sin aspavientos, pero sin resignación, era su lema; una variante de: cortesía sin dejar la valentía.

Una conversación habitual podía ser esta:

—Si usted supiera, don Saladino, qué desencantado estoy de mi profesión. Me llamó desde muy joven esta excelsa tarea y, pese a todo, sigo sintiendo su inefable atracción. Al principio, la ilusión de un comienzo; la asimilación de las normas y la obediencia ciega a directores y gerentes; la asistencia a cursos de formación teórica con poca o nula aplicación práctica, a costa de ocio y dinero. Y como premio: más papeleo para robarle tiempo a la ciencia... Mire usted que disponía de una ayudante para las tareas burocráticas y me la retiraron de la noche a la mañana, sin previo aviso. Imagíneme ahora en la consulta, solo, haciéndome cargo de todo lo que supone la actividad médica de un sistema público en extremo masificado. ¡Degradante! Sí, don Saladino, no le miento; nuestra Administración sanitaria raya el cinismo. Créame que desearía dedicarme a otra cosa o, simple y llanamente, descansar por tiempo indefinido; me siento fracasado. Soy médico de profesión, y no hace mucho lo fui de vocación.

—Ten la seguridad de que no eres un fracasado; sólo fracasamos cuando nos malogramos como personas. Yo que trabajé durante mucho tiempo en el terreno de la psique lo sé bien. Y aun teniendo constancia de tu fortaleza, desearía que me transmitieses tus inquietudes, en confianza, aunque sólo sea como desahogo. Sabes que fui amigo íntimo de tu abuelo Emilio; le debo mucho y me duele verte desazonado. Mis libros de enfermería, de sueros, de inyectables, de vendajes, y los de psiquiatría, son tuyos. Mi casa es tuya. Mi experiencia te la brindo. ¡Cuenta siempre conmigo! ¡Y confía en ti mismo! No te rindas jamás, querido David. No hay que tirar la toalla, la victoria es posible. Nos enfrentamos a un Goliat, enorme de cuerpo pero de enana inteligencia. Debes luchar por tus derechos y por tu dignidad, pero sin excesos, sin dejar de reír, que nada en este mundo merece la total entrega.

David tomó buena nota, asimiló los sabios consejos del viejo. El ánimo que le infundía era impagable, su vetusta luz disipaba juveniles sombras. Y así un buen día decidió comprometerse a fondo y permitió que su nombre fuese en la lista del Sindicato Profesional, en un discreto séptimo lugar. Ese año lograron una decena de representantes, los suficientes para acceder a negociaciones capitales. Los problemas eran muchos: masificación de los consultorios, burocracia desmedida, deficiente organización interna, falta de personal de apoyo, imprecisa delimitación de funciones...; males que se habían enquistado tanto que parecían insalvables para el sistema imperante. Las voces oficiosas no eran oídas, las representativas se acallaban; situaciones dramáticas se ignoraban, toda queja se desatendía. No obstante, como decía don Saladino, no había que resignarse. Ya iba siendo hora de comenzar a trabajar, con alegría y entusiasmo, por el bien de los profesionales y de la sanidad. Y, desde luego, por su propio beneficio, sin egoísmo reductor.

Paula le aconsejaba no buscarse complicaciones. Tenía un puesto privilegiado, con sus inconvenientes pero bien ubicado, en un distrito costero, con la ventaja de disponer de placenteras panorámicas para amortiguar las desazones del espíritu. Si no lo llenaba de satisfacciones, si no le permitía realizarse plenamente, si no le proporcionaba la dicha de quien trabaja a gusto, disponía al menos de un aceptable sueldo a fin de mes, una estabilidad en el presente y una garantía de futuro. Y podía compatibilizar ejercicio público con actividad privada. Razones poco convincentes para el doctor Quiroga, cuya conciencia no se dejaba aquietar con deleitosos argumentos sostenidos en el mero cotejo; además, consideraba que su ocupación pública le hurtaba las horas suficientes. Por comparación no iba malparado, en lo substancial sí. Durante años se había lamentado en silencio y mediante la pluma, enviando escritos a la prensa general y especializada. Poco más; participara en alguna concentración de protesta, manifestación reivindicativa o comisión profesional, sumándose así al discreto clamor de un irrecuperable pasado. En adelante había que plantearse la acción efectiva, y ni Paula ni nadie deberían impedírselo. Era una necesaria añadidura a su currículum vitae.

El primer año no hubo grandes sobresaltos; podríamos decir que le sirvió de rodaje. Puesta al día en la legislación pertinente, receptor de problemas y puntos de vista de los compañeros, mediador en la resolución de algunos trámites, asistencia a juntas... En fin, no un período de quietud sino de movimiento poco acelerado. El segundo prometía mayor dinamismo, con la perspectiva de plantearse algún conflicto que no llegó a concretarse. No se inició ninguna lucha reivindicativa, pero acaeció un evento estimulante: Raquel. Pelirroja, escultural, ciertamente atractiva, no pasaba desapercibida ante las miradas masculinas. Acudió al Sindicato para asesorarse y escuchó casualmente las excusas que le daba la secretaria; el asesor jurídico no estaba esa tarde de viernes y la citaba para el lunes. David se prestó con amabilidad a asesorarla en lo que pudiese, sin constatar previamente la belleza de la joven médica. Al hacerlo creyó que se le alteraba el metabolismo. Desde que Aurora eligiera su propia senda, había llevado una vida casi monacal, con esporádicas salidas nocturnas limitadas al palique con amigos, moderada ingesta etílica y recreaciones fantasiosas, sin exceso alguno y por supuesto sin carnales desenfrenos. Por eso se sentía tan azorado, falto de práctica y torpe en el trato con el sexo «débil». Si fuese otra, quizás la tratase con seguridad, como a una colega; siendo como era un bombón exquisito, le costaba verla como tal y, de hecho, la consideró al instante objeto de deseo. Repentino machista, espontáneo sátiro, a quien una metamorfosis de erotismo transformaba súbitamente. El sindicalista no pudo solucionar la cuestión que Raquel planteaba, pero, sin que él mismo supiese bien cómo, logró una cita con ella para esa misma noche. Tal vez con la excusa de recabar información y poder asesorarla cuanto antes. Bueno, especulaciones aparte, ese viernes cenaron juntos, conversaron, se fueron a bailar y siguieron hablando de temas profesionales. Con discreción por ambas partes, fueron por otros derroteros: lugar de residencia, inquietudes, entorno, familia, vida pasada... Quedaron para el sábado. Se siguieron viendo casi a diario, rieron juntos, intimaron, llegaron a lo que tenían que llegar, creyeron enamorarse, decidieron llevar una vida en común y, como se suele decir, fracasaron. Sin que merezca la pena entrar en más detalles, a los cinco meses se dijeron adiós y permanecieron como amigos, si es que pueden permanecer como tales quienes se entregaron. Baste decir que la decisión fue de la bella pelirroja y que, por su parte, David, poco dado a ir de flor en flor, pese a su temperamento pasional, hubiese continuado la convivencia. Estaba a gusto, cumplía como compañero y como amante, pero a ella le faltaba algo. Quizás algo inefable y connatural con la condición humana.

El abatimiento tuvo doblegado a Quiroga cuatro o cinco meses; parecía condenado a una soledad no deseada. Pero no; aunque largo, era un bajón transitorio. Como en otras ocasiones, se repuso plenamente y consiguió liberarse de las amorosas cuitas para centrarse nuevamente en sus quehaceres. Volvía a sonreír en la consulta en pro de la buena comunicación con sus pacientes y a pesar de las dificultades a las que día a día se enfrentaba, y retomaba su labor sindical con más fuerza si cabe. Se adentraba en el tercer año de sindicalismo, dispuesto a llevar la lucha hasta sus últimas consecuencias... 

—Ya es hora de que asumas mayores responsabilidades –le dijo Demetrio, el secretario general del Sindicato–. Ocuparás la presidencia de tu sección. Luciano nos abandona; ayer me presentó su renuncia. Cuestiones personales.

Parecía agrandarse el orgullo en el holgado pecho de Quiroga. Se le presentaba una oportunidad única. Tendría más actividad, más responsabilidad, más poder de decisión. En definitiva, más posibilidades para introducir su estilo.
***

Mientras caminaba por el larguísimo pasillo del juzgado vizanés se proyectaba en el interior de su mente un vertiginoso filme. ¿Qué estúpido impulso lo había llevado a complicarse? Admitiendo los inconvenientes, puede que hubiese dramatizado sobre su vida laboral, sobre su digno oficio. Entraba cada mañana en su consultorio, realizaba el cotidiano papeleo, despachaba a los usuarios (casi siempre los mismos), incluso se solazaba con alguno de los que acudían menos, y se marchaba para casa, a comer, a una hora prudente, sin ataduras extras. Realmente, era un privilegiado. Otros, menos afortunados, tenían que ampliar la jornada, por necesidad o por imposición. ¡No! ¡No! ¡No! Luchaba su mente contra intromisiones inmorales. Debía pelear por los demás, olvidar todo egoísmo. Con todo, lo hacía en su propio beneficio; si el prójimo está bien, uno mismo se beneficia. ¡Tantas conversaciones para nada! ¡Tantos encuentros inútiles!... Y llamadas a deshora, y escritos baldíos, y mentiras enmascaradas. Atrás quedaban inconvenientes: alteraciones del humor, crispación, irritabilidad, insomnio, palpitaciones, arritmias, generalizado malestar, cansancio psicológico, ¡un sin vivir! Rostros abotargados, aspavientos amenazadores, respiraciones ruidosas, puñetazos en la mesa, malos modos, para que el mundo siguiese girando de la misma manera estúpida. Pensó que desvariaba. Monstruos humanizados –o humanos monstruos– le acechaban como a los alcohólicos que sufren el terrible delirio. Él no bebía como para llegar a eso.

El tercer año fue duro, muy duro, pero no lo suficientemente traumático para visionar enormes bocas con cientos de afilados dientes. Se tornaba de rojo hasta el aire. Hubiese deseado un azul celeste, o un violeta, o un verde esmeralda. Cualquier color relajante le convenía, o tan siquiera un ocre tolerable. Y en cambio todo parecía salpicado de sangre. ¿Por qué? Él no había matado, aunque más de una vez estuvo tentado. Ni siquiera engañado. No se había dejado sobornar, no era un corrupto. Más bien era un ingenuo. Incluso bueno. ¡Sí! Su conciencia estaba limpia. Era hombre honesto y no merecedor de ningún tormento. Así que debía mantener la calma y el orgullo... Y dignamente llegó al umbral del aire libre. 

—¿Qué tal estás papá? –le preguntó Paula con ternura. 

—¡Bien, hija! ¡Bien! –respondió él con escasa convicción–. No debes preocuparte, saldré adelante. Ya me buscaré la vida como sea. 

Con un gesto entremezclado de preocupación y confianza, Paula se sumió en un inteligente silencio, impidiendo que se precipitasen las palabras que fluían tranquilas por el cauce interno. La joven tomó el puesto de conducción de su automóvil, abismada en el propio pensamiento; a la derecha iba David asido al hilo del suyo, camino de un hogar al que, en el fondo, no desearía llegar nunca... Tenía cinco años, y ya a tan tierna edad sintiera la atracción extraña. Posiblemente vio en el médico de Colindia, el pueblo de su madre, un ejemplo a seguir; tan seguro, tan respetado, tan importante. Era el menor de tres hermanos, el único varón (¡mucho le hubiese gustado haber tenido un hijo! Paula era una buena hija, pero...), y su niñez corrió dichosa. Sólo la esporádica intromisión de monstruos, como los que se le acababan de aparecer en el juzgado, anubló la adolescencia, antes de dar paso a cristalinos días de juventud. Su vocación surgió espontánea; sus padres, cariñosos y discretos, jamás lo condicionaron; bastante hicieron en su modestia con financiarle los estudios. Llegó el amanecer con el encuentro de Aurora, la misma que después lo volvería a meter en nubes borrascosas. Paula, su actual apoyo, era un arco iris de nueva luz. Don Dino, el viejo consejero, a quien echaba de menos en este trance, merecía salir a escena. Dio un salto hasta el pretérito reciente y tropezó con su último amor: Luisa. Apareció como un ángel, cuando más lo necesitaba. Ya había olvidado a Raquel, ¡qué remedio! Morena, delgada, profundos ojos negros, de belleza más serena. Le devolvía la seguridad y la energía que necesitaba. Desde entonces, con fuerza renovada, puso todavía más ahínco en su labor sindical. La amó cuanto se puede amar y alcanzó la dicha más inmensa. La dicha efímera... Fue precisamente en Colindia, en ese aparente paraíso de sosiego, donde la magia se truncó. Iba a presentársela a su madre cuando aquel loco motorizado la privó para siempre del aliento. Los ojos de David se humedecían al evocarla, testificando que, por haches o por bes, todo tiene su fin. Pero la vida tenía que seguir, y ese último obstáculo también hubo de superarlo... ¿Y ahora, sin trabajo? Le daba igual; el futuro debía ganarlo a pulso, por propia iniciativa, sin intermediarios, sin depender de terceros, confiando en uno mismo. 


Ya en casa, cesó la atropellada rememoración. Volvió a ver monstruos en las paredes, de crestas imponentes, colas poderosas, ojos de fuego y bocas insaciables, enormes como cráteres. Casi estaba dispuesto a dejarse devorar, consciente de que sería inútil huir hacia ninguna parte. Enseguida recuperó la entereza, sacó fuerzas y se dispuso a comer algo para no perderlas; comer o ser comido, he ahí la cuestión. Y siguió remembrando la causa decisiva de sus negras circunstancias... ¿Cómo que las autoridades eran intocables? ¿Cómo que nadie podía oponerse a sus propósitos? ¿En una democracia? ¡Vamos! Él fue el principal instigador, a salvaguarda de amenazas, al amparo de intrigas, libre de temores. Convenció a los compañeros del Sindicato Profesional para declarar la huelga. El descontento era generalizado, el malestar creciente, la situación límite. Sólo bastaba mover un dedo y la movilización sería masiva. Con el éxito por descontado, la victoria aguardaba a la vuelta de la esquina. Llegó el momento, la hora decisiva... E incomprensiblemente pocos acudieron a la cita. ¡No es posible!, se dijo y se dijeron los compañeros. ¡Indecencia! ¡Cobardía! ¡Traición!... ¡Putada! Las autoridades aprovecharon la coyuntura para reclamar la ilegalidad de la convocatoria, basándose en intrincadas cuestiones técnicas (en contra de lo que aseguraba el juez, la legislación era descaradamente opaca). Quedaban unos pocos corderos, miserables, a merced de lobos sin entrañas, y, medrosos, presentaron sus excusas más rastreras, suplicando clemencia a los devoradores. A la postre, obtendrían el perdón condicionado. Un pequeño castigo, una multa asumible, una merma de derechos que no fuese excesiva, era admisible por todos. Por todos... excepto por él. El doctor Quiroga no daría su brazo a torcer, ni se dejaría subyugar sin más. ¡Antes la muerte!, aunque parezca exageración. No fue el patíbulo, pero en cierto modo fue su ejecución; la imposibilidad de ganarse el pan, la muerte en vida. ¿Qué podría hacer? ¿Echarse a la calle con su guitarra, rasguearla y canturrear como los bohemios ambulantes? ¿Solicitar ayuda a cualquier organización independiente y caritativa? ¿Implorar misericordia a la Iglesia? ¿Pedir sin vergüenza? ¿Robar con atrevimiento? Para desesperar, hundirse o estallar. Bastaba ponerse la soga al cuello, echarse al vacío o, lo más fácil en su caso, una inyección letal. O, por el contrario, tomar un apropiado cuchillo, hacerse con una pistola o una bomba de mano y llevarse por delante a cualquier dignatario. Resignarse o, vengativo, desahogarse. Al final se impuso el sabio consejo de don Dino: nada merece la total entrega.

En el crepúsculo, Vizana seguía hermoseando. El dorado fulgor del horizonte, en ese bello extremo occidental, proporcionaba tal encanto y misterio a las colinas (¡lomos de dinosaurios dormidos!, dijo alguien) que rodean la lujuriante bahía, que afloraban los mejores pensamientos. No era un día propicio para actos de violencia, aunque ésta, caprichosa, suela desentenderse de la meteorología; dormían los monstruos, plácidamente. Lo era, en cambio, para entornar los ojos, dejar sentir la brisa acariciante y escuchar el murmullo aquietante de las olas. Para refugiarse en los adentros, recrearse en la belleza y soñar con otro sol. Para seguir soñando sin su digno oficio.

[2004, 23-30 abr.]

martes, 23 de julio de 2024

Escena playera


Verano: playa, niños y castillos de arena. 

ESCENA PLAYERA

Siguiendo tres niños
su pelota hinchable,
bruscos chapoteos
sacuden el aire
en la playa amiga
al sol de la tarde;
los chillidos lúdicos
parece que llamen,
mas las frescas voces
no son inquietantes.
Yo desde la arena
los veo delante...;
mi mar queda atrás, 
es punto y aparte.

[2023, 22 ago.]

Escenas de niños: «Ensueño», Robert Schumann

sábado, 20 de julio de 2024

Nostalgia vetusta



NOSTALGIA VETUSTA

I
Cuando vuelvo la mirada
hacia el tiempo más feliz,
entre sonrisas y lágrimas
se debate mi sentir…
Un tren marcha despacioso
junto al río en su fluir,
y aún siento contra el viento
carbonilla en la nariz.
El agua deja en su espejo
los árboles relucir,
mientras intento atraparlos
en mi paleta infantil.
El cauce marca el camino 
de los hombres a seguir,
e incluso la misma vía
del lindo ferrocarril.
Ahora la luz de verano
muestra el rabioso cariz
que mis pómulos enciende
con un tono carmesí.
Pienso en tía Clementina
y en su consorte Joaquín…
(La alegría permanente
y la ternura al oír.)

II 
Al llegar, besos y abrazos
confortándonos al fin 
—los familiares llegados
y los que habitan allí—.
En áurea aldea me siento
de explorador aprendiz,
cazador de mariposas
y entre grillos cantarín.
Con ancas de saltamontes
juegos y saltos sin confín,
gozando junto a mis primos.
¡El deleite de existir!
A la sombra de los robles,
que de fiesta han de vestir,
voy gastando las monedas
que del tío recibí. 
Ya los mozos y las mozas
a bailar han de venir;
y las miradas furtivas
visible harán mi latir…
Cuando veo en la distancia
aquel tiempo tan feliz,
mi corazón se estremece
por quienes viven en mí.

[2020, 16 mayo]

Romance un tanto sentimental, con más valor emotivo que poético, pero que no me he resistido a traer acompañado de una música propicia. Perdonadme la nostalgia...

«Julio», de Las estaciones de Tchaikovsky

jueves, 18 de julio de 2024

Un enfermero admirable


Conocí a un enfermero con capacidad de trabajo, competencia profesional y generosidad sin igual. Estaba curtido en servicios de urgencia y unidad de quemados. Diligente, incansable, dispuesto a actuar en cualquier urgencia que se presentase: un traumatismo grave, un ahogamiento, una hemorragia en un hemofílico (colaboraba con el servicio de hematología y transfundía los factores de coagulación), lo que fuese necesario en el medio rural en el que ejercía. Eran tan admirables sus virtudes que me sentía avergonzado por comparación. Yo estaba de paso, como médico sustituto, y aprendí más de él que en años de universidad. Decían que era el mejor enfermero de la provincia; yo pensaba que del país gallego y de la nación. Mi recuerdo es el de un sanitario admirable.

Y como ilustración sonoro-visual traigo una pieza musical que le gustaba.

Suite del Gran Cañón: III. «En el camino» – Ferde Grofé

martes, 16 de julio de 2024

El médico denigrado


Que sea médico más grave
quien más aforismos sabe,
bien puede ser;
mas que no sea más experto
el que más hubiere muerto,
no puede ser.
GÓNGORA

Los escritores han sido a veces injustos con los ejercientes de la medicina, incluso han mostrado animadversión hacia ellos o resentimiento de dudosa causa, que se puede sospechar por alguna mala experiencia, ya propia o de algún allegado. Hemos recogido algunos dichos maldicientes sobre los médicos (junto a otros elogiosos y neutrales), de hombres de letras y anónimos (del refranero).

Y entre los poemas ácidos o irónicos sobre médicos tenemos los siguientes:
A un médico tuerto, Juan del Valle y Cabiedes
Bien puede ser, Luis de Góngora [11ª estrofa] –humor
Médico titular, Juan Ramón Jiménez* –médico de pueblo
Neuropatillo, Juan Ramón Jiménez* –médico especialista

*Juan Ramón Jiménez se burla de los médicos, de un médico de pueblo y de un especialista (que considera ‘especialistito’). Sin embargo, cabe recordar su amistad con el doctor Luis Simarro, neurólogo y psicólogo, pues recibió cuidados de salud mental en su sanatorio y vivió un tiempo en su casa.
Este especialistito Casualidad, galeno
por vicio, ha visto a nuestro Hume-Wundtiano, cuando
le pregunta algún cliente: “Y esto, doctor, es bueno?”,
responder: “Eso dicen”…, y seguir trabajando.

**El espíritu crítico quevediano no tiene límites.
Quitarnos el dolor, quitando el diente,
es quitar el dolor de la cabeza,
quitando la cabeza que le siente.

—Estos poemas ya los hemos referido, junto a otros, en la entrada: 
La medicina, esa ciencia inexacta: POEMAS SOBRE LA MEDICINA

—«¡Doctor! —exclamó Guillermo
con rabia mal reprimida–,
¡Ahí va un enfermo! ¡Un enfermo!»
Y ¡pum! ¡Lo mató en seguida!
VITAL AZA, El médico cazador

El médico cazador, Vital Aza

domingo, 14 de julio de 2024

Música sobrevalorada vs. música infravalorada


Los juicios críticos sobre los compositores y sus obras pueden estar más o menos justificados, en función del conocimiento de quienes lo hacen, sin que intervengan factores extramusicales, es decir de un modo objetivo. Al respecto de la particular valoración crítica de piezas musicales, hemos hallado un artículo de Ángel Carrascosa Almazán en su blog «No es música todo lo que suena»: Obras indebidamente sobrevaloradas o injustamente olvidadas. Este crítico musical hizo una lista con obras musicales bastante conocidas que le parecen claramente sobrevaloradas y otra con obras muy buenas pero poco conocidas u olvidadas, ambas listas por orden cronológico de composiciones. El autor dejó abierta su propuesta para que otros melómanos opinasen al respecto. Y, como se podía esperar, los lectores que se animaron expresaron su concordancia o discrepancia. Lean y juzguen también, si lo desean, los lectores de este blog médico-melódico.

Y como ilustraciones sonoras, elegimos dos composiciones que forman parte, respectivamente, de cada una de las dos listas, es decir, una obra ciertamente famosa y en teoría sobrevalorada (1) y otra infravalorada u olvidada (2).

1
Francisco Tárrega: Recuerdos de la Alhambra

2
Edvard Grieg: Balada Op. 24

viernes, 12 de julio de 2024

La pérdida de Cuba

División territorial de Cuba

Cuba consiguió la independencia de España después de tres guerras: Guerra de los Diez Años o Guerra Grande (1868-1878), Guerra Chiquita (1879-1880) y Guerra de Independencia Cubana o Guerra del 95 (1895-1898), siendo esta última la decisiva, sobre todo cuando entró Estados Unidos en el conflicto interesadamente, justificándolo por un supuesto sabotaje del acorazado Maine, que no fue tal, sino que sufrió una explosión accidental que supuso la muerte de la mayor parte de sus tripulantes. La cuestión es que esa decisión tomada en 1898 dio comienzo a la particular Guerra Hispano-Estadounidense. Además, los obstáculos al desarrollo del submarino Peral, un novedoso sumergible lanzatorpedos, a causa de la estupidez y la envidia hispanas, impidieron contar con un poderoso artilugio bélico que podría haber sido decisivo en el combate naval. Y al final perdimos Cuba, la perla del Caribe, como parte del Desastre del 98.


ELEGÍA POR LA PÉRDIDA DE CUBA*

Hermosa Cuba perdida
y largamente llorada
en corazones hispanos
al marcarse su distancia;
tres guerras fueron precisas
para que se desligara
de su madre complaciente,
de su insigne madre patria.
Los mambises sublevados
por razones o venganzas,
los políticos ineptos
o confiados en España,
los soldados mal provistos
en la manigua cubana,
los yanquis que tienen fija
en la isla su mirada,
los generales errados
en militares campañas,
tropicales infecciones**
que incrementan nuestras bajas, 
el submarino Peral
que por estupidez falta...,
muchos factores en contra
para vencer en batallas.
¡Y al final el gran lamento
de una nación derrotada!,
mientras otra que ha nacido
muestra su alegría y canta,
feliz por su independencia
entre caribeñas aguas.
(No lucirá el mismo astro
en la tierra soleada,
no servirá el heliógrafo***
para el fin con que se usaba.)
.......................................................
Gloriosa Cuba de ensueño,
joya que brilla lejana,
melódica isla entrañable
desde Santiago a La Habana,
con misma sangre y cultura
y, sin rencores, amada,
no olvidarán españoles
que de ella no se separan.

[2024, 26 jun]

*Este poema en forma de romance es fruto de la lectura de una novela de José María García Páez: Los yanquis, ¿esos bastardos? Cuba en guerra (1895-1898), en la que aparecen los protagonistas de un hecho histórico relevante que, por mi parte, resumo en elegía colectiva. Y es que la inspiración propia sule surgir de la creación ajena: «Lo cierto es que una parte de los poemas que escribimos surgen de la lectura de otros autores. Leer no sólo es una dedicación creativa sino una vía que estimula la creatividad» (Carlos Medrano).
**En especial paludismo (malaria) y fiebre amarilla. El ilustre Santiago Ramón y Cajal participó como médico en la Guerra de los Diez Años y enfermó de paludismo; su experiencia la dejó escrita en el libro Recuerdos de mi vida.
***Curiosidad de la lectura de la novela referida: la importancia del heliógrafo (instrumento que mide la intensidad lumínica solar y la duración de la insolación diaria en un lugar determinado) durante la guerra de Cuba.

La guerra de Cuba y el desastre del 98

miércoles, 10 de julio de 2024

Humanismo médico en la práctica, por el Dr. Juan Francisco Jiménez Borreguero


El humanismo se manifiesta en la comprensión, la generosidad y la tolerancia que caracteriza en todo tiempo a los hombres impulsores de la civilización.
Gregorio Marañón

Traemos a nuestro blog el último libro del doctor Juan Francisco Jiménez Borreguero: HUMANISMO MÉDICO EN LA PRÁCTICA. A la luz de Marañón. La inquietud como médico humanista del Dr. Jiménez Borreguero se ve plasmada en los escritos de su bitácora, «Humanismo médico vs Burocracia», y concretada en sus libros. Y en esta obra en particular aborda la aplicación del Humanismo Médico en la práctica diaria de la medicina, bajo la inspiración de su máxima referencia: el doctor Gregorio Marañón. En ella está reflejado el universo del médico con todas sus particularidades. Su lectura es, pues, muy recomendable para todo médico interesado en la parte más humana de la medicina, más allá de la fría labor asistencial, y para cualquier persona interesada en conocer el campo de las Humanidades Médicas.

Enlazamos AQUÍ la presentación del autor en su propio blog médico-humanístico.

Y reproducimos la descripción de la obra:
El libro trata de mostrar que el humanismo médico no es algo utópico o teórico, sino esencialmente práctico y fecundo, tanto para el paciente como para el médico. En el mismo se abordan las distintas situaciones que vive el médico en la práctica asistencial; y se analiza la Medicina desde una visión “binocular”: como ciencia y como arte, como profesión y como misión. Todo ello enfocado desde la óptica del humanismo médico y teniendo como guía a su figura más significativa: Gregorio Marañón. El libro recoge cerca de 200 citas del maestro. Parece evidente que el impacto de las nuevas tecnologías está generando una creciente despersonalización o robotización de la sociedad, todo lo cual confluiría, como reacción compensadora, hacia un resurgimiento del humanismo, en general, y en la Medicina, en particular. Y es que es el trato humano y la valoración de la persona en toda su dignidad -y no la tecnología o el bienestar material-, “el reloj” que mejor marca el verdadero progreso humano.
Si alguna música le va bien a esta temática es, ¡cómo no!, la de Mozart.

Mozart: Concierto para clarinete, Adagio

lunes, 8 de julio de 2024

Cuidar a los médicos


Leemos en prensa un atinado escrito de un médico...
Cuidar a los médicos es la única manera de cuidar a los pacientes. Suenan bien las palabras del nuevo conselleiro. Pero del dicho al hecho hay un trecho… De ahí la lógica desconfianza del colectivo sanitario en Galicia ante el nuevo discurso. Cuidar a los médicos es conseguir que dispongan del tiempo necesario (1) para una atención de calidad, humana, cercana y eficiente, que haga posible desarrollar lo que han aprendido y disfrutar del «trabajo gustoso» —como lo llamaba Juan Ramón Jiménez— en su desempeño profesional.

Cuidar a los médicos es explicar a los ciudadanos con claridad que, en salud, no siempre más cerca y más pronto es mejor, que la continuidad asistencial (2) con el médico habitual es más útil y segura que la accesibilidad inmediata (3). Informarles también de que, por muchas razones, el uso de los servicios sanitarios ha aumentado de forma exponencial en los últimos años, en gran medida a costa de actos médicos sin valor real (4) y que las demandas banales o extemporáneas (5) dificultan y parasitan la atención a los pacientes que lo necesitan de verdad.

Cuidar a los médicos es tomar las decisiones, por muy impopulares que sean, para reordenar y reagrupar los actuales dispositivos asistenciales (6), en gran medida insostenibles e inequitativos en el contexto actual. Es pedirles calidad y resultados en salud, no cantidades ni volúmenes. Es terminar con el igualitarismo empobrecedor y reconocer con claridad la excelencia, el compromiso y la eficiencia (7).

Cuidar a los médicos es encender liderazgos (sobre todo en atención primaria) (8) y darles, de verdad, la autonomía y la capacidad de gestionar equipos para organizar la actividad asistencial en base a lo importante, en vez de lo aparente. Es liberarles de la burocracia y las tareas que no precisen de su conocimiento específico (10), con un apoyo administrativo directo que las resuelva bajo su supervisión. Con la tecnología al servicio de la asistencia, no como una carga más de tareas engorrosas sin valor añadido. 

Cuidar a los médicos, sobre todo a los más jóvenes, es modificar radicalmente las condiciones laborales que se les ofrecen (11), incluyendo la normal conciliación de la vida personal y profesional y dando cabida a los proyectos e inquietudes individuales para el presente y el futuro. Es acabar con la rigidez y la tendencia imparable a la centralización de la Administración sanitaria, trasladando la capacidad de decisión, de modificar las formas de trabajo, los modelos de organización… al «pie de obra»: los servicios hospitalarios y de atención primaria.

Solo así será posible cuidar a los pacientes y salvar nuestra maltrecha sanidad pública.
Cuidar a los médicos, José Luis Jiménez Martínez
La Voz de Galicia
 ...y, estando de acuerdo en lo que dice, no tenemos nada que añadir. Por supuesto, el mismo deseo de cuidar ha de hacerse extensivo a las enfermeras.
___
Notas personales
(1) Por desgracia, hay que ir atrapando el tiempo de la consulta.
(2) Es lo que se llama con una palabra difícil de pronunciar: longitudinalidad.
(3) La hiperaccesibilidad o inmediatez es el gran problema de la atención primaria
(4) Son las actividades médicas inútiles, que generan burocracia y roban tiempo.
(5) Problemas nimios que muestran la dependencia médica y consultas sin cita.
(6) La importancia del ordenamiento asistencial.
(7) Es justo primar el esfuerzo y reconocer los méritos.
(9) Se precisan líderes con liderazgo.
(10) La burocracia médica, que incluye tareas inútiles, coarta la labor del médico.

Suite Holberg: Zarabanda – Edvard Grieg

sábado, 6 de julio de 2024

La Reconquista

 
Batalla de Guadalete (1871), Bernardo Blanco

Vencen los moros
cerca del Guadalete
a Don Rodrigo.
[Batalla de Guadalete, 711]

Don Pelayo en Covadonga (1855), Luis de Madrazo

En Covadonga
nace la Reconquista 
con don Pelayo.
[Batalla de Covadonga, 722]

Santiago en la batalla de Clavijo (1885)
José Casado del Alisal

Santiago Apóstol
interviene en Clavijo. 
Cambia batalla.
[Batalla de Clavijo, 844]


Batalla de Simancas (1852) – Las gloria nacionales

El rey Ramiro
batallando en Simancas 
vence a los moros.
[Ramiro II de León. 
Batalla de Simancas, 939]

Alfonso VI reconquista Toledo, Azulejo Plaza España Sevilla

Alfonso VI
reconquista Toledo
para cristianos.
[Reconquista de Toledo, 1085]


Batalla clave: 
las Navas de Tolosa.
De un fin inicio.
[Batalla de las Navas de Tolosa, 1212]

Batalla del Salado (s. XVII), Anónimo
[Monasterio de Guadalupe]

Qué gran batalla 
la del Río Salado. 
Ya queda menos. 
[Batalla del Salado, 1340]

La rendición de Granada (1882), Francisco Pradilla

Sin par Granada 
por los Reyes Católicos
al fin tomada.

Son éstos hitos importantes expresados como haikus –con todas las licencias–, desde la derrota de Don Rodrigo (el último rey godo) frente a la tropas de Tariq, que habían desembarcado en Tarifa procedentes del norte de África, hasta la conquista de Granada. Valgan como recordatorio histórico y divertimento.

Se denomina Reconquista al período de la historia de la península ibérica, de aprox. 780 años, entre la conquista omeya de Hispania en 711 y la caída del reino nazarí de Granada en 1492 ante los reinos cristianos en expansión: esta conquista de Granada marca el final del larguísimo período bélico.

Es simple condensar la Reconquista en unos minutos, pero valgan los siguientes vídeos para hacerse una idea de ese proceso histórico que duró casi ocho siglos.

La Reconquista en 11 minutos



***
La Reconquista, historia, leyenda, mito...

Enlaces sobre la Reconquista (711-1492)
La Reconquista –World History Encyclopedia
La Reconquista o cruzadas ibéricas...
—Esquemas de la Reconquista
Reconquista 711-1492 –timetoast.com
—Controversias de la Reconquista

Hispania visigoda
en momento de invasión musulamana

miércoles, 3 de julio de 2024

Leyenda futura


[Relato]

Año 2101. Vigo es una ciudad autónoma. En los últimos treinta años ha alcanzado un desarrollo inimaginable. Es una gran urbe, próspera y hermosa, que atrae a gente de todos los rincones del planeta. Su población ya supera los cuatro millones de habitantes. Tiene una tasa de paro mínimo y la mayoría de sus ciudadanos se declaran felices. Siendo un logro colectivo, el mérito principal es de su último regidor, que en estas tres décadas ha puesto todo su empeño y su admirable talento. Un alcalde inteligente y entusiasta. Su nombre: Posibilitino Audaz. Un hombre de acción, no de falsas promesas, intrépido y complaciente con todo aquél que llama a su puerta.

—¡Adelante! —repite una y otra vez, después de escuchar atentamente.

Desde el monte de O Castro contempla la esplendorosa ría y el futuro, un futuro magnífico. En ese histórico enclave, donde ha establecido la Casa Consistorial (recuperando el viejo sueño del arquitecto Antonio Palacios), su optimismo crece día a día. No le falta presupuesto, lo cual ayuda mucho. La ciudad genera suficientes recursos económicos y, por si fuera poco, se acaba de descubrir petróleo a pocas millas de las Islas Cíes, con reservas estimadas para siglo y medio; un buen yacimiento de combustible fósil, todavía usado en época de electrificación y energías renovables. La industria es boyante; los astilleros no dejan de recibir pedidos, las dos fábricas de automóviles mantienen una producción continua, se han recuperado conserveras y la mayor parte de los negocios, grandes, medianos y pequeños, van viento en popa. En ello repara Posibilitino, que, solo o acompañado, mueve la cabeza de arriba abajo, afirmando sonriente, y exclamando cortés lo que todos esperan:

—¡Adelante!

La ciudad respira energía y salud desde Teis a Saiáns, desde Candeán a Valadares. Los barrios de Bouzas y Lavadores parecen miniciudades, y el centro es un emporio, por el florecimiento del comercio, de las finanzas y de las artes. Nada que envidiarles a míticas metrópolis, se llamen Nueva York, Londres o Tokio. Pero Posibilitino no se conforma, quiere superarlas a todas. Tiene motivos. Con tanta riqueza, y sin atisbo alguno de corrupción, el nivel de desarrollo es más que saludable. Vigo dispone de un sistema de transporte impresionante, con vehículos autoabastecidos energéticamente y polivalentes. Además de deslizarse a ras de tierra, son anfibios y voladores. El del máximo mandatario, lo recoge diariamente en su casa particular y lo lleva hasta la casa consistorial atravesando las calles, o la ría cuando tiene que desplazarse a los distritos del norte, y alza el vuelo si precisa ir al encuentro de alcaldes de otras ciudades. Consciente de lo que ha conseguido y de los planes, presentados por los entendidos, que están en sus manos, Posibilitino llora de alegría sin dejar de pronunciar lo acostumbrado.

—Juan, Perico, Andrés, Carmen, Teresa, Lola… ¡Adelante!


Mientras se desplaza, Posibilitino se congratula con lo logrado en su querida ciudad. Primer puerto del mundo en todas sus facetas. Dos estaciones de ferrocarril punteras, parejas a las de autobuses, que más bien parecen de aeronaves espaciales. Aeropuerto multiplicado por cuatro en su capacidad. Urbanismo revolucionado, ampliadas las calles otrora raquíticas, Avenida de Madrid con ocho carriles en cada sentido. Naturaleza preservada: espacios verdes por doquier (más allá de Castrelos o A Guía), playa de Samil en su estado original de inmensas dunas, espléndido jardín botánico, gigantesco acuario. Éxitos culturales y deportivos son señas de identidad: el Celta campeón de liga de fútbol de manera continuada desde hace quince temporadas, la ciudad de Vigo candidata a organizar los próximos Juegos Olímpicos, los tres grandes teatros siempre abarrotados, la Orquesta Sinfónica de Vigo amplificando su fama mundial… En fin, una localidad atractiva para deportistas, actores y músicos; también para científicos, inversores, pintores, escultores, arquitectos…; para todos aquellos que tengan algo que aportar a su grandeza y para los desamparados, pues por encima de todo es solidaria.

El triunfalista alcalde se siente el hombre más feliz del mundo; no cabe en sí de gozo, como se suele decir. La sonrisa no abandona nunca su cara. Está rodeado de buenos concejales y asesores. Mujeres y hombres en quienes confía ciegamente. Si le presentan una idea, un proyecto, un plan, él da por hecho que tiene que ser brillante. Y, sin variación, responde exclamativamente con la misma palabra de ánimo:

—¡Adelante! 

Un día entró en su despacho el concejal de Obras y le presentó un proyecto.

—Propongo dos nuevos puentes sobre la ría, unidos entre sí de forma circular. Este sistema garantizaría un tráfico más fluido y nos permitiría la ampliación provisional de cada uno de ellos si el otro estuviese inutilizado, por obras o desperfectos. Cohesionaría más las dos orillas. ¿Qué le parece, don Posibilitino?

—Por supuesto que sí… ¡Adelante! 

En otra ocasión, las concejalas de Cultura y del Mar le aportaron al unísono otra idea. Creían que sería bueno establecer un festival Martín Codax de manera permanente. 

—Reivindicando a nuestro trovador, atraeríamos a escritores y poetas nacionales e internacionales —dijo la de Cultura.

—Pondríamos en funcionamiento antiguos barcos de vela para hacer paseos instructivos sobre las aguas que loó el músico-poeta medieval —añadió la del Mar—. A bordo se recitarían sus versos y se cantarían sus canciones en este entorno marítimo inigualable. Vendrían miles de personas a este reclamo turístico. ¡Y sería tan enriquecedor…!

—¿Qué opina, don Posibilitino? —preguntó la de Cultura, asistida con un gesto condescendiente por la del Mar.

—¡Adelante! —sentenció el alcalde.


Cualquier concejal que expresaba su deseo y los asesores no rechazaban, recibía esa respuesta favorable. Pero, sorprendentemente, la última propuesta del concejal de Transportes lo ha dejado dubitativo: una red de metro a diferentes niveles y con trenes configurables. Algo único, tecnológicamente nunca visto. Ideados para no dañar a los pasajeros, en caso de accidente o de catástrofe, y para salir a la superficie por un mínimo espacio (dispondrían incluso de tuneladora de emergencia para abrirse paso). Esto ya le parece ciencia ficción, sueño de Julio Verne.

—¡Despacio! 

Sin embargo, acaba consintiendo con una condición.

—Yo haré el viaje inaugural conduciendo la primera máquina de tren configurable —dice mientras se le clavan muchos ojos pasmados. 

Tras un murmullo y un silencio, así se acuerda. Y pronuncia la palabra clave.

—¡Adelante!


Llegado el día, Posibilitino, junto a un maquinista instructor, se pone a los mandos del peculiar tren subterráneo; un tren que, aparte de automoldeable, alcanza altísimas velocidades, como un tren bala de superficie. Respira hondo, se concentra como nunca y escucha una voz profunda, que cree la del maquinista y es la suya propia: «¡Adelante!».

Y la máquina sale como una exhalación, embalada, misteriosamente sin su convoy y dejando atrás al experto acompañante, yendo sola con el señor alcalde como conductor. Un evento no previsto, inconcebible, casi sobrenatural.

Por fortuna, después de recorrer varios kilómetros, los técnicos consiguen detener la máquina, justo en la estación dedicada a Carlos Oroza (autor del poema «Prohibido el paso»; como si fue un chiste); y enseguida miembros de Salvamento Subterráneo rescatan a don Posibilitino, sano y salvo.

¿Lo imagináis ansioso, tembloroso, muerto de miedo?

Nada de eso.

El osado alcalde, para quien nada es imposible, se apea contento; saluda a los asombrados asistentes y responde campechano a las preguntas de los periodistas. Finalmente, cede el paso al verdadero maquinista, pálido del susto, casi cadavérico. Lo tranquiliza, le da una palmadita y le dice que ahora el tren es todo suyo. Y proclama como de costumbre:

—¡Adelante!

Posibilitino Audaz, genio y figura... El responsable de esta leyenda futura.

[2023, 6 abr.]

El mundo en 2050