Volvamos la mirada al oriente europeo y detengámonos en la extensa Rusia: descubriremos las dos caras de una misma moneda. Por un lado músicos con un rostro amable, plenos de optimismo y sentido práctico; en el otro, perdedores o portadores de un sentido trágico de la existencia (alguien dijo que unos vienen al mundo a sufrir y otros a divertirse). Entre los primeros, tenemos a Nikolai Rimsky-Korsakov (1844-1908), que hace cantar a Fevronia, la protagonista de su ópera “Kitege”, de este modo: “Dios no bendice las lágrimas de la tristeza, Dios bendice las lágrimas de la alegría celestial”, lo que parece resumir su filosofía. Ciertamente, los temas de sus óperas –como del resto de composiciones– no son dramas psicológicos o históricos, conflictos de pasiones, sino cuentos o leyendas populares. Y también a Igor Stravinsky (1882-1971), hombre de sentido práctico y con los pies en tierra, que supo sacar partido de su talento (no como Bella Bartok, por ejemplo, un contemporáneo que sufrió gran penuria económica). En la otra cara aparecen Mussorgsky, Tchaikovsky y Rachmaninov.
Modesto Mussorgsky (1839-1881) fue compositor intuitivo, original y penetrante, cuya existencia de pequeño funcionario y su poco éxito como músico agriaron su carácter. Un músico verdaderamente innovador, creador de un nuevo lenguaje, lleno de audacias armónico-melódicas, a veces de expresión primitiva y ruda, siempre auténtico, que no fue comprendido y por ello –quizás también por otros motivos– se entregó a la bebida. Acabó siendo un alcohólico precoz, en suma, un individuo desequilibrado, aunque para algún biógrafo ciertos comportamientos que se le atribuyeron fueron debidos a la
epilepsia que seguramente padecía. Siguiendo la senda de muchos artistas de antaño, murió pobre y solo en un hospital militar, en donde había sido admitido merced a la caridad.
Piotr Ilich Tchaikovsky (1840-1893) es otro músico que merece nuestra atención. Se le reprocha a menudo ser un posromántico demasiado sentimental que se desahoga a gusto con su música. Porque se presenta abiertamente como un fatalista: el schumaniano “
fatum” constituye el gran tema de toda su obra, hasta el punto de que su música acaba por convertirse en una narración de la propia lucha con el destino y, pese a todo, extraordinaria en sus mejores momentos.
Piotr Illich era sensible y muy nervioso, inseguro y temeroso de las tormentas, como parte de su miedo a la vida. Por otro lado, se le atribuye una inclinación homosexual que le torturaría, al no poder manifestarla públicamente. Sin embargo, en 1877 se entregó a un matrimonio precipitado con
Antonina Miliukova, una alumna del conservatorio de 28 años, que amenazaba con suicidarse si no accedía a sus deseos; se duda de que sintiese por el maestro una inclinación sincera y se la acusa de ser una intrigante ninfómana que escribía cartas de amor a hombres famosos. Aquello no podía funcionar y la separación llegó enseguida (aunque nunca se divorció de ella y la cuidó hasta su final, en una casa de alienados); fue entonces el propio compositor quien intentó el suicidio, adentrándose en las heladas aguas del río Moscova con el propósito de agarrar una pulmonía, pero afortunadamente se recuperó. Tras su muerte, a poco de estrenar su Sexta sinfonía,
Patética, se dijo que bebió intencionadamente un vaso de agua del río Neva, sin hervir, durante una epidemia de cólera en San Petersburgo, con lo que, de ser cierto, a la postre habría consumado su intención. Tenía cincuenta y tres años. Curiosamente, treinta y nueve años antes, su madre –con quien se sentía muy vinculado– falleció a causa de esa enfermedad infecciosa.
Un hecho relevante en su existencia fue la relación mantenida con la señora
Nadeshda von Meck, una viuda rica que irrumpió en su vida en 1876, haciéndose su mecenas, y a la que al parecer nunca trató personalmente (tal vez ella mantuvo la distancia conociendo la inclinación del músico), sino a través de una inmensa correspondencia en la que el músico dejó escrito: “Esta noche estoy triste y vierto lágrimas, porque esta mañana, errando por los bosques, no he podido encontrar ni una sola violeta. ¡Qué llorón!...”. Y también: “El fatum... una fuerza suspendida sobre nuestras cabezas como la espada de Damocles, y que destila inexorablemente un veneno lento. Hay que someterse, abandonarse a una desesperación sin límites”. La ilustre dama, interrumpió la increíble relación epistolar después de 13 años, en 1890, con una carta que finalizaba así: “No me olvide y piense en mí de vez en cuando”. Y en su lecho de muerte, Tchaikovsky expiró con el nombre de Nadeshda en sus labios.
En sus cambios de parecer, en su volubilidad, parece que alguien ha visto un
trastorno bipolar (denominación actual de la otrora conocida como psicosis maníaco-depresiva). Lo cierto es que Tchaikovsky fue un hombre atormentado y solitario, privado por el destino del disfrute de la mujer, aunque estuviese atraído en un sentido fáustico por lo femenino. Su vida tuvo mucho de patética, como su última y extraordinaria sinfonía, y su figura pervive como sinónimo de “sonora emoción”.
Admirador y seguidor en sus inicios de la obra de Tchaikovsky,
Sergei Rachmaninov (1873-1943) se derrumbó moralmente por el fracaso de su
Primera sinfonía. Quedó momentáneamente paralizado para la creación musical, postrado por una profunda depresión, y buscó ayuda en el doctor
Nicolás Dahl, que había curado a varios enfermos por hipnotismo. Éste le ayudó a recuperar la confianza en sí mismo y le animó a escribir mediante estimulantes palabras: “Tienes que empezar a escribir tu concierto... trabajarás con gran facilidad... el concierto será de calidad excelente...”. Rachmaninov reconoció la eficacia de esta positiva psicoterapia de sugestión, y en prueba de agradecimiento le dedicó a Dahl su famosísimo
Concierto para piano nº 2. En adelante, este gran músico acusado a menudo de romántico trasnochado (prefirió ser epígono de Tchaikovsky en lugar de creador original, como Mussorgsky), parece que logró eludir recaídas dignas de mención, teniendo en cuenta su irremediable temperamento melancólico.
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Este artículo es una parte de otro publicado en
Filomúsica (rev. de música culta):