¿La vida como valor absoluto? Cuando se plantea, llegado el caso, la posibilidad de soportar un inútil sufrimiento manteniendo una vida meramente vegetativa, se cuestiona la posibilidad de la palabra que encierra una doble significación antagonista, desprecio y compasión, dureza y dulzura, crueldad y misericordia: eutanasia. Rechazada o aceptada, según se vea o no la vida como valor absoluto. Referida a la muerte dulce y tranquila, a la muerte serena, sin grandes sufrimientos, sería la muerte deseada por todos.
De la muerte dulce a la abreviación de la vida… Desde que se introdujo el espíritu analítico y se comenzó a distinguir diferentes clases de eutanasia, el debate estuvo servido. Con las clasificaciones surgieron confusiones y, desgraciadamente, fuimos víctimas del lenguaje equívoco. Del significado de “dulcificación de la muerte” se pasó al de “abreviación de la vida”, y fue éste el que se impuso. Prevaleció la idea de abreviar las vidas de los enfermos desahuciados en el manifiesto de los que luchaban por el derecho a morir con dignidad.
Los diferentes tipos de eutanasia… Dentro de los que la abracen, unos sólo admitirán la eutanasia lenitiva (alivio del dolor por diferentes medios, que indirectamente pueden inducir a la muerte), otros también la pasiva (dejar de utilizar los medios que prolongan la vida artificialmente) y el resto, seguramente los menos, incluso la activa (actuar directamente para acortar la vida provocando la muerte). En el primer caso hablaríamos de eutanasia indirecta y en los otros dos de eutanasia directa, estando la pasiva próxima a la ortotanasia.
En cada planteamiento entran consideraciones éticas, derivadas de la propia singularidad, de la educación y del medio en que uno se desenvuelva, a parte de que es muy diferente decidir sobre nuestra propia vida que sobre otras vidas. Si tuvieseis que suplir la voluntad de un familiar que está en estado de coma y carece, por tanto, de albedrío, ¿sabríais cuál sería la voz de vuestra conciencia? No dudaríais si supieseis dirimir sobre la mejor de las muertes, la muerte más digna.
¿Pero qué es morir dignamente? La visión de muerte decorosa difiere de las diferentes posturas; lo que para unos equivale a privación de una vida indigna, soportada vegetal o dolorosamente, para otros esa privación provocada no es más que un claro homicidio. En serena postura reflexiva, podríamos concluir que todos tienen parte de razón. Uno debiera tener derecho a decidir por su vida, si está en posesión de sus facultades intelectuales, claro; pero ¿los demás tienen derecho a decidir por uno o, mejor, a ejercer de verdugos de nuestro inalienable destino?
El médico no debe poner fin a una vida de manera activa; no está, moral ni socialmente, autorizado para ello. Pero abstenerse de medidas desproporcionadas parece admitirse por la mayoría. Si no a las claras, se vislumbra una tácita manifestación mayoritaria de eutanasia pasiva, amparada en las buenas intenciones, en no prolongar innecesariamente el sufrimiento del enfermo ni el de su humano ámbito. Condicionado por la deontología, se halla el médico en el centro del dilema.
¡Difícil conocer dónde está el límite de lo correcto! ¿Acaso proporcionar unas medidas para mantener la vida y no tomar otras no supone, a fin de cuentas, ayudar a morir? ¿Y qué es más cruel: poner fin a vidas vegetativas, de seres que sufren y desean acabar con sus padecimientos, o perpetuar el sufrimiento en contra del deseo de la familia? Que la religión –o la Iglesia– mediatiza es indudable; no es igual la ética de un católico que la de un mahometano, un budista o un ateo. De la justicia podemos decir otro tanto, dependerá de los códigos de cada comunidad. Entran también en juego la ideología y la deontología. ¡Ay!, no es fácil establecer el límite de lo correcto, ni ayudar a bien morir.
Secuencia de la desasosegante película antibelicista Johnny cogió su fusil
Que tal!!
ResponderEliminarexcelente post!!
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