Vamos a considerar a dos centroeuropeos hipersensibles y enamorados de la voz humana, que mueven sus ansias desde la desnudez a la monumentalidad expresiva: Wolf y Mahler.
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Wolf era un individuo extremadamente nervioso, sobreexcitado y exaltado, lo que no impedía que tuviese períodos de abatimiento; a una fase de euforia le seguía otra de postración, volviendo después a la anterior y así sucesivamente, en una alternancia maníaco-depresiva definidora de un trastorno bipolar. Sin embargo, su desequilibrio no impidió que compusiese cerca de 300 canciones –influido por la figura de Wagner y movido por su inclinación poética–, de una sencillez comparable a Schubert y de una intensidad semejante a la de Schumann.
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En el último año de su vida hizo una visita al creador del Psicoanálisis; acudió a Sigmund Freud por un terrible miedo a perder a su mujer, Alma, veinte años más joven (los celos de Mahler le hicieron quedarse casi sin amigos), y éste le dijo, según confesó la propia esposa: “Usted busca en cada mujer a su madre, a pesar de que fue una mujer enferma y atormentada...”. También, según ella, cuando lo conoció –el músico ya tenía cuarenta años– “era un solterón con miedo a las mujeres; su miedo era infinito, tenía miedo a la vida, o sea a lo femenino”. ¿Un complejo de Edipo no superado? Hay que reseñar que su padre, al parecer un hombre violento, había maltratado a su esposa siendo Gustav un niño, y eso habría de quedar grabado en su subconsciente.
Tras su muerte, no debida a un abatimiento psíquico (aunque sintió profundamente la muerte de su hija María, por difteria) sino a una doble lesión valvular cardiaca congénita (en sus antecedentes constaban amigdalitis de repetición y fiebre reumática, y un primer aviso de angina de pecho cinco años antes dirigiendo un ensayo), Alma Mahler escribiría: “Gustav se me ha ido... Una vida agitada. Alegrías enormes. Hoy es la primera noche que voy a dormir sola en un nuevo domicilio... Acabo de hallar en la caja fuerte su despedida: son los esbozos de la Décima sinfonía. Estas palabras desde el más allá son como una aparición”.
Sin duda, fue Mahler un hombre intrincado, inseguro y desvalido, que no halló la paz deseada en la tierra; un artista singular y soñador a quien su mujer había comprendido y, seguramente, amado.
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Este artículo es una parte de otro publicado en Filomúsica (revista de música culta):
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