En
una era de excesos, no vienen mal los consejos que invitan a la moderación o a
la búsqueda del “justo medio” que propugnaba Aristóteles. Ni exageración ni abandono, sino la justa medida. Y ciñéndonos a
lo médico, traigo tres pensamientos médicos que, en su aparente exageración, me
parecen muy ilustrativos.
Un médico cura,
dos dudan, tres muerte segura.
Partimos de este refrán que recomienda
no ir mucho al médico (o hacerlo en la justa medida) y consultar sólo con un
galeno, en el que se deposita la confianza.
Sólo si
hay problemas relevantes, merece la pena ir al médico.
Es una
frase del Dr. Francisco Kovacs(38:08), refiriéndose
al dolor de espalda, su especialidad, pero que puede ser aplicada a la atención
médica en general.
Los médicos somos
peligrosos. Utilícenos sólo cuando sea necesario.
Lo dice el Dr. Juan Gérvas con clarividente contundencia, aunque la frase debe ser interpretada
en su justo sentido: la evitación de los excesos, no la negación de los
profesionales de la medicina.
Podríamos resumir estos tres pensamientos definitivos en
uno solo: Confíe en un
médico y consúltele sólo problemas de importancia.
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Añadimos con posterioridad este vídeo clarificador sobre la medicina justa (ni por exceso ni por defecto), con la intervención del doctor Fernando Fabiani.
Los seres humanos esperamos recibir lo que creemos que nos
merecemos. Y esperamos escuchar lo que queremos escuchar. El niño aguarda que lo feliciten o le regalen el juguete que desea. El adulto, que lo premien o lo
recompensen de algún modo, por su actitud o por la labor que realiza. El individuo sano anhela que le digan que sigue estando sano. Y el enfermo, que lo suyo no es grave o que al menos tiene solución. Al fin y al cabo, todos deseamos ser felices.
Y no sólo importa el mensaje que se envía, sino también –y sobre todo– el modo de transmitirlo. Si las buenas palabras no están plenas de contenido, se suscitará la duda o el recelo en quien las recibe. Si se emiten con frialdad o van cargadas de reticencia, el receptor no quedará satisfecho o experimentará el sinsabor de la desconfianza. Si la comunicación médica no es fluida y
cálida, no conseguirá el objetivo de serenar o eliminar temores.
Pero queda una cuestión definitiva en la comunicación médica: la de la justa medida. Ése es el quid... Porque la escasez desconcierta y el exceso confunde. ¿Cuántos pacientes no son atiborrados de fármacos sin que se les aclare el cómo ni elporqué de cada uno? Aunque me temo que
en esta era de la comunicación es el exceso, y sobre todo la toxicidad informativa,
concretada en el término infoxicación,
lo que inquieta, lo que solivianta, lo que atemoriza.
El creciente número de mensajes inquietantes están en el ánimo
de todos: «¡Cuidado con…! ¡Ojo a…! ¡No olvide que…! ¡Preocúpese de…!». El exceso comunicador
es tremendista, angustioso, apocalíptico… y claramente interesado. Algunos
comunicadores en salud, supuestamente conocedores de la ciencia médica, se los
creen; e involuntariamente se convierten en mediadores de intereses ajenos y en dañadores de la salud (física y/o mental) de muchos inocentes.
En definitiva, la comunicación médica puede ser positiva o
negativa, buena o mala, en función de su efecto lenitivo o de su perturbadora
carga emocional (a veces por el desencanto sobrevenido tras la creación de
falsas expectativas). Y ya sea directa o indirecta, de viva voz o por e-mail, a
través de los medios o de las redes sociales. Así que, ¡mucho cuidado con los
mensajes inadecuados, engañosos y tóxicos!
La comunicación en general y la médica en particular, para
ser buena, precisa exactitud, sinceridad y prudencia. Bueno, esto es lo que creo.
INVESTIGACIÓN EN ATENCIÓN PRIMARIA. Francamente, una quimera. En nuestro medio, con excesiva carga asistencial y burocracia desmedida, no parece viable una investigación de calidad. Aunque cabe el heroico tesón investigador, la paciente revisión bibliográfica o el individual placer de indagación del médico de cabecera fuera de la jornada laboral, en tanto en cuanto no se eliminen las conocidas rémoras, seguirá siendo un proyecto quimérico. Y continuaremos ateniéndonos a estudios de otros países –especialmente anglosajones–, en los cuales sí es posible el adecuado seguimiento de los pacientes y la preceptiva recogida de datos.
El médico de familia, como "todólogo" (frente al especialista hospitalario o "cachitólogo"), interviene sobre la persona en su integridad. Ha de combatir continuamente con la incertidumbre, por sus limitaciones y por la multitud de problemas a los que tiene que dar respuesta. Pero además ha de realizar investigación, desde la simple búsqueda de información para dar respuesta a preguntas hasta la realización de estudios epidemiológicos (sobre todo epidemiología descriptiva, pero también analítica). En una realidad cambiante, se hace necesaria la investigación continua. De modo que en atención primaria se precisa un espacio para la investigación, sin la necesidad de ser un especialista en estadística, simplemente teniendo la inquietud de dar respuesta a una pregunta.
Y sobre esta cuestión del médico de familia y la investigación, veamos la argumentación que, a modo de introducción nos presenta el Dr. Enrique Fluiters. Conceptos estadísticos como sensibilidad y especificidad, tamaño muestral, etc., nos los presenta este médico de familia de manera sencilla, dándonos como colofón un consejo decisivo: dudar y aprender Inglés.
El médico de familia y la investigación
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Investigación esporádica vs. Investigación sistemática.
Motivos para que un médico de familia investigue: el avance técnico, científico o de otro
tipo que puede suponer la investigación; la posibilidad de mejorar la calidad asistencial que se presta a la población; poner
de manifiesto una situación no deseable; mejorar nuestras competencias, el prestigio profesional; mejorar nuestro
curriculum, hacer méritos de cara a una carrera profesional, entre otros.
En el siglo XXI no se concibe una disciplina académica sin un desarrollo sólido de la investigación. La creación de nuevos conocimientos no sólo es un reto de enormes proporciones para el académico y el investigador, sino que implica un estricto ejercicio del método científico que, sin lugar a dudas, trasciende la calidad de la docencia.
Aunque la mayoría de los médicos de familia no desarrollarán exclusivamente una carrera investigadora, cada día son más los profesionales que ponen en marcha líneas de investigación ligadas a su práctica clínica y son muchos más los que demandan adquirir habilidades en aquellas herramientas que, enmarcadas en la metodología de la investigación, capacitan al médico para mejorar la toma de decisiones en consulta, así como para discernir en la creciente información que llega cada día al profesional.
La vejez ha de ser mirada como proceso fisiológico, no como una patología crónica o incurable que precisa tratamiento.
La usual consideración de
la vejez como sinónimo de enfermedad, como fuente generadora de enfermos crónicos
y, consecuentemente, de gasto sanitario, es una cerrada visión que impide
contemplar un periodo de la vida como normal.
Sin duda, el viejo tiene mayor probabilidad que el joven de enfermar y, sobre todo, de presentar comorbilidad o pluripatología, es decir, de padecer varias enfermedades que determinan su fragilidad y precisan de atención a su cronicidad.
Los cambios fisiológicos de la vejez producen limitaciones
en el individuo. Nadie lo puede cuestionar. Pero de ahí a considerar que todo
viejo es necesariamente un enfermo, que precisa medicamentos y especiales cuidados,
va un mundo.
Entramos aquí en el debate entre las necesidades reales y la
inducción al consumo. Considerando a todo anciano como persona frágil, ya
tenemos a un creciente número de potenciales consumidores de los que se puede
obtener ganancia.
Y podemos ver claramente una cadena económica: envejecimiento-enfermos
crónicos-consumidores de servicios de salud (fármacos, alimentos saludables, tecnología
para la dependencia, empresas de cuidados…).
El mercado de la vejez crece y en él se ven grandes
oportunidades de negocio. Aquí lo podemos comprobar: “¿Por qué todos querrán hacer negocio con tu vejez?”. Es como si cada vez más buitres volasen sobre
las víctimas del envejecimiento.
Por su parte, los gestores públicos ven gasto, llegando algún político radical a instar a los ancianos a que se den prisa en morir. Advertimos el egoísmo de una sociedad que arrincona y desprecia a la gente de edad,
en otro tiempo valorada y respetada.
Con todo, vejez no es sinónimo de enfermedad. Aunque se ha dicho que la ancianidad es el santuario de las enfermedades, los viejos no son enfermos; son personas con muchos años.
Vejez no siempre implica fragilidad ni necesidad de cuidados médicos. Ser viejo no significa estar enfermo. De modo que los viejos, por el hecho de serlo, no están obligados a consumir medicamentos ni a sufrir a excesivos rigores diagnósticos.
La vejez
es una etapa vital a la que la mayoría aspira a llegar en las mejores
condiciones. La última fase del ciclo de la vida que no tiene por qué implicar
sufrimiento ni dependencia. Y puede ser saludable.
Los ancianos pueden mantenerse activos, tanto en el aspecto intelectual como en el físico, y llevar una vida satisfactoria. No es sólo cuestión de genética, sino también de actividad de cerebro y organismo, dentro de los límites de la edad, naturalmente.
Los viejos necesitan vivir con la mayor independencia
posible, verse libres de saqueadores de su debilidad y hallarse a salvo de
quienes los señalan como un peligro para el bienestar social. Los viejos tienen
derecho a vivir en paz.
Vejez no es sinónimo de enfermedad
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El aumento de la esperanza de vida es causa de envejecimiento poblacional, y éste de consiguientes problemas sociales y económicos, con repercusión en el sistema sanitario, hasta tal punto que se considera un problema de salud pública.
Cuanto más se envejece más se parece la tarta de cumpleaños a un desfile de antorchas. Katharine Hepburn
Katharine Herburn sobre la vejez
Esta gran actriz tenía carácter, pero también una mirada sonriente de la vida y de la vejez. Valga esa frase suya y estas otras:
La vejez llega inesperadamente. De pronto ya no saltas de la silla: te levantas, que es una acción distinta.
Si te dan a escoger entre dinero y atractivo, coge el dinero. Cuando envejezcas, el dinero será tu atractivo.
Reflexión final: Paternalismo sanitario
Cuando se habla de la ‘vulnerabilidad’ de los viejos –lo mismo que de los enfermos crónicos–, uno tiene la sensación de que se hace referencia a idiotas.
Estrés. Reacción del cuerpo a un desafío o una demanda.
Sentimiento de tensión física o emocional.
Puesta en cuestión la atención a la salud laboral de algunos profesionales, no está de más señalar la poca o nula
importancia que le dan los dirigentes del sistema público de salud a los
trabajadores sanitarios. Una enfermera competente y entregada se quejaba del estrés a la que estaba siendo sometida al asumir el trabajo del
personal ausente añadido al suyo; la sacudida involuntaria de un párpado (mioclonía
palpebral) se le revelaba como signo inequívoco de estrés laboral. «Necesitaría
una baja larga, muy larga», decía, por el efecto de sobrecarga laboral con presión en el tiempo. Pero desde la jefatura de enfermería hacia
arriba, nadie prestaba atención a su legítima queja. Sólo se atiende lo que
repercute en los medios de comunicación a partir de un hecho grave o relevante. Triste, muy
triste.
En una revisión del estrés laboral del
médico (El estrés laboral del médico: Burnout y trabajo en equipo), se
detecta la variable ansiedad en un 88% de profesionales (en
un nivel medio-alto) y depresión
importante en un 5%. El paciente es factor determinante con su insatisfacción y
su sufrimiento. La Administración favorece el estrés laboral con su falta de apoyo, no facilitando la formación y no
proporcionando el tiempo necesario* para la atención. Y el propio desempeño
profesional genera ansiedad/estrés al producirse errores en el tratamiento o en
el diagnóstico. Lo ideal sería contar con una Administración competente, una
respuesta adecuada de los pacientes y un absoluto control emocional del propio
terapeuta, lo cual se nos antoja quimérico.
*O permitiendo la sobrecarga asistencial, antes coyuntural y ahora estructural.
Lejos de ese ideal, como
factores de positividad o que contribuyen a la satisfacción laboral, estarían:
1) la buena organización y el buen funcionamiento del centro sanitario, 2) el
trabajo en equipo (habría que entenderlo como grupo armónico) y 3) las cordiales
relaciones interpersonales con compañeros y jefes. Serían estos los elementos
frente a la ansiedad, la depresión y el estrés laboral crónico (síndrome de burnout o del quemado en sumo grado) que habría que
potenciar en lo posible. No restando importancia a la buena organización
asistencial, condicionada por los gestores sanitarios, parece decisivo el
contar con buenos compañeros. Por ello se nos antoja que antes que trabajar en
un mal equipo sería mejor hacerlo en solitario, haciendo caso al dicho: «mejor solo que mal acompañado».
En cualquier caso, reconociendo la realidad del estrés laboral en el medio sanitario cabe adoptar estrategias adaptativas de afrontamiento (interesante artículo AQUÍ), esfuerzos conductuales y cognitivos. Pero, por otro lado, cabe preguntarse: ¿les importa algo a
nuestros gestores la satisfacción profesional, la sobrecarga asistencial, el
buen funcionamiento de los servicios o el burnout médico? Si la respuesta es
no, tampoco les interesa el bienestar de los pacientes. Entonces sólo cabe una
respuesta gestora: es preciso revolucionar la gestión sanitaria para combatir el estrés en el sector sanitario.
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Notas.- 1. En un estudio sobre el estrés laboral en médicos de los servicios de
urgencia, he hallado un interesante cuestionarioacerca
de su trabajo y sus sentimientos hacia él, cuya finalidad es medir su nivel de
estrés laboral. A dicho estudio se pude acceder AQUÍ. 2. Se ha reconocido el síndrome de Groves (o "del paciente odioso"), que implica sentimientos negativos en el médico sin llegar al estado de trastorno psiquiátrico. Leer AQUÍ y AQUÍ.
Eso de la ‘gestión’ del estrés (horrible denominación) a través del expansivo psicologismo, en lugar de incidir sobre las causas que abocan a la tensión emocional y el agotamiento, siempre me ha parecido un vacile y un insulto a la inteligencia. Se ha venido aplicando en el ámbito de la medicina de familia, con el propósito de que el profesional de la salud se acostumbrase a ‘torear’ con todos los usuarios que le asignasen en la agenda médica, sean 40, 50, 60 o 100 cada día; tiene que aprender a respirar hondo y pausado, relajar permanentemente músculos y neuronas y mantener una amplia sonrisa de oreja a oreja durante toda la jornada laboral. Según los expertos de salón, es todo cuestión de disciplina mental. Hay que j...
El Soneto a Cristo crucificado es una auténtica joya de la poesía mística. Tenido como pieza anónima de la segunda mitad del siglo XVI, hay quien lo atribuye a Lope de Vega; y, por su estilo, yo lo creo posible. Dejemos correr los versos de este maravilloso soneto en esta Semana Santa (que de amor a Dios extienda el amor entre los hombres), y escuchémoslo excelentemente recitado.
No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido, muéveme el ver tu cuerpo tan herido, muévenme tus afrentas y tu muerte. Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera. No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera.
***
Ya habíamos traído aquí este impresionante soneto, pero merece la pena repetirlo.