Muy buena ilustración. Explica la curva de rendimiento laboral (‘productividad’) de los médicos de atención primaria en relación a la presión asistencial, al número de pacientes que debe atender cada uno en su jornada laboral, además de la repercusión en su salud. A mayor carga asistencial, menor rendimiento laboral de los médicos de familia y mayor afectación de su salud mental, o más bien psicosomática, hasta el empeoramiento extremo que supone el síndrome del quemado (bournout). Es una relación evidente. Consecuencia de la aplicación del taylorismo en la gestión clínica, estableciendo tiempos máximos para cada paciente –que en general resultan ser mínimos, insuficientes para una atención adecuada–, pretendiendo una mayor productividad (como en una cadena de montaje), olvidándose del factor humano, del productor, que a menudo se ve desbordado, y del objeto de su atención: personas, no coches; personas por cuya seguridad como pacientes hay que velar. Triste realidad que poco o nada parece importarles a los dirigentes sanitarios. Una pena... que aún tiene remedio.
En medicina debe primar la calidad (la mejor atención a las personas) sobre la cantidad (el mayor número de usuarios atendidos), disponiendo del tiempo que cada paciente necesita, sin agendas rígidas, sin cronometraje. Así habrá motivación y satisfacción; de otro modo, insatisfacción y agotamiento.
La intensificación del trabajo y su reducción a tareas repetitivas tienen consecuencias psicológicas y físicas que son cada vez más examinadas por especialistas en salud.
Si no es posible montar una cadena con coches viejos y nuevos, usados e impolutos, de diferentes modelos..., difícilmente podemos defender que atender a un adolescente sano, un anciano con síntomas de demencia, una pareja estéril, o un diabético mal controlado que vive en la calle pueden atenderse de la misma forma. (...) Groopman y Hartzband afirman que no es posible conseguir información clínica precisa, completa, dejando aflorar las preocupaciones del paciente y su propia narrativa en consultas de 15 o 20 minutos (si supieran las nuestras caerían fulminados).
Sin tiempo suficiente para cada paciente no hay medicina humanizada.
Capítulo 13 de La encrucijada del galeno. Párrafos: Veinte minutos por paciente. [Carlos Abré, protagonista de la novela, se conformaría con disponer de diez.]
Casualmente, se había topado con una novela reciente de Herman Koch, incisivo escritor holandés, titulada Casa de verano con piscina*, que comenzaba así:
Soy médico de cabecera. Paso visita desde las ocho y media de la mañana hasta la una de la tarde. Me tomo mi tiempo: veinte minutos por paciente. Esos veinte minutos son mi reclamo. «¿Qué médico de cabecera te atiende durante veinte minutos, hoy en día?», comentan los pacientes y se lo cuentan unos a otros. «No se llena demasiado la agenda, quiere dedicar el tiempo necesario a cada caso». Tengo lista de espera. Si algún paciente se muere o se va a vivir a otro sitio, me basta con hacer una llamada y ya hay otros cinco que quieren ocupar su lugar.
«¡Veinte minutos por paciente!», exclamó Abré. Ya los quisiera él. Y aunque los pacientes confundiesen tiempo con atención (como decía el protagonista de la novela, que veía un máximo de doce) y las valoraciones de ese médico de cabecera no fuesen lo que se dice éticas, no era de recibo que los cinco o siete minutos de los que disponía, lo mismo que los demás galenos del nivel primario, se viesen minimizados cuando le forzaban citas. «¡Citas forzadas! ¡Qué desatino!», gimió en sus adentros.
No podía gestionar su propia agenda, no podía dedicar el tiempo necesario a cada caso. No podía realizar con calma procedimientos quirúrgicos menores: drenar un absceso, extirpar un quiste, quemar una verruga… Los cinco o siete minutos se convertían en dos y medio o tres y medio. No es preciso explicar cómo la aglomeración de usuarios que tenía que ver acababa pareciéndose a una atención masiva de ganado. Una absoluta degradación asistencial. En el segundo capítulo de la novela de Koch se concretaba: «…un paciente que sólo dispone de diez minutos con el médico tiene más la sensación de que lo han quitado de encima que un paciente al que le largas el mismo discurso pero en veinte minutos». Y él no contaba ni con esos míseros diez minutos. Se sentía incómodo, como cualquier médico de familia honesto, al verse imposibilitado para desarrollar sus capacidades. (...)
Vals del minuto, Chopin
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Agenda médica y tiempo de dedicación al paciente
El protagonista de la referida novela*, Marc Schlosser, un médico de cabecera cínico y poco ético, dedica 20 minutos a cada paciente para atraer más clientela y tener una «buena» agenda (porque la gente confunde atención con tiempo), en un sistema sanitario diferente al nuestro. Y en Hispania hay médicos de familia que quieren dedicar ese tiempo, o más, a algunos pacientes que lo necesitan y lo hacen, aunque no puedan si se ajustan a una agenda médica con isocronas (y a riesgo de protesta de usuarios por dilatarse en consecuencia la espera).
La necedad es la madre de todos los males. Cicerón
Una agenda médica con más de 25 citas (10 minutos/paciente) es inhumana. Va contra la ética médica, implica riesgo para la seguridad del paciente y frustra toda expectativa profesional. Y sin embargo es habitual ver agendas en el primer nivel asistencial (atención primaria) de nuestro sistema sanitario de 40, 50, 60... citas, incluyendo "citas forzadas" (casi nunca urgencias reales) y asignaciones de usuarios de otros cupos cuyos titulares, por diferentes motivos, están ausentes.
No son agendas, sino aberraciones en la asignación de usuarios que quiebran todo derecho de salud laboral y ponen en jaque la salud de los verdaderos pacientes. No, estas agendas condensadas, en las que el tiempo para la atención a cada individuo es mínimo, se permitían antes de la epidemia coronavírica y se permiten durante la misma, porque los gestores sanitarios no están para regular la atención, dando a entender que no les importa la calidad en salud ni la seguridad del paciente.
[En algunas agendas diseñadas para 25 pacientes se han llegado a asignar más de 100]
Reparemos en que una agenda supone una programación (agendar = programar), y la agenda médica (¡impuesta!) dispone de determinados «huecos», cada uno de ellos para un paciente/usuario, que vendrá con un problema o varios. Si se sobrepasa, su esencia de programación se convierte en chapucera improvisación y, sobre todo, en un factor de riesgo para la seguridad del paciente. En una agenda de 35 usuarios no deben entrar 70. ¡No puede ser! Debería haber un límite máximo de pacientes asignados por día para garantizar un mínimo de calidad asistencial.
No tenemos una agenda médica, porque no hay programación,
sino improvisación (citas forzadas = 'barra libre').
Desgraciadamente: El médico 'indefenso' ante la avalancha de pacientes: no hay límite legal. Una aberrante realidad de la atención primaria que debería salir en algún medio de comunicación, pero no sale en ninguno. La agenda ya hace mucho tiempo que no tiene sentido, porque no se respetan las isocronas (otro absurdo por otra parte, pues cada paciente requiere su tiempo). Ante este disparate agendil, casi sería mejor volver a dar número, como en los ambulatorios de antaño.
Y ante el atropello de la agenda aberrante, caben actuaciones legítimas:
Sindicato: defensa de abuso laboral.
Colegio Médico: defensa de abuso profesional.
Juzgado: defensa de dignidad humana.
Damnificado: retirada en defensa de propia salud.
RECAPITULACIÓN
Tanto hemos reflexionado aquí sobre la problemática en torno a una agenda médica de diseño rígido y en la práctica no respetada en sus tramos establecidos (para consultas, renovación de recetas y trámites burocráticos), que ya nos hemos cansado de hablar de ella y de hacer propuestas para mejorarla, para conseguir la ansiada agenda médica racional o de calidad. Porque de nada ha servido. Aquel cuento lejano de la autogestión de la agenda ya ha quedado en el olvido. Así que creo que seguiremos sufriendo eternamente una agenda médica aberrante, para perjuicio de los pacientes e insatisfacción de los sanitarios.
Demasiada estupidez para seguir tolerándola...
Stupidity – Solomon Burke
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Medicina de cantidad vs. medicina de calidad.
Las salas de espera de los centros de salud abarrotadas
122 enfermos atendidos de forma continuada [sin descanso] y disponiendo de menos de dos minutos..., mientras un crupier de casino debe descansar 15 minutos cada hora, para poder estar atento y en condiciones de controlar las acciones de los clientes, y conductores de vehículos públicos y otros trabajadores tienen obligados descansos de más de 45 minutos.
1. La Agenda de Calidad es el efecto o la causa, según se mire, de una organización excelente y, también de una parte del éxito de nuestra tarea sanitaria, cuya única finalidad, recordemos, es la de RESOLVER el mayor número de PROBLEMAS SANITARIOS en las horas de consulta contratadas.
2. La excelencia clínica (Protocolo) no está reñida con la excelencia organizativa. Un protocolo dice lo que hay que hacer para ser eficaz, pero el sentido común nos dirá COMO hemos de organizarlo para ser eficientes. No es problema de huecos, es un problema de la organización de las agendas, y las agendas rígidas impedirán el Acortamiento de las Fases del Episodio del paciente.
3. Cuanto mejor es la organización (Agenda de Calidad) y mejor es la eficacia (protocolos, calidad en la Hª clínica) más pacientes distintos y por tanto más necesidades de salud se atienden, por cada 100 visitas. Y por contra, cuanto peor es la organización y la calidad científico-técnica, menos pacientes y necesidades de salud se atienden por cada 100 visitas, y paradójicamente con más costo.
4. 1er Límite: LA TENDENCIA INERCIAL DEL COMPORTAMIENTO Y TRATAMIENTO DE LA DEMANDA.Sabemos que la relación 20 -80 es la regla y que el objetivo es romper esa tendencia, por la necesidad de hacer más accesible el sistema sanitario a las otras necesidades existentes de la población.La primera solución es la desburocratizacón de las consultas sanitarias...
5. 2º Límite: LOS TEMORES. A) el temor a la pérdida de poder o de control de la agenda; B) el temor a poder ser controlado más de cerca; C) el temor a las dificultades de su puesta en marcha; D) el temor a “abrir” la cita al tiempo real de consulta y E) el temor a abrir la “caja de los ruidos de la relación personal “sobre aspectos que chirrían o chirriaron y sobre los que se echó un tupido velo para dejar de verlos, aunque siguieran estando sin resolver.
–No ha de centrarse la comunicación en las “temidas” salas de reuniones, donde habitualmente se recuerdan malas experiencias llenas de solemnidad y tensión. La aplicación de sencillas y productivas técnicas de reunión y decisión en los grupos es de vital importancia para la conclusión sin traumas de las tomas de decisión.
9. 3er límite: LOS CONCEPTOS: 1. El concepto Programada-Demanda; 2. El concepto Urgente-Urgencias; 3. La organización de la CITA, responsabilidad de la Dirección o Administración Sanitaria.
–Urgente-Urgencias. Raros son los casos de urgencia graves que acuden a la Atención Primaria. Si los hay, acuden directamente a los centros de urgencia hospitalaria. Sin embargo, se insiste en la restricción de atención SINCITA. ¿Es urgente un cuadro catarral, una diarrea, una receta, un dolor de cabeza...? Urgente ninguno seguramente, pero más o menos necesitados de atención NO urgente y NO especializada también. El asunto que subyace en el fondo es un problema de buena gestión de la agenda, fundamentalmente en lo que se refiere a la oferta de acceso de la población.
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Anexo: Encuestas sobre la sobrecarga asistencial
En dos encuestas –mar. 2019– planteamos las medidas a tomar; en la primera encuesta: límite de pacientes diarios, ver enfermos (NO sanos), reformar la atención urgente o plan de ausencias repentinas (por ausencia de personal debido a diferentes motivos); en la segunda: educación sanitaria, regulación de la asistencia, limitación de funciones o copago asistencial. Y estos fueron los resultados.
Ahora que comienza la desescalada del confinamiento por la epidemia de coronavirus, y temiendo muchos profesionales lo peor, saco a la luz esta entrada que aguardaba a la espera de un mejor momento. Y ese momento ha llegado...
El grito (1893), Edvard Munch
[Una de las cuatro versiones]
Yo no puedo callar cuando el corazón me da gritos. Fiódor Dostoievski
Leemos el lamento de un médico de familia por el aparatoso inicio de su consulta. Durante la entrevista al primer paciente (añoso y complejo), para el que tiene asignados 5 minutos (tiempo ridículo), lo interrumpen telefónicamente cuatro veces. Desde el área administrativa le hacen saber de cuatro personas solicitan consulta urgente, pues su agenda ya está completa. Y los respectivos motivos resultan ser: un trámite administrativo ajeno (arreglar visado mal cumplimentado por médico hospitalario), dos problemas menores (dolor de garganta sin fiebre, acné leve) y un certificado improcedente (“poner en un papel que interesada tiene ansiedad porque está vendiendo su casa y los trámites le provocan nervios”).
Después de tan angustioso comienzo, al galeno sufridor le siguieron añadiendo “citas forzadas” (algo habitual en la pisoteada atención primaria), abarrotando si cabe su ya comprimida agenda, con las malas consecuencias que cualquiera puede suponer, tanto para los usuarios (sobre todo para los verdaderos enfermos, ante la imposibilidad de dedicarles el tiempo que merecen) como para el propio profesional, por la frustración que supone el no tener tiempo ni para pensar y por las continuas quejas que ha de escuchar por la demora, lógica a todas luces.
Ante esta sinrazón, cabe poner un grito, como en otras ocasiones (AQUÍ y AQUÍ), y dar sonora respuesta, aunque las palabras ya se agoten.
Reflexiones en voz alta:
–Abrir la agenda médica al comienzo de la jornada y comprobar que, además de repleta, ya está salpicada de “citas forzadas”, provoca en el profesional reacciones variables, desde la resignada indiferencia (asumiendo que no hay solución) a la angustia más desesperada (sufriendo la incapacidad de asumir la situación), pasando por una indignación controlada (decidido a resolver este problema).
–Es el fracaso de la “cita previa”. Si los usuarios no la asumen, sería mejor volver al antiguo sistema de números de los ambulatorios, que es al cabo el que usan los demás organismos públicos (Correos, S.S., Hacienda, etc.).
–Si la agenda médica viene impuesta, y no se respetan ni los 5 míseros minutos, ¿para qué pedir 10 minutos si es una utopía?
–Si cada vez son más los individuos que sólo asumen derechos, es porque aquí nadie les hace saber que también existen deberes para ellos; basta con atravesar la frontera para comprobar que lo de esta parte es jauja.
–Parafraseado a Vargas Llosa: ¿Cuándo se jodió la AP? Pensemos…
Es una pena que el pilar fundamental de un sistema sanitario se vaya deteriorando, por la irresponsabilidad de unos, la indiferencia de otros y la culpa de todos. La grave situación de la atención primaria, en verdad agonizante, merece un grito, otro más. Un grito compasivo y –a pesar de todo– todavía esperanzado.
Esperemos que no acabe todo en la nada...
"Vida" Todo y Nada – José Hierro Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!». Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!».
Anexo: Sinrazón en el ejercicio de la medicina de familia
Se puede teorizar largamente, pero hay unos puntos clave que convergen en la actual situación insatisfactoria, desmotivadora y frustrante:
desprestigio de la especialidad
sumisión hospitalaria (obstáculos en forma de protocolos de derivación)
burocracia inútil
desincentivación profesional
conflicto sistema público general vs. mutualidades (*)
hipocresía gestora (profesionales de la salud convertidos en políticos)
sensación de no poder hacer nada para mejorar
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(*) Los médicos de familia, del sistema público de salud, tienen que resolver a veces problemas de las mutualidades privadas de funcionarios por no disponer de capacidad resolutiva; desconcertados, en ocasiones se enteran indirectamente de la existencia convenios que los sobrecargan y en nada los benefician.
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El modelo de atención primaria es tan viejo e inoperante que la mejora precisa un cambio radical para salir de su locura asistencial y su marasmo funcional.
Por si hay dudas: una ‘‘cita forzada’’ es una demanda de asistencia médica sin cita previa (cuando la agenda médica del día ya está llena), una urgencia entrecomillada; en definitiva, una sobrecarga asistencial injustificada.
La cita forzada es con frecuencia suscitada por la apremiante necesidad de una receta; para colmo, incluso por una prescripción privada y, para más inri, en ocasiones solicitada por paciente de otro médico. Increíble pero cierto.
Muchas citas forzadas no lo son siquiera por motivos de salud, sino de papeles; no creemos que sea necesario aclarar que el papeleo, cualquier trámite burocrático, no es nunca una urgencia médica, aunque hay gente que no quiere entenderlo.
Y dicho todo esto, unos pensamientos breves en torno a las citas médicas forzadas...
Las citas forzadas en los centros de salud son la muestra palpable del fracaso de la cita previa.
Las citas forzadas quiebran la programación de cualquier agenda médica.
Las citas forzadas suponen sobrecarga asistencial, van en contra de la calidad en salud y la seguridad del paciente.
Las citas forzadas aceleran el pensamiento del profesional, lo descentran y perturban.
Las citas forzadas provocan una situación asistencial como de guerra (de un campo de batalla)*, incompatible con la buena práctica clínica.
Las citas forzadas son el principal rasgo diferencial de la atención primaria de salud hispana.
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*Se habla incluso de ‘‘medicina de trinchera’’.
Free Improvisation - Cecil Taylor
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Los médicos de familia parece que ejercen una medicina de guerra.
Cuando había 3 minutos por usuario/paciente, ese ridículo tiempo era real. Pero cuando en la agendas se amplió el tiempo a 7 o 10 minutos, aparecieron las citas forzadas; de modo que entre citas normales se fueron introduciendo citas extraordinarias, y los tiempos iniciales quedaron muchas veces reducidos a la mitad o a la tercera parte, en función de su número imprevisible.
Nuestros políticos han promovido una sanidad de consumo, preocupados por el voto de sus ciudadanos, no por su salud.
Los médicos de familia estamos supeditados a una agenda médica en la que los pacientes se distribuyen en isocronas de 6 o 7 minutos, es decir que en ese tiempo hay que darle una respuesta a cada uno de ellos (*). No creo que haya muchas diferencias en esto entre los diferentes servicios de salud de la comunidades autónomas, entre Galicia y Murcia o Extremadura y Cataluña.
Para más inri, la accesibilidad sanitaria en atención primaria se ha vuelto en contra del propio paciente, por lo dicho sobre la agenda médica. Peligra su seguridad. Siendo la accesibilidad una teórica dimensión de calidad, permitiendo al usuario el acceso directo al médico de familia, si no existe reglamentación que ponga un límite la demanda puede ser infinita y el tiempo de atención mínimo.
Una accesibilidad sin ninguna barrera implica "sobredemanda" cuando la agenda médica ya está repleta, o dicho de otro modo: una sobrecarga asistencial. Para entenderlo mejor, pongamos un ejemplo de otro ámbito profesional: un cocinero tiene previsto dar de comer bien a veinte comensales y, de repente, le aparecen diez más; desesperado, dirá ¡adiós! a su gastronómico plan.
Desde hace unos años hay que asumir los pacientes de otros cupos (**), con sus médicos ausentes (por vacaciones, enfermedad u otros motivos), por lo que aumentan las posibilidades de tener "consultas forzadas" o "demandas sin cita" (***). Esto provoca una sobrecarga continuada y mayormente estacional (estival), contraria a la distensión que acaece en otros ámbitos públicos.
La sobrecarga asistencial da lugar a una situación degradante que, a tenor de la información que uno recibe, parece ser una peculiaridad de nuestro sistema sanitario. No hay más que comparar con otros sistemas sanitarios para darse cuenta que algo se está haciendo mal, muy mal, y que debe corregirse para evitar los inconvenientes concretados en este pensamiento tuitero:
La sobrecarga asistencial es el principal problema sanitario: para la seguridad del paciente, la salud del médico y el coste del sistema.
(*) Prestar una atención adecuada en tan poco tiempo a personas (no a ganado), apoyándonos en la historia clínica, es muy difícil o prácticamente imposible. Es cierto que hay consultas sencillas que se resuelven sin complicaciones, pero de ninguna manera justifican que haya agendas apretadas o desbordadas. Además, una eventual salida urgente puede dar al traste con la agenda médica programada.
(**) Es sabido que las ausencias por enfermedad, vacaciones u otros motivos, producen gran 'sobrecarga' por acumulación de cupos, sobre todo en verano. Y me pregunto cómo hacen en otros países para que los médicos de familia no 'revienten'.
(***) Una consulta forzada (o demanda sin cita) implica que los 6 o 7 minutos de un paciente haya que repartirlo entre dos pacientes, y si hay varias consultas forzadas las malas consecuencias se multiplican, por más que se dilate el tiempo total de la consulta médica. Las consultas forzadas o demandas sin cita suponen una "sobredemanda" asistencial a la que se ha denominado "demanda bloqueante" (adjetivo muy ilustrativo). La jornada médica no se ciñe únicamente al tiempo de consulta, pero a menudo éste acapara aquella, impidiendo otras actividades.
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De alguna manera habrá que poner orden, para no acabar aturdidos y confusos...
Dazed and Confused(Aturdido y confuso) - Led Zeppelin
[Vídeo post. por eliminación del previo]
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Reflexión anexa: Problemas menores vs. síntomas preocupantes
El paciente no acude a la atención primaria de salud por problemas menores, sino por síntomas que no sabe interpretar y que antes sabía valorar. Se ha fomentado la prevención a toda costa, infundido temor y vendido hiperaccesibilidad. Consecuencia: demanda creciente hasta el caos asistencial. Solución: recular.
El
doctor Devuelta se prepara para su consulta habitual de atención primaria.
Tiene suerte, es propietario de su plaza, no es un eventual con un futuro
incierto. Llega, más o menos descansado, cargado con preocupaciones de variable
intensidad. Lleva años con la misma rutina, no exenta de variaciones, más o
menos estimulantes, pero con parecida sistemática día tras día, sin excepción, o con
la excepción que confirma la regla. Aunque, como dijo alguien con acierto, la medicina
de familia bascula de la rutina al drama. Lo que no deja sin validez la
realidad de su rutina.
Antes de
comenzar, tal vez una sesión clínica, para repasar lo olvidado, cumplir un objetivo, reforzar su autoestima o completar la rutina. Si no, a comprobar en el correo oficial cualquier mandato, indicación, recordatorio o mensaje de interés. O a realizar los informes que
quedaban pendientes. O a gestionar interconsultas de la novedosa y cuestionable telemedicina.
De no haber alguna urgencia inesperada (el surgimiento del drama, con necesidad
o no de salida del centro), la consulta del Dr. Devuelta dará comienzo conforme
a la agenda establecida.
Unos 38 pacientes de media, demasiados o no, según como se vea, según como lo vean
otros desde afuera. A razón de 6 o 7 minutos por paciente en 4 horas teóricas (pura
teoría: no menos de 5 horas), echen cuentas. Y piensen que muchos no acuden por
un único problema; han ido aumentando las policonsultas, sin que haya disminuido la frecuentación. Como médico de familia (de cabecera en otro tiempo),
el Dr. Devuelta está dispuesto a enfrentarse a todo tipo de problemas, en su
cometido de atención integral o biopsicosocial, y a ir incluso más allá. Cree escuchar la trompetería de una obertura…
El primer
paciente, un joven de treinta y tantos años, nuevo en el cupo del Dr. Devuelta, viene a buscar la baja laboral (habitual “debut”); ha tenido un accidente de
tráfico y trae el informe del hospital privado donde lo están tratando de un
esguince cervical. De paso, pide la receta del antibiótico que le prescribió
un dentista. El segundo es una mujer de setenta años que acude por varios
asuntos; entre ellos, demanda tratamiento para su habitual dolor artrósico,
quiere extraer un tapón de cerumen y desea hacer un nuevo análisis
para ver el colesterol.
La
consulta del Dr. Devuelta se desarrolla por el cauce habitual, llevándose la
burocracia la mayor parte del tiempo: renovación de recetas, partes de baja, informes de salud, informes de dependencia, etc. La patología
va de los procesos agudos banales (infecciones respiratorias de vías altas,
gastroenteritis, cistitis, conjuntivitis…) a la revisión de procesos crónicos
(hipertensión, EPOC, diabetes, osteoporosis…). Y entremedias, se
presentan pacientes aquejando algún síntoma reciente de importancia: dolor abdominal, dolor
torácico, vértigo, palpitaciones…
Nuestro especialista en medicina familiar y comunitaria (médico general de antaño),
como otro día cualquiera, atiende a pacientes con problemas afectivos (trastornos
de ansiedad y depresiones) y a dependientes de alcohol o drogas. Se presenta la policía con un toxicómano que demanda un ansiolítico, aduciendo
estar con el mono. “Menos mal que no se trata de hacer un parte de lesiones,
como tantas veces”, se consuela el Dr. Devuelta; le llevaría más tiempo
cubrirlo que atender tres o cuatro citas. Otros problemas sociales, como siempre, no dejan de
presentarse. Siente la agridulce caricia de un adagio para cuerdas...
Tres
citados urgentes en un espacio de 5 minutos: son pacientes de otros
médicos y otro turno. El primero refiere una molestia en el costado desde
hace ocho días; el segundo dice estar con diarrea y requiere un justificante
para no ir a trabajar; el tercero está acatarrado y alega no poder
acudir a su médico porque se va de viaje. El Dr. Devuelta no discute con nadie
(sabe que no sirve de nada); los primeros años informaba sobre las normas e
intentaba educar a los usuarios del sistema, pero ahora reserva sus energías. No
es resignación –piensa–, es obrar con inteligencia.
Le han
dado un aviso domiciliario. Le queda poco para acabar, saldrá enseguida; es
cerca, irá andando, no tendrá que llevar su coche ni mendigar (aun sintiéndose el último mono) que le den apoyo
logístico. Pero casi simultáneamente lo llaman a la sala de urgencias: hay un
herido con un corte en un dedo; la enfermera nueva dice que no sabe o no quiere
suturar. Tiempo atrás, el Dr. Devuelta ya se había quedado estupefactoal comprobar que en la actualidad hay enfermeros que no suturan heridas, incluso con orden médica. “Malos tiempos para la
medicina”, murmura.
Realiza el aviso domiciliario y finaliza la jornada (en total 37 pacientes, lo que no está mal, considerando que podían haber sido más, pues no tiene posibilidad de autogestión o autonomía de gestión). El Dr. Revuelta suspira... Otra
rutinaria jornada, con sus variaciones, más o menos estimulantes. Anhela la honda sencillez de una pieza lírica para piano... El Dr. Devuelta no entiende que no se cambien las cosas, que no se simplifique el papeleo, que no
se mejoren los procedimientos. Además, le preocupan la intranquilidad social y la agresividad crecientes. Sabe que los gestores no atenderán a reivindicaciones si no se les fuerza. Sabe que no hay unión entre los
profesionales para lograrlo. También sabe que en atención primaria hay médicos zombis, que no se inmutan, que obedecen sin rechistar, que se tragan su queja. Decepcionado, mantiene una pizca de entusiasmo salvador. Y procurando un mínimo de necesaria dicha, aguarda a que llegue el día de la jubilación liberadora. Si pudiese tener el tiempo en sus manos...