Muchas composiciones de música sacra son a capela (del italiano: a cappella ‘como en la capilla’), referida al canto puro, sin acompañamiento instrumental. La voz humana puede generar sola los sonidos necesarios con ritmo, melodía y armonía. Es interesante lo que dice Natalya Kaganovich:
La armonía vocal del canto a cappella puede disfrutarse sin importar el idioma que la acompaña. Las Vísperas de Rachmaninov o el canto gregoriano no conmueven tanto por sus palabras como por la habilidosa combinación de las voces y la intensa emoción que son capaces de producir. [Tomado de quinoff.blogspot.com]
Las Vísperas de Sergei Rachamninov (1893-1943) es una composición a capela conmovedora e impresionante; una obra para coro a cuatro voces más basso profondo. Es música melismática [de melisma]: el canto de una sola sílaba del texto se mueve entre varias notas musicales diferentes en sucesión*. Tan maravillosa como la Liturgia de San Juan Crisóstomo de Tchaikovksky o cualquiera de las grandes composiciones de Tomás Luis de Victoria. Es más, se considera esta obra musical la cumbre de la música sacra rusa. Para llevar a la isla desierta.
Esta sobrecogedora pieza sacra, con textos de la liturgia ortodoxa rusa, que Rachmaninov escribió impresionado por los horrores de la I Guerra Mundial, era la composición más querida del compositor (más conocido por sus piezas para piano, conciertos para este instrumento y obras sinfónicas), junto a la sinfonía coral Las Campanas, y tal vez sea su mejor creación; tanto es así que el compositor decidió que el V movimiento de las Vísperas –«Ahora, Señor, despide en paz a tu siervo», que tiene una impactante escala descendente de los bajos al final– se cantase en su funeral. Escuchar esta obra maestra es una experiencia única.
Vísperas, Sergei Rachmaninov
Coro de Cámara del Ministerio de Cultura de la URSS, dirigido por Valeri Polyansky
[La mejor grabación de Vísperas, según la crítica]
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Estilo de Rachmaninov
Acusado a menudo de romántico trasnochado, Rachmaninov prefirió ser epígono de Tchaikovsky (a cuya memoria dedicó su Trío elegíaco para piano, violín y violonchelo) en lugar de un creador original. Pero la belleza de su música e incluso algunas originalidades innegables lo hacen un digno compositor.
Obras de Rachmaninov
Aparte de Vísperas, nuestra obra de Rachmaninov para la isla desierta, debemos señalar las composiciones del músico ruso en las que el piano se erige como protagonista: 4 Conciertos para piano, donde el segundo descuella por popularidad y el tercero por refinamiento; Rapsodia sobre un tema de Paganini, otro concierto atípico donde piano y orquesta dialogan sensual y poderosamente; 24 Preludios que suponen la esencia de su música para piano solo, junto a los Etudes-Tableaux. Pero aparte, su maestría orquestal le permitió elaborar 3Sinfonías numeradas, donde la segunda sobresale por su embriagador embrujo melódico antes que por su estructura formal; sin olvidar la sinfonía coral Las campanas –para soprano, tenor, barítono, coros y orquesta–, basada en un poema de Edgar Allan Poe, las Danzas sinfónicas –tres piezas para orquesta– y el poema sinfónico La isla de la muerte, inspirado en un cuadro de Arnold Böcklin.
Apunte médico-melódico (Patobiografía de Rachaminov).– Ya hemos hablado AQUÍ del desequilibrio emocional que sufrió Rachmaninov, hombre de temperamento melancólico; tras el fracaso de su Primera sinfonía, sufrió una depresión y fue tratado por el doctor Nicolás Dahl.
Hay que escuchar el viento, que narra la historia del mundo.
Claude Debussy
Cuando hablamos de impresionismo musical, Claude Debussy (1862-1918) se nos presenta como el autor impresionista por antonomasia; sin olvidar, por supuesto, a su compatriota Maurice Ravel (1875-1937). La originalidad de su música, innovadora en su momento, se caracteriza por una escritura no lineal (como una sucesión de impresiones), de algún modo «brumosa», de tempo más libre, cambiante e impredecible, con especial atención al timbre y el empleo de escalas orientales. No sabemos si esto define la música impresionista, pero el propio compositor mantenía al respecto una actitud en cierto modo escéptico.
No existe una teoría. Sólo tienes que escuchar. El placer es la ley. Me gusta la música con pasión. Y porque me gusta trato de liberarla de las tradiciones estériles que la ahogan. Es un arte libre que brota —un arte al aire libre, sin límites, como los elementos, el viento, el cielo, el mar—. En ningún caso debe ser cerrado y convertido en un arte académico.
El poder nos produce ensoñaciones y es capaz de evocarnos elementos naturales. El amor del compositor por la naturaleza se extendía al agua, la nieve, la niebla, las nubes, los peces, la lluvia y, sobre todo, al mar. Y es precisamente El mar (La mer, 1905) la cumbre de su sinfonismo, sin despreciar otras obras orquestales (Preludio a la siesta de un fauno, Imágenes para orquesta —incluye "Iberia"—, Nocturnos). Son tres esbozos sinfónicos, como Debussy calificó la obra, con estos títulos: I-«Del amanecer al mediodía en el mar», II-«Juego de las olas» y III-«Diálogo del viento y el mar». Para algunos es una auténtica sinfonía en tres movimientos. En definitiva, un fascinante tríptico lírico, colorista y épico, que podemos disfrutar AQUÍ. Pero de las composiciones de Debussy no hay que olvidar su ópera Peleas y Melisande, su Cuarteto de cuerda ni, sobre todo, su maravillosa música para piano: Estampes, Images, Preludes, Suite bergamasque (con su famoso "Claro de luna"), etc. Y es su música para piano la que nos llevaríamos a la isla desierta.
Apunte médico-melódico (Patobiografía de Debussy).- Según leemos en una biografía, nuestro músico sufrió desde 1908 síntomas debidos a un cáncer gástrico, diagnosticado en 1915, tras agravarse su cuadro clínico, coincidente con un estado depresivo relacionado con la guerra (I Guerra Mundial), por lo que fue intervenido quirúrgicamente ese mismo año y operado por segunda vez en 1917, pero acabaría falleciendo al año siguiente, a los 56 años. Sin embargo, en algún artículo sobre el compositor se habla de una enfermedad pulmonar como causa de su final.
Y ahora disfrutemos de la fascinante música para piano de Debussy, que nos envuelve y nos atrapa de tal manera que nos cuesta abandonarla. ¡Disfrútenla!
La música es un misterioso proceso matemático cuyos elementos forman parte del Infinito... No hay nada más musical que un atardecer. Quien siente lo que ve no encontrará ejemplo más hermoso de desarrollo en ese libro que, por desgracia, los músicos leen muy poco: el libro de la Naturaleza.
Enemigo de la tradición germana y austríaca, Claude Debussy renovó la música del siglo XX apostando al color, a las atmósferas y al placer de las sonoridades nuevas.*
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*La música de Debussy se caracteriza por el colorido o timbre sonoro (con orquesta: colorido orquestal o timbre orquestal), la atmósfera evocadora y onírica y la armonía innovadora (escalas no tradicionales y exóticas). En suma, es poesía y pintura sonora.
A propósito de la publicación de sus Estampes para piano en 1903, Debussy escribió a su editor que cuando uno carece de los medios para costearse los viajes, los puede suplir con la imaginación.
En la imaginación popular, Debussy y Ravel suelen ser echados en el mismo saco estilístico 'impresionistas', aunque son bien distintos. Debussy hace una música llena de misterios, impresiones, colores, aromas y calidez romántica; Ravel enfatiza la precisión (relojera), la disciplina, la expresión reservada y un acabado diamantino. De los dos, el más agradecido por los pianistas es Debussy (es decir, es más pianístico), mientras que en Ravel todo es más complicado (las manos se entrecruzan con frecuencia).
En fin, sonoridades etéreas, envolventes, mágicas, incomparables, detrás de las cuales están Mozart, Beethoven, Chopin, Schumann, Grieg...
El compositor Félix Mendelssohn (1809-1847), nacido en el seno de una familia adinerada e influyente que le brindó un ambiente propicio, tuvo todo a su disposición para educarse y llevar una vida cómoda, sin entregarse por ello a lo frívolo o intranscendente. En una corta vida, sin sobresaltos ni hundimientos significativos, más bien plácida y feliz, logró una obra creadora digna de encomio ya desde sus inicios de niño prodigio, mostrando talento no solo para la música, sino también para el dibujo, la pintura y la literatura. La habilidad técnica del músico y su sensibilidad artística combina hábilmente lo clásico y lo romántico, logrando un equilibrio formal que en muchas ocasiones alcanza altas cotas de belleza sonora. Su música, no exenta de evocaciones nostálgicas, tiene una frescura única; en general gozosa, nos provoca una sonrisa en el alma.
Entre la principales composiciones de Mendelssohn no podemos olvidar el Octeto para cuerda, la música incidental El sueño de una noche de verano (para la obra teatral del mismo nombre de William Shakespeare), las oberturas Mar en calma y viaje feliz y Las Hébridas (o La gruta de Fingal), sus dos conciertos para piano, sus cinco sinfonías (señaladamente la n.º 3 “Escocesa” -grab. AQUÍ- y n.º 4 “Italiana”; sus viajes por Gran Bretaña e Italia le sirvieron sin duda de inspiración), Romanzas sin palabras, para piano, el Concierto para violín y el oratorio Elías.
Apunte médico-melódico (Patobiografía de Mendelssohn).– Al parecer, sufrió problemas de salud en los últimos años de su corta vida, agravados por un agotamiento nervioso debido al exceso de trabajo. Y el fallecimiento súbito de su hermana Fanny (1805-1847), que también mostró grandes dotes musicales (es recordada como pianista y compositora de lieder y piezas para piano), víctima de una embolia cerebral, adelantó su final, muriendo apenas seis meses después, a los 38 años, en Leipzig, donde dirigía la orquesta de la Gewandhaus desde 1835; según leemos, a causa de un derrame cerebral. El testimonio de un amigo señala violentos dolores de cabeza que le provocaban desvanecimientos. En conclusión, ambos hermanos habrían muerto de un ictus o accidente cerebrovascular agudo (ACV), ella de un ACV isquémico y él de un ACV hemorrágico.
Y para la isla desierta, nos llevamos el Concierto para violín, una obra deliciosa que nos engancha desde los primeros compases, y que sobresale sobre composiciones similares previas por la conexión entre los tres movimientos, es decir, se interpretan sin pausas. Dejémonos llevar por este extraordinario concierto...
Sobre el divino Wolgang Amadeus Mozart (1756-1791), hablamos en el segundo capítulo de Grandes compositores y desequilibrio emocional. Allí decíamos algo bien sabido por los buenos aficionados a la música clásica, que ahora nos puede servir de apunte médico-melódico o patobiográfico mozartiano:
Fue un niño prodigio entregado a la música desde muy temprana edad, espoleado por su padre, Leopold, músico también, quien lo llevó a una gira de conciertos cuando sólo contaba seis años. De modo que no tuvo una infancia ordinaria, sino entregada desde su más tierna edad al arte musical, circunstancia que habría de repercutir en el desarrollo de su temperamento creador. Por más que Wolfgang Amadeus fuese una persona alegre y extrovertida, que conectaba inmediatamente con las personas que conocía, le costaba mantener relaciones profundas y duraderas; en su incomprensible personalidad persistió siempre un rasgo de infantilismo.
Ahora bien, la calidad de su obra y la madurez creativa que alcanzó nos revelan la existencia de un genio creador de la música ante el que todos los compositores posteriores han brindado pleitesía. Dominador absoluto del lenguaje musical en todas sus vertientes, Mozart compuso música instrumental y vocal, profana y sagrada, para grupos de cámara y para orquesta, conciertos y serenatas, sinfonías y óperas. Su impresionante número de obras, increíble para tan corta vida, está ordenada mediante el catálogo Köchel, de ahí que cada composición suya lleve un número de Köchel (abreviado K.) en vez del habitual número de opus.
Desde luego, no podríamos pasar sin muchas de las esplendorosas composiciones de Mozart, como la Sonata para piano n.º 11 (la de la famosa «marcha turca»), el Concierto para piano n.º 21, la Sinfonía n.º 40, el Don Giovanni, Las bodas de Fígaro, La flauta mágica, el Ave verum oel inacabado Réquiem [grab. AQUÍ]. Pero debiendo elegir una obra para nuestra isla, nos decidimos a llevar una serenata; y no la deliciosa Pequeña serenata nocturna, para cuerdas, sino la maravillosa Serenata n.º 10, para viento, más conocida como «Gran Partita». Es una pieza sublime, escrita para dos oboes, dos clarinetes, dos corni di bassetto, dos fagotes, cuatro trompas y contrabajo (remplazado a menudo por un contrafagot).
De los siete movimientos de la Gran Partita, traemos aquí como muestra el III, “Adagio” [para quienes deseen escuchar una interesante interpretación de la obra completa dejamos un enlace AQUÍ]. Como decía Salieri sobre Mozart en el film Amadeus, la suya era la voz de Dios, la más absoluta belleza.
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Para mí, Mozart es la culminación de toda la belleza en la esfera de la música.
No es que simplemente me gusta a Mozart —le idolatro—. Para mí, «Don Juan» es la mejor ópera jamás compuesta.
Mozart no es ni abrumador ni fatigoso. Me seduce, me encanta, me enciende. Cuando oigo su música, me siento como cuando he realizado una buena acción. No podría decir en que consiste esa influencia benéfica, pero sé que existe y es benéfica. Conforme envejezco, le conozco mejor y amo más su música.
Sobre la presunta rivalidad de Salieri con Mozart, y el supuesto envenenamiento de éste por aquél, llevada a la ópera por Rimsky-Korsakov (Mozart y Salieri, 1898), valga una escena de la película Amadeus (1984) de Milos Forman.
Gioacchino Rossini (1792-1868) fue un prolífico compositor de ópera; tiene 37 óperas en su haber, compuestas entre 1810 y 1829, siendo El barbero de Sevilla (1816) la más famosa. También son conocidas La italiana en Argel (1813), El turco en Italia (1814), La Cenerentola (1817) y Semiramide (1823). La última de todas fue Guillermo Tell, inspirada en el drama de Friedrich Schiller sobre este personaje legendario de la independencia de Suiza, y es considerada por muchos como su obra maestra (1829). En 1831, a los 37 años, dejó de componer, por razones desconocidas (¿hastío?, ¿enfermedad?, ¿acaso por su otra pasión: la de gourmet?), y hasta el final de su vida solo aportó otras dos obras importantes: el Stabat Mater (1842) y la Pequeña misa solemne (1864). [v. Composiciones de Rossini]
De elegir una pieza para la isla desierta, no sería desacertado llevarnos la obertura de Guillermo Tell, su última ópera, cuya peculiar estructura la convierte en una sinfonía en miniatura (*). Sobre ella, valga una apropiada descripción ajena:
La obertura se ha convertido en una de las piezas más interpretadas de todas las épocas. Está articulada en cuatro movimientos contrastados: lento, rápido, lento y rápido. En la primera parte lenta [Preludio], el violonchelo es el indudable protagonista, interpretando una melodía de gran belleza expresiva. En la segunda [Tormenta], más rápida, la orquesta va despertándose misteriosamente hasta culminar en un crescendo – tutti electrizante, que podría asociarse al paisaje sonoro de una tormenta; una de aquellas que Rossini gustaba incluir en sus obras. La tercera parte [Ranz des Vaches "llamada a las vacas lecheras"), lenta, contiene el diálogo entre un corno inglés y una flauta travesera. (Didáctico ejemplo para discriminar las diferencias tímbricas de ambos instrumentos.) La parte final de la obertura [Galop "carga de caballería"], la más conocida y popular, es una explosión de alegría con trepidantes destellos rítmicos.
(*) Las oberturas de Rossini siguen una fórmula básica: movimientos de sonata sin secciones de desarrollo, generalmente precedidas de una introducción lenta, ritmos exuberantes, estructura armónica simple y un clímax crescendo.
Apunte médico-melódico (Patobiografía de Rossini).- Entre las múltiples hipótesis parciales, se habla de patologías atribuidas también a otros genios creativos: síndrome maníaco-depresivo, complejo de Edipo y paranoia. En su correspondencia parecen advertirse rasgos paranoicos en su personalidad, pero hay pruebas más convincentes de la existencia de un síndrome maníaco-depresivo. Por otro lado, Rossini padecía uretritis crónica (supuesta gonorrea crónica), precisando desobstruir a menudo la uretra mediante catéteres. Además, tenía obesidad, aquejaba hemorroides y sufrió una trombosis por enfermedad vascular periférica, probablemente a causa de sus transgresiones alimentarias (era un gran comilón). Y un carcinoma anorectal fue la causa de su muerte. Llegó a ser intervenido por Auguste Nelaton, pionero de la cirugía abdominal, pero la operación se complicó con una infección, algo habitual en la época previa a la antisepsia; justo un año antes (1867), Joseph Lister describía los fundamentos de la técnica antiséptica en un artículo publicado en The Lancet, pero habrían de pasar muchos años para la aceptación del método de Lister.
Y ahora disfrutemos de la maravillosa Obertura de Guillermo Tell, en una vibrante interpretación, de de la Orquesta Filarmónica de Berlín y Herbert von Karajan.
[Vídeo añadido post., por eliminación del previo]
Nota. La ópera Guillermo Tell de Rossini está inspirada en el drama homónimo de Schiller sobre el personaje legendario de la independencia de Suiza, hábil ballestero de quien la memoria colectiva recuerda la escena en la que es puesto a prueba por una ofensa al gobernador (no le hizo una obligada reverencia), debiendo disparar una flecha a una manzana colocada sobre la cabeza de su hijo.
Cuando en una larga entrada nos referimos al compositor Robert Schumann (1810-1856) como "el poeta de la música", manifestamos que su corpus de canciones, unas 250 piezas, le bastaría para asegurarle la gloria. Consiguió que el Lied romántico adquiriese un nuevo y esplendoroso brillo poético, adentrándose en los textos, creando obras de gran intensidad lírica y dominando la técnica del ciclo o “Liederkrais”. Ninguna de esas composiciones es desdeñable. Pero si nos viésemos obligados a elegir entre sus obras magistrales, nos quedaríamos con su ciclo de canciones Dichterliebe (Amor de poeta), Op. 48, 16 Lieder sobre poemas de Heinrich Heine. Las emociones suscitadas por los poemas de Heine y los diferentes estados de ánimos son expresados sonoramente por Schumann gracias a su capacidad compositiva y a su inmensa sensibilidad. El resultado es una insuperable conjunción de poesía y música a la que no nos podemos substraer. Es un discurrir continuo de emocionante belleza. No se lo deben perder. Respecto a la patobiografía del compositor, ha quedado reflejada en la entrada enlazada arriba sobre su figura como creador y como ser humano (apartado "Especulaciones sobre la enfermedad mental de Robert Schumann"). Los "claroscuros" en las composiciones de Schumann revelan su desorden nervioso.
Si es posible, disfruten de esta obra digna de la isla desierta. [Y ya puestos, también de otras composiciones de Robert Schumann.]
Dichterliebe op. 48 - Robert Schumann
Dietrich Fischer-Dieskau (barítono), Gerald Moore (piano) (Parte 1: canciones 1-6)
Y aparte de otros Lieder (Myrthen –Mirtos–, Frauenliebe und Leben–Amor y vida de mujer–...), no podemos olvidar su música para piano: Carnaval, Escenas de niños, Kreisleriana, Estudios sinfónicos, Fantasía en do mayor... Ni su obra orquestal: Concierto para piano, 4 sinfonías... Ni algunas piezas de cámara, como el Quinteto para piano y cuerda. Mucha gloriosa música de Schumann, casi toda enérgica y gozosa, se nos hace necesaria. ¡Para siempre Robert Schumann!
El artista noble, puro, sigue siendo para mí un modelo y difícilmente me será permitido amar a un ser humano mejor...
Nota. Las sinfonías de Schumann siguen la estela clásica de Mendelssohn, pero con mayor fervor romántico. Y muchos consideran la Sinfonía n.º 2, con su maravilloso «Adagio expressivo», como el mayor logro sinfónico de Robert Schumann.
El compositor alemán Richard Strauss (1864-1949), que recibió primero influencias de los compositores clásico-románticos –Mendelssohn, Schumann y Brahms– y después de Wagner, antes de conseguir un lenguaje propio, no podría haber cerrado de mejor forma su faceta compositiva que como lo hizo, con sus Cuatroúltimas canciones, para soprano y orquesta, en 1948, a la edad de 84 años, el año anterior a su muerte (no llegó a escuchar su interpretación). La proximidad de la muerte y su serena aceptación resume los poemas inspiradores, de Herman Hesse para las tres primeras canciones (Frühling, Primavera; September, Septiembre; Beim Schlafengehen, Al irme a dormir) y de Joseph von Eichendorff para la cuarta (Im Abendrot, En el ocaso). Suponen el cierre del postromanticismo musical y escuchadas individualmente o como ciclo suponen una experiencia única.
Si tuviese que llevarme a una isla desierta una decena de composiciones clásicas una sería ésta, sin duda. Valga como muestra la sublime canción final, que bien sonorizaría una despedida del mundo. ¡Que la disfruten, al menos tanto como yo!
Vier letzte Lieder (Cuatro últimas canciones) Op. post.
IV. Im Abendrot (En el ocaso) [Text By Eichendorff]
Radio-Symphonie-Orchester Berlin, Elisabeth Schwarzkopf & George Szell
Puedo no ser un compositor de primera clase, pero soy un compositor de segunda clase de primera clase. Richard Strauss
Otras composiciones
De Richard Strauss, magistral orquestador, también merecen ser escuchadas otras canciones (entre ellas la deliciosa Morgen), sus poemas sinfónicos, que incluyen Don Juan*, Muerte y transfiguración**, Till Eulenspiegel, Así habló Zaratustra*** (¿quién no conoce su fanfarria inicial con sus trece golpes de timbal), Don Quijote* y Una vida de héroe****, su grandiosa Sinfonía alpina y óperas como Salomé, Electra, El caballero de la rosa*****, Ariadna en Naxos o La mujer sin sombra. Gran música vocal y orquestal. [v. Composiciones de Richard Strauss, Richard Strauss: composiciones más importantes]
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*Richard Strauss se inspiró en los dos grandes mitos de la literatura española: Don Juan y Don Quijote.
**La única obra de R. Strauss que Alban Berg apreciaba.
***Inspirado en la obra homónima de Nietzsche.
****Muchos críticos lo consideran una autoglorificación del compositor.
Patobiografía de R. Strauss.- En principio, no habría mucho que decir de un hombre que murió a los 84 años de edad, suponiendo que no tendría hasta el final graves achaques. Pero leemos que «en noviembre de 1892 emprendió un viaje de ocho meses a Grecia y Egipto para recuperarse de una grave enfermedad pulmonar», sin que se especifique cuál, y probables problemas cardíacos que le llevaron a la muerte. Se dice que en sus biografías se informó de que su poema sinfónico Muerte y Transfiguración estaba inspirado en una grave enfermedad que había sufrido, pero dicha enfermedad (que tampoco he logrado averiguar) acaeció meses después, aunque su programa literario sí parece ser consecuente. Y otro párrafo nos plantea más dudas: «Me pregunto por qué he sobrevivido una vez más y he sido devuelto a la vida». (A finales del otoño de 1948, Willi Schuh visitó a Strauss tras una operación en una clínica de Lausana.)
La melodía es uno de los dones más nobles que una deidad invisible ha otorgado a la humanidad.
Las melodías de Mozart, las sinfonías de Beethoven, las canciones de Schubert, los actos segundo y tercero de Tristán son símbolos que revelan las verdades espirituales más profundas. No son «inventadas», sino «entregadas en sueños» a quienes tienen el privilegio de recibirlas. Nadie sabe de dónde provienen, ni siquiera su creador, el portavoz inconsciente del demiurgo.
La idea melódica que me asalta de repente aparece en la imaginación de inmediato, inconscientemente, sin la influencia de la razón. Es el mayor don de la divinidad y no se puede comparar con nada más.
No soy de los que componen melodías largas como Mozart. No puedo ir más allá de temas cortos. Pero lo que sí puedo hacer es utilizar un tema así, parafrasearlo y extraer todo lo que contiene, y no creo que haya nadie hoy en día que pueda igualarme en eso.
—Sobre Johann Strauss:
De todos los dispensadores de alegría dotados por Dios, Johann Strauss es para mí el más entrañable. Admito con gusto que a veces dirigí el Perpetuum Mobile con mucho más placer que muchas sinfonías de cuatro movimientos.
En cuanto a los valses del Caballero de la Rosa... ¿cómo podría haberlos interpretado sin pensar en el genio risueño de Viena?
—Sobre Gustav Mahler:
En mi opinión, la obra de Gustav Mahler es una de las obras más importantes e interesantes de la historia de las artes creativas modernas.
—Sobre él mismo:
Mi esposa, mi hijo, mi música, la naturaleza y el sol; son mi felicidad. [Escrito en los bocetos de su Sinfonía Doméstica]
Cuando durante mi estancia en Egipto me familiaricé con las obras de Nietzsche, cuya polémica contra el cristianismo me gustó especialmente, la antipatía que siempre había sentido contra una religión que libera a los fieles de la responsabilidad de sus actos (mediante la confesión) se confirmó y fortaleció. [Recuerdos de juventud y años de aprendizaje]
¿Por qué la gente no ve lo novedoso de mi obra, cómo en ellas, como solo se encuentra en Beethoven, el ser humano desempeña un papel visible en la obra?
Hace treinta años me consideraban un rebelde, pero hoy, como ven, he vivido para convertirme en un clásico.
Es difícil componer finales. Beethoven y Wagner podían hacerlo. Solo los grandes compositores pueden hacerlo. Yo también puedo.
Si mis obras son buenas y de alguna importancia para el desarrollo futuro de nuestro arte, mantendrán su posición a pesar de toda la oposición de la crítica y la denigración de mis intenciones artísticas.
Custiones de guerra y postguerra [Primera/Segunda Guerra Mundial]
En 1914, Strauss se negó a firmar el Manifiesto de los artistas e intelectuales alemanes que apoyaban el papel alemán en la guerra.
En 1945, Strauss escribió su Concierto para oboe y pequeña orquesta en Re mayor por sugerencia de un soldado estadounidense.
Richard Strauss UNIVERSAL HISTORY ARCHIVE / GETTY IMAGES
El compositor finlandés Jean Sibelius(1865-1957), a cuya figura ya nos hemos referido aquí, es un extraordinario sinfonista. Sus poemas sinfónicos y sus siete sinfonías tienen una belleza incontestable. Si nos quedamos con la gran forma musical y nos planteamos una única elección, como cumbre de una progresiva evolución compositiva que, compartiendo otras opiniones, no tiene desperdicio, habremos de llevarnos a la isla la última de la serie. Y no es que, siguiendo un orden cronológico, cada sinfonía supere a la anterior, porque todas tienen su valor. Como decíamos en su momento, la Primera está próxima al sentir de Borodin y Tchaikovski, e incluso la popular Segunda, aunque ya aparece tempranamente la impronta personal que hará su música inconfundible. Su evolución lo lleva a la ruptura estilística de la Tercera, al sorprendente desafío sonoro de la Cuarta, a la explosión sonora de la Quinta, a la extrema sutileza de la Sexta y a la plenitud deslumbrante de la Séptima, la cumbre de su sabiduría sinfónica, en la que consigue unificar las diferentes partes de la forma clásica en un único movimiento sinfónico. ¡Impresionante! Es por tanto ésta breve pero inmensa sinfonía la que, obligados al sacrificio de las demás, nos llevaríamos como parte de nuestro bagaje melódico. [v. Composiciones de Sibelius]
Patobiografía sibeliana.- En un blog como éste cabe decir que el padre de Jean Sibelius era médico de profesión (falleció cuando el futuro compositor solo contaba tres años de edad) y que el compositor tuvo problemas con el alcohol y el tabaco. Pero a pesar del consumo inmoderado de puros y de espiritosos (bien patente en las imágenes del enlace), alcanzó la edad de 91 años, sin que al parecer se haya visto mermada su capacidad compositiva. No por ello hemos dejar de censurar los malos hábitos ni de alabar las bondades de la música, en este caso la de Sibelius, un creador decisivo en la historia de la sinfonía.
Disfrutemos ahora de la Séptima sinfonía (1924) de Sibelius, misteriosa y envolvente, sombría y luminosa, mágica, en una extraordinaria interpretación.
Séptima sinfonía de Sibelius
Orquesta Filarmónica de Berlín, Herbert von Karajan
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Otras composiciones
Recomendación final: y ya puestos, de Sibelius paladeen también si pueden el resto de las sinfonías, los poemas sinfónicos y el concierto para violín. Y no nos resistimos a enlazar la única grabación que se conserva del propio Jean Sibelius, dirigiendo su Andante festivo, para cuerda y timbales. ¡Emocionante!
Tocar una nota equivocada es insignificante. Tocar sin pasión es inexcusable.
Ludwig van Beethoven
La Sinfonía n.° 6 de Beethoven es una de las primeras obras sinfónicas que me adentró en el mundo de la música clásica. Y de hecho el primer disco que compré fue una grabación de esta obra, interpretada por la Orquesta Sinfónica de Londres bajo la dirección de Josef Krips, en una edición muy barata que además estaba de saldo. Es una singular composición evocadora de la naturaleza, que en su sereno discurrir, no exento de momentos de pertinente ímpetu, lleva el inequívoco sello beethoveniano. Beethoven solía dar paseos por el campo y es indudable el influjo de su entorno natural como fuente inspiradora de su Sexta Sinfonía "Pastoral". La música basta por sí sola para hablarnos, sin necesidad de palabras, y no precisa un gran esfuerzo para apreciarla. Pero me parece interesante añadir a este preámbulo un párrafo de un comentario ajeno, donde se desgrana cada movimiento de la sinfonía, que tal vez nos ayude a paladear mejor sus hermosísimas sonoridades.
Esta sinfonía es una de las más espléndidas obras de música programática que jamás se hayan escrito. Decimos espléndida porque no sólo provoca en el oyente una impresión visual (los paisajes son evocados de una manera clara ante nuestra imaginación) sino también porque Beethoven hace participar al oyente en su profunda experiencia emotiva. Según nos indica el autor al empezar su partitura, quiere que esta sinfonía sea "más que una descripción, una evocación de sentimientos", dejando que el propio oyente descubra por sí mismo las secretas alegrías contenidas en la música. Pero, al mismo tiempo, pone al principio de cada movimiento un título descriptivo.
Considerando la obra en su totalidad y teniendo presente el propósito de Beethoven podemos afirmar que la consistencia, variedad y fuerza de esta música procede de alguien que permaneciendo en constante comunicación con la Naturaleza, ha llegado a conocer los secretos de su movimiento, de su reposo y relajación y que, a pesar de la violencia de sus tempestades, sabe que ella representa la paz y la felicidad.
Deleitémonos, pues, con esta pieza magistral, portentosa, sublime, única, nacida del genio de Ludwig van Beethoven (1770-1827), un compositor revolucionario que transformó la música europea, y de su amor a la naturaleza, en una interpretación que, a pesar de su antigüedad, suena muy bien y que me parece magnífica: la de Josef Krips dirigiendo a la Orquesta Sinfónica de Londres; tuve esa grabación en disco de vinilo, el primero que compré de música clásica (y si quieren, escuchen las grabaciones señeras de Otto Klemper-Philharmonia y Bruno Walter-OS Columbia).
I. Allegro ma non troppo: Despertar de alegres sentimientos al llegar al campo.
II. Andante molto mosso: Escena junto al arroyo.
III. Allegro: Animada reunión de campesinos.
IV. Allegro: Truenos y tormenta.
V. Allegretto: Himno de los pastores. Sentimiento de alegría y gratitud después de la tormenta.
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Otras composiciones
Y por llevar, también nos llevaríamos de Beethoven otras sinfonías (la 3ª "Heroica", la 5ª –con sus cuatro famosos "golpes del destino"–, la 7ª –"apoteosis de la danza"–, la 9ª "Coral"), algunas sonatas para piano, el Fidelio, la Misa solemnis... La calidad de la producción musical de Beethoven es inmensa; podemos imaginar al gran compositor concentrado en su faceta creadora, ausente de lo que le dijeran, de tal modo que el mundo quedaba aislado de su espíritu sublime.
Patobiografía beetoveniana.- Ya la hemos reseñado en el apartado correspondiente de «Grandes compositores y desequilibrio emocional». Beethoven comenzó a sufrir una hipoacusia progresiva a los veintiséis años, que ha sido tipificada de otosclerótica conductiva. Además, se le achacaron múltiples padecimientos mal documentados (tuberculosis, fiebre tifoidea, sífilis, enfermedad de Crohn, etc.), siendo el compositor que más bibliografía médica ha generado. Se ha señalado como causa de su muerte la cirrosis –complicada con una pulmonía–, aunque no parece haber sido un bebedor en sentido estricto.
Me postro ante el gran Beethoven, pero no lo amo*. Desde el punto de vista de la historia de la música, no dudo de su importancia, pero me mantengo firme contra la noción de tocar todas sus obras con el mismo entusiasmo. Su genio y poder creativo se manifiesta desde su Tercera Sinfonía en adelante.
P. I. Tchaikovsky
[*Sin embargo, creo que Tchaikovsky estaba imbuido por la Quinta Sinfonía de Beethoven: basta atender a los finales de su propia Quinta, del III movimiento de la Patética y del «Vals de los copos de nieve» del ballet El Cascanueces.]
¿Bruckner? Un compositor al lado del cual los demás parecen asmáticos.
Hugo Wolf
Hemos hablado aquí de la importancia del sinfonismo de Anton Bruckner (1824-1896), señalando que de las nueve sinfonías numeradas la Cuarta y la Séptima son las más populares, que la Novena es considerada redonda, pese a la ausencia del movimiento final, y que la Octava llegó a ser calificada como "sinfonía de las sinfonías o cumbre de la sinfonía romántica". Confieso que tardé mucho en penetrar la densidad catedralicia de las sinfonías de Bruckner, acaso por no entregarme a una atenta escucha o por escuchar interpretaciones poco apropiadas. Y reconozco que acabé “enganchado” en ellas, y especialmente cautivado por la Sexta, no muy difundida pero de un lirismo arrebatador.
Pero la cuestión es elegir una sola, y en este momento mi elección no tiene duda: la Octava sinfonía (1887), aun por encima de la Novena y de la Séptima. Y con dolor al dejar la bellísima Sexta. Una inmensa obra que ha sido señalada como la cumbre sinfónica después de Beethoven. Sin entrar en valoraciones categóricas, es la que más llena mi espíritu a día de hoy. Y traigo para la ocasión un registro del afamado director bruckneriano Günter Wand con la NDR Sinfonieorchester (Orquesta Sinfónica de la Radio del Norte de Alemania). En particular el tercer movimiento, un maravilloso adagio (Feierlich langsam, doch nicht schleppend) que se eleva por encima de lo terreno.
Advertencia.- En el vídeo hay un largo silencio inicial (50 segundos) y una tos molesta. Así que si quieren evitar este incordio, comiencen en 0:51. Dice un comentarista refiriéndose al segundo tema (6:05): "¿Puede haber algo más bello?" Y otro señala el minuto 24:01, hacia el final, donde las hermosas sonoridades se alzan ya a lo sublime. ¡Disfruten de esta extraordinaria música!
Los 4 movimientos de este concierto y sus enlaces:
En general merece la pena el conjunto de sinfonías de Bruckner, siendo las más "populares" la Cuarta, Séptima y Novena (inconclusa). Pero también son dignas de atención la poderosa Quinta y la sosegada Sexta.
Patobiografía bruckneriana.- Ya hemos hecho un apunte en el apartado «Grandes compositores y desequilibrio emocional». En 1867, a los cuarenta y tres años sufrió una crisis nerviosa, posiblemente una profunda depresión, recluyéndose durante tres meses en una clínica de Bad Kreuzen, sin que se pueda asegurar la verdadera causa de su abatimiento psíquico. Un año después volvió a sufrir otro paroxismo nervioso y regresó al mismo establecimiento de reposo. Anton Bruckner murió de una pulmonía a los setenta y dos años.
Bruckner era un ser retraído, torpe, infantilmente ingenuo, cuya ingenuidad y sencillez casi primitivas se mezclaban con una generosa porción de astucia rústica. Bruno Walter