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lunes, 1 de septiembre de 2025

Médico humano


Un médico de familia*, competente, entregado a su labor profesional, pero sobrepasado por el número de citaciones que, lógicamente, ocasionan demoras en la atención, le dice a cada usuario que se extraña por la necesidad de espera:
Atiendo a todas las personas que tienen cita previa, veo de inmediato todas las emergencias que llegan y asumo las urgencias que me derivan, previamente priorizadas, desde las consultas de acogida de enfermería. También acudo a los avisos o visitas domiciliarias —ya sean programadas para personas inmovilizadas o solicitadas—, acompaño en ambulancia hasta el hospital a pacientes inestables y, si el tiempo me lo permite, intento resolver problemas administrativos. Todo esto, siempre dentro de mi horario laboral.
No se trata de un robot o un semidiós infatigable, que no precisa alimentarse ni descansar, sino de un ser humano que hace lo que puede y más, pero que tiene sus limitaciones. Y sus pacientes deben comprenderlo.
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Beethoven: Sonata para piano nº 20. II. Tempo di menuetto
Arreglo procedente del III movimiento del Septimino.

jueves, 21 de agosto de 2025

Dos médicos, dos realidades


Hablamos de las diferencias entre los médicos de los dos niveles asistenciales en «Médico de familia vs. Médico hospitalario». Pero ahora queremos reflejar un hecho que sirve para ilustrar el diferente grado de dignificación del médico de atención primaria y del médico de hospital, de ambos profesionales de la medicina en el sistema público de salud. Veamos, pues, su diferente realidad. 

Si un paciente llega tarde a la consulta con un especialista hospitalario, debe hablar con su auxiliar para que se lo comunique, por si puede atenderlo. Si sucede lo mismo con un médico de familia, que no cuenta con auxiliar, irrumpe en su consulta para decírselo, presuponiendo que lo atenderá aunque haya llegado tarde.
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Nota. Otra diferencia importante entre el médico de atención primaria y el médico hospitalario es la forma de citación en la agenda médica.

Reality – Smooth Jazz Music

martes, 22 de julio de 2025

Lo que vale un médico


La medicina, en España, se ha convertido en una profesión de desgaste. La vocación, aunque poderosa, no es infinita y se agota cuando no hay reconocimiento y se rompe cuando no hay esperanza de mejora.
Javier Quintero

La profesión médica exige unas cualidades y una entrega personales difíciles de medir con números. Y del mismo modo que el necio confunde valor con precio, podríamos decir que el valor del médico se puede confundir con sus notas o calificaciones estudiantiles. De esto y de la medicina como carrera de obstáculos trata el artículo «Cuando la sanidad cada vez cuesta más, pero el médico vale menos», del psiquiatra Javier Quintero. Valgan algunos extractos significativos.
Ser médico se ha convertido en un acto casi heroico. No solo porque exige una entrega personal absoluta, sino porque el sistema parece diseñado para poner obstáculos en cada etapa del camino.
El acceso a la carrera de Medicina exige unas notas de corte absurdamente altas.  Reducimos el acceso a una profesión profundamente humana, a una cuestión exclusivamente numérica. 
Una vez dentro, el estudiante se enfrenta a una carrera universitaria de seis años, exigente, técnica y compleja, que le va a requerir largas horas de estudio. 
La presión no cesa, y se instala el miedo al MIR, ese examen que determinará no solo el acceso a la especialidad, sino también dónde vivirá, qué hará durante los siguientes cinco años y, en buena medida, el futuro profesional. 
La residencia es otra etapa de altísima exigencia, con la falsa promesa de un futuro mejor. El residente no es un estudiante, sino un médico en formación que asume responsabilidades, atiende pacientes... Sin embargo, sus condiciones salariales…
Tras los cinco años de residencia, el médico se convierte en “facultativo especialista”, accediendo con suerte a una plaza interina en el sistema público de salud. 
El artículo habla también del borrador de un nuevo Estatuto Marco (general para todos los profesionales sanitarios, no específico para los médicos), que no resuelve los problemas estructurales y, para colmo, introduce nuevas limitaciones administrativas y agrava la rigidez del sistema. De modo que no sorprende la emigración de cada vez más médicos españoles a países donde son valorados. Y concluye que la medicina no puede seguir siendo una vocación castigada, porque algún día los enfermos se encontrarán solos, sin nadie que los cure

En fin, un médico necesita muchos años de formación, entra tarde al mercado laboral, le cuesta adquirir una plaza estable en el sistema público de salud y su remuneración en España es ridícula para su categoría profesional y grado de responsabilidad, de modo que no extraña que muchos galenos se vayan al exterior.

Éxodo de médicos españoles

lunes, 7 de julio de 2025

Trabajo médico a protocolo


La huelga es un derecho de los trabajadores, una medida de presión que puede ser útil para alcanzar determinados objetivos, pero que tiene sus limitaciones. Y hay una singular forma de protesta denominada huelga de celo, prohibida por ley. Centrándonos en el ámbito de la salud, nos preguntamos sobre este tipo de huelga y recurrimos a la IA para acceder a información precisa...
Una huelga de celo, también conocida como huelga blanca o trabajo a reglamento, es una forma de protesta laboral en la que los trabajadores siguen estrictamente las normas y reglamentos, sin realizar ninguna acción adicional o voluntaria. En el contexto de la sanidad, esto podría traducirse en un cumplimiento riguroso de los protocolos, lo que podría ralentizar o incluso afectar la atención al paciente, ya que se evitarían acciones como la atención fuera del horario establecido o la realización de tareas que no estén explícitamente indicadas en los protocolos. 
...incluyendo el por qué de su prohibición, que pudiera parecer chocante.
La huelga de celo, en el ámbito sanitario como en otros sectores, se considera generalmente una huelga ilegal o ilícita en España, según el Real Decreto-ley 17/1977. La huelga de celo está prohibida en España porque se considera una forma de acción laboral abusiva, que busca perjudicar a la empresa mediante la ralentización intencionada de la producción, lo que afecta negativamente la productividad y la prestación de servicios. Se considera una forma de ‘‘huelga encubierta’’
En definitiva, se prohibe trabajar a conciencia, empleando el tiempo necesario con cada paciente, basándose en protocolos establecidos. No deja de ser chocante.

 How Deep Is The Ocean? - Bill Evans Trio

jueves, 3 de julio de 2025

¿Quién cuida al médico?


¿A mí quién me cuida?

Un documental que alerta sobre cómo la organización del sistema sanitario impacta en la salud de quienes están al frente” [Verkami]

Dra. María Montoya: “Lo que impulsó la creación del documental fue la necesidad de visibilizar la situación que está viviendo ahora mismo el gremio médico y que le está llevando a una grave crisis” [Médicos y Pacientes]

“El objetivo principal es visibilizar este problema y que las personas que ejercen la Medicina y que están pasando por situaciones similares a las que se cuentan en el documental dejen de vivirlas en soledad” 

martes, 24 de junio de 2025

Debate sobre las guardias médicas


En un debate sobre las guardias médicas, se decía que cuando se planificó la atención médica urgente, fuera de la jornada laboral ordinaria, dicha atención era escasa, porque la demanda era mínima. Por eso las horas de guardia se consideraban como “expectativa de trabajo”, y como tales se pagaban. Pero esa demanda fue aumentando progresivamente y, sin embargo, esas horas nunca pasaron a considerarse como extras. Y al hacerse referencia a las guardias hospitalarias, alguien recordó que las guardias extrahospitalarias todavía son peores, porque se atienden multitud de banalidades y no se dejan de atender accidentes ni procesos agudos graves, en un continuum agotador, inhumano.

Al hilo de este debate, hicimos las reflexiones oportunas. Ciertamente, no se ha considerado la evolución de la demanda urgente, que, desde lo esporádico, ha ido en progresivo aumento. Por diferentes causas, que competen a usuarios, profesionales y administración. Se descuidó el problema durante décadas (dudamos que haya sido analizado por el ministerio de sanidad o por los servicios de salud), y ahora lo lamentamos. En cuanto a la atención a banalidades, cabe decir que es fruto de un cambio social, de la falta de autocuidados, de la pérdida del sentido común... y de un buenismo pernicioso. Y el estar para todo sin justa compensación, ya es consecuencia del permanente trágala de los profesionales de la medicina.
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Entrada relacionada:

Reflections In D - Bill Evans

viernes, 13 de junio de 2025

Huelga médica, 13 de junio de 2025


Creo que ninguna huelga de médicos ha tenido tanta repercusión mediática como la de hoy, viernes 13 de junio de 2025, con reivindicaciones justas y necesarias. ¿Qué se pide? Garantizar los derechos laborales del médico y protección de su salud, limitando la jornada laboral para evitar una sobrecarga dañina. Y la reforma del Estatuto Marco de Sanidad –ley que regula las condiciones laborales de los profesionales de la salud– no les garantiza nada de esto.

Faro de Vigo

El Mundo

El País

La Vanguardia

20 Minutos

El Confidencial

La Razón

Público

El Español


Médicos van a huelga nacional para mostrar su rechazo
al Estatuto Marco propuesto por Sanidad
¡Necesidad de un Estatuto Marco propio para el profesional médico!
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ESTATUTO MARCO. Una Ley tardía y controvertida que pretende regular las funciones de todo el personal sanitario, sin distinción de categorías. Llegó tarde, mal y para establecer mil controversias.

Sobre el Estatuto Marco
El genérico «Estatuto Marco del personal estatutario de los servicios de salud» (Ley 55/2003), que 'enmarca' las relaciones laborales de todos los profesionales de la salud del sistema sanitario, derogó el específico «Estatuto Jurídico del personal médico de la Seguridad Social» (1966), que regulaba las relaciones laborales de los médicos del sistema sanitario.


Reflexión anexa 1: Médicos hoy y hace cincuenta años 
Los médicos están hoy peor que hace 50 años, si consideramos que entonces la mayoría eran profesionales liberales –con o sin ejercicio público compatibilizado– muy valorados socialmente. En la actualidad, vemos el desencanto y la frustración del profesional de la medicina, sobrecargado laboralmente y con una gran responsabilidad no reconocida como se merece.

Reflexión anexa 2: Trienios del médico
Además de la remuneración salarial, habría que revisar los trienios médicos al alza, considerando la duración de la carrera de medicina y la diferencia en su cuantía tan poco significativa con enfermería e incluso con categorías inferiores. Cuando un médico hace un trienio, otras categorías profesionales ya van por dos o tres.

miércoles, 11 de junio de 2025

El sufrimiento del médico


Por un artículo del Dr. Sergio Minué sobre las causas del sufrimiento de los profesionales clínicos, hemos conocido un análisis de la Dra. Caroline Engen, médica noruega, originado en el suicidio (*) de una joven residente, presionada por las malas condiciones de trabajo que venía soportando (incluyendo tareas burocráticas inútiles), y que nos habla de un entorno laboral noruego insoportable.
(…) el exceso de trabajo, la sobrecarga, la falta y presión del tiempo, incluso para atender necesidades vitales tales como ir al baño. Todo ello generaba un intenso grado de sufrimiento, capaz de llegar al suicidio. (…) Engen observó que no era sólo una cuestión de “cantidad” de trabajo, sino fundamentalmente de su “calidad”. (…) Engen señala dos aspectos clave que ayudan a entender de forma mucho más profunda las causas reales del sufrimiento de los profesionales sanitarios: la visión del trabajo como un empleo complementario al resto de intereses vitales y la transición de la medicina a la ingeniería. (…) la ausencia de médicos, la desmotivación de los médicos y su sufrimiento tiene causas profundas ancladas en la sociedad emergente… 
Un análisis foráneo que nos hace pensar en el medio sanitario hispano.
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(*) v. entrada «En torno al suicidio»: Medicina, estrés y suicidio.

Suffering, Lars Danielsson
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Reflexión anexa: Sufrimiento médico y sensibilidad gestora
Jamás un gestor sanitario le ha preguntado a un médico hispano si tenía algún problema, alguna necesidad o alguna preocupación laboral. Lo cual significa absoluta deshumanización en las relaciones laborales en el ámbito de la salud.

viernes, 24 de enero de 2025

Ejercicio médico público en exclusividad y problemas de la sanidad


De un artículo periodístico sobre la propuesta de exclusividad de los jefes de servicio en la sanidad pública, es decir, que no puedan ejercer en el ámbito privado (planteamiento que el articulista rechaza, por posible renuncia de los mejores, y que otros aplauden, entendiendo que hay un conflicto de interés entre lo público y lo privado), rescato lo esencial de un comentario anónimo –no sabemos si profesional de la salud o no– que me parece interesante, porque, yendo más allá de su conveniencia o no, ahonda en los problemas del sistema sanitario, en concreto los retrasos en la atención y las listas de estera.
La gran mayoría de los problemas sabemos que son multicausales. Y más cuando se trata del estado de la sanidad española, otrora joya y hoy un poco menos valiosa si la comparamos con una década atrás. Por eso es sorprendente ese párrafo que comienza con «Nada de eso [retraso en citas, listas de espera] es achacable al personal sanitario». 
Un conjunto heterogéneo [el personal sanitario], en el hay personas muy brillantes y trabajadoras, personas que simplemente cumplen y hasta quienes se aprovechan del sistema público para mejorar sus cuentas en el privado. Hay de todo. Negarles su cuota de responsabilidad significa que no se quiere abordar a fondo el problema
Se ha privatizado la sanidad en España mucho y mal; tanto, que hoy funcionan peor los seguros privados; hay atascos, listas de espera, sobrecostes inexplicables, endeudamiento, fracasos y una sanidad primaria agobiada por las listas de espera donde la prevención de la enfermedad ha pasado a un segundo plano, si no tercero. Muchos centros actúan sólo a demanda, pues por desidia o falta de medios no pueden abordar preventivamente la salud de sus pacientes. Pruebas que tardan semanas o meses y consultas de escasos minutos que hacen imposible una evaluación adecuada. Y si de todo eso excluimos la responsabilidad del conjunto de los profesionales mal empezamos. 
La gestión de la sanidad en España es autonómica, pues está transferida en un porcentaje altísimo, lo que significa que ningún partido se ve libre de culpa en los resultados. Pero el camino no es bueno. La comercialización de la salud puede acabar en una medicina de ricos, que pueden pagarse las pruebas a tiempo, y otra de menos ricos, que tendrán que soportar con sus impuestos las listas de espera. 
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Hay que gestionar con cabeza, no por capricho...

Capricho n.º 1 para violín, Paganini

miércoles, 15 de enero de 2025

Medicina, profesión de riesgo


Buscando una clara definición de profesión de riesgo, que no hallamos, a tenor de varias lecturas, podemos decir que es cualquier actividad profesional que implica elevado riesgo de enfermedad*, lesión* o incluso de muerte para el trabajador que la desempeña. Y viendo el listado de profesiones de riesgo en el mundo y las profesiones de riesgo en España (de las que están excluidos cuerpos de seguridad: Guardia Civil y Policía Nacional), susceptibles de compensaciones o beneficios (entre ellos la jubilación anticipada), nos preguntamos si se deberían incluir a otros profesionales, por ejemplo médicos. El debate está abierto.

Y traemos algunas consideraciones al respecto.

Hay trabajos que suponen un riesgo evidente para la salud de quienes los desempeñan. Por norma general, este riesgo atañe a la salud física y en muchas ocasiones la vida de los empleados se pone en juego. [Profesiones de riesgo –Mapfre]

Las profesiones de riesgo en España incluyen trabajos que presentan altos índices de morbilidad o mortalidad debido a su peligrosidad, toxicidad o condiciones insalubres.

La medicina es una profesión que implica un alto grado de riesgo debido a la exposición a agentes biológicos, agentes físicos, agentes químicos, riesgo ergonómico y psicosocial. Sin embargo, en España, aún no ha sido oficialmente reconocida como una profesión de riesgo. [La Medicina es una profesión de riesgo –AMYTS]
Profesiones de riesgo en España
El 25% de las víctimas de violencia laboral en el mundo son sanitarios. [Sanitarios: profesión de riesgo –Equal Times]
Cada vez hay más médicos con problemas de salud mental: una profesión de riesgo. [El Economista] 
Si bien la medicina no es en principio profesión de alto riesgo para el profesional que la ejerce (podría serlo para los pacientes que tratan: hay intervenciones médicas o quirúrgicas de alto riesgo), por estar sometido a exposiciones potencialmente dañinas –y en los últimos tiempos también a agresiones –, que pueden menoscabar su salud, cabría considerarla profesión de riesgo.
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*riesgo de enfermedad orgánica (física) o mental (psíquica).
**Las lesiones se producen a consecuencia de accidentes laborales, que pueden ser traumáticos (caída, atrapamiento...) o no traumáticos (infarto, derrame cerebral).
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Pero valga el humor para aligerar esta entrada tan seria...

Profesiones de riesgo – José Mota
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Medicina, profesión de alto riesgo. Por el aumento de demandas judiciales, en México, así la consideran los profesionales de la salud.

jueves, 2 de enero de 2025

Ser mortal

La medicina es como profesión excelsa, pero como ciencia humildísima, y hay que aceptar esta insuficiencia y esta humildad en gracia a esta excelsitud.
Gregorio Marañón

La medicina tiene sus limitaciones, y su limitación máxima es impedir el envejecimiento progresivo y la mortalidad humana... 
La medicina ha triunfado en los tiempos modernos, transformando los peligros del parto, las lesiones y las enfermedades de angustiosos a manejables. Pero cuando se trata de las realidades ineludibles del envejecimiento y la muerte, lo que la medicina puede hacer a menudo va en contra de lo que debería. (...) Los asilos de ancianos, dedicados sobre todo a la seguridad, se enfrentan a los residentes por los alimentos que se les permite comer y las decisiones que se les permite tomar. Los médicos, incómodos al hablar de las ansiedades de los pacientes sobre la muerte, recurren a falsas esperanzas y tratamientos que en realidad acortan las vidas en lugar de mejorarlas. 
Atul Gawande, un cirujano en ejercicio, ha revelado sin miedo las dificultades de su profesión. Ahora examina sus limitaciones y fracasos más importantes (en su propia práctica y en la de otros) a medida que la vida se acerca a su fin. Y descubre cómo podemos hacerlo mejor. 
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Las dificultades de la profesión que señala el Dr. Gawande aconsejan que el médico tenga humildad, la que propugnaba el Dr. Gregorio Marañón y a la que ya se había referido el Dr. William Osler, que junto a la honestidad, humanidad y humor configuran sus «4H», necesarias para el buen ejercicio de la medicina, en el que la buena relación médico-paciente es esencial. A ellas nos referimos al hablar de las limitaciones de la medicina, que obligan a adoptar esos principios; humildad (frente a soberbia), sabiendo de nuestra mortalidad, que no somos infalibles, que cada paciente es único y que no hay verdades rotundas; honestidad, aceptando los principios éticos que conducen a obrar en conciencia y con justicia; humanidad, haciéndonos cargo de las personas que sufren, mostrándonos empáticos y compasivos; y humor, porque es terapéutico, para el paciente y para el propio médico. Y hemos de hablar de la muerte con naturalidad, sin que sea tabú, reconociendo nuestra perecedera existencia de seres mortales. Así que bienvenidos los libros que enfocan la vida humana con su deterioro inevitable hacia una muerte segura, considerando la mejor manera de atender a los ancianos, favoreciendo que tengan una vejez saludable y una muerte digna en la medida de lo posible. En este blog ya hemos girado mucho alrededor de la vejez...

Coda del Cisne Negro, pas de deux en Act III – El lago de los cisnes, Tchaikovsky

martes, 17 de diciembre de 2024

El médico y la atención a sus familiares

La interacción entre los médicos y sus parientes que piden atención médica puede ser compleja. Además, esta posibilidad está muy condicionada por los aspectos culturales. La interacción puede comenzar al pedir un simple consejo, consultar sobre una dolencia menor y con preguntas generales sobre la asistencia médica y la promoción de la salud. Esto puede intensificarse hasta solicitar atención médica e incluso cirugía. Los médicos a menudo son el primer contacto de apoyo médico y emocional para sus parientes. Los médicos pueden ofrecer atención inmediata en casos de urgencia y contribuir a un autocuidado bien informado en base a evidencia. Aparte de las urgencias, ofrecer información general sobre salud o para problemas de salud menores, los médicos deben evitar tratar a sus personas cercanas

Declaración de la AMM sobre los médicos que atienden a parientes

No es fácil para el médico tratar a un familiar o a una persona cercana. Incluso puede ser inconveniente que trate a un allegado. Porque hay condicionantes éticos y emocionales que impiden que haga un tratamiento objetivo. Además, el paciente también se ve mediatizado por el médico cercano: su autonomía, su libertad para tomar decisiones, puede verse mermada. De modo que, salvo urgencia, información general de salud, problemas menores o excepciones que confirman la regla, el médico debe abstenerse de tratar a familiares o personas próximas.

‘‘Méditación’’ de ópera Thaïs, Jules Massenet
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Aunque los consejos generales pueden brindarse sin problema a cualquier persona, cuando se trata de una consulta completa y una revisión a fondo, los especialistas coinciden en que resulta conveniente dejar a otro colega que atienda a tus familiares para evitar problemas innecesarios o que puedan poner en peligro las relaciones personales.
Desde un punto de vista legal no hay ninguna normativa que lo prohiba. Aunque sí es cierto que se puede dar un conflicto de intereses al tratar a alguien del propio entorno familiar.

jueves, 5 de diciembre de 2024

Falta de médicos en la España vaciada

Fuente

En la España vaciada –o que han vaciado– faltan profesionales esenciales. Entre ellos, médicos, médicos de pueblo de toda la vida, aunque tengan ahora otra denominación moderna. La cuestión es cómo seducir a los licenciados en medicina de familia para que se convenzan de las bondades de ejercer en el medio rural, y sobre todo en los lugares más inhóspitos. En el pasado, los profesionales de la medicina que ejercían de médicos rurales tenían que sacrificarse con un horario prácticamente continuado (no solía haber turnos de guardia, salvo en fines de semana o festivos), pero tenían ciertas ventajas, entre ellas la casa del médico. También ahora cabría otorgar prebendas para que los médicos de familia se animasen a entregar su vida profesional al servicio de una comunidad rural.

Hacer atractiva la medicina rural es la única solución para que los médicos rurales, los médicos de pueblo, no acaben por desaparecer. Sin relevo no hay nada que hacer. Así lo manifiestan los veteranos médicos protagonistas, que se sienten los últimos ejercientes de una medicina casi romántica.

Así vive un médico rural en España
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España vaciada (densidad de población)

martes, 19 de noviembre de 2024

Había una vez un médico...

by Mónica Lalanda 
Había una vez un médico que prestaba atención y ofrecía cuidados. Con el tiempo, aumentó la presión y ta no sólo podía atender. Después dejó de aprender y pasó solo a despachar. Y finalmente, se marchó, porque aquel médico necesitaba poder prestar atención y ofrecer cuidados.

Es la crónica de la huída anunciada de un médico de familia que pasó por cuatro fases, con diferentes estados de ánimo, desde la inmensa ilusión al total desinterés:
  1. Estaba ilusionado😃 
  2. Estaba tensionado😐 
  3. Estaba desmoralizado😞 
  4. Estaba quemado 😖
En la fase 4 es probable que, ya desmotivado, decidiera dejar una actividad frustrante por otra realmente médica (antes de correr el riesgo de quemarse).
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Ojalá pudiésemos decir: Érase una vez un médico... que podía ejercer su actividad profesional con calma, en un país con un sistema sanitario bien organizado.

Once Upon a Time, Austin Farwell
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¿Quedar o marcharse? Tenerlo claro o estar dudando...

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+ una entrada esperanzada:

jueves, 31 de octubre de 2024

Crisis vocacional en medicina

 
—Amo mi profesión, aunque las condiciones para ejercerla sean adversas.
—Yo también la amaba, pero todo tiene un límite...

Se habla de crisis vocacional en medicina, de que cada vez hay menos aspirantes a galenos, mujeres y hombres, con verdadera vocación médica, por todo lo que entraña esa profunda «llamada interior». No está claro que el detonante fundamental haya sido la pandemia coronavírica, aunque en verdad hizo reflexionar a muchos profesionales de la medicina sobre el verdadero valor de su ejercicio, tan aplaudido por enfrentarse en malas condiciones a lo desconocido y tan vapuleado cuando el peligro parecía haber pasado. En gran parte de los veteranos hay decepción y en los jóvenes, desconfianza. Algunos médicos abandonan prematuramente y otros, sin dejar la que ha sido su elección de vida, se plantean nuevos horizontes. Hay razones para ello: demasiada presión asistencial y gerencial; creciente carga de agresividad social; sobrada responsabilidad para poca recompensa; escasa satisfacción en general que haga mantener el entusiasmo. La sociedad ha ido evolucionando hacia una acuciante fragilidad mental de sus individuos; la intolerancia a la mínima perturbación –o a la frustración– es lo común, la impaciencia en grado sumo se impone, la irreflexión es parte principal de la estulticia creciente. Entonces, el ejercicio de una labor tan humanística, racional y emotiva como la medicina se hace excesivamente dura, hasta llevar incluso al agotamiento absoluto que supone el burnout o desgaste profesional, un síndrome que se expande. Uno puede ser sacrificado, tolerante, comprensivo, resistente a los avatares..., en fin, profesional íntegro, pero, cuando se alcanza un límite inadmisible, el espíritu vocacional se resquebraja y acaba despedazándose. Por eso cabe concluir con una pregunta pertinente: ¿hoy en día merece la pena ser médico?
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En cualquier caso, procuremos abrazar el optimismo sanitario.

Borodin: Sinfonía n.º 1. III. Andante

jueves, 12 de septiembre de 2024

Los médicos sabios


El ignorante afirma, el sabio duda y reflexiona.
Aristóteles

Remedando al doctor Juan F. Jiménez Borreguero, y basándome en concreto en su artículo «Médicos sabios y médicos sabiondos» (hombres o mujeres), he tratado de sintetizar algunas de las características que definen a unos y otros, con algunas licencias respecto al original. Tómese en serio o como divertimento.

Los médicos sabios, aun sabiendo mucho, tienen pocas certezas y muchas dudas. Saben que la Medicina es ciencia inexacta y, en su modestia, reconocen las limitaciones de su saber humano, al modo de Sócrates («sólo sé que no se nada), reflexionando y analizando con espíritu crítico. Siendo su conocimiento y rendimiento profesional elevados, su humildad se refleja incluso en la apariencia, sencilla, sin alardes. Hablan con naturalidad y llanamente para que todos los puedan entender. Luchan contra la adversidades laborales, no aspiran a reconocimientos especiales y acaban dejando huella.

Los médicos sabiondos, sabiendo menos de lo que piensan, tienen muchas certezas y pocas dudas. Creen que la Medicina es ciencia exacta y, en su engreimiento, tienden a la pedantería («un pedante es un estúpido adulterado por el estudio», dijo Unamuno), fruto a menudo de lecturas de protocolos que asumen ciegamente. Son incapaces de controlar su soberbia y pueden llegar al endiosamiento, alardeando hasta con sus poses. Su lenguaje es rebuscado y con frecuencia usan términos en inglés. Navegan a favor del viento, aprovechan puestos ventajosos o cargos que les reporten poder y al final se pierden en el olvido.

Seamos humildemente sabios...

Wise One, John Coltrane

miércoles, 7 de agosto de 2024

La importancia de los médicos en la Antigua Roma

Antonio Musa, médico de Augusto  

Si en su momento hablamos de la importancia de la profesión médica en nuestro tiempo, hoy veremos la importancia de los médicos en la Antigua Roma.
Corresponde a César el mérito de haber favorecido la penetración y difusión en Roma de la medicina griega, a través de medidas indirectas, genéricamente consideradas bajo el término privilegia. (...) La concesión de la inmunidad a los gravámenes públicos acordada por Augusto a favor de los médicos inaugura una nueva tradición destinada a perpetuarse durante toda la vida del Imperio romano. (...) Vespasiano establece un verdadero estatus personal para los médicos. (...) Tito confirma por primera vez en bloque, mediante un edicto, todos los privilegios concedidos por sus predecesores. (...) El derrumbamiento de la dinastía Flavia no determinó cambios en la política imperial de los beneficia otorgados a los médicos.

Los privilegios de los médicos en el derecho romano, Alfonso Agudo Ruiz 

En Hispania tenemos documentada, gracias a la epigrafía, la presencia de 26 médicos, un número que podría aumentar con el hallazgo de diversos equipos de instrumental sanitario. Estos epígrafes, junto con algunos objetos como los llamados «sellos de colirio» nos permiten conocer, además, las distintas especialidades médicas surgidas en ámbito peninsular. En primer lugar, existía la medicina general, desempeñada por el denominado medicus, considerado como el facultativo encargado de tratar las enfermedades más frecuentes. A continuación, se encontraban los oculistas o medici ocularii, que se encargaban de todo lo relacionado con la oftalmología, y los cirujanos, dedicados a las diversas prácticas quirúrgicas. Por ultimo, estaban las medicae, un término que hacia referencia a las mujeres médico, las cuales eran equiparadas a las obstetrices, que trabajaban con todo lo relacionado con el embarazo y el parto. 
...los médicos gozaron de privilegios y exenciones fiscales, prerrogativas que se estipularon para este colectivo por su gran utilidad para la población. Eran nombrados de forma directa por la curia, la cual les proporcionaba un salario, una vivienda y un local para poder trabajar
La medicina romana en Hispania... [y AQUÍ], Lucía Avial-Chicharro

Pero los médicos en la Antigua Roma pasaron por diferentes fases en cuanto a su consideración, como ciudadanos y como profesionales... 

¿Cómo era un médico en la Antigua Roma?
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Privilegios de los médicos
Los privilegios de los médicos romanos, con sus beneficios fiscales y de vivienda, serían oportunos en nuestro tiempo para estimular el ejercicio de la medicina de familia en zonas rurales, sobre todo considerando la despoblación de grandes áreas (La Hispania vaciada), en parte por la carencia de servicios, entre ellos los médicos.

Hay personas con privilegios y minorías privilegiadas.

AFORISMOS SOBRE EL PRIVILEGIO [Proverbia]
(prerrogativa, prebenda, regalía)
  • El pueblo que valora sus privilegios por encima de sus principios pronto pierde unos y otros. (Dwight D. Eisenhower)
  • Las instituciones pasan por tres períodos: el del servicio, el de los privilegios y el del abuso. (René de Chateaubriand)
  • Hasta en las democracias más puras, como los Estados Unidos y Suiza una minoría privilegiada detenta el poder contra la mayoría esclavizada. (Mijail Bakunin)
  • Las revoluciones las hacen los hombres de carne y hueso y no los santos, y todas acaban por crear una nueva casta privilegiada. (Carlos Fuentes)
  • El hecho de que exista una minoría privilegiada no compensa ni excusa la situación de discriminación en la que vive el resto de sus compañeros. (Simone de Beauvoir)
  • Nada cambiará mientras el poder siga en manos de una minoría privilegiada. (George Orwell)
  • Los privilegios territoriales obedecen a criterios de desigualdad.
  • Hay privilegios personales si existe favoritismo –nepotismo, amiguismo, enchufismo– y compadreo político.
  • En teoría, el aforamiento no es un privilegio.*
  • La bula es un privilegio.

miércoles, 24 de julio de 2024

Lejos del desaliento


La implicación activa en una buena causa nos realiza y nos destruye.

[Relato]

El día que cambió su vida no llovía. Bueno, ya había cambiado hacía tiempo, desde el momento en que Aurora se marchó de casa. Alumbraba el sol con benevolencia y un rayo de felicidad se le coló por los poros. Sentía a flor de piel una calma infinita; ese placentero estado que uno no puede describir, esa embriagadora paz que se experimenta en contadas ocasiones. Algo semejante a lo que, sin duda alguna vez, habréis sentido cualquiera de vosotros al entornar los ojos mientras la brisa os acariciaba, al escuchar una melodía celestial o al contemplar un arrebolado horizonte o una verde y serena lejanía. Así se hallaba él, dichoso en la desgracia, sosegado tras los inquietantes avatares, luminoso como el aire tras un chaparrón cinéreo. Vizana hermoseaba como pocas veces, y por su sensibilidad de artista no consumado sabía complacerse con la naturaleza rebosante (no con la artificialidad de las edificaciones monstruosas que ajaban el rostro de la insulsa ciudad). En Vizana, el mar y las colinas circundantes se empeñaban en contrarrestar cualquier aberración. Por eso las comisuras de sus labios se elevaban gozosas y su mente flotaba, libre ya de preocupaciones, pensando en el tiempo que tendría para tocar la guitarra y entonar sus canciones predilectas. Dolorosamente, David Quiroga se quedaba sin empleo, sin perspectivas, sin futuro. El hombre anónimo que acaso pudo ser ilustre, cautivo al no dejarse doblegar, por mor de su innata tozudez. Y, sin embargo, paradójicamente, quedaba desde entonces liberado. Para siempre liberado...

El juez dejó sentir, con voz grave y rotunda, su sentencia inapelable:

—Demostrado el incumplimiento de la normativa, deberá ser apartado del ejercicio de sus funciones. La legislación es clara: ¡la falta muy grave! Ya no podrá ejercer su digno oficio. Nunca más... ¡Nunca!

Lo normal hubiese sido el hundimiento anímico; o adoptar una actitud violenta, hacia los demás o hacia sí mismo. La figura del togado era un buen objetivo; su boca exhalaba otros improcedentes venablos que zaherían al probo vizanés, que se preguntaba si el sañudo representante de la ley estaría descargando un rencor inconfesable. Por un instante la idea de matar golpeó las sienes de Quiroga (primitivo impulso de quien se siente agraviado), pero enseguida asomó la conciencia moralizadora. Nadie se dio cuenta de su malsana intención; ni siquiera su hija Paula, que sin pestañear clavaba sus grandes ojos verdes sobre el rostro del galeno provinciano (acaso para el juez un simple matasanos), atenta a cualquier emergencia emocional, dispuesta a socorrer a quien había dedicado su existencia a auxiliar a los demás, casi olvidado de vivir. Veintidós años de femenina hermosura, en la esencia bien igual a su padre, voluble y pasional como él, pero alejada de su senda profesional; las letras llamaran a su puerta con más intensidad y su reciente licenciatura no merecía tan desalentador acontecimiento. ¡Qué diferente carácter al de su madre, tan segura y decidida! Ausente, separada de David desde hacía un lustro, a poco de cumplir los cuarenta, pensó que seguía estando de buen ver y que merecía más alicientes que los que su sufrido esposo le podía proporcionar. Podría esperarse cualquier reacción de aquel hombre todavía enamorado de una mujer posiblemente no merecedora de su cariño, excepto la serena indiferencia que no sólo aparentaba, sino que por dentro lo llenaba. Hombre expresivo, apasionado, se mantenía firme; se diría incluso que acrecentado, victorioso ante las ingratas circunstancias. Cruzó una fugaz mirada con Paula y su pensamiento voló a un pretérito imborrable: cogido de la mano de Aurora y enternecido con el fondo rumoroso de las olas. Se desvaneció la dulce visión y regresó al presente. ¡Y de qué forma! Nadie en sus cabales sonreiría por recibir tan fuerte varapalo ni se frotaría las manos por sufrir esa inequívoca derrota. Quizás condescendía con su irregular y deslustrado sino. Sin Aurora, sin destino, seguro que muy pronto distanciado de su Paula del alma, un fuego alegre chispeaba en sus pupilas. Otro en su lugar lloraría, enrabietado e impotente. Pero él no comulgaba con la vulgaridad. No es que se desternillase o aplaudiese, su orgullo y su entereza le permitían mantener una compostura digna del mayor respeto. Hacía suyo un dicho paradigmático de la flema: si tus problemas tienen solución, ¿para qué preocuparse?, y si no la tienen, ¿para qué preocuparse igualmente?

«¡Ya no podrá ejercer su digno oficio

El ingrato eco seguía martilleando sus oídos. ¿Por qué?, se preguntaba con serenidad. En su madurez no llegaba a entender lo que en el fondo esperaba; peor aún, comprendía menos que cuando era un joven estudiante. Pero el conflicto azuzaba la clarividencia, y asumió por fin, con rapidez de hombre avezado, la inteligente respuesta: la estupidez es inseparable de la condición humana. Reina en cualquier ámbito, sin importar cultura, sociedad, nación, raza, espacio o tiempo. Con variantes y proporciones diferentes, permanece por doquier, circunda el planeta por todo paralelo y meridiano definiendo un mundo necio. 

Sin más que aguardar, se disponía a abandonar la sala con el rostro altivo, el orgullo intacto y el innecesario consuelo de unas palmaditas en el dorso de un abogado cabizbajo. Cogido del brazo por su adorada hija, aspiraba una fragancia paradójicamente victoriosa. Ni siquiera se alteró un ápice al constatar que no se presentaran los esperados amigos. Restó importancia al hecho: tendrían sus obligaciones... En verdad la comprensión se había encarnado en el doctor Quiroga. ¿O ex doctor? No, no suena bien ni es justo. Era merecedor de honra, aun habiendo sido privado de la legitimidad para ejercer su digno oficio. Su pasado justificaba la perpetuación del respeto. Además, la injusta justicia cometía otra barbaridad. Otro dislate –consideraba él– para emporcarla más y seguir desnivelando la balanza. Su raudo pensamiento no armonizaba con su paso lento; Paula, a su vera, se dejaba llevar por el digno representante de Esculapio. Justo al salir, creyó reconocer el dorso de una mujer que se alejaba haciendo oscilar su hermosa melena roja. Y pasó veloz, ante sus ojos abismados, un hermoso recuerdo. 

Su señoría, concentrada e impertérrita, daba paso a la siguiente causa, rienda suelta a una perfecta y bien engrasada máquina judicial.
***

Todo había sido fruto de recientes acontecimientos. Cuatro años atrás, más o menos al año de que Aurora abandonara el hogar, comenzó a entregarse a una actividad novedosa para él, reconocida y denostada, eficaz e inoperante, variable y no por ello innecesaria. Y desde entonces se había dado por entero a ella; en la acción sindical ocupaba buena parte de su tiempo, tal vez para no obsesionarse con malos pensamientos, quizás para resolver cuestiones perpetuadas, o puede que por ambas razones. Decidió implicarse y complicarse con asuntos que le parecía necesario afrontar. Debían ser extirpados los males endémicos que atenazaban a una sanidad pública lastrada por la incompetencia. De ello había hablado largo y tendido con Saladino Barreiros, un viejo enfermero retirado, que fuera gran amigo de su abuelo Emilio y que tenía un enorme bagaje a sus espaldas. Se había forjado en refulgentes quirófanos y en oscuros pabellones psiquiátricos. Para sus jóvenes convecinos era don Saladino, o don Dino, y para los de su quinta simplemente Dino. Múltiples consejos útiles y orientaciones impagables le había proporcionado en sus frecuentes e intensivos encuentros. Incluso lo adiestró para afrontar la muerte ineludible sin temor, con una última demostración práctica al llegar su noche decisiva, plácida y calladamente. Un ejemplo a imitar. Aunque Barreiros no le incitó expresamente al activismo, siempre le desaconsejó la estólida indiferencia, la pusilánime postura de permanecer cruzado de brazos ante escarnios y atropellos. Sin aspavientos, pero sin resignación, era su lema; una variante de: cortesía sin dejar la valentía.

Una conversación habitual podía ser esta:

—Si usted supiera, don Saladino, qué desencantado estoy de mi profesión. Me llamó desde muy joven esta excelsa tarea y, pese a todo, sigo sintiendo su inefable atracción. Al principio, la ilusión de un comienzo; la asimilación de las normas y la obediencia ciega a directores y gerentes; la asistencia a cursos de formación teórica con poca o nula aplicación práctica, a costa de ocio y dinero. Y como premio: más papeleo para robarle tiempo a la ciencia... Mire usted que disponía de una ayudante para las tareas burocráticas y me la retiraron de la noche a la mañana, sin previo aviso. Imagíneme ahora en la consulta, solo, haciéndome cargo de todo lo que supone la actividad médica de un sistema público en extremo masificado. ¡Degradante! Sí, don Saladino, no le miento; nuestra Administración sanitaria raya el cinismo. Créame que desearía dedicarme a otra cosa o, simple y llanamente, descansar por tiempo indefinido; me siento fracasado. Soy médico de profesión, y no hace mucho lo fui de vocación.

—Ten la seguridad de que no eres un fracasado; sólo fracasamos cuando nos malogramos como personas. Yo que trabajé durante mucho tiempo en el terreno de la psique lo sé bien. Y aun teniendo constancia de tu fortaleza, desearía que me transmitieses tus inquietudes, en confianza, aunque sólo sea como desahogo. Sabes que fui amigo íntimo de tu abuelo Emilio; le debo mucho y me duele verte desazonado. Mis libros de enfermería, de sueros, de inyectables, de vendajes, y los de psiquiatría, son tuyos. Mi casa es tuya. Mi experiencia te la brindo. ¡Cuenta siempre conmigo! ¡Y confía en ti mismo! No te rindas jamás, querido David. No hay que tirar la toalla, la victoria es posible. Nos enfrentamos a un Goliat, enorme de cuerpo pero de enana inteligencia. Debes luchar por tus derechos y por tu dignidad, pero sin excesos, sin dejar de reír, que nada en este mundo merece la total entrega.

David tomó buena nota, asimiló los sabios consejos del viejo. El ánimo que le infundía era impagable, su vetusta luz disipaba juveniles sombras. Y así un buen día decidió comprometerse a fondo y permitió que su nombre fuese en la lista del Sindicato Profesional, en un discreto séptimo lugar. Ese año lograron una decena de representantes, los suficientes para acceder a negociaciones capitales. Los problemas eran muchos: masificación de los consultorios, burocracia desmedida, deficiente organización interna, falta de personal de apoyo, imprecisa delimitación de funciones...; males que se habían enquistado tanto que parecían insalvables para el sistema imperante. Las voces oficiosas no eran oídas, las representativas se acallaban; situaciones dramáticas se ignoraban, toda queja se desatendía. No obstante, como decía don Saladino, no había que resignarse. Ya iba siendo hora de comenzar a trabajar, con alegría y entusiasmo, por el bien de los profesionales y de la sanidad. Y, desde luego, por su propio beneficio, sin egoísmo reductor.

Paula le aconsejaba no buscarse complicaciones. Tenía un puesto privilegiado, con sus inconvenientes pero bien ubicado, en un distrito costero, con la ventaja de disponer de placenteras panorámicas para amortiguar las desazones del espíritu. Si no lo llenaba de satisfacciones, si no le permitía realizarse plenamente, si no le proporcionaba la dicha de quien trabaja a gusto, disponía al menos de un aceptable sueldo a fin de mes, una estabilidad en el presente y una garantía de futuro. Y podía compatibilizar ejercicio público con actividad privada. Razones poco convincentes para el doctor Quiroga, cuya conciencia no se dejaba aquietar con deleitosos argumentos sostenidos en el mero cotejo; además, consideraba que su ocupación pública le hurtaba las horas suficientes. Por comparación no iba malparado, en lo substancial sí. Durante años se había lamentado en silencio y mediante la pluma, enviando escritos a la prensa general y especializada. Poco más; participara en alguna concentración de protesta, manifestación reivindicativa o comisión profesional, sumándose así al discreto clamor de un irrecuperable pasado. En adelante había que plantearse la acción efectiva, y ni Paula ni nadie deberían impedírselo. Era una necesaria añadidura a su currículum vitae.

El primer año no hubo grandes sobresaltos; podríamos decir que le sirvió de rodaje. Puesta al día en la legislación pertinente, receptor de problemas y puntos de vista de los compañeros, mediador en la resolución de algunos trámites, asistencia a juntas... En fin, no un período de quietud sino de movimiento poco acelerado. El segundo prometía mayor dinamismo, con la perspectiva de plantearse algún conflicto que no llegó a concretarse. No se inició ninguna lucha reivindicativa, pero acaeció un evento estimulante: Raquel. Pelirroja, escultural, ciertamente atractiva, no pasaba desapercibida ante las miradas masculinas. Acudió al Sindicato para asesorarse y escuchó casualmente las excusas que le daba la secretaria; el asesor jurídico no estaba esa tarde de viernes y la citaba para el lunes. David se prestó con amabilidad a asesorarla en lo que pudiese, sin constatar previamente la belleza de la joven médica. Al hacerlo creyó que se le alteraba el metabolismo. Desde que Aurora eligiera su propia senda, había llevado una vida casi monacal, con esporádicas salidas nocturnas limitadas al palique con amigos, moderada ingesta etílica y recreaciones fantasiosas, sin exceso alguno y por supuesto sin carnales desenfrenos. Por eso se sentía tan azorado, falto de práctica y torpe en el trato con el sexo «débil». Si fuese otra, quizás la tratase con seguridad, como a una colega; siendo como era un bombón exquisito, le costaba verla como tal y, de hecho, la consideró al instante objeto de deseo. Repentino machista, espontáneo sátiro, a quien una metamorfosis de erotismo transformaba súbitamente. El sindicalista no pudo solucionar la cuestión que Raquel planteaba, pero, sin que él mismo supiese bien cómo, logró una cita con ella para esa misma noche. Tal vez con la excusa de recabar información y poder asesorarla cuanto antes. Bueno, especulaciones aparte, ese viernes cenaron juntos, conversaron, se fueron a bailar y siguieron hablando de temas profesionales. Con discreción por ambas partes, fueron por otros derroteros: lugar de residencia, inquietudes, entorno, familia, vida pasada... Quedaron para el sábado. Se siguieron viendo casi a diario, rieron juntos, intimaron, llegaron a lo que tenían que llegar, creyeron enamorarse, decidieron llevar una vida en común y, como se suele decir, fracasaron. Sin que merezca la pena entrar en más detalles, a los cinco meses se dijeron adiós y permanecieron como amigos, si es que pueden permanecer como tales quienes se entregaron. Baste decir que la decisión fue de la bella pelirroja y que, por su parte, David, poco dado a ir de flor en flor, pese a su temperamento pasional, hubiese continuado la convivencia. Estaba a gusto, cumplía como compañero y como amante, pero a ella le faltaba algo. Quizás algo inefable y connatural con la condición humana.

El abatimiento tuvo doblegado a Quiroga cuatro o cinco meses; parecía condenado a una soledad no deseada. Pero no; aunque largo, era un bajón transitorio. Como en otras ocasiones, se repuso plenamente y consiguió liberarse de las amorosas cuitas para centrarse nuevamente en sus quehaceres. Volvía a sonreír en la consulta en pro de la buena comunicación con sus pacientes y a pesar de las dificultades a las que día a día se enfrentaba, y retomaba su labor sindical con más fuerza si cabe. Se adentraba en el tercer año de sindicalismo, dispuesto a llevar la lucha hasta sus últimas consecuencias... 

—Ya es hora de que asumas mayores responsabilidades –le dijo Demetrio, el secretario general del Sindicato–. Ocuparás la presidencia de tu sección. Luciano nos abandona; ayer me presentó su renuncia. Cuestiones personales.

Parecía agrandarse el orgullo en el holgado pecho de Quiroga. Se le presentaba una oportunidad única. Tendría más actividad, más responsabilidad, más poder de decisión. En definitiva, más posibilidades para introducir su estilo.
***

Mientras caminaba por el larguísimo pasillo del juzgado vizanés se proyectaba en el interior de su mente un vertiginoso filme. ¿Qué estúpido impulso lo había llevado a complicarse? Admitiendo los inconvenientes, puede que hubiese dramatizado sobre su vida laboral, sobre su digno oficio. Entraba cada mañana en su consultorio, realizaba el cotidiano papeleo, despachaba a los usuarios (casi siempre los mismos), incluso se solazaba con alguno de los que acudían menos, y se marchaba para casa, a comer, a una hora prudente, sin ataduras extras. Realmente, era un privilegiado. Otros, menos afortunados, tenían que ampliar la jornada, por necesidad o por imposición. ¡No! ¡No! ¡No! Luchaba su mente contra intromisiones inmorales. Debía pelear por los demás, olvidar todo egoísmo. Con todo, lo hacía en su propio beneficio; si el prójimo está bien, uno mismo se beneficia. ¡Tantas conversaciones para nada! ¡Tantos encuentros inútiles!... Y llamadas a deshora, y escritos baldíos, y mentiras enmascaradas. Atrás quedaban inconvenientes: alteraciones del humor, crispación, irritabilidad, insomnio, palpitaciones, arritmias, generalizado malestar, cansancio psicológico, ¡un sin vivir! Rostros abotargados, aspavientos amenazadores, respiraciones ruidosas, puñetazos en la mesa, malos modos, para que el mundo siguiese girando de la misma manera estúpida. Pensó que desvariaba. Monstruos humanizados –o humanos monstruos– le acechaban como a los alcohólicos que sufren el terrible delirio. Él no bebía como para llegar a eso.

El tercer año fue duro, muy duro, pero no lo suficientemente traumático para visionar enormes bocas con cientos de afilados dientes. Se tornaba de rojo hasta el aire. Hubiese deseado un azul celeste, o un violeta, o un verde esmeralda. Cualquier color relajante le convenía, o tan siquiera un ocre tolerable. Y en cambio todo parecía salpicado de sangre. ¿Por qué? Él no había matado, aunque más de una vez estuvo tentado. Ni siquiera engañado. No se había dejado sobornar, no era un corrupto. Más bien era un ingenuo. Incluso bueno. ¡Sí! Su conciencia estaba limpia. Era hombre honesto y no merecedor de ningún tormento. Así que debía mantener la calma y el orgullo... Y dignamente llegó al umbral del aire libre. 

—¿Qué tal estás papá? –le preguntó Paula con ternura. 

—¡Bien, hija! ¡Bien! –respondió él con escasa convicción–. No debes preocuparte, saldré adelante. Ya me buscaré la vida como sea. 

Con un gesto entremezclado de preocupación y confianza, Paula se sumió en un inteligente silencio, impidiendo que se precipitasen las palabras que fluían tranquilas por el cauce interno. La joven tomó el puesto de conducción de su automóvil, abismada en el propio pensamiento; a la derecha iba David asido al hilo del suyo, camino de un hogar al que, en el fondo, no desearía llegar nunca... Tenía cinco años, y ya a tan tierna edad sintiera la atracción extraña. Posiblemente vio en el médico de Colindia, el pueblo de su madre, un ejemplo a seguir; tan seguro, tan respetado, tan importante. Era el menor de tres hermanos, el único varón (¡mucho le hubiese gustado haber tenido un hijo! Paula era una buena hija, pero...), y su niñez corrió dichosa. Sólo la esporádica intromisión de monstruos, como los que se le acababan de aparecer en el juzgado, anubló la adolescencia, antes de dar paso a cristalinos días de juventud. Su vocación surgió espontánea; sus padres, cariñosos y discretos, jamás lo condicionaron; bastante hicieron en su modestia con financiarle los estudios. Llegó el amanecer con el encuentro de Aurora, la misma que después lo volvería a meter en nubes borrascosas. Paula, su actual apoyo, era un arco iris de nueva luz. Don Dino, el viejo consejero, a quien echaba de menos en este trance, merecía salir a escena. Dio un salto hasta el pretérito reciente y tropezó con su último amor: Luisa. Apareció como un ángel, cuando más lo necesitaba. Ya había olvidado a Raquel, ¡qué remedio! Morena, delgada, profundos ojos negros, de belleza más serena. Le devolvía la seguridad y la energía que necesitaba. Desde entonces, con fuerza renovada, puso todavía más ahínco en su labor sindical. La amó cuanto se puede amar y alcanzó la dicha más inmensa. La dicha efímera... Fue precisamente en Colindia, en ese aparente paraíso de sosiego, donde la magia se truncó. Iba a presentársela a su madre cuando aquel loco motorizado la privó para siempre del aliento. Los ojos de David se humedecían al evocarla, testificando que, por haches o por bes, todo tiene su fin. Pero la vida tenía que seguir, y ese último obstáculo también hubo de superarlo... ¿Y ahora, sin trabajo? Le daba igual; el futuro debía ganarlo a pulso, por propia iniciativa, sin intermediarios, sin depender de terceros, confiando en uno mismo. 


Ya en casa, cesó la atropellada rememoración. Volvió a ver monstruos en las paredes, de crestas imponentes, colas poderosas, ojos de fuego y bocas insaciables, enormes como cráteres. Casi estaba dispuesto a dejarse devorar, consciente de que sería inútil huir hacia ninguna parte. Enseguida recuperó la entereza, sacó fuerzas y se dispuso a comer algo para no perderlas; comer o ser comido, he ahí la cuestión. Y siguió remembrando la causa decisiva de sus negras circunstancias... ¿Cómo que las autoridades eran intocables? ¿Cómo que nadie podía oponerse a sus propósitos? ¿En una democracia? ¡Vamos! Él fue el principal instigador, a salvaguarda de amenazas, al amparo de intrigas, libre de temores. Convenció a los compañeros del Sindicato Profesional para declarar la huelga. El descontento era generalizado, el malestar creciente, la situación límite. Sólo bastaba mover un dedo y la movilización sería masiva. Con el éxito por descontado, la victoria aguardaba a la vuelta de la esquina. Llegó el momento, la hora decisiva... E incomprensiblemente pocos acudieron a la cita. ¡No es posible!, se dijo y se dijeron los compañeros. ¡Indecencia! ¡Cobardía! ¡Traición!... ¡Putada! Las autoridades aprovecharon la coyuntura para reclamar la ilegalidad de la convocatoria, basándose en intrincadas cuestiones técnicas (en contra de lo que aseguraba el juez, la legislación era descaradamente opaca). Quedaban unos pocos corderos, miserables, a merced de lobos sin entrañas, y, medrosos, presentaron sus excusas más rastreras, suplicando clemencia a los devoradores. A la postre, obtendrían el perdón condicionado. Un pequeño castigo, una multa asumible, una merma de derechos que no fuese excesiva, era admisible por todos. Por todos... excepto por él. El doctor Quiroga no daría su brazo a torcer, ni se dejaría subyugar sin más. ¡Antes la muerte!, aunque parezca exageración. No fue el patíbulo, pero en cierto modo fue su ejecución; la imposibilidad de ganarse el pan, la muerte en vida. ¿Qué podría hacer? ¿Echarse a la calle con su guitarra, rasguearla y canturrear como los bohemios ambulantes? ¿Solicitar ayuda a cualquier organización independiente y caritativa? ¿Implorar misericordia a la Iglesia? ¿Pedir sin vergüenza? ¿Robar con atrevimiento? Para desesperar, hundirse o estallar. Bastaba ponerse la soga al cuello, echarse al vacío o, lo más fácil en su caso, una inyección letal. O, por el contrario, tomar un apropiado cuchillo, hacerse con una pistola o una bomba de mano y llevarse por delante a cualquier dignatario. Resignarse o, vengativo, desahogarse. Al final se impuso el sabio consejo de don Dino: nada merece la total entrega.

En el crepúsculo, Vizana seguía hermoseando. El dorado fulgor del horizonte, en ese bello extremo occidental, proporcionaba tal encanto y misterio a las colinas (¡lomos de dinosaurios dormidos!, dijo alguien) que rodean la lujuriante bahía, que afloraban los mejores pensamientos. No era un día propicio para actos de violencia, aunque ésta, caprichosa, suela desentenderse de la meteorología; dormían los monstruos, plácidamente. Lo era, en cambio, para entornar los ojos, dejar sentir la brisa acariciante y escuchar el murmullo aquietante de las olas. Para refugiarse en los adentros, recrearse en la belleza y soñar con otro sol. Para seguir soñando sin su digno oficio.

[2004, 23-30 abr.]

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en un parque