Considerado hoy la figura más relevante de la música gallega y una personalidad destacada en el panorama musical hispano, el compositor y director orquestal
Rogelio Groba Groba realizó su infantil sueño desde una pequeña aldea gallega, alejada de las grandes capitales musicales europeas. Aunque Guláns, su lugar (municipio de Ponteareas, comarca de O Condado, Pontevedra), donde nació el 16 de enero de 1930, ya contaba con cierto espíritu musical, el que le proporcionaba su banda de música “A Unión”. Además, pertenece al municipio que, casi cincuenta años antes, viera nacer a otro músico sobresaliente y compositor destacado de zarzuelas:
Reveriano Soutullo. (Foto: Fundación Rogelio Groba)
Despertar musical: El flautín de Guláns
Pues en ese rincón rural, un niño de seis años ofrecía un concierto encima de un peñasco, soplando una flauta travesera artesana y moviendo los brazos a la manera de un director de orquesta, mientras el público imaginario, esparcido por la campiña, aplaudía rendido a sus pies. Y el Rogelio hombre, alejado por siete décadas, recuerda orgulloso y feliz esa imagen de la niñez. Aquel peñasco habría de ser inspiración futura para una obra real: Concerto Gulansés para flauta y orquesta.
La atracción de Groba por la magia sonora surgió de la proximidad de la banda local, la susodicha “A Unión”, que ensayaba en el local donde se ubicaba la barbería de su padre, sordomudo por cierto, que se deleitaba percibiendo en su cuerpo las vibraciones sonoras que pasaban a través de la madera del suelo; probablemente fue él quien le transmitió su propio deseo inalcanzable. Simultáneamente, brotó de la naturaleza que lo rodeaba, del viento en la floresta, de las fuentes y de los trinos de los pájaros. El sonido era lo único que conseguía apaciguar su sangre inquieta, en tiempos de escasez, de guerra, de miseria y de hambre –bien extraños al consumismo del presente–, de los que Groba guarda en la memoria las fiestas de Navidad, en particular los “cantos de panxoliñas” (villancicos) y los “ranchos de Reis”, bailes típicos de Guláns que todavía perviven. En su Cuarta sinfonía “Christmas Symphony”, intentaría evocar en la distancia aquel ambiente y aquellas danzas.
El compositor reconoce que su felicidad dependía entonces –y sigue dependiendo– de su ocupación mental, bien alejada del inquietante hastío, en un tiempo de ingenuidad y de travesuras, pese a la situación de racionamiento; tenía que estar siempre ocupado en algo. También que los trabajos manuales, especialmente los pesados y fatigosos, que intentó de algún modo en sus comienzos por la vida (zapatero, ebanista, pedrero, albañil, herrero, barbero...), producen tal agotamiento que impiden pensar, llevando al aburrimiento y al desprecio vital. Sin embargo, son para él fuentes de inspiración, como sucede con el Cuarteto con piano nº 3 “Diabolus in música” que describe el ambiente de un taller de herrero.
Corriendo tras las bandas de música, prendido a la música que dejaban a su paso, perdía la noción del tiempo. Estaba henchido de entusiasmo. Y llegado el año 1942 recibe las primeras lecciones de Solfeo y de Flautín de su tío Eduardo Groba y de Secundino Vidal, alcanzando a los trece años de edad plaza en la banda local, como ejecutante solista de ese instrumento de viento. Entonces compatibilizaba la actividad musical con la escolar, y lo conocían por un apropiado apelativo: “El flautín de Guláns”.
Estudios, bandas y corales
El “flautín” comenzó a estudiar Violín en Ponteareas con Saturnino Montero, y sólo con diecisiete años alcanzó el puesto de director de su querida Banda de Guláns. Fundó también la Orquestra Groba, con la que amenizaba bailes y fiestas. Mas no conforme, amplió estudios musicales en Vigo con Mónico García de la Parra, director de la Banda Municipal de esta ciudad. Por consejo suyo, en un tiempo de postguerra y contrabando, fue a Madrid para examinarse en su Real Conservatorio de tres cursos de Solfeo y Harmonía, salir airoso y sentir en pocos días el profundo significado de la morriña. Era su primera salida de Galicia.
De vuelta, continuó como director de la banda de Guláns y estudiando con don Mónico en Vigo, pero con la aspiración de completar su formación en el Real Conservatorio madrileño. Una lícita ambición.
El cumplimiento del servicio militar le vendría de perlas para retornar a la capital del Estado (se alistó voluntario con la finalidad de poder elegir destino en la Banda de Aviación de Madrid) y matricularse de cuarto de Harmonía, Estética, Historia y Piano, teniendo como profesores a José Forns, Conrado del Campo y Daniel Bravo. De modo complementario, asistiría a clases particulares con Benito García de la Parra, hermano de Mónico, y como oyente a las de folklore impartidas por Manuel García Matos, quien con su entusiasmo le hizo descubrir al de Guláns una natural galleguidad; para ese profesor, la sabiduría popular era la base de todo. Y prueba de que Rogelio tomó buena nota es su estudio y armonización sobre Veinticuatro alalás tradicionales.
Una puntualización al respecto. Ramón de Arana distinguía solamente tres formas típicas de melodía en el folklore popular gallego: “alalá”, “alborada” y “muiñeira”. Sin embargo, Casto Sampedro, el mayor folklorista gallego, hizo una clasificación por asuntos –la de su
Cancionero Musical de Galicia–, dividida en tres partes: Cantos, Bailes y Varia. En el apartado de Cantos distingue entre Canto profano y Canto religioso, incluyendo en el primero los alalás.
Bien. Pues tras dos años de servicio patriótico, entregó el uniforme y retornó a tierras galaicas, consiguiendo enseguida el cargo de director de la Banda Municipal de La Estrada. Asimismo, junto con José Docampo Vázquez, fundó la Masa Coral Estradense. En 1956 ingresó en el Cuerpo de Directores de Bandas de Música Civiles y, tres años más tarde, obtuvo el título de Profesor de Composición, sin dejar de dirigir durante ese tiempo. Se casó el año siguiente en Ponteareas con María Otero Suárez, Chola, y tomó la batuta de la Banda Municipal de Tui. Estando en ese puesto, compuso entre otras obras el ciclo Cantigas do Miño, cuatro cantos sobre textos de Díaz Jácome; el padre de los ríos gallegos como protagonista de una naturaleza siempre presente.
Remató los estudios en Madrid y de la banda tudense pasó a la de Ponteareas. En 1961, inquieto y atisbando aquí pocas expectativas, se trasladó a Pedro Muñoz, en Ciudad Real, para tomar posesión de la plaza de director de la banda de esta localidad, que estaba vacante. Contaba con la cercanía de Madrid, que era su principal objetivo. Hecho su deseo realidad, seis meses después se desplazaba a la ciudad apetecida; lo habían nombrado director del Coro Rosalía de Castro del Centro Gallego. A ese año pertenece el Cuarteto de cuerda nº 1 “Galaico”, basado en temas del Cancionero de Casto Sampedro; una referencia más al folklore patrio.
Siempre preocupado por adquirir nuevos conocimientos, siguió vinculado al Conservatorio madrileño; acudió a las clases de Julio Gómez y, más tarde, a las de Piano y Composición que impartían Américo Caramuta, Lucas Moreno y Francisco Cales Otero. Pero harto de un ambiente que presumiera aperturista y sentía cerrado, en su trayectoria itinerante decidió salir fuera de la península y emigrar a Suiza. Era el año 1962.
Allí trabajaría en la hostelería, debutaría como saxofonista, ganaría por oposición el cargo de director de la Societé de Musique de Perroy, entraría en una importante empresa chocolatera y alcanzaría el puesto de director de la Banda Municipal de Yverdon, sin dejar de ponerse al frente de otras bandas helvéticas. Al parecer, las ocupaciones laborales y artísticas no dejaban lugar para el aburrimiento. Cabe decir que el músico llegó a tener gran renombre en el país alpino y que la Societé de Perroy organizó hasta cuatro manifestaciones musicales con el rótulo “Festival Groba”.
El compositor no oculta su agradecimiento a un país que le dio muestras de bien hacer y de buena organización.
Con todo, regresó a Galicia en 1967 (¡un impulso nostálgico!), tomando la batuta de la Banda-Orquestra Municipal de A Coruña, ciudad en la que se asentaría definitivamente, aunque sin romper su vínculo suizo. En la urbe herculina dirigiría también el Conservatorio Profesional de Música y Declamación, así como las corales Follas Novas y El Eco. Y por encima de todo, fundaría en 1971 la Orquestra de A Coruña (antecesora de la Orquesta Sinfónica de Galicia), que habría de presentarse oficialmente al año siguiente.
Con esta formación, Groba realizó una serie de grabaciones discográficas que recogen obras propias y de otros compositores gallegos, además de piezas populares galegas. En plena impregnación de galleguidad, verían la luz composiciones como la cantata Nova Galicia o el díptico sinfónico Cruñesas, a pesar de haber llegado a un cierto estado de desencanto y apatía, motivado por la falta de apoyo y la desorganización sufridas en la tierra que reclamara su regreso y a la cual pertenecía. El director, pedagogo y compositor parecía derrumbarse irremisiblemente. No obstante, gracias a su particular fuerza de voluntad, logró recomponer el entusiasmo durante la complicada década de 1970.
Fue a finales de 1979 cuando le propuso a la Real Academia de Bellas Artes hacer un inventario musical folklórico. Revolviendo en los archivos, pretendía evitar la pérdida de un riquísimo acervo cultural que veía peligrar, rescatar las miles de cantigas galaico-portuguesas sumergidas en el desconocimiento y hacer hondos estudios de la música popular gallega, al margen de grandes trabajos como el ya realizado por Casto Sampedro y otros grandes folkloristas. El objetivo era crear un Cancionero General de Galicia, descriptivo y analítico, con edición de partituras, grabaciones sonoras y, en definitiva, difundir todo el material recuperado que mereciese la pena. Un proyecto que, desgraciadamente, y según Groba por mor de la sordera institucional de su país, jamás llegaría a materializarse. Una lástima.
En la década de 1980 consiguió recuperar la suite sinfónica Vigo, de su conterráneo Soutullo –que revisaría e incluso llevaría al disco–, sin dejar de proseguir con su propia faceta creadora. Nacieron, entre otras, la obra pianística Galecia, la cantata Cantigas de Mar, los Veinticuatro alalás ya referidos y cuatro Sinfonías. En su música, tierra, naturaleza, tradición y experimentación.
Los años 90s traerían nuevas composiciones, entre ellas la Sinfonía nº 5 “Mágica”, el Cuarteto de cuerda nº5 “Seis cuadros de Rafael Úbeda”, el concierto Fauno para violonchelo y orquesta y la Gran Cantata Xacobea. Y sin olvidar Guláns y su banda, “A Unión”, que siempre tuvieron un lugar especial en el corazón del “flautín”, compuso Raíces gulansesas, breve ciclo sinfónico para banda.
En abril de 1995, la Banda-Orquesta Municipal le ofreció un concierto-homenaje (agridulce para el músico) con motivo de su jubilación, en el campo directoral, que no compositivo. Porque ningún artista se retira hasta que muere.
Vídeo biográfico de Rogelio Groba en 4 partes (en gallego y castellano)
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Enlace relacionado:
Continuación (2ª parte)
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