Los seres humanos esperamos recibir lo que creemos que nos merecemos. Y esperamos escuchar lo que queremos escuchar. El niño aguarda que lo feliciten o le regalen el juguete que desea. El adulto, que lo premien o lo recompensen de algún modo, por su actitud o por la labor que realiza. El individuo sano anhela que le digan que sigue estando sano. Y el enfermo, que lo suyo no es grave o que al menos tiene solución. Al fin y al cabo, todos deseamos ser felices.
Y no sólo importa el mensaje que se envía, sino también –y sobre todo– el modo de transmitirlo. Si las buenas palabras no están plenas de contenido, se suscitará la duda o el recelo en quien las recibe. Si se emiten con frialdad o van cargadas de reticencia, el receptor no quedará satisfecho o experimentará el sinsabor de la desconfianza. Si la comunicación médica no es fluida y
cálida, no conseguirá el objetivo de serenar o eliminar temores.
Pero queda una cuestión definitiva en la comunicación médica: la de la justa medida. Ése es el quid... Porque la escasez desconcierta y el exceso confunde. ¿Cuántos pacientes no son atiborrados de fármacos sin que se les aclare el cómo ni el porqué de cada uno? Aunque me temo que
en esta era de la comunicación es el exceso, y sobre todo la toxicidad informativa,
concretada en el término infoxicación,
lo que inquieta, lo que solivianta, lo que atemoriza.
El creciente número de mensajes inquietantes están en el ánimo
de todos: «¡Cuidado con…! ¡Ojo a…! ¡No olvide que…! ¡Preocúpese de…!». El exceso comunicador
es tremendista, angustioso, apocalíptico… y claramente interesado. Algunos
comunicadores en salud, supuestamente conocedores de la ciencia médica, se los
creen; e involuntariamente se convierten en mediadores de intereses ajenos y en dañadores de la salud (física y/o mental) de muchos inocentes.
En definitiva, la comunicación médica puede ser positiva o
negativa, buena o mala, en función de su efecto lenitivo o de su perturbadora
carga emocional (a veces por el desencanto sobrevenido tras la creación de
falsas expectativas). Y ya sea directa o indirecta, de viva voz o por e-mail, a
través de los medios o de las redes sociales. Así que, ¡mucho cuidado con los
mensajes inadecuados, engañosos y tóxicos!
La comunicación en general y la médica en particular, para ser buena, precisa exactitud, sinceridad y prudencia. Bueno, esto es lo que creo.
La comunicación en general y la médica en particular, para ser buena, precisa exactitud, sinceridad y prudencia. Bueno, esto es lo que creo.
Gila - Análisis médico
(Humorística consulta médica telefónica)
(Humorística consulta médica telefónica)
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Comunicación médica en la RedComunicación médica 2.0
Como es habitual, querido José Manuel, tienes toda la razón. La comunicación médica necesita: exactitud, sinceridad y prudencia. Pero, tal como están las cosas, el término "infoxicación" me parece un absoluto acierto.
ResponderEliminarMuchas gracias, un fuerte abrazo y feliz domingo.
Creo que escasea la comunicación precisa, desinteresada y comedida, amigo Francisco. Por desgracia, la confusa, imprudente y tóxica ha ido in crescendo. Pero confiemos en un comunicativo cambio de rumbo.
EliminarUn abrazo.
Y tendría que ir en los dos sentidos.No siempre se escucha al paciente, hay gente que solo quiere cháchara pero en muchas ocasiones la información que este suministra eliminaría pruebas diagnósticas, tanteos, errores etc. Esto implica una pérdida de tiempo, dinero y, sobre todo, de salud.
ResponderEliminar¡Ah, Molina!, bidireccional ha de ser la comunicación, para que no haya un diálogo de sordos. No siempre se escucha, y pocas veces activamente. Lástima que la escucha activa se ensordezca con barreras comunicativas. Y que, por otra parte, mucho tiempo y dinero se pierdan en comunicación inútil o superflua. En fin...
EliminarUn saludo cordial.