ACTO III
ESCENA SEXTA
MARCIAL, SONIA, CRISTINA, Dr. GAMIR
En el cuartelillo de la Guardia Civil, donde los tres jóvenes prestan declaración.
MARCIAL. En Balobia siempre ha habido paz y en los años que llevo aquí, que ya son muchos, nunca ha corrido la sangre. Salvo la de un cazador, herido accidentalmente por un compañero de batida. Éste es un lugar muy tranquilo, poblado por gente trabajadora, pacífica, nada camorrista. Y ahora, dos jovencitas alborotadoras casi quiebran la tranquilidad de tan pacífico remanso.
SONIA. (Señalando a CRISTINA.) La culpa de todo la tiene esta repulsiva pécora, que me quiere robar el novio.
CRISTINA. (Con bravura.) ¿Yo? De eso nada.
SONIA. Sí, ¡confiésalo! Has tratado de engatusar a Gustavo.
CRISTINA. (Con frialdad.) El doctor Gamir es mayor de edad, tiene capacidad para decidir y sabe lo que le conviene. Es libre de elegir lo que quiera.
SONIA. Lo ve usted, capitán. Ya le dije que es una despreciable buscona.
CRISTINA. De buscona nada.
MARCIAL. Señoritas, no vuelvan a las andadas…
Dr. GAMIR. (Explotando.) ¡Sonia! ¡Cristina! ¡Dejadlo ya!
Por fin, SONIA y CRISTINA dejan de discutir y de mirarse.
MARCIAL. Bueno, por esta vez dejaré que se vayan a casa. Soy hombre conciliador; prefiero malos entendimientos a buenos pleitos. Trataré de hacer un informe suave y todo quedará en nada. No quiero líos, y menos con el señor alcalde. Si viera que detenemos a su hija… No quiero ni pensarlo. Pero si esto se repite, me veré obligado…
Las dos chicas acaban aceptando la sugerencia del capitán. GUSTAVO se empeña en acompañar a CRISTINA de regreso al hostal de LOLA, sin atender a los bufidos de SONIA. El galeno le dice que al día siguiente hablará con ella, cuando ya esté más calmada. SONIA se marcha y CRISTINA manifiesta la necesidad imperiosa de ir un momento al baño.
ESCENA SÉPTIMA
MARCIAL, Dr. GAMIR
MARCIAL. (En la momentánea ausencia de CRISTINA, habla a solas con GUSTAVO.) Es usted un hombre afortunado. Ya quisiera yo que las mujeres se peleasen por mí.
Dr. GAMIR. Las cosas no siempre son lo que parecen, capitán. Y usted, por experiencia, lo sabe. Cristina es una alumna de medicina que hace prácticas en mi consulta.
MARCIAL. Prácticas, dice… (Con pícara sonrisa.) Bien que practicaría yo con esa hermosa joven. ¡Vaya si lo haría! Lo digo ahora que no puede oírme mi esposa.
Dr. GAMIR. No sea usted machista ni malpensado, Marcial. La hija de don Raimundo es mi novia. Y lo va a seguir siendo. Además, Cristina tiene otro enamorado… (Se detiene y MARCIAL eleva las cejas, expectante.) Aunque hay veces que uno llega tener dudas. Humanas dudas, entre esos dos lirios, entre esas dos hermosas azucenas.
MARCIAL. Yo ni entro ni salgo. La decisión de elegir una flor u otra está en sus manos, doctor Gamir. Pero se ve que la estudiante está loca por usted. El brillo de sus ojos la delata. ¿Y si se queda con las dos flores? Cuando yo era joven…
Dr. GAMIR. ¿Qué?
MARCIAL. Mejor no digo nada.
Dr. GAMIR. Diga lo que está deseando decir. (Se lleva la mano al dolorido pómulo derecho, lívido por el hematoma que presenta a causa del codazo de SONIA.)
MARCIAL. (Apoyando suavemente su mano en la espalda del médico.) Querido amigo, me gustaría estar en su lugar. Aun con la cara hinchada. En verdad le envidio… (En voz baja.) ¡Disimulemos! Ahí viene su alumna. Le diré a dos de mis hombres que los acompañen hasta el hostal de Lola. Pero no me lo agradezca. ¡No! Solamente cumplo con mi deber.
ESCENA OCTAVA
DON RAIMUNDO, SONIA, FELICIA, LOLA
Como los secretos raramente se guardan, y menos en un pueblo, la noticia del altercado llegó a oídos de DON RAIMUNDO y de FELICIA. A la hora de comer, sale a relucir lo que inevitablemente está en boca de toda Balobia.
DON RAIMUNDO. Lo que has hecho es una vergüenza, niña. ¡Una indignidad! Irrumpir en una casa ajena y montar un jaleo del que todo el mundo habla.
SONIA. No es para tanto papá. Como mujer no me voy a dejar humillar por otra, así sin más. Una tiene su orgullo... (Con ánimo abatido y voz temblorosa.) He ido a la casa de doña Lola para comprobar si Gustavo me seguía queriendo. No me gusta que me engañen.
DON RAIMUNDO. Por supuesto, a mí tampoco. No soporto las mentiras.
FELICIA. (Entre dientes.) Quién lo diría tratándose de un político...
DON RAIMUNDO. No me piques, Felicia. Ya sabemos lo que se dice: que la política es el arte del engaño. Y tengo que reconocer que es así. Pero lo que vale en política no sirve para las relaciones humanas.
FELICIA. Cuando te pones profundo, eres de lo más cómico, Raimundo… (A SONIA) ¡Escúchame, niña! Gustavo te quiere, de eso no hay duda.
SONIA. ¿Tú cómo lo sabes?
FELICIA. Porque me lo ha dicho. Me ha confesado su pasajera atracción por es alumna, que al parecer es muy guapa, pero que no te va a dejar. En definitiva, te quiere de veras, a pesar de tus caprichos.
SONIA. De mis caprichos. ¡Vaya con el hombretón! Él se puede encaprichar de otra más joven y yo en cambio no puedo tener ninguna pequeña debilidad.
DON RAIMUNDO. Hija, los hombres somos más débiles que vosotras las mujeres. Lo reconozco a pesar de mi hombría, o de la chulería que algunos me atribuyen, sobre todo mis enemigos políticos. Aunque de esto no quiero hablar ahora. ¡No! Lo importante en este momento es que haya armonía entre vosotros dos, y que lo que estiméis más conveniente lo hagáis con discreción. Nunca me han gustado los escándalos, siempre los he rehuido. Un político tiene que aparentar...; en fin, no quiero hablar de política.
Llaman a la puerta y sale FELICIA, como de costumbre, a abrir.
ESCENA NOVENA
FELICIA, LOLA
FELICIA. (En el recibidor.) Hola Lola, que te trae por aquí. Pasa, mujer.
LOLA. No, no puedo pararme demasiado. Sólo venía a hablar con Sonia. Quería decirle que no se preocupe por lo del otro día. No sé si estás enterada, Felicia.
FELICIA. En Balobia todo se sabe. Te diré que Sonia está muy disgustada y arrepentida por su actitud. No la había visto nunca tan compungida. No quiere hablar con nadie y sólo desea que la perdonen.
LOLA. Ya. Pues nada, dile que no se preocupe, que son cosas que pasan. Que Dorindo y yo ya nos hemos olvidado del asunto; y que Cristina también la ha perdonado. Cuando quiera, que pase por nuestra casa. A ser posible con Gustavo…, digo, con el doctor Gamir.
SONIA. (Llegando apresurada.) Lo he escuchado todo, Lola. Gracias por tu comprensión. (Se acerca a la hostelera y, llorosa, se abraza a ella.)
LOLA. Chiquilla… (Se enternece haciéndole una caricia de consuelo.)
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(Continuará)
Erotik (de Piezas líricas), Edvard Grieg
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