miércoles, 21 de agosto de 2024

Entre dos lirios (comedia sanitaria): Acto II, 7-8

 

ACTO II

ESCENA SÉPTIMA
SONIA, FELICIA, Dr. GAMIR
En casa de DON RAIMUNDO, que se encuentra de viaje por un asunto político. GUSTAVO ha sido invitado por FELICIA, con el propósito de que SONIA haga las paces con él. FELICIA sabe bien de los celos de su sobrina y no puede negar los encantos del galeno vizanés.

SONIA. (Con retintín.) Dime, Gustavo, ¿cómo te está yendo con la alumna?

FELICIA. Niña, no seas tan incisiva. Ni que llevases cuernos.

Dr. GAMIR. (Aprovechando el quite de FELICIA, tratando de cambiar de tema.) Siempre me ha gustado ir por el monte saltando de piedra en piedra. No sé por qué, hay algo montaraz en mí, habiendo nacido junto al mar. Algo que va más allá de la pasión del montañero. Es curioso. No puedo explicarlo… Creo que tengo instinto de cabra.

SONIA. (Conteniendo la risa.) O de cabr… 

FELICIA. ¡Calla, niña! No seas desvergonzada. Que la discreción sigue siendo una virtud. Y más en una mujer. Y aún en la era digital de Internet y teléfonos móviles. 

SONIA. ¡Bah! Eres una retrógrada, tía Felicia; te vas pareciendo a tu hermano.

FELICIA. Seré lo que sea, pero nadie podrá decir que no sea discreta.

SONIA. Sigo pensando que eres una anticuada.

FELICIA. Y tú una descarada. Y en eso eres digna hija de tu padre.

SONIA. No continuemos por ahí, que si me buscas me encuentras.

Dr. GAMIR. Dejad de discutir. No creo, Felicia, que su sobrina sea indiscreta... (Llevando su mirada al encuentro de la recelosa de SONIA.) Es bastante guasona, eso sí, pero también sabe ser dulce y delicada. Cuando quiere, claro.

FELICIA. Lo que no me gusta es que sea maleducada. Eso no se lo tolero. Y como le falta su madre, que en gloria esté, estoy yo aquí para corregirla.

SONIA. Soy mayor de edad, tía Felicia.

FELICIA. Eres mayor de edad para lo que te conviene. ¡Si embridaras la lengua!

SONIA. ¡Vale! Como tú quieras... (Se calla a regañadientes.)

Dr. GAMIR. (Que ya no puede mantener su paciencia.) ¡Halla paz! Vamos a tomar el café tranquilamente, que enseguida entro de guardia.

FELICIA. Por cierto, pasado mañana regresa Raimundo.

SONIA. (Con el malhumorado rostro entre las manos.) Vuelve mi padre y, ¡hala!, otra vez serán dos a sermonearme. ¡Vaya cruz! Ya lo estoy viendo.

FELICIA. Testaruda niña…

Dr. GAMIR. Pues nada, ¡gracias por la invitación, Felicia! Me marcho, Sonia. 

El Dr. GAMIR se despide afectuosamente de FELICIA y fríamente de SONIA, que se mantiene distante, esquivándole un intento de beso, sin que el amor por su enamorado se haya apagado. Al contrario, atraída por él, su corazón le late con fuerza, pero el temor a perderlo por culpa de la otra la devora por dentro. En el fondo planea tener unas palabras con CRISTINA.


ESCENA OCTAVA
DON RAIMUNDO, Dr. GAMIR, CRISTINA
DON RAIMUNDO acaba de llegar de su viaje y no en buenas condiciones. Se ve aquejado de un fuerte dolor en el dedo gordo de un pie y acude cojeando al centro de salud. Su médico es el Dr. RILKE, pero en la recepción le dicen que está ausente y le dan la opción de ser atendido por el Dr. GAMIR. Accede, a su pesar, y entra en la consulta del enamorado de su hija.

DON RAIMUNDO. (Preguntando lo que ya sabe.) ¿No está don Fernando?

Dr. GAMIR. Ha salido a una urgencia domiciliaria. En este oficio, ya se sabe, pasamos enseguida de la rutina al drama. Pero yo lo puedo atender.

DON RAIMUNDO. (Comprobando la presencia de CRISTINA.) Si no tienes inconveniente, Gustavo. Es que tengo el dedo gordo del pie izquierdo hinchado como una salchicha, y me duele a rabiar. ¡Ay, ay, ay...! 

Dr. GAMIR. Faltaría más... Esta chica es Cristina, estudiante de Medicina en prácticas… Vamos a ver ese dedo. ¡Siéntese en la camilla!

DON RAIMUNDO. (Sentando su voluminosa anatomía.) El izquierdo... Fíjate que paradoja, yo que soy de derechas. Tiene gracia.

CRISTINA. (Aventurándose como una médica avezada.) Parece un ataque de gota, ¿no? 

Dr. GAMIR. En principio sí... ¿Le ha pasado más veces, don Raimundo?

DON RAIMUNDO. Hace unos años tuve algo parecido. Tenía el ácido úrico alto. La verdad es que no me cuido mucho; como demasiada carne. También bastante marisco. Y buenos vinos… ¡Ah!, son demasiadas comilonas institucionales, con políticos y hombres de empresa. Todo es comer y beber... Me digo que tengo que hacer dieta y cuando veo esos suculentos platos en la mesa me pierdo. He engordado varios quilos últimamente... ¡Cómo duele el puñetero dedo! ¡Maldita gota! Casi es mejor que me inyectes algo.

Dr. GAMIR. ¿Y no discuten de…? (Calla para centrarse en lo suyo.) Bien, le vamos a administrar un antiinflamatorio intramuscular, y también se lo voy a prescribir en comprimidos para continuar por vía oral. Además, le voy a solicitar un análisis para comprobar el nivel de ácido úrico.

El Dr. GAMIR le indica a EMILIA que le ponga un diclofenaco y va cubriendo un impreso de petición de analítica. DON RAIMUNDO recibe la correspondiente inyección, aguarda unos minutos y después de atarse el zapato se dispone a salir, en mejores condiciones que cuando llegó. El Dr. GAMIR lo acompaña hasta la puerta y, alejados de la alumna, el alcalde le habla con suficiente discreción al médico.

DON RAIMUNDO. (Tomando la pregunta dejada en el aire por GUSTAVO.) Después de comer y beber bien, discutimos de política y de otras cosas, ¡cómo no! Yo suelo soltarme sobre el mundo actual, que parece haberse vuelto del revés. No sé si me entiendes. Nos quiere dominar la gente rara. Feministas, salidos del armario, perroflautas, populistas, salvapatrias… No sé a dónde vamos a llegar con tantos chalados y pervertidos. Yendo a lo técnico, yo comulgo con el radicalismo, no con el posibilismo. Mis interlocutores suelen ser gente honrada, de mi cuerda, políticos serios –no sólo del Partido Inmovilista– y empresarios formales que comprenden mi malestar. Pero siempre hay algunos que me insultan. Yo creo que son progresistas infiltrados. Uno de ellos, hace poco, me llamó machista retrógrado. ¿Qué te parece? Se trata de un hombre, en apariencia, pero apuesto a que es maric… ¡Ay!, cómo me late el dedo gordo... Un gay, dicho en fino. Seguro.

Dr. GAMIR. (Sin inmutarse por el quejido de su posible suegro.) Ya.

GUSTAVO no dijo nada más para no herir la sensibilidad del recalcitrante ultraconservador, tosco y superficial. Y su potencial padre político, aguardó unos instantes en espera de una respuesta que rebatir y que, para desgracia de su espíritu polemista, no tuvo el gusto de recibir.

DON RAIMUNDO. Por cierto, ¿cómo va tu relación con mi hija, Gustavo?

Dr. GAMIR. Igual que siempre. Bien, bien, sin problemas.

DON RAIMUNDO. Es que veo a Sonia un tanto rara. (Comprobando que CRISTINA no puede oírle.) Creo que está celosa de esa chica.

Dr. GAMIR. Pues dígale que no hay motivos.

DON RAIMUNDO. (Con voz profunda y susurrante.) Espero que así sea; no tolero la informalidad. De lo contrario, no respondo de mis actos.

Estas últimas palabras, pronunciadas con grave intensidad eran para infundirle temor a cualquiera. Se marcha DON RAIMUNDO, no sin mostrar su agradecimiento como paciente, y GUSTAVO se queda con una agria sensación, en unas circunstancias de duda que lo atenazan, comenzando a brotarle un sentimiento por CRISTINA que va más allá del cariño profesional o del afecto que entraña la amistad. Es como si tuviese un batiburrillo en la cabeza. Y en su confusión, siente la necesidad de aclararse. 
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(Fin del acto II. Continuará con el inicio del acto III y último)

Una broma musical (Divertimento para dos trompas y cuerdas): Presto – Mozart

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