ACTO I
ESCENA CUARTA
DR. GAMIR, CRISTINA
Alguien llama a la puerta de la consulta del DR. GAMIR.
Dr. GAMIR. ¡Adelante!
CRISTINA. ¡Con permiso! Soy Cristina, la estudiante de medicina.
Dr. GAMIR. ¡Ah, sí! Te estaba aguardando. Espero no defraudarte.
Se dan cortésmente la mano.
CRISTINA. Me han hablado muy bien de usted como tutor. Y como persona. Yo soy optimista por naturaleza y confío en aprender mucho a su lado.
Dr. GAMIR. Puedes tutearme; al fin y al cabo, somos colegas. Y aunque yo no sea viejo, tú eres muy joven. (Hace un breve silencio mientras contempla a su alumna de diecinueve años.) Bien. Te enseñaré cómo funciona esto y mañana ya lo irás viendo sobre la marcha. Como verás, aparte del ecógrafo, es poco el aparataje que tenemos.
GUSTAVO le va dando las oportunas explicaciones a CRISTINA y ésta, mostrando gran interés, permanece muy atenta.
CRISTINA. Me han dicho que la medicina rural es muy diferente a la de la ciudad.
Dr. GAMIR. Se lleva con un poco más de calma. En general las relaciones son más cordiales, la gente suele ser paciente y bastante agradecida. No hay tanta agresividad ni violencia como en la ciudad. Aunque todo está cambiando. No lo digo yo, que llevo ejerciendo poco más de cuatro años, sino veteranos como Fernando Rilke, a quien ya te presentaré. Dice que ha ido aumentando progresivamente el número de pacientes con trastornos mentales, sobre todo somatizaciones, porque la vida se ha ido acelerando también en el ámbito rural.
CRISTINA. No lo sabía.
Dr. GAMIR. (Tras una pausa.) A Fernando le disgusta que haya crecido tanto el consumo de psicofármacos, en particular de ansiolíticos, a consecuencia de la mayor cantidad de problemas sociales, más que psiquiátricos. Y le preocupa mucho el incremento de los suicidios. El doctor Rilke es un médico muy experimentado y sensible con los problemas de la gente, como un doctor Benassis*. Hoy está trabajando en un consultorio periférico. Se ha embarcado en una cruzada contra la medicalización y es un paladín de la prevención cuaternaria.
CRISTINA. (Dubitativa por lo último que acaba de decir GUSTAVO.) No sé muy bien de eso, pero me llama la atención lo de los suicidios.
Dr. GAMIR. Sí, más intentos de suicidio y más suicidios consumados. Es una triste realidad.
CRISTINA. (Preocupada.) También se hacen más visitas domiciliarias, ¿no es así?
Dr. GAMIR. Ten en cuenta que la población está dispersa y que los medios de comunicación no son los de la ciudad. Aquí las personas dependientes tienen más dificultad para desplazarse. Por eso hay que ir a verlas a menudo a sus casas.
CRISTINA. (Con gesto pensativo.) ¿Y el ordenador hay que utilizarlo para todo?
Dr. GAMIR. Me temo que sí. La historia clínica es electrónica desde hace un tiempo y todos los registros se llevan a cabo informáticamente. ¿Quieres saber algo más?
CRISTINA. De momento no se me ocurre ninguna otra cosa.
Dr. GAMIR. ¡Ah! No sé si estás al tanto. Se ha establecido la consulta telefónica.
CRISTINA. Sí, ya lo sé. Lo que no tengo claro en qué casos se utiliza.
Dr. GAMIR. Tal y como se ha puesto en marcha, los pacientes deciden. Aunque en mi opinión sólo sirve para dos supuestos. Uno es la renovación de recetas crónicas, que, como supongo que sabes, son electrónicas. El otro, la aclaración de una duda concreta sobre un problema de salud. Para lo demás, es preciso la consulta presencial.
CRISTINA. Eso parece lo razonable.
Dr. GAMIR. (Asintiendo con la cabeza.) Entonces, nos volvemos a ver mañana.
CRISTINA. De acuerdo. ¡Hasta mañana, doctor Gamir! (Fijándose en la naturalidad con que su tutor lleva el fonendoscopio al cuello, le da la mano en señal de hasta la vista.)
Dr. GAMIR. (Sin desprender la mano de CRISTINA y reparando en sus hermosas facciones.) Aquí te espero. A ver si sacas algo de provecho. Y, por favor, ¡tutéame!
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*Doctor Benassis. Personaje principal, bondadoso y filántropo, de la novela de Honoré de Balzac El médico rural. [Wiki. Lectura online AQUÍ]
ESCENA QUINTA
SONIA, Dr. GAMIR
Entra SONIA justo cuando sale CRISTINA.
SONIA. ¿Quién es ésa? Es muy joven. No me parece una paciente.
Dr. GAMIR. Es la estudiante de medicina que me han asignado. Es muy agradable. Y apenas tiene dos años menos que tú. Le estaba enseñando el consultorio y poniéndola al tanto de las actividades diarias de la consulta.
SONIA. Pues tiene más bien pinta de…
Dr. GAMIR. ¿De qué?
SONIA. De nada.
Dr. GAMIR. Pero ¿por qué eres tan suspicaz, Sonia?
SONIA. Yo suspicaz…
Dr. GAMIR. Anda, que algo te conozco. Lo suficiente para saber que eres…
SONIA. ¿Que soy qué?
Dr. GAMIR. Celosa. Y no admites que nadie se interponga en tu camino.
SONIA. ¿Qué dices? ¿Celosa yo? No tengo por qué. Soy lo suficientemente atractiva para no tener nada que temer. Mi personalidad es fuerte, nunca me doy por vencida. Y tengo una situación económica que me da seguridad.
Dr. GAMIR. Ya está bien, déjalo. Sabes que te quiero, a pesar de tus caprichos.
SONIA. Por encima me llamas caprichosa.
Dr. GAMIR. Yo no he dicho eso.
SONIA. Lo insinúas.
Dr. GAMIR. Dejémoslo en que eres una niña… un tanto mimada.
SONIA. (Enrojecida.) ¿Mimada yo? Te voy a…
Dr. GAMIR. (Frenándole el brazo.) Pones una mirada tan inquisidora que si la viese Torquemada se asustaba. Ven aquí, fierecilla… (Cogiéndola por la cintura la besa en los labios.) ¿A qué vienen esos celos? Si te quiero sólo a ti…, ya lo sabes.
SONIA. ¿De verdad, Gustavo?
Dr. GAMIR. De verdad, Sonia. De verdad.
SONIA. El sábado salimos a bailar.
Dr. GAMIR. El sábado… Sí. No tengo guardia el fin de semana. Saldremos a bailar. Y, por cierto, el último domingo del mes estamos invitados a comer en casa de Lola y Dorindo. (SONIA se da por enterada y no pone impedimento.)
Se despiden con otro beso, esta vez de mutuo acuerdo. GUSTAVO mira la hora en su reloj de pulsera y la coteja con la del reloj de pared de su despacho. Tiene tiempo suficiente para comer antes de hacer las dos visitas domiciliarias. Se trata de dos ancianos, una mujer y un hombre, polipatológicos y con frecuentes achaques. Enfermos dependientes ambos. Su consulta de pueblo, en la que lleva escasamente cuatro años, tiene cada año que pasa un tinte más geriátrico.
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(Continuará)
Obertura de la ópera Otello de Verdi
[Otelo: símbolo de los celos]
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