jueves, 31 de enero de 2013

Un cuento farmacológico


PARA MIS AMIGOS RETIRADOS, JUBILADOS O SIMPLEMENTE EN POSICIÓN DE DESCANSO. LÉANLO CON DETENCIÓN, MEDITEN Y APLÍQUENLO SI LO ESTIMAN PERTINENTE.


Mi tío Poroto se encontraba bien de salud,
hasta que su mujer, mi tía Porota
a instancias de su hija, mi prima Totale dijo: 
-Poroto, vas a cumplir 70 años,
es hora de que te hagas una revisión médica.
-Y para qué?, si me siento muy bien.
-Porque la prevención debe hacerse ahora, 
cuando todavía te sientes joven -contestó mi tía. 
Por eso mi tío Poroto fue a consultar al médico.
 El médico,
 con buen criterio,

le mandó hacer exámenes y análisis de todo lo que pudiera hacerse 
y que la obra social pagase.

A los quince días el doctor le dijo que estaba bastante bien,
pero que había algunos valores en los estudios que había que mejorar. 
Entonces le recetó:
Atorvastatina para el colesterol,
Losartán para el corazón y la hipertensión,
Metformina para prevenir la diabetes,
Polivitamínico, para aumentar las defensas.
Norvastatina para la presión, Desloratadina para la alergia...
Como los medicamentos eran muchos
y había que proteger el estómago,
le indicó Omeprazol y
Diurético para los edemas.
  
Mi tío Poroto fue a la farmacia
y gastó una parte importante de su jubilación
por varias cajitas primorosas de colores variados.
 
Al tiempo,
como no lograba recordar 
si las pastillas verdes para la alergia
las debía tomar antes o después de las cápsulas para el estómago,
y si las amarillas para el corazón,
iban durante o al terminar las comidas,
volvió al médico.
 
El médico,
luego de hacerle un pequeño fixture con las ingestas,
lo notó un poco tenso y algo contracturado,
por lo que le agregó
Alprazolam para relajarse Zolpidem para dormir.
 
Esa tarde, cuando entró a la farmacia con las recetas,
el farmacéutico y sus empleados hicieron una doble fila
para que él pasara por el medio,
mientras ellos lo aplaudían.
 
Mi tío,
en lugar de estar mejor,
estaba cada día peor. 
Tenía todos los remedios en el aparador de la cocina
y casi no salía de su casa,
porque no pasaba momento del día
en que no tuviera que tomar una pastilla.
 
A la semana,
el laboratorio fabricante de varios de los medicamentos
que él usaba lo nombró
 "cliente protector"
y le regaló un termómetro,
un frasco estéril para análisis de orina
y una lápiz con el logo de la farmacia.
 
Tan mala suerte tuvo mi tío Poroto,
que a los pocos días se resfrió.
Y mi tía Porota lo hizo acostar como siempre,
pero esta vez, además del té con miel, llamó al médico.

El médico le dijo que no era nada,
pero le recetó Tapsín y Sanigrip con efedrina. 
Como le dio taquicardia le agregó Atenolol 
y un antibiótico, Amoxicilina, por si acaso.
Le salieron hongos y herpes 
y le indicaron Fluconol Zovirax
 
Para colmo,
mi tío Poroto se puso a leer los prospectos
y así se enteró
de las contraindicaciones,
las advertencias,
las precauciones,
las reacciones adversas,
los efectos colaterales
y las interacciones médicas.
Lo que leía eran cosas terribles.
No sólo se podía morir,
sino que además podía tener
arritmias ventriculares,
 sangrado anormal,
náuseas,
hipertensión,
insuficiencia renal,
parálisis,
cólicos abdominales,
alteraciones mentales 
y otro montón de cosas espantosas.
 
Asustadísimo,
llamó al médico,
quien al verlo le dijo que no tenía que hacer caso de esas cosas
porque los laboratorios las ponían por poner.
-Tranquilo, Don Poroto, no se excite

-le dijo el médico, mientras le hacía una nueva receta
con Rivotril, para que no le dieran convulsiones,
Sertralina,  para que no se deprimiera.
Y como le dolían las articulaciones le dieron Diclofenaco.

En ese tiempo,
cada vez que mi tío cobraba la jubilación,
iba a la farmacia donde ya lo habían nombrado cliente VIP. 
Esto lo hacía poner muy mal,
razón por la cual el médico  le recetaba 
nuevos e ingeniosos medicamentos.
Llegó un momento en que al pobre de mi tío Poroto
 las horas del día no le alcanzaban para tomar todas las pastillas,
por lo cual ya no dormía,
pese a las cápsulas para el insomnio que le habían recetado. 

Tan mal se había puesto que un día,
haciéndole caso a los prospectos de los remedios,
se murió.
 
Al entierro fueron todos,
pero el que más lloraba era el farmacéutico.
 
Aún hoy,
mi tía Porota afirma que menos mal que lo mandó al medico a tiempo, 
porque si no, seguro que se hubiese muerto antes.

 CUALQUIER SEMEJANZA CON LA REALIDAD ES
" P U R A  C O I N C I D E N C I A "

Moraleja:
Si el tío Poroto no hubiera tomado nada y hubiese seguido con su régimen sanito con pollo sin piel, pavo, lentejas, porotos, aceite de oliva, frutas, verduras de todos colores, poca sal y nada de azucar (stevia o sucralosa, no aspartame, y con una copita de vino tinto y caminando 6 mil pasos diarios estaría vivito y coleando.
***
Este cuento es una versión  de un escrito anónimo que pulula por la Red, en un formato que he tomado de la página de la Asociación de Medicina Familiar y General de Tierra del Fuego y que he modificado algo, con pequeños cambios y añadidos. Es un ejemplo extremo de una prescripción en cascada, o «cascada medicamentosa», y una crítica de la polimedicación y a decirnos que prevenir no es siempre mejor que curar, porque las consecuencias pueden ser nefastas.

4 comentarios:

  1. Muy bien dicho, muy veraz y desgraciadamente, demasiado frecuente, amigo mío, en todas partes. Un abrazo desde el Perú.

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  2. Es la realidad tal cual, amigo Lizardo.
    Un abrazo hispano-peruano.

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  3. En mi círculo de amistades y familiar hay varios tíos Porotos.
    Desgraciadamente, este comportamiento, es bastante frecuente.

    Salud(os), amigo José Manuel.

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    1. Tenemos miles de tíos Porotos, querido Antonio. Son víctimas de nuestro tiempo enloquecido.
      Un natural abrazo.

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