Del dicho al hecho hay mucho trecho, dice el refrán. Y a poco que busquemos en los hechos humanos, hallaremos contradicciones.
Se declara un sistema sanitario de generosa universalización asistencial, pero paradójicamente se establecen restricciones.
Toda la población está cubierta por el teórico sistema
nacional de salud, pero los pacientes desplazados en otra comunidad figuran
como “no financiados”.
La administración sanitaria desincentiva a su personal, pero fomenta la medicina privada mediante conciertos y convenios.
La administración sanitaria financia medicamentos novedosos más caros y sin mayor valor terapéutico, pero pone trabas a su prescripción.
Se entiende que hay una autoridad central de salud pública, pero a la hora de actuar ante una epidemia se deciden diecisiete planes diferentes.
Se construyen centros de salud como superación de los antiguos ambulatorios, pero sin las infraestructuras necesarias para enfrentarse a eventualidades.
Los gestores promueven programas de prevención, pero se quejan del gasto por el incremento de enfermos crónicos.
Los inspectores solicitan información a médicos de familia sobre pacientes en situación de baja laboral, pero no cuentan con los atendidos en centros privados.
Se establecen protocolos de derivación para acortar listas de espera, pero se vuelven obstáculos que aumentan la incertidumbre y el uso de las urgencias hospitalarias.
Se instaura la telemedicina de forma selectiva y provechosa, pero se deja propagar de manera indiscriminada y desastrosa.
Los médicos de familia –en el centro del entramado sanitario– tienen reconocida capacitación, pero se les
obliga a perder demasiado tiempo en tareas inútiles.
Etc., etc., etc.,…
Tarrés - Serrat
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