miércoles, 27 de diciembre de 2017

La creciente dependencia médica

Fuente: 10 mitos de las salas de emergencias

El médico de cabecera recibe todo el malestar social. Y desde su privilegiado observatorio se pregunta dónde está la sociedad del bienestar.
@xoselbrea

Que existe cada vez más demanda médica es un hecho incuestionable. Y tal vez el indicador principal sean los modernos PAC, o Puntos de Atención Continuada, sucedáneos de los clásicos Servicios de Urgencia Extrahospitalarios. Cualquiera con un mínimo de memoria histórica sanitaria advertirá el número de usuarios que acudía cuando éstos eran los centros de atención urgentes y, quizá con una exclamación concluyente, el muy superior (acaso diez veces más) desde que aquéllos se impusieron por decisión de los gestores sanitarios. La presión asistencial ha ido aumentando progresivamente, y con más recursos humanos.

Ciertamente, la población ha envejecido y la demanda creciente se puede justificar en parte por razón etaria. También los problemas sociales se han multiplicado y, en consecuencia, los trastornos de salud mental. Pero creemos que hay una razón fundamental para explicar este fenómeno que entra en el ámbito de la sociología de la salud: la medicalización de todos los aspectos de la vida, fomentada desde sectores interesados y favorecida por las autoridades sanitarias, de modo paternalista y contraproducente. Las masas son muy manipulables.

Veamos los efectos en la práctica...

Nada más entrar en el turno de sábado de PAC, a las ocho de la mañana, en víspera de Nochebuena, la sala de espera ya estaba medio llena. Con mirada retrospectiva, uno pensaba: años atrás, podía haber tres o cuatro personas; después ya era diez; a continuación, quince; y ahora veintitantas. ¿Cómo se puede explicar esto? Llegan días festivos señalados y la gente tiene miedo de que el catarro vaya a más, que la cistitis no se resuelva enseguida, que el dolor de la artrosis la limite, que, en definitiva, no pueda disfrutar de las celebraciones navideñas como es debido.

Conforme la mañana pasa y los pacientes son atendidos, el listado de la "agenda de sala" permanece en una media que no parece disminuir nunca. Un sinfín de consultas banales o simples naderías acaparan el tiempo de una minoría con problemas de alguna relevancia. Incluso los avisos domiciliarios se suceden como nunca antes. Familiares de personas de avanzada edad, con demencia, Parkinson, trastornos del aparato locomotor, patologías múltiples, avisan a la mínima perturbación, temiendo que les vayan a chafar estos días señalados.

Ya en las últimas semanas advertimos el incremento de demanda de consultas y de petición de análisis, antes de viajar a los diferentes lugares de origen, con el fin de marchar con la seguridad de que el organismo andaba bien, en buenas condiciones para afrontar los excesos propios de estas fechas. Sin duda, este singular comportamiento obedece a una cuestión cultural (aparte de problemas sociales que no cesan y desbordan la atención primaria), que lleva al aprovechamiento desmedido de un servicio público que entre todos hacemos peligrar.

La imprudencia, la ignorancia y el temor forman un cóctel explosivo...

Sin barreras asistenciales ni educación sanitaria, con estímulos interesados y el miedo metido en el cuerpo y en el alma, la mezcla de factores determinantes de la presión asistencial (pacientes/médico/día), la frecuentación (visitas/paciente/año) y la demanda asistencial (visitas/habitante/año) explica la inconveniente situación; cuestión de números. 

Pero el sentido común nos quiere llevar por otros derroteros, de sosiego, prudencia y seguridad, que se nos hacen a cada paso una utopía cada vez más lejana.

La gente vive más años, sí, pero nos atrevemos a decir que menos felizmente, con una carga de ansiedad que no tenían las anteriores generaciones, menos favorecidas. Se le ha metido a la población tal carga de preocupación por la salud que, a la mínima, la gente acude de urgencia a los centros de salud y a los PAC con una premura increíble, inusitada en un tiempo no tan lejano, cuando se estilaban los servicios de urgencia extrahospitalarios, cuya función era más precisa.

Un ejemplo ilustrativo de la preocupación social. Es frecuente que al médico le reclamen la tarjeta sanitaria que tiene introducida en el teclado, y que precisa para desbloquear el sistema de acceso al programa informático del servicio de salud. Como apenas se diferencia de la del usuario, éste piensa que es la suya. Cuando el médico no se le ha pedido ni él la ha entregado. Esto dice mucho del nivel de desasosiego, del nerviosismo, de la desatención, del estrés social reinante.

Paradójicamente, la «sociedad del bienestar», con la cultura de la prisa, de la inmediatez y de las falsas expectativas, ha acarreado más trastornos psíquicos. La sociedad está enferma, muy enferma. Y los gobernantes azuzan para empeorarla cada día más. La idiotizan con la ponzoña de la estupidez.

Y en este contexto paradójico de malestar social, en una sociedad del bienestar, se pide que los usuarios actúen con responsabilidad...

Una puntualización: no se tiene derecho a la salud, sino a la asistencia sanitaria.
***
Demanda sanitaria vs. oferta sanitaria:
el problema principal es la excesiva demanda, no la precaria oferta.

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Reflexión final
Hay una creciente dependencia médica que ha sido fomentada, un evidente malestar social y un progresivo agotamiento profesional. No falta quien señala que la dependencia médica actual es consecuencia de infantilizar a la población (suprema forma de paternalismo), al insistir a lo largo de los años en la importancia de acudir al médico por el mínimo motivo. La situación se aleja tanto de la ideal que se hace insoportable. Los médicos de atención primaria vemos desde nuestro privilegiado observatorio (cada vez más acelerado) el deterioro social a través del tiempo y de los ciudadanos individuales. Crece la burbuja de infelicidad. Nadie se conforma con nada. Y esa oscura burbuja, algún día habrá de estallar.

4 comentarios:

  1. Te olvidas de Internet. Hay una buena proporción de gente que consulta Internet y tienen el síndrome del estudiante de medicina. El otro día (soy pediatra) me aporreaba la puerta un señor todo asustado porque a su hijo le había sangrado la nariz. Yo abro (estaba atendiendo a otro) y le digo, un poco mosca, ¿le has puesto un algodón en la nariz? Y me miró como si no entendiera. Le dije que eso era lo primero. No ir corriendo al médico. Y luego al visitarlo me explicó: el niño se dio un golpe en la cabeza hace cinco días. Ni chichón se había hecho, pero claro, en lugar de poner el algodón es más fácil poner en Google: causas de sangrado nasal. Y ahí viene la fractura de cráneo. No hay sentido común.

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    1. No olvidamos Internet, Teresa. En su momento también hablamos de "El miedo que infunde la Red", del efecto denominado cibercondría (hipercondría cibernética) con Dr. Google a la cabeza. Y, por cierto, con un ejemplo pediátrico que corrobora la falta de sentido común.

      Gracias por tu comentario, y te dejo el enlace a esa entrada:

      https://medymel.blogspot.com.es/2017/04/el-miedo-que-infunde-la-red.html

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  2. el miedo es libre les digo yo...como lo tenía Curro en sus mejores tardes...El titular es muy significativo, LA CRECIENTE DEPENDENCIA MÉDICA, pues sí, porque la sociedad se ha infantilizado y no quiere responsabilizarse de su propia salud con un mínimo de sentido común.

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    1. Has dado en le clavo, Anónimo: "la sociedad se ha infantilizado y no quiere responsabilizarse de su propia salud". Ni de otras cosas. Y como todo es cíclico, ahora toca desinfantilizarla y hacerla responsable.

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