Ampliamente conocido como creador literario, Alejo Carpentier también fue un apasionado de la música en general, y en particular de los ritmos genuinamente cubanos. Hasta tal punto que el escritor se reconocía a sí mismo como un compositor malogrado. Nacido en un ambiente familiar propicio (el padre, alumno de Pau Casals, tocaba el violonchelo; la madre tocaba el piano; la abuela había sido discípula de César Franck), no es de extrañar que sintiera una inclinación temprana por la belleza sonora.
En este sentido, debemos recordarlo por varios motivos. Porque fue un impulsor y sostenedor de la Orquesta Filarmónica de La Habana, ciudad donde vio la luz en 1904. Porque rescató composiciones musicales que se daban por perdidas. Porque animó durante muchos años la vida musical habanera. Y, ante todo, porque escribió La música en Cuba (historia) y extraordinarios textos integrados en su faceta de musicólogo.
Profundo conocedor de la música universal, halló en el rico folklore cubano –síntesis o “cubanización” de elementos hispánicos, de otras procedencias europeas, indígenas y africanos– una fuente de inspiración para la creación de obras sinfónicas. De igual modo que el jazz inspiró a compositores clásicos, cuyo empleo de elementos folklóricos se valora hoy positivamente; de la misma manera que los creadores de las corrientes nacionalistas europeas bebieron en fuentes propias, lejanas en el tiempo y provenientes de lo popular.
Desde 1923, henchido de la necesidad de divulgar la música de su entorno vital, escribió crónicas, artículos y críticas musicales, llegando a colaborar con dos compositores de la época: Alejandro García Caturla y Amadeo Roldán. En 1927 sufrió encarcelamiento por oponerse al dictador Machado, por lo que en 1928 –tras una recalada en México– se trasladó a París, donde fue director de estudios fonográficos y realizó programas musicales de radio. En realidad ya había estado en esa ciudad, recibiendo parte de su educación juvenil.
Regresó a su país en 1939. Y en 1945 escribió La música en Cuba, en sólo once meses; un récord teniendo en cuenta las numerosas fuentes de información consultadas: actas capitulares, archivos familiares, periódicos, libros de entierros, diversas historias de la música. Ese año, con Batista en el poder, se exiló a Venezuela, permaneciendo allí hasta 1959. De la época de su retiro de Caracas cabe resaltar uno de sus escritos: Carta abierta a José Aixalá (1947). En ella dejó sentir su profunda amargura por representar el aludido una fuerza adversa contra la Orquesta Filarmónica de La Habana, de la que entonces era Aixalá presidente, reprochándole los cambios de programación que llevaron a la renuncia del gran director Erich Kleiber, lo que consideraba una desgracia nacional; por eso creía conveniente que el gobierno incautase la Filarmónica para ponerla después en manos de músicos y hombres conscientes.
Con el triunfo de Fidel Castro volvió a La Habana. Pero en 1968 retornó a París, esa vez como agregado cultural de la embajada cubana. Y hasta su muerte, acaecida en la capital francesa en 1980, siguió dejando su estela musical.
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Hasta aquí la primera parte del estudio publicado en Filomúsica (revista de música culta) sobre este hombre nacido para la música.
El escritor habanero, libre de prejuicios (escuchaba con igual deleite a Beethoven y a Pink Floyd) y obsesionado con el mestizaje cultural del Caribe, fue más allá de la visión encorsetada que separa lo “culto” de lo “popular”, mostrándose como un ecléctico, receptor de todo lo que tiene valor, de lo realmente bueno y auténtico. Buen conocedor de la vanguardia musical (Pierre Boulez, Bruno Maderna, Stockhausen, Luciano Berio...) y, abierto a nuevos modos de expresión, Carpentier no reprobaba la introducción de instrumentos electrónicos. En su eclecticismo, el autor de El siglo de las luces dejó entrever su debilidad por Wagner, Stravinsky y Villalobos, pero no aceptando jerarquizaciones, la división entre lo serio y lo popular, admiraba piezas de Duke Ellington tanto como las de Debussy. Pero ante todo se sintió hondamente conmovido por los ritmos cubanos y por su singular fuerza sonora, que se podría substantivar como “cubanía”. Ponderaba el son y reconocía la fuerza de la cubanía en la historia musical de la isla caribeña (en el trabajo original se incluye una síntesis de su Breve historia de la música cubana). Alejo Carpentier fue incansable en su faceta de musicólogo hasta su muerte, y sus artículos más relevantes fueron recogidos bajo el rotundo título de Ese músico que llevo dentro.
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