Son pocas, muy pocas, las veces que exteriorizo el llanto. Es la dictadura de los falsos sentimientos, de los valores trastocados, de la equívoca hombría. La visceral dureza, de labios pétreos en su mueca y ojos apagados en su inercia, que al ritmo de atenazadoras marchas militares el espíritu hiela. Pero al final, imparables, salen las lágrimas corriendo... Es la permanente sinrazón de la sociedad bamboleante. Es el desconcierto existencial, el doloroso quebranto. Cede la cerebral frontera ante el misterio que asoma, aunque la ciencia se aplique y la matemática busque la humana infalibilidad. ¿Quién sabe del profundo significado? Ahora, este agnóstico irregular, y dubitativo perenne, deja paso a la etérea posibilidad. Y ablandado por el dolor sereno, se entrega a la más sublime música sagrada, procurando el equilibrio acariciante...
O Sacrum Convivium (1937), motete para coro mixto a cappella, de Olivier Messiaen, sobre el texto religioso homónimo dedicado al Santísimo Sacramento.
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