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–¿Qué tal, señora Filomena?
–Igual, doctor o peor incluso. Mi hijo Damián ya hace tres
años que no viene a verme...
–¿Cómo se encuentra, señor Julián?
–¿Cómo se encuentra, señor Julián?
–Cómo quiere que me encuentre. Mi mujer sigue
metida en esa maldita residencia...
–¿Ya le ha pasado el dolor de cabeza, señora Carmen?
–¿Ya le ha pasado el dolor de cabeza, señora Carmen?
–Para nada, y no pego ojo. No entiendo que mi
hermano Jacinto no me hable...
La vida es compleja y las relaciones humanas no son fáciles: pueden depararnos la mayor alegría o suscitar los peores dramas. Pero el aislamiento afectivo (la soledad no elegida o la sensación de abandono) es el principal factor etiológico de malestar, de sufrimiento. Los conflictos se propician, e in extremis el suicidio amenaza. La medicina no tiene respuesta y el médico sensible se ve impotente. En estos casos de ausencia de afectividad, la terapia más adecuada no es un fármaco, la solución no está en ningún compuesto químico. El tratamiento adecuado supone ir a la causa que genera la dolencia. Pero claro, no siempre es fácil eliminar esa causa (que el hijo retorne, que el cónyuge se acerque, que el hermano lo abrace…) y conseguir con ello el retorno afectivo que el doliente precisa. Entonces nos queda la terapia sustitutiva que aminore su sufrimiento, que le devuelva las ganas de vivir: otro calor humano, otras fuentes afectivas, otra comprensión paliativa. Se hace imprescindible el amistoso apoyo, el aliento familiar y el amparo social. Una palabra, un beso, un gesto, una caricia… son en muchas ocasiones las mejores medicinas. Vivir es compartir afectos.
La vida es compleja y las relaciones humanas no son fáciles: pueden depararnos la mayor alegría o suscitar los peores dramas. Pero el aislamiento afectivo (la soledad no elegida o la sensación de abandono) es el principal factor etiológico de malestar, de sufrimiento. Los conflictos se propician, e in extremis el suicidio amenaza. La medicina no tiene respuesta y el médico sensible se ve impotente. En estos casos de ausencia de afectividad, la terapia más adecuada no es un fármaco, la solución no está en ningún compuesto químico. El tratamiento adecuado supone ir a la causa que genera la dolencia. Pero claro, no siempre es fácil eliminar esa causa (que el hijo retorne, que el cónyuge se acerque, que el hermano lo abrace…) y conseguir con ello el retorno afectivo que el doliente precisa. Entonces nos queda la terapia sustitutiva que aminore su sufrimiento, que le devuelva las ganas de vivir: otro calor humano, otras fuentes afectivas, otra comprensión paliativa. Se hace imprescindible el amistoso apoyo, el aliento familiar y el amparo social. Una palabra, un beso, un gesto, una caricia… son en muchas ocasiones las mejores medicinas. Vivir es compartir afectos.
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Iba a traer Over the rainbow como ilustración sonora, pero al final me he decidido por la Quinta sinfonía de Sibelius, que como dice un biógrafo del compositor finlandés es "una gradación plena de la vida hasta el final. Triunfal". Y esta interpretación me parece extraordinaria.
Sinfonía nº 5 de Jean Sibelius
¡Impecable definición de la vida, amigo mío, qué gran psiquiatra puede ser un médico auténtico como tú!
ResponderEliminarUna cariñosa y, sin duda, exagerada consideración la tuya, querido Lizardo. Yo me inclino ante tu capacidad y calidad humanas.
EliminarUn vital abrazo, amigo mío.