La valoración de los méritos de un
individuo, entendidos como “meritocracia”, para ser considerado apto para un determinado puesto profesional –o merecedor del mismo– en una teórica igualdad de condiciones –o de
oportunidades–, siempre me ha planteado serias
dudas. Porque hemos de tener presente que las variables de tiempo y lugar, o de circunstancias, pueden ser decisivas para que dicha igualdad no se cumpla. Pero sucede que para
alcanzar el objetivo laboral deseado, la voluntad precisa del mérito necesario
por el que se nos va a medir.
Si confrontamos capacidad (talento) y
mérito (aprovechamiento), o facultades y esfuerzo, no tendremos nada que
objetar a quien alcanza un objetivo por su entrega –y oportunidad–, aun sin
disponer de una facilidad innata para el aprendizaje. Tradicionalmente, siempre
se le había dado más valor al voluntarioso esfuerzo que a la ventajosa
inteligencia, reconociéndose al alumno entregado al estudio más que al
indolente e intelectualmente dotado.
Pero la visión distorsionada de la meritocracia, del acúmulo de méritos en forma de títulos, diplomas y
acreditaciones varias, ya es otra cosa: una deformación, un desenfoque de la
verdadera valía del individuo. En este caso se pondera la “titulitis” en el
mayor grado (no al alcance de todos, por razones económicas o por obstaculos de acceso) y no en cambio las
cualidades humanas. Se valoran másteres, doctorados y publicaciones sobre la
valía real del aspirante. De otro modo, prima lo técnico sobre lo humano.
Se me ocurre una comparación musical: es
como darle más valor al pianista que toca las notas mecánicamente, sin cometer
un error, pero sin sentimiento, que a aquel otro que, con algunos fallos de
digitación, consigue embelesar al auditorio y elevar el espíritu. El primero es
un meritorio robot; el segundo, un maravilloso –y beneficioso– artista. Y como ejemplo no melódico, el caso del médico con la posesión de un doctorado (para
el que muchos encuentran trabas en Hispania), título que no garantiza de ningún
modo su capacitación docente pero que, sin embargo, le abre puertas a la
docencia frente a otro que, sin poseerlo, acaso tenga más dotes para la enseñanza.
Hemos de pensar, pues, en los riesgos de la meritocracia, sin olvidar que la valía se demuestra con hechos, lo mismo que el movimiento se demuestra andando.
Hemos de pensar, pues, en los riesgos de la meritocracia, sin olvidar que la valía se demuestra con hechos, lo mismo que el movimiento se demuestra andando.
I deserve it (Me lo merezco) - Madonna
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La meritocracia pierde valor sin igualdad de oportunidades.
- La primera igualdad es la equidad*. (Victor Hugo)
- La igualdad tal vez sea un derecho, pero no hay poder humano que alcance a convertirla en hecho. (Honoré de Balzac)
- Todos los hombres nacen iguales, pero es la última vez que lo son. (Abraham Lincoln)
- La mal llamada igualdad resulta ser la negación misma de la igualdad y de la libertad; y por lo tanto, el obstáculo más grave a la capacidad creadora de los hombres y pueblos. (Salvador de Madariaga)
- Libertad, Igualdad, Fraternidad. (Lema de la Revolución Francesa)
- La democracia es igualdad y libertad.
- Donde la igualdad no se discute, allí también hay insubordinación. (George Bernard Shaw)
- Los fueros, con sus privilegios, rompen la igualdad.
- Creemos que las personas son desiguales, y reclamamos nuestro derecho a la desigualdad. (Margaret Thatcher)
—Igualitarismo
- El igualitarismo* ni siquiera es una utopía soñada; es una pesadilla imposible. (Gonzalo Fernández de la Mora)
- La izquierda, teóricamente defensora del igualitarismo, se ha vuelto elitista y supremacista.
*Igualitarismo. Tendencia política que propugna la desaparición o atenuación de las diferencias sociales.
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