Remontémonos tres décadas. Un centro de salud acaba de ser inaugurado. Es uno de los primeros en el medio rural galaico. Cuatro médicos y dos enfermeros aguardan por sus pacientes. Y en esto, llega sin previo aviso un comité del servicio de salud. Hablan entre sus miembros y recorren las instalaciones, ignorando a los sanitarios. Y cuando se disponen a marchar, un médico los aborda sin protocolo, dirigiéndose a quien parece encabezar aquella delegación.
–¡Buenos días! Soy el doctor Estupefacto –le da la mano–. Es que me ha sorprendido que no haya lavabos en las consultas.
–¿Lavabos en…? –interroga el jefe de aquella representación, que resultó ser el señor Estirado, director provincial de salud.
El director provincial se aparta en corro con los demás para deliberar. Y después de unos minutos de intercambios de palabras y miradas entre ellos, se acerca al doctor Esupefacto para darle su autorizada respuesta:
–Es que no son consultas…, ¡son despachos!
–Son consultas –ratifica el atónito galeno–. Aquí se van a hacer exploraciones.
Aunque parezca sorprendente, el doctor Estupefacto le tiene que explicar al señor Estirado que en ese centro sanitario se van a hacer exploraciones físicas. Que habrán de palpar barrigas, tocar lesiones cutáneas, hacer tactos rectales…, y que por ello precisan lavarse las manos, como medida elemental de higiene o preventiva básica. Entonces vuelve a reunirse el director provincial con sus acompañantes y, tras otra deliberación, regresa con la nueva para hacérsela saber el médico.
–Bien, tomamos nota para que se instalen los lavabos.
Por inaudito que le parezca al lector, ésta es la transcripción de un hecho real relativamente lejano en el tiempo. Pero durante las tres décadas posteriores hemos asistido a otros desatinos estructurales en los centros de salud, frutos de la falta de planificación o de la pura improvisación. Errores por o carencias, como la señalada, o por excesos. Trabajé en un enorme centro de salud rural, proyectado en dos plantas, con el propósito de que la segunda dispusiese de laboratorio y de despacho para el veterinario municipal; más de dos décadas después, esa planta sigue inutilizada. Es un ejemplo de irracionalidad, de disparate, entre otros muchos dislates, que incluso acarrean inseguridad; y también de despilfarro en este caso, por el gasto excesivo que conlleva una construcción de tamaño desproporcionado.
Sorprenden los contrastes en los centros de salud: edificaciones minúsculas para albergar a un equipo de salud numeroso y enormes construcciones donde van a trabajar tres o cuatro profesionales como mucho. Lo nuestro son los extremos. Además, cuando éramos ricos, en torno a algunos centros de salud se construyeron “unidades de salud” periféricas, que pronto se vieron con dificultades (o imposibilidades) para poder mantenerse. No nos centramos aquí en la estética (en este sentido, ya nos hemos referido a la arquitectura sanitaria AQUÍ), sino de racionalidad del espacio arquitectónico. Y la racionalidad arquitectónica en materia sanitaria, salvo excepciones (un ejemplo AQUÍ), brilla por su ausencia.
Y aunque hay centros de salud y centros de salud, en general son feos y carecen de aparcamiento, de modo que son incómodos de ver y generan molestias.
@goroji Muchos hospitales (y centros de salud) ponen a uno enfermo. Acaso por la conjunción de inadecuado diseño y escasez de calor humano.— José Manuel Brea (@xoselbrea) 14 de febrero de 2016
Sirva esta entrada como llamada a la sensatez en la construcción de centros de salud: los justos y necesarios, del tamaño adecuado, con la dotación imprescindible y el mantenimiento preciso. Ni más ni menos.
Modelo de centro de salud
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