Dietrich Fischer-Dieskau (1925-2012) ha sido probablemente el cantante más grabado de la historia, algo no muy sorprendente si se tiene en cuenta la belleza aterciopelada de su voz, aliada al esfuerzo de dar sentido a los textos que cantaba en una dicción limpia y precisa (para disfrute de los germano-parlantes).
Tras la desaparición de la generación de entre-guerras y hasta nuestros días (Matthias Goerne aparte), se impuso una estética que va más por la simplicidad de expresión (tanto en la inflexión vocal como en la dicción) que por el intervencionismo (o expresionismo) que practicaban Fischer-Dieskau o Elisabeth Schwarzkopf, una querencia por las palabras como dando énfasis sutilmente a cada una de ellas y a las historias que cuentan, es decir, como narradores que se involucran y no meros repetidores asépticos de una narrativa (apreciar la diferencia tiene mucho que ver con entender o no el idioma alemán); por ejemplo, en ‘Die schöne Müllerin’ podemos asistir al desarrollo del carácter del protagonista desde la juvenil naïveté [ingenuidad], pasando por la desilusión, ira y celos hasta la desesperación y posible suicidio. Lo que es incuestionable es que aquellos días en donde se conseguía llenar completamente un gran teatro para un Liederabend a cargo de alguien del calibre de Dietrich Fischer-Dieskau, Elisabeth Schwarzkopf, Victoria de los Ángeles o Elly Ameling, pasaron desgraciadamente a la historia. Cuestión de modas sin duda, pero la realidad es que, a pesar del flujo de grabaciones posteriores -algunas de ellas muy meritorias-, no hay nada hoy día que se pueda comparar al arte supremo que exhibe nuestro barítono, una condensación de una tradición anterior austro-germánica, y al entendimiento de los pianistas que le acompañan, por ejemplo, Gerald Moore. Lo que trae a colación el papel del piano en este género: el piano anticipa o confirma el contenido del poema; transmite la agitación interior del cantante; puede contradecir lo que está diciendo (tome por ejemplo el Erlkönig, mientras el padre intenta tranquilizar al hijo, el martellato del piano afirma la persistencia del peligro) y debe decidir si juega a colaborador o antagonista del cantante. En cualquier caso, lo que se valora es su oído atento, su solidez y su cultura enciclopédica, cualidades que Gerald Moore tenía en abundancia. No encontrará mejor compilación de los tres ciclos schubertianos que ésta (salvo quizá por los mismos intérpretes en EMI-Warner: grabaciones algo más opacas, pero el barítono con voz ligeramente más fresca).
Aunque no sea suficiente, baste esta reseña para aproximarse a la calidad interpretativa del gran barítono Dietrich Fischer-Dieskau, dominador del repertorio alemán del Lied y una autoridad también como musicólogo.
Schubert: An die Musik – Dietrich Fischer-Dieskau, Gerald Moore
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