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Andrómeda encadenada a una roca (1832-1883), Gustave Doré |
La mitología griega tiene ejemplos divinos para todo lo humano, como las virtudes y defectos de los hombres. De uno de éstos, la envidia, es muestra el mito de Andrómeda, cuya belleza ponía su madre, Casiopea, por encima de la de las nereidas, lo que despertó la ira de su protector, Poseidón. Para aplacarla, el padre de Andrómeda, Cefeo, decidió ofrecer a su hija al monstruo marino destructor que el airado dios había decidido enviar. Pero hubo un final feliz, con la intervención de Perseo, quien, enamorado de la bella, logró matar al monstruo. El mito lo recoge Lope de Vega en un soberbio soneto: «De Andrómeda» (Soneto 86).
Atada al mar Andrómeda lloraba,
los nácares abriéndose al rocío,
que en sus conchas cuajado en cristal frío
en cándidos aljófares trocaba.
Besaba el pie, las peñas ablandaba
humilde el mar, como pequeño río,
volviendo el sol la primavera estío,
parado en su cenit la contemplaba.
Los cabellos al viento bullicioso,
que la cubra con ellos le rogaban,
ya que testigo fue de iguales dichas,
y celosas de ver su cuerpo hermoso,
las nereidas su fin solicitaban,
que aún hay quien tenga envidia en las desdichas.
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Devoradora envidia...
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