En su momento hice énfasis en la grandeza del médico general, a sabiendas de que en la actualidad nadie con sentido común optaría por la especialidad de medicina de familia para ejercer en Hispania. Es más, si pudiesen volver atrás quienes en su momento la eligieron entusiasmados, escogerían un “cachito” del saber médico; más de uno se haría “cachitólogo” –término ajeno–, al verse agobiado, entre papeles absurdos, sin apoyo auxiliar y cargando con lo que no le corresponde.
El médico general de nuestro sistema público se ha visto convertido en burócrata de primera línea, totalmente desvirtuado en su esencia. El sueño inicial del médico de familia hace mucho que se derrumbó, y me temo que el gerencialismo hipertrofiado y el despropósito organizativo en el que nos han metido no hay ya quien lo cambie. Salvo que fichemos pragmáticos gestores foráneos, del mismo modo que se fichan futbolistas y entrenadores, o que los afectados reclamen con firmeza su legítimo lugar.
El médico de familia, general o de cabecera, es más que “internista de la calle”, como lo han llegado a calificar, pues amplía su acción más allá de la medicina interna: es también cirujano, traumatólogo, dermatólogo, oftalmólogo, otorrinolaringólogo, tocólogo, ginecólogo, psiquiatra, geriatra, urgenciólogo... de la calle. ¿Quién da más? Por correlación atlética, el especialista a secas sería un saltador de pértiga o un lanzador de peso y el médico de cabecera un decatloniano.
Entonces, ¿hemos de apreciar más al velocista puro que al atleta total? ¿Hay razones para subestimar aquí la medicina de familia? ¿Por qué no valoran realmente los responsables sanitarios al médico decatloniano, yendo más allá de las vanas promesas?... No sé si será otro fruto de la ignorancia, pero lo que tengo claro es que ahora debo practicar con la jabalina.
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Reflexión anexa
Resaltar la importancia de la medicina de familia (mejor que ‘ponerla en valor’) parece una tarea que no va a trascender el ámbito profesional, que quizá sólo sirva para relamerse los actores. Pero cuánto cuesta resistirse a proclamar sus bondades.
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