[Patobiografía rosaliana: testimonios propios y ajenos]
Rosalía de Castro (1837-1885), la mayor poeta que ha dado Galicia y una de las grandes voces de la poesía hispana, ha sido estudiada desde la óptica de la patobiografía. Ahora sabemos, o creemos conocer, algo más de su compleja personalidad, modelada por circunstancias y acontecimientos que hemos de circunscribir a la época que le tocó vivir. Sabemos de los problemas de salud que logró superar, de su preocupación como doliente, de los galenos que la asistieron en cada momento y de la enfermedad que finalmente acabó con su vida. La Rosalía enferma, la paciente, no desligada de su obra, merece nuestra atención.
Hemos tocado el aspecto psicológico de Rosalía al hablar de su personalidad. Y no podemos obviar su miedo existencial.
¡Mar!, cas túas auguas sin fondo,
¡ceo!, cá túa imensidá,
o fantasma que me aterra,
axudádeme a enterrar.
É máis grande que vós todos,
e que todos pode máis…;
cun pe posto onde brilan os astros,
e outro onde a cova me fán.
Impracabre, bulrón e sañudo,
diante de min sempre vai,
i amenaza perseguirme
hastra a mesma eternidá.
Pide ayuda al mar y al cielo para enterrar el enorme y despiadado fantasma que la aterra, siempre acechante, que amenaza perseguirla hasta la misma eternidad.
Otro poema de Follas novas comienza así: «Teño un mal que non ten cura…» (Tengo un mal que no tiene cura…). Dice su yo poético que ese mal nació con ella y que la llevará a la sepultura; advierte a curanderos, cirujanos y doctores en Medicina que su enfermedad no tiene humano remedio; y al final aclara que su mal y su sufrir es su propio corazón, que no la deja vivir.
Reconoce, pues, que su mal es espiritual, no orgánico.
Centrándonos en las dolencias orgánicas que la aquejaron o preocuparon, las enfermedades señaladas en su biografía son éstas: sarampión, neumonía —o pulmonía—, fiebre tifoidea, tuberculosis —o tisis—, cólera y cáncer (uterino); cinco infecciosas (tres sufridas, una temida y otra nombrada) y una oncológica.
Según testimonio de Manuel Murguía, la salud de nuestra poeta estuvo seriamente comprometida desde la niñez, por catarros y neumonías, llegando a estar entre la vida y la muerte. Manifiesta también que «parecía llevar en su corazón los secretos terrores que sintió su madre todo el tiempo que la tuvo en sus entrañas». Nos da aquí Murguía otra clave de índole psicológica.
Fermín Bouza Brey (1901-1973), historiador, etnógrafo y escritor, autor de Artigos rosalianos, habla de enfermedades infantiles y de ritos curativos populares, procedentes de la superstición, en un trabajo de largo título: «Las enfermedades infantiles de Rosalía de Castro y los ritos de medicina mágica en Galicia» (1967). Y dice Eugenio Carré Aldao (1859-1932), escritor, librero y editor, que el sarampión —enfermedad infecciosa vírica que afecta en particular a niños— la puso al borde de la muerte.
La fiebre tifoidea la encuadramos en la excursión realizada a principios de septiembre de 1853, siendo adolescente, con su amiga Eduarda Pondal. La excursión quedó empañada al ser víctimas ambas de una epidemia de fiebre tifoidea (erróneamente referida a veces como epidemia de tifus, enfermedad infecciosa producida por bacterias del género Rickettsia y transmitida por piojos), causada por la bacteria Salmonella typhi, que contamina agua y alimentos. Rosalía logró superar la infección y Eduarda no.
El cólera, enfermedad infecciosa causada por otra bacteria, el Vibrio cholerae, es citado a causa de una epidemia acaecida en la ciudad de La Coruña en 1854, con resultados devastadores.
Y la preocupación tuberculosa es como un leitmotiv.
Ciertamente, la tuberculosis, infección bacteriana causada por el bacilo de Koch o Mycobacterium tuberculosis, es la enfermedad romántica por excelencia, manifestándose por lo general en forma de tuberculosis pulmonar. La lista de artistas afectados por tuberculosis es nutrida, incluyendo escritores, poetas, pintores y músicos. Sólo de escritores, la lista es interminable: John Keats, hermanas Brönte, Walter Scott, Fedor Dostoiewski, Anton Chejov, Franz Kafka, Leopardi, Edgar Alan Poe, Robert L. Stevenson… La mortalidad por esta enfermedad infecciosa era elevada en el siglo XIX, y aún lo fue durante el primer tercio del siglo XX, pues a pesar de la existencia de sanatorios antituberculosos el tratamiento farmacológico era limitado. La muerte era lenta y agónica.
Había en Galicia una teoría de la predisposición familiar a la que se adscribió el mismísimo Miguel Gil Casares (1871-1931), catedrático de la Universidad de Santiago de Compostela y especialista en neumología y tisiología.
Los sabios también se equivocan.
El ya nombrado Eugenio Carré señala la preocupación de Rosalía por la tuberculosis, que aun temiéndola quiso desmitificarla como motor creativo. Y Augusto González Besada, uno de los biógrafos de la escritora, que también hemos nombrado al hablar de su personalidad, dice haber oído a hablar a gente allegada de vómitos de sangre desde muy temprana edad. Hemos de interpretarlo como hemoptisis (expectoración sanguinolenta o expulsión de sangre por la boca mediante la tos) y no literalmente como hematemesis (vómito de sangre), pues en el primer caso se trata de sangre de procedencia broncopulmonar y en el segundo digestiva.
En su obsesión tuberculosa ha reparado el internista Julio Montes-Santiago, concretando su estudio en el trabajo Tuberculosis: una «negra sombra» en la vida de Rosalía de Castro. El doctor Montes-Santiago dice que «en sus escritos se aparta de las consideraciones románticas acerca de la enfermedad como motor creativo y denunciará esta mitificación y la considerará como una pesada carga». Un posicionamiento racional el de la escritora.
La propia Rosalía escribe en una carta a Murguía (1861): «¿Quién demonio habrá hecho de la tisis una enfermedad poética?». Hemos tomado nota de ella para realizar nuestra narración.
El cáncer de útero o matriz es la enfermedad oncológica que condicionó el final de la escritora. El tipo más común es el cáncer de endometrio, en referencia a la mucosa que recubre el interior del útero, donde generalmente comienza a desarrollarse. Entre otros síntomas, cursa con hemorragias y dolor pélvico. Ella los sufrió y los médicos que la atendieron hicieron lo posible para aliviarla. Y en sus últimos momentos, habrían de consolarla.
Maio longo, José Baldomir (Arreglo: Juan Durán)
Teño un mal que non ten cura,
un mal que naceu comigo,
i ese mal tan enemigo
levaráme á sepultura.
Curandeiros, ceruxanos,
dotores en medeciña,
pra esta infirmidade miña
n'hai remedio antre os humanos.
(...)
O meu mal i o meu sofrir
é o meu propio corazón.
¡Quitaimo sin compasión!
Despois ¡faceme vivir!
R. C., «Teño un mal que non ten cura», Follas novas
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Apuntes rosalianos (3): Los médicos de Rosalía de Castro
con la imagen de Rosalía de Castro (anverso)
y la Casa de la Matanza (reverso)
Espero con mucho interés la tercera parte querido galeno. Me reitero diciendo que resulta muy interesante.
ResponderEliminarPronto publicaré la tercera parte, querida Annun. Me alegro de que te gusten estos apuntes rosalianos. Un abrazo.
EliminarEs un perfil de mujer que tiene facetas de su espiritualidad y carácter muy parecidas a un que tú y tocó ocemos
EliminarSí, parecidas en el fondo, pero con diferentes matices...
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