[Galenos que trataron a Rosalía. Su muerte inevitable]
Aparte del doctor José Varela de Montes (1796-1868), que atendió el parto de su madre, son tres los galenos que tuvieron una relación profesional con Rosalía: Maximino Teijeiro Fernández, Alfredo Vicenti Rey y Roque Membiela Salgado.
El doctor Alfredo Vicenti Rey (1850-1916), quién además de médico era periodista y poeta, en una carta dirigida a Manuel Murguía, aconseja tranquilidad, prescribe un tratamiento para las hemorragias («flujo»), considera la intermitencia de su enfermedad —con intervalos de mejoría— y recomienda las aguas de Caldas, así como la toma de quina simultáneamente.
En su endeble salud, las aguas de Caldas de Reyes —famoso balneario o estación termal— obraron un verdadero milagro, según la poeta, mejorando de sus habituales catarros invernales.
Es posible que las recomendaciones de Vicenti fuesen en calidad de amigo de la familia. Si bien aparece en documentos como licenciado en Medicina (además de en Filosofía y Letras), no está claro que estuviese dedicado al arte hipocrático. Si así fuese, habríamos de tomar a este hombre polifacético por médico humanista; si no, por su mayor inclinación por las letras podríamos considerarlo como escritor-médico, a la manera de un Chejov.
Muy allegado al matrimonio Murguía-Castro, Vicenti fue un ferviente defensor y divulgador de la figura y la obra de Rosalía, y poco antes de morir contribuyó a recaudar fondos para la construcción del monumento que finalmente se erigió en Santiago de Compostela en honor a la gran poeta gallega. Un conjunto escultórico de granito con la imagen de una Rosalía pensativa.
Del doctor Maximino Teijeiro Fernández (1827-1900), sabemos que trató a la escritora durante su última enfermedad, el cáncer de útero ya referido. Tan larga fue la relación de este egregio profesional de la medicina con Rosalía, que la paciente le dedicó uno de sus libros expresándose como «Su eterna enferma». Una humorística declaración que certifica su gratitud y el afecto surgido de la buena relación médico-paciente. Imaginamos la satisfacción de don Maximino.
Catedrático de Patología General de la Universidad de Santiago, el doctor Teijeiro tenía fama de buen clínico. Fue el primero en realizar en Galicia una laparotomía (apertura de la cavidad abdominal) y ha quedado constancia de su labor docente e investigadora: tradujo obras clásicas de anatomía y cirugía; publicó trabajos sobre la fiebre tifoidea (para erradicar esta enfermedad, que era endémica, reclamó como higienista una buena red de agua y alcantarillado para Santiago), la sífilis y el cólera. Recibió la Gran Cruz de Isabel la Católica por los servicios prestados espontáneamente a la ciudad de La Coruña durante la epidemia de cólera de 1854 que diezmó su población, y por su interés en la naciente microbiología acudió a París como comisionado para el estudio de los procedimientos de Pasteur en el tratamiento de la rabia. Vinculado al krausismo y a la Institución Libre de Enseñanza, desarrolló una intensa actividad social u política.
Ante el diagnóstico de cáncer de útero, el doctor Teijeiro consultó las posibilidades quirúrgicas con el cirujano Timoteo Sánchez Freire. Es evidente que los recursos operatorios o las técnicas del momento no hacían posible su intervención.
Victoriano García Martí, autor de Rosalía de Castro o el dolor de vivir (1944) refiere las conversaciones de estos dos galenos, en casa de Teijeiro o de la misma enferma, en la que filosofan sobre la vida como enfermedad incurable. Y nuestra enferma era fehaciente muestra de ello con su «dolor de vivir».
Su médico de cabecera en Padrón fue Roque Membiela Salgado (1853-?), un galeno interesado en la higiene pública que llegó a publicar una voluminosa Higiene popular (1885). Se dijo que había acompañado a la escritora en sus últimas horas, sin separarse ni un momento de ella. Es sabido que el buen galeno cura a veces, alivia a menudo y consuela siempre. Y fue él doctor Membiela quien certificó la muerte de la escritora.
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Por desgracia, nada pudo hacerse para salvarla. Y fueron muchos quienes la lloraron y rezaron por ella.
El viudo Manuel Murguía, que sobrevivió a Rosalía por mucho (falleció el 1 de febrero de 1923, en La Coruña), en el emocionante prólogo a la segunda edición de En las orillas del Sar, escribió sobre la muerte de su mujer:
Cuando la vi encerrada en las cuatro tablas que a todos nos esperan, exclamé: «Descansa, al fin, pobre alma atormentada, tú que tanto has sufrido en este mundo».
La calificaba de «alma atormentada»; pero también se refería a ella como un «alma superior», que Galicia perdía. Y en el mismo prólogo, Murguía dejó escrito:
Antes de caer para no levantarse más; antes de aceptar resignada el doloroso calvario con que el Cielo quiso probarla, marchó a Carril con los suyos. Quería ver el mar antes de morir: el mar que había sido siempre, en la Naturaleza, su amor predilecto. (…) El día que abandonó el puerto, esperando el carruaje que debía conducirla a la estación, se impacientó porque tardaba en llegar. Se nos ocurrió que lo mejor era, aunque breve el trayecto, que fuese por mar. Para ella constituyó tal contratiempo un descanso y una distracción inesperada, aunque llena de los vagos temores que acosan a los que tienen su fin ante la vista. Así y todo, el aire y los rumores de la playa animaron su semblante y nunca me pareció más imposible lo que esperábamos, cuando en pie, abierta la portezuela del vagón, iluminando el sol su rostro animado por la fatiga, en medio de sus hijas, joven todavía, sonriente siempre con los que la rodeaban, la despedían y no habían de verla más, esperaba el momento de ponerse el tren en marcha…
Había un rayo de esperanza, casi una certeza de que no los abandonaría pronto. Y llegó el temido desenlace.
Pero Rosalía no ha muerto; nos queda su espíritu grandioso y su obra inmortal: no puede acabar lo que es eterno...
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En 1891 los restos de Rosalía de Castro fueron trasladados desde el cementerio de Adina, en Padrón (donde ella dispuso que se la enterrara) hasta el Panteón de Galegos Ilustres, en Santo Domingo de Bonaval, Santiago de Compostela. Y en ese edificio que fue convento dominico descansa la gran poeta.
Negra sombra, Juan Montes
La balada o melodía gallega «Negra sombra» es la más fuertemente arraigada en la memoria colectiva de los gallegos. Un verdadero himno que por siempre asombra... Y esta interpretación de la Coral Polifónica de Pontevedra es emocionante.
Con este tercer capítulo, finalizamos nuestra pequeña serie sobre la patobiografía de la gran poeta Rosalía de Castro. Los tres capítulos forman parte de una novela-biografía, o biografía novelada, todavía no editada: La sombra de Rosalía.
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.
R. C., «Era apacible el día», En las orillas del Sar
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BIBLIOGRAFÍA
ÁLVAREZ RUIZ DE OJEDA, María Victoria: Rosalía enferma: Carta de Alfredo Vicenti a Manuel Murguía. Follas novas: revista de estudos rosalianos 1, pp. 124-143.
BOUZA BREY, Fermín: Las enfermedades infantiles de Rosalía de Castro y los ritos de medicina mágica en Galicia. Cuadernos de estudios gallegos 22, Nº. 67, 1967, pp. 183-197.
FRAGA, Xosé Antón: Maximino Teijeiro. Consello da Cultura Galega:
http://consellodacultura.gal/album-de-galicia/detalle.php?persoa=3876
MAYORAL, Marina: Rosalía de Castro. La autora: Biografía. Biblioteca virtual Miguel de Cervantes.
MONTES-SANTIAGO, Julio: Tuberculosis: una “negra sombra” en la vida de Rosalía de Castro. Galicia Clin 2008; 69 (1): 45-49. Disponible en:
https://galiciaclinica.info/PDF/1/1.pdf
PONTE, Fernando: Médicos de Rosalía. El Correo Gallego (9 jun 2012) https://www.elcorreogallego.es/hemeroteca/medicos-rosalia-EGCG750411
SIXTO SECO, Agustín: Achegamento médico-antropolóxico á personalidade de Rosalía. Actas do Congreso Internacional de Estudios sobre Rosalía de Castro e o seu tempo: (Santiago, 15-20 xullo de 1985), Vol. 1, 1986, ISBN 84-7191-400-X, págs. 57-64.
Me has ilustrado en profundidad sobre esa alma superior de nuestra"eterna enferma"
ResponderEliminarMuchas gracias, Annun. He pretendido dar algo más de luz sobre la patobiografía rosaliana, aunque siguen quedando algunas sombras no desveladas. Pero como estos capítulos, junto a otros, son complemento de la parte novelada, espero haber profundizado lo suficiente en la apasionante figura de Rosalía de Castro. Bicos.
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